Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 17 de febrero de 2013

Bajo la lupa- Ecuador, a las urnas- Brasil y sus contradicciones- Desde otras ciudades

Bajo la lupa
Pacto comercial trasatlántico de Obama contra China: ¿OTAN económica y/o G-2 geopolítico?
Alfredo Jalife-Rahme
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El presidente estadunidenese, Barack Obama, al salir de la casa Blanca, el miércoles pasadoFoto Ap
 
En su mensaje sobre el estado de la Unión, Obama lanzó una idea audaz –de apariencia comercial inocua, pero de enorme profundidad geoestratégica que encubre un su­perbloque holístico que representaría la máxima superpotencia militar y geoeconómica del planeta (50 por ciento del PIB global y la tercera parte del comercio planetario) –para crear un bloque de libre comercio Nor-Trasatlántico (TAFTA, por sus siglas en inglés) entre los tres países del TLCAN –obviamente, ni permiso pidió el omnipotente presidente de EU a sus denominados socios de Canadá y México– con 27 países de la Unión Europea (UE-27). La UE-27, si es que no se balcaniza antes y se salva de la grave crisis del euro, podría incorporar la cuatripartita Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés: Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein) y quizá, siendo exageradamente optimistas, mediante la agenda de expansión europea, a los países balcánicos escindidos de la antigua Yugoslavia y hasta Turquía, donde se libra una batalla ontológica sobre su destino euroasiático.
 
No hay que ser genios para juzgar que el audaz proyecto de Obama, susceptible de transformar las coordenadas de la geopolítica global, ha sido concebido para contrarrestar el ascenso irresistible de China, de por sí cercada doblemente: desde el punto de vista militar, por el nuevo pivote de Obama –que ya empezó a cobrar sus frutos con la escalada de tensión en el noreste asiático, tanto por la colisión de intereses entre Japón y China sobre las islas Diaoyu, como con la reciente prueba nuclear de Norcorea– y, desde el punto de vista mercantil, por la creación del bloque comercial Alianza del Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) del que curiosamente forma parte el México neoliberal itamita totalmente emasculado y entregado al esquema geoeconómico/geopolítico de EU.
 
La idea del TAFTA es añeja y fue considerada en la década de 1990, en la fase unipolar, cuando EU, en la era clintoniana, anhelaba conquistar el mundo subrepticiamente mediante tratados comerciales multisectoriales ( v. gr. el fracasado ALCA para el continente americano). Ahora, en la incipiente fase multipolar, Obama resucita el TAFTA, de mayor envergadura, con el fin de someter a China, cuyos multimedia han permanecido apagados, para no decir perplejos, al respecto.
 
Nadie como la prensa británica y el premier David Cameron, un fundamentalista neoliberal, han recibido en forma ditirámbica el proyecto mercantilista de Obama, al que se han sumado con entusiasmo redentor tanto la atribulada canciller alemana, Angela Merkel, como los apparatchiks de la Comisión Europea, con la notable reticencia del presidente galo, François Hollande.
 
De la literatura desplegada va­le la selección de Philip Stephens, de The Financial Times (14/2/13), portavoz de la globalización financierista, quien, al unísono de la euforia del oligopolio multimediático anglosajón, exulta que el Pacto Trasatlántico promete un premio mayor con la resurrección del orden (¡supersic!) político liberal que recientemente parecía en retirada. Stephens vislumbra el advenimiento del TAFTA como un fin geopolítico (¡supersic!): la economía como medio de un fin. No lo dice, pero entona las resonancias de un G-2 geopolítico entre las otrora poderosas geoeconomías hoy alicaídas a los dos lados el Atlántico Norte.
 
El desprecio británico a Europa continental no lo oculta Stephens: Europa no es más el centro del interés geopolítico de EU frente a los supuestos chantajes de Vladimir Putin (nota: no explicita el autor, pero se ha de referir al gas ruso y a la detención de la expansión de la OTAN en el Cáucaso). Su ultraje al zar ruso es superior al que dedica a Europa: el líder ruso es alguien que da risa más que miedo. No comment!
 
