Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 19 de febrero de 2013

Ecuador: patriotismo, soberanía y «revolución ciudadana»- Correa y Chávez- Reforma migratoria: ¿participar o no?

Ecuador: patriotismo, soberanía y revolución ciudadana
José Steinsleger
Foto
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, saludó ayer a simpatizantes, quienes lo felicitaron por su relección, frente al palacio de Carondelet, en Quito
Foto Xinhua
 
Quito. El histórico y arrollador triunfo de Rafael Correa en los comicios presidenciales del domingo último representó un duro revés para todas las corrientes políticas que aún razonan con las matrices ideológicas del siglo diecinueve. Explícito, el mensaje fue contundente: patriotismo, conciencia nacional, sensibilidad popular.
 
 
En el siglo pasado, las izquierdas siempre tuvieron claridad respecto de las fuerzas que las hostigaban y, finalmente, a un costo estremecedor en vidas humanas, revertían sus ideales revolucionarios. Cuba fue la excepción. No obstante, la comprensión cabal de las incontables derrotas de las izquierdas se perdía en densas interpretaciones académicas, o en recios atrincheramientos ideológicos.
 
Momentos nuestroamericanos: revoluciones de México (1910), Bolivia (1952), Cuba (1959), Nicaragua (1979). Nacionalismos militares de Perú y Panamá (1968), Bolivia (1971), Ecuador (1972), Granada (1979), Surinam (1980). Procesos nacionalpopulares de Argentina (1946/55), Guatemala (1951/54), República Dominicana (1963), Chile (1970/73), Haití (1991).
 
Cuando en 1979 este país re­cuperó la democracia, adolescentes como Rafael Correa creían que a partir de allí todo consistía en mirar hacia adelante. Veinte años y varios gobiernos democráticos después, se encontraron con un país en quiebra. La despiadada máquina neoliberal había cancelado, hasta más ver, cualquier asomo de justicia social y democracia efectiva.
 
Sin duda, un espejismo. Porque, simultáneamente, los pueblos originarios y ciudadanos de a pie pateaban el tablero, preguntándose qué es la democracia. Librando tenaces batallas sociales (1997-2005), los pueblos ecuatorianos fueron capaces de tumbar a tres presidentes elegidos por la democracia liberal y excluyente. Y así, la dura escuela de la calle resultó más sabia y aleccionadora que la esotérica escuela de Francfort.
 
El escritor argentino Arturo Jauretche apuntó en 1946: “En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere y una fe que nace, la frivolidad impone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen sólo una llama incipiente, que no alumbra aún el camino (…) Así pasa con las revoluciones: es en el momento del máximo descreimiento que se dan las condiciones para el nacimiento de una nueva fe”.
 
Por su lado, el publicitado filósofo esloveno Slajov Zizek (genial cuando está cuerdo) dice que “…la repetición, según Hegel, tiene un papel crucial en la Historia: cuando algo sucede sólo una vez, puede ser descartado como un accidente, algo que podría haberse evitado si la situación se hubiera manejado de manera diferente; pero cuando el mismo evento se repite, se trata de una señal de que un proceso histórico más profundo se está desarrollando”.
 
En tales circunstancias, Correa y un grupo de jóvenes de probado patriotismo y honestidad política, constituyeron el movimiento Alianza PAIS, revelándose como intérpretes y continuadores de la identidad nacional forjada por los próceres nacionales de Ecuador: Eugenio Espejo, José Antonio de Sucre, Manuela Sáenz, Juan Montalvo, Eloy Alfaro, el obispo de los indios Leónidas Proaño.
Luego del primer triunfo de Correa (2006), en afortunada y acaso no casual sincronía con el bicentenario de la independencia hispanoamericana, el país empezó a cambiar. Empero, sus formas y reformas (inéditas, a más de vertiginosas) descolocaron a tirios y troyanos. Entonces, la runfla derechista profundizó su racismo y odio de clase.
 
Las izquierdas ideológicamente perfectas y políticamente imperfectas optaron por refugiarse en la red de redes de la revolución virtual, denunciando el proyecto de Correa como opuesto al verdadero socialismo. Por lo tanto, sólo cabía lamentar el haber nacido en un país tan inculto y manipulado.
Veamos, por ejemplo, el Manifiesto de apoyo al prestigiado economista Alberto Acosta (candidato de la Coordinadora Plurinacional de las Izquierdas), suscrito por 160 de los mejores escritores, artistas, académicos y trabajadores de la cultura en general (sic).
 
En el documento, leemos que los firmantes plantean su profunda preocupación (sic), frente a “…la problemática política, socio-económica y cultural por la que atraviesa en estos momentos la sociedad ecuatoriana, situación que oscila entre el campante neopopulismo autoritario en el poder…”
 
Un lector acucioso, aunque ajeno a la realidad política de este país, preguntaría: ¿en qué se diferencia ese lenguaje del empleado por el Departamento de Estado, los genios de la CIA y el Pentágono, y el poder mediático de las corporaciones económicas imperialistas? Más adelante, los firmantes proponen “…la adopción, en el plano internacional, de una política decididamente antimperialista (sic), que defienda la dignidad e independencia de los pueblos…”
 
Mejor no seguir, pues hasta Zizek se llamaría a la cordura. Porque lo apuntado alude a un gobierno que expulsó al Pentágono de la base de Manta, renunció al Acuerdo de Libre Comercio craneado por el Consenso de Washington, declaró persona no grata a una embajadora de Estados Unidos, pasó la escoba con los agentes de la CIA en la Policía Nacional, prohibió a los oficiales de las tres armas concurrir a la tristemente célebre Escuela de las Américas, y en su embajada de Londres asiló al director de Wikileaks Julian Assange, bestia negra de Washington y la Unión Europea.
Así como los firmantes del Manifiesto, Acosta es un intelectual brillante. Fue uno de los fundadores del partido indigenista Pachakutik, redactor del plan de gobierno de Alianza-PAIS, ministro de Energía y Minas de Correa, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente y, a partir de estas elecciones… caso de estudio para analizar los desvaríos de las izquierdas sin brújula política.
 
En diciembre pasado, Acosta declaró al diario Extra de Guayaquil: Me molesta que (Correa) haya traicionado la voluntad del pueblo. El periodista indaga: ¿Usted cree que tenga oportunidad de ganar? Respuesta: “Si logramos sintonizarnos con lo que la gente quiere… creo que tenemos muchas posibilidades de ganar”.
 
Rafael Correa se alzó con casi 60 por ciento de los votos, las derechas pro yanquis consiguieron cerca de 25 por ciento, y Acosta menos de 3 por ciento, ubicándose por debajo de aventureros del imperio como el novato Mauricio Rodas. Y Norman Wray, candidato de la izquierda moderna, rozó 1.5 por ciento de los sufragios.
 
En este periódico, la Rayuela del lunes 18 fue atinada: En 2006, miles de ecuatorianos emigraban a España. Hoy regresan a su país, mientras miles de españoles miran hacia América Latina. En cambio, el editorial del mismo día concluyó que “algunos liderazgos indígenas…plantean un desafío importante para el proyecto de transformación social en curso de Ecuador”.
 
Lo cierto es que la gran victoria democrática del presidente Correa fue debida a que, justamente, todos los desafíos sociales venían conjugándose en plural, y ajustados a la letra inclusiva de la nueva y hermosa Carta Magna, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente en 2008.
 
Alexis Ponce, veterano activista de los derechos humanos, observó: “Las izquierdas ortodoxas y movimientos sociales sectarios, las ONG sin convocatoria y el indigenismo etnocentrista son los más tristes perdedores…”
 
La nutrida comitiva de observadores internacionales fue invitada a celebrar el triunfo en el Palacio de Carondelet. A los postres, Correa le propuso a Piero dar un paso al frente. El autor de Mi viejo le respondió: ¡Qué manera de ganar, señor presidente!. El presidente tomó un micrófono, Amado Boudou (vicepresidente de Argentina y roquero de ley) echó mano a una guitarra, y a grito pelado todo mundo se puso a cantar:
 
¡Para el pueblo
lo que es del pueblo!
Porque el pueblo se lo ganó
Para el pueblo
lo que es del pueblo.
Para el pueblo ¡liberación!
 
Correa y Chávez
Pedro Miguel
El primero planchó en las elecciones del domingo pasado en Ecuador y logró ser relecto por una mayoría abrumadora. El segundo, quien recientemente había conseguido la relección, no parece dispuesto a cumplir los sombríos pronósticos de la prensa amarillista occidental y ya está de regreso en Venezuela, aunque su diagnóstico siga siendo reservado. Pero en uno y otro casos el asunto principal no es el destino político (o clínico) de dos individuos, sino el futuro de dos procesos de transformaciones económicas, políticas y sociales que han contribuido en forma protagónica a dar al traste con los designios para América Latina que habían definido los capitales occidentales, sus gobiernos y sus organismos financieros internacionales.
 