Más allá de las cifras economi­cistas ( v. gr. 3.5 millones de millones de dólares en acciones de inversiones compartidas) que sirven de plataforma de lanzamiento para la gran alianza geopolítica en ciernes, se encuentra el interés compartido para preservar (sic) un orden (¡supersic!) internacional abierto basado en reglas como el mejor garante de la seguridad (¡supersic!) occidental. ¿Se apresta EU a deglutir militarmente a la UE-27 hoy cruelmente vapuleada con la grave crisis del euro y el espectro de su balcanización? ¿Llevará el pacto a una unificación monetarista de las dos mayores divisas del planeta con un euro castrado y totalmente sometido al dólar?
 
Stephens define el poder en términos modernos que se suman a las cifras secas del economicismo y que condensa en la seguridad (¡supersic!) que reside en la aceptación amplia (sic), de normas y valores internacionales como en la fuerza militar bruta (¡supersic!) con la capacidad de configurar los eventos. Se conforma con la consecución de 50 por ciento del total teórico del proyectado pacto y fulmina contra los tecnócratas, a quienes los políticos deberán usar el látigo (sic). ¡Uf!
 
El problema es que tras más de tres décadas de la teología neoliberal, el género político está en vías de extinción frente a la proliferación contaminante de tecnócratas ignaros a quienes se les desplomó su modelito financierista/monetarista.
 
Pese a sus disonancias cacofónicas y afónicas, Stephens no pierde de vista la realidad que deben entender los políticos cuando los tecnócratas se encuentran discapacitados: El sistema (sic) emergente es una vez más multipolar (¡supersic!) y menos multilateral. El orden global no pertenece más a Occidente.
 
Lo importante (“el verdadero precio”), a su juicio muy sesgadamente británico, reside en que “el sistema (sic) permanezca arraigado en algunos (sic) valores universales –el imperio de la ley, la seguridad colectiva, el respeto a la dignidad humana y la contabilidad gubernamental”. Sin duda alguna.
 
El grave problema es que al Occidente neoliberal, presa del barbárico y misántropo síndrome Shylock, se le olvidaron sus valores humanistas trascendentales.
 
Aun sin contabilizar los obs­táculos que parecieran infranqueables entre EU y la UE-27, si la paralizada ronda Doha y los choques culturales desde los alimentos genéticos alterados pasando por el repulsivo fracking, hasta los pollos clorados son ilustrativos, falta ver qué tanta risa provocan las ojivas nucleares de Vlady Putin cuando Washington y Bruselas exclaman estar aterrados por las bombas nucleares de Irán que aún no existen.
 
¿Acabará el nuevo pacto invitando a Rusia a formar parte de su OTAN económica? ¿Aceptará Vlady Putin, quien prefiere jugar al pivoteo euroasiático entre la UE-27 y China?
 
¿Cuáles serán las medidas preventivas y defensivas de la cercada China, que cuenta con las mayores reservas de divisas globales y que, pese a las Casandras globalistas/Nor-Atlantistas, sigue creciendo en forma impresionante?
 
Una probabilidad insondable todavía es que el pacto empuje a un mayor acercamiento del RIC (Rusia, India y China), extensivo a los BRICS (con Brasil y Sudáfrica), cuando el restante de los países escogerán con cuál bloque jugar a su cuenta y riesgo.
Twitter: @alfredojalife
 
Ecuador, a las urnas
En las elecciones presidenciales y legislativas que se realizan hoy en Ecuador se da casi por sentado una victoria del actual mandatario, Rafael Correa, quien llega a la cita comicial con un elevado nivel de aceptación, de alrededor de 80 por ciento, y con una intención de voto de entre 48 y 61 por ciento, según diversos sondeos. En tal escenario, y frente a una oposición que luce atomizada y debilitada –además de Correa se postulan seis personajes, entre los que se encuentran viejos aliados presidenciales, como el ex ministro Alberto Acosta, y representantes de la elite económica ecuatoriana, como el banquero Guillermo Lasso–, la verdadera incógnita es si el actual mandatario logrará eludir la segunda vuelta electoral y si su partido, Alianza País, alcanzará la mayoría absoluta en la Asamblea (Poder Legislativo).
 
La perspectiva de una continuidad en el proyecto político que ha dirigido el destino de Ecuador en los últimos seis años se explica en función de los resultados obtenidos por la gestión de Correa: la pobreza ha descendido en casi 30 por ciento desde 2006, el desempleo se ubica por debajo de 5 por ciento y la economía del país andino ha registrado tasas de crecimiento de 8 por ciento en 2011 y de 5 por ciento en 2012.

En el plano político, la propia realización de estos comicios presidenciales constituye un indicador de los niveles de estabilidad y normalidad democrática e institucional que ha alcanzado ese país, el cual, hasta antes de la llegada de Correa al Palacio de Carondelet, vivió en una prolongada crisis política que se expresó con el arribo al poder de 10 gobernantes en una década y con el derrocamiento de tres de ellos: Abdalá Bucaram, en febrero de 1997; Jamil Mahuad, en enero de 2000, y Lucio Gutiérrez, en abril de 2005.
 
Tal estabilidad, no obstante, se ha visto amenazada por episodios como la intentona golpista de septiembre de 2010 bajo la fachada de una revuelta policiaca, y por el sistemático acoso de grupos empresariaes y mediáticos en contra del proyecto político-económico del mandatario. En lo interno, Correa ha debido enfrentar rupturas con actores políticos importantes dentro de la izquierda ecuatoriana, como el mencionado Alberto Acosta, antiguo ideólogo de la revolución ciudadana, y la de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador. En lo externo, el gobierno de Quito ha debido enfrentar la hostilidad de Washington y sus aliados regionales ante los intentos de gobiernos progresistas de la región –Bolivia, Venezuela y el propio Ecuador– para consolidar un bloque regional que haga contrapeso a los intereses hegemónicos estadunidenses, e incluso tuvo que padecer una agresión militar –la perpetrada en Sucumbíos por el ejército colombiano, en marzo de 2008– en la que pudo observarse la participación estadunidense. A dicha hostilidad internacional ha de sumarse la que se generó a partir del apoyo brindado por la embajada ecuatoriana en Londres al fundador de Wikileaks, Julian Asssange.
 
En suma, a reserva de conocer los resultados que arrojen los comicios de hoy, da la impresión de que el mayor reto para Ecuador de cara a los mismos es consolidar los avances y la estabilidad conseguidos por ese país en los años recientes en el ámbito político, económico, institucional, así como en su nueva proyección como actor protagónico en la región y en el mundo. Cabe esperar que la nación andina lo consiga y que, tras la cita electoral de hoy, pueda salir fortalecida.
 
Brasil y sus contradicciones
Eric Nepomuceno
El sistema bancario brasileño, uno de los que más generan ganancias en el mundo, enfrenta un problema peculiar: en siete años, entre 2005 y 2012, sumó 42 millones y 500 mil nuevos clientes. Es decir: en siete años una Argentina entera abrió cuentas corrientes en los bancos del país. No hay registros de algo parecido ocurrido en alguna otra parte del mundo.
 
Analistas dicen que ese fenómeno es parte de otro: la enorme ampliación del mercado de trabajo formal en Brasil. Se calcula que existen hoy poco más de 50 millones de brasileños empleados, con sus derechos laborales respetados. Y, como consecuencia, con acceso a crédito para comprar de todo. Los bancos se quejan de la morosidad para justificar las tasas estratosféricas de interés que piden para conceder préstamos (la tasa media de financiación es de 5.4 por ciento al mes, o sea, absurdos 65 por ciento al año). Sin embargo, los datos oficiales indican que la morosidad media es de 7.8 por ciento del total de préstamos. La ampliación del crédito para inmuebles registra una morosidad muy baja (2 por ciento del total), mientras que para automóviles esa morosidad ronda la marca de 8 por ciento, igualmente baja.

El país vive tiempos de una nueva clase media, con la inclusión de millones de brasileños al mercado de consumo. Ese movimiento tiene orígenes en tiempos de Fernando Henrique Cardoso, con la estabilidad económica lograda, pero su expansión se dio en los ocho años (2003-2010) de presidencia de Lula da Silva, y se consolida ahora con Dilma Rousseff. El flojo desempeño de la economía en 2012 (crecimiento de alrededor de uno por ciento) y el lento retomar observado en ese principio de 2013 no impidieron que esa nueva clase media siguiese consumiendo. Los incentivos dados por el gobierno, con la suspensión de varios tributos, resultaron en curiosidades: un refrigerador nuevo puede tardar más de un mes a llegar a la casa del comprador, pues la estampida de las ventas sorprendió a los fabricantes.