 
Chávez ya tiene demasiados epítetos encima, tanto apologéticos como injuriosos, como para agregarle más, y esa proliferación oscurece la comprensión del proyecto político que ha encabezado desde fines del siglo pasado. Desde luego, las virtudes y los defectos del presidente venezolano no necesariamente explican, ni corresponden con, los logros, los errores y los pendientes de tal proyecto, ahora sometido a una prueba de ácido: la ausencia prolongada de su principal dirigente. Hasta donde puede verse, la revolución bolivariana está lo suficientemente institucionalizada como para persistir en caso de que esa ausencia resultara definitiva; tal vez, en forma no muy distinta a como ocurrió en el régimen cubano tras el retiro de Fidel Castro de sus funciones políticas y gubernamentales. Por lo pronto, todo indica que el chavismo logrará que su líder máximo tome posesión de la presidencia, así sea estirando las leyes, bien para que la ejerza por un nuevo periodo o para que la entregue al vicepresidente Nicolás Maduro. Y cabe preguntarse si las intrigas palaciegas o cuartelarias que han venido reseñando los medios de la derecha no son tan inventadas como aquella foto de Chávez publicada hace tres semanas por el madrileño El País a todo lo ancho de su primera plana. Por más que los chavistas no lo vean y que a los antichavistas les duela, a estas alturas lo más relevante del caso no es la salud del ex militar, sino la del proceso que echó a andar.
 
En el caso ecuatoriano el vuelco de estos días ha sido menos sorpresivo pero más contundente que en el venezolano. A la Alianza País el gran margen de su victoria electoral le da legitimidad y tiempo sobrados para consolidar un Estado de vocación social y ciudadana y para profundizar el rediseño del modelo económico y político. Puede ser que, en lo sucesivo, los riesgos principales del proceso ecuatoriano no estén en los desgastados reclamos oligárquicos por los supuestos ataques de Correa a la libertad de expresión –que han sido, más bien, pertinentes acotaciones, tanto discursivas como judiciales, al abuso de ésta y a la impunidad habitual de los consorcios mediáticos– sino en los desencuentros entre la Presidencia y sectores progresistas y de izquierda –dirigencias indígenas y grupos ambientalistas, por ejemplo–, desencuentros que, de no resolverse, podrían generar grietas mayores en el conglomerado de fuerzas disímiles y diversas que es la formación gobernante.
 
En todo caso, se consolida y se confirma el avance de Sudamérica en procesos orientados a restituir la prioridad de lo social por sobre los planes de negocio convertidos en programas de gobierno, así como su tránsito hacia algo distinto al canon neoliberal y a la tradicional sumisión a Washington, al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y a la Unión Europea.
 
A propósito de Europa, el contraste resulta crudo: mientras que en la porción sur de aquel continente la ortodoxia económica provoca estragos sociales, dramas nacionales, crisis políticas y situaciones de escasa gobernabilidad, en la mayor parte de América del Sur se reduce la pobreza, se atenuan las desigualdades sociales y se sienta las bases para un periodo de estabilidad. En tal circunstancia, la capacidad de chantaje político y económico de los gobiernos europeos sobre los sudamericanos está más que menguada. Washington, por su parte, carece de la capacidad que antaño tenía para contener y deponer a gobernantes insumisos a sus dictados. Y ojalá que no la recupere nunca.
Twitter: @Navegaciones
Reforma migratoria: ¿participar o no?
Ana María Aragonés
El presidente Barack Oba­ma en su discurso presentado en sobre el estado de la Unión, el martes 12 de febrero, señaló enfáticamente que ahora sí está dispuesto a llevar a cabo la reforma migratoria y conminó a los miembros del Congreso a presentarle lo antes posible una propuesta. Por distintas razones, ahora hay muchas posibilidades para que esta reforma se haga realidad, entre otras cosas porque los republicanos tienen una posición menos virulenta contra los migrantes. Están convencidos de que el candidato Mitt Romney perdió la presidencia por su posición contra ellos. Todos recordamos su propuesta de hacerles la vida tan difícil que llegaran a autodeportarse. Caro le costaron al candidato semejantes declaraciones. Y ahora están sumamente preocupados por lo que les pueda pasar en las elecciones intermedias de 2014, pues si no suavizan el discurso podría ser devastador para ellos. Esto parece haberlo entendido el senador Marc Rubio, conocido por sus posiciones antinmigrantes, pero en el discurso en el que respondió al presidente Barack Obama, el día 12 de febrero, tomó una postura totalmente distinta, muy bien calculada, pues pretende ser candidato a la presidencia por su partido, el Republicano.
 