Esa transformación puede ser observada sin mayores esfuerzos, empezando, por ejemplo, por los aeropuertos. Se calcula que en 10 años unos 15 millones de brasileños viajaron, por primera vez, en avión. En un país con 195 millones de habitantes existen 260 millones de teléfonos móviles. Al reunir los incipientes programas sociales lanzados tímidamente por Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), y luego reforzarlos y ponerlos como prioridad de su gobierno, Lula impulsó el cambio que ahora Rousseff refuerza y amplía.
 
Sin embargo, persisten otros números que opacan ese escenario de prosperidad. El país carece de estructura y de proyectos modernizantes. Carreteras, puertos y aeropuertos son desastrosos. La salud pública es caótica, y esa nueva clase media se ve obligada a pagar los altos precios de los planes privados de atención médica. En los hospitales de la red pública faltan médicos, medicinas e instrumental, mientras sobran la desidia y la falta de higiene más elemental. La educación pública se universalizó, es verdad. Pero la calidad de la enseñanza no hace más que confirmar una antigua crítica de Darcy Ribeiro: en las escuelas públicas el profesor finge que enseña lo que no sabe y los alumnos fingen que aprenden lo que siguen ignorando.
 
La reforma agraria es otro mito legado de un presidente a otro. Las áreas repartidas entre campesinos sin tierra se transforman, muchas veces, en inmensas favelas rurales, barriadas de miseria improductiva. En los dos años de presidencia de Rousseff fueron asentadas alrededor de 45 mil familias campesinas, en una drástica disminución de ritmo (el MST, –Movimiento de los Sin Tierra–, estima que menos de 10 mil familias fueron asentadas en 2012). En los dos primeros años de la presidencia de Lula, fueron beneficiadas 117 mil 500 familias. Hay otro dato alarmante relacionado con la reforma agraria. El MST reconoce que en las áreas distribuidas a campesinos existe una evasión de alrededor de 60 por ciento de sus moradores iniciales. Frente a la falta de apoyo, de incentivos y de perspectivas, más de la mitad abandona o vende la tierra recibida y migra a los centros urbanos.
 
Es verdad que Brasil ha sido, desde siempre, un país de contrastes por excelencia. También es verdad que a lo largo de 10 años las brechas sociales se hicieron menos extremas, pero hay una tercera verdad: la inclusión de millones y millones de brasileños en el mercado, cuyo reflejo más sorprendente quizá sean esos 42 millones y 500 mil nuevos clientes de la banca, no fue acompañada por reformas estructurales. La nueva clase media tiene acceso a automóviles, televisores y refrigeradores, frecuenta aeropuertos y viaja en las vacaciones. Pero sigue sin contar con una atención mínimamente decente en la salud pública, no tiene acceso a una educación de calidad y confunde derecho al consumo con sus derechos de ciudadano. Cambiar ese escenario es, quizá, el mayor desafío que Dilma Rousseff enfrenta en su soledad presidencial.
 
Desde otras ciudades
Berlín, capital donde hay que dejar una maleta
Foto
Atracción europeaFoto Alia Lira Hartmann
La capital alemana le dedica una plaza a la diva Marlene Dietrich en la Potsdamer Platz, principal sede del Festival Internacional de Cine, la Berlinale, y considerado desde los años 30 uno de los sitios más transitados en Europa.
 
En la placa –con el rostro de la Dietrich grabado– hay un texto que dice: Marlene Dietrich 1901-1992, berlinesa, estrella mundial de cine y de la canción. Al servicio de la libertad y la democracia por Berlín y Alemania.
 
Todavía tengo una maleta en Berlín” –ich habe noch einen Koffer in Berlin– reza el título de una canción de 1958 interpretada por el ícono del cine alemán, cuya letra dice, todavía tengo una maleta en Berlín, es por eso que próximamente tengo que ir para allá, la felicidad de tiempos pasados ahí se queda y tiene una razón, de esta manera tiene sentido el viaje, pues si tengo nostalgia, voy otra vez para allá. Maravillosa es la Rue de Madeleine en París, bello es recorrer Roma en mayo, tomarse un vino en Viena en una plácida noche de verano, pero todavía pienso en Berlín, aunque esto les haga reír, todavía tengo una maleta en Berlín.
 
La fascinación que ejerce esta ciudad ante cualquier visitante, con su carácter plural y, tal vez, la vida cultural más intensa de las capitales europeas, obliga a muchos a dejar una maleta aquí para la próxima visita.
Alia Lira Hartmann, corresponsal

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