 
Sin embargo, esto no quiere decir que sea fácil el camino para que esta reforma llegue a tener las bases necesarias para que los indocumentados puedan transitar del limbo jurídico en el que se encuentran hacia condiciones que les permitan vivir y trabajar como cualquier otro ciudadano. Justamente ahí está una de las grandes polémicas que enfrenta la reforma migratoria. Los republicanos, sobre todo los de extrema derecha, no quieren que los indocumentados tengan ese derecho, a diferencia de los demócratas que plantean esa condición para que la reforma sea real.
 
Por otro lado, los republicanos también insisten en que primero el presidente tiene que certificar la seguridad fronteriza para discutir la reforma migratoria. Exigencia que no queda clara en qué pueda consistir, pues Obama ha reforzado la frontera invirtiendo más dinero y personal que otras administraciones, y el muro de la ignominia ahí sigue. Por otro lado, es el presidente que más deportaciones ha concretado en el periodo de su administración, sin importarle las condiciones de devastación en las que se quedan las familias. Por ejemplo, en el año fiscal de 2012 fueron deportados 410 mil migrantes.
 
Sin duda, un sustrato de conveniencia electoral está marcando esta historia, pero no puede olvidarse que Estados Unidos tiene problemas estructurales de difícil solución a corto plazo, tanto demográficos como educativos. Bajas tasas de natalidad que afectan la reproducción de la población económicamente activa, y las mujeres migrantes permiten, en alguna medida, revertir esa tendencia. En cuanto a la educación, Barack Obama fue muy claro en su discurso, planteando las dificultades que enfrenta el país: universidades muy caras, baja eficiencia terminal, mucho rezago a nivel de materias como matemáticas, ingeniería, ciencias, informática y tecnología, que les impide ser competitivos, asignaturas necesarias para que Estados Unidos recupere el liderazgo en la economía del conocimiento. En este marco, encontramos a los hijos de los migrantes indocumentados, los llamados dreamers, estudiantes talentosos que requiere la economía del conocimiento y a los que, sin embargo, los republicanos les regatean el apoyo para que puedan alcanzar las visas para ser residentes permanentes aun cuando los necesite el país.
 
Sin duda hay un momento histórico propicio que pasa tanto por lo electoral como por el hecho de que, lo reconozcan o no, se trata de un conjunto laboral necesario para el país. Esto me recuerda lo sucedido en 2001, cuando el presidente George W. Bush estaba presentando su propuesta de reforma migratoria y su portavoz explicaba en qué consistía esa reforma ante un público ciertamente conservador. Al terminar se le preguntó por qué en lugar de una reforma el gobierno no deportaba a los migrantes indocumentados. La respuesta de la portavoz fue contundente: porque el país se paralizaría, por eso.
 
El año 2001 fue también un momento crucial que estuvo muy cerca de lograr una reforma migratoria, suspendida por los acontecimientos del 11 de septiembre. Pero si estuvo tan cerca fue también por el papel que jugó México con la presentación de propuestas en relación con lo que debía ser una reforma migratoria que, si bien beneficiara a Estados Unidos, también a los migrantes. Y el ex canciller Jorge Castañeda fue central en esa discusión; sostenía que no sólo podía hablarse de un programa de trabajadores temporales, sino que se debía incluir lo que coloquialmente fue llamada la enchilada completa, es decir, la regularización de los migrantes indocumentados. Se habló mucho de la migratización de la relación México-Estados Unidos, palabra por demás extraña que fue utilizada en forma crítica. No entiendo tampoco la posición del muy respetado embajador Montaño, quien señala que no debe mexicanizarse la situación actual.
 
No estoy de acuerdo con estos puntos de vista, pues si los migrantes están en Estados Unidos es porque México no les ha ofrecido las condiciones para vivir y trabajar en forma decente, y el país tiene una deuda con ellos. Lo menos que debe hacer es contactar con los sectores más retrógrados para convencer de la importancia de estos trabajadores y alcanzar una reforma migratoria que en alguna medida salde esa deuda y se alcancen las mejores condiciones para los migrantes indocumentados.
 
México tiene una enorme responsabilidad. Sin embargo, es muy preocupante que el gobierno actual, en palabras de Peña Nieto, se hace a un lado, como si fueran extraterrestres los que se están jugando el futuro.

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