Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 15 de marzo de 2012

López Obrador, identidad clara asentada en valores y en conceptos-. El triunfo del binomio conservador, moralmente imposible

López Obrador, identidad clara asentada en valores y en conceptos

López Obrador, identidad clara asentada en valores y en  conceptos
Y no, no es este el caso de López Obrador. Él posee una identidad clara, asentada en valores y en conceptos.

Criticado y hasta odiado –merced a la campaña de mentiras que en su contra desataron Felipe Calderón y sus asesores hispanos (que ahora lo son de la señora Vázquez) en 2006--, nadie puede regatear a Andrés Manuel López Obrador su auténtico liderazgo político.
A diferencia de sus opositores en los comicios venideros, el liderazgo de AMLO está fundado en una amplia base popular, posee sustancia y un contenido sólido.
Priístas y panistas, mientras tanto, aún están a la búsqueda de un fundamento conceptual que los catapulte en las campañas proselitistas que a fines de este mes están por iniciar.
Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota están rodeados –puede decirse que hasta copados-- por legiones de asesores. Y sí, estos asesores pueden, con mayor o menor éxito, potenciar sus puntos fuertes y mitigar sus debilidades –que uno es “el guapo-guapo” de la novela de Gustavo Sáinz La Princesa de El Palacio de Hierro; que la otra es mujer y va al súper, no a La Comer--, lo que usted guste y mande, pero sin proyectar ideas.
Son las ideas, precisamente, las que importan en las campañas políticas. Las únicas que verdaderamente pueden impactar en la porción indecisa del electorado.
Y por supuesto, lo valores.
Presentarse ante el respetable como dandi, latinlover o mujeriego causa hilaridad, envidia, críticas, pero no deseos de votar por un personaje inconstante que, además, no cumple sus compromisos.
Esconder y discriminar a la hija de las cámaras fotográficas, por su problema de sobrepeso, para que no afee la imagen de “¡qué bonita familia!” que se busca proyectar, tampoco atrae sufragios a la causa.
Ese tipo de liderazgos adscritos, inventados, carecen de una identidad propia. Por eso los asesores son tan importantes para sus campañas. Porque estos asesores les “crean” una personalidad distinta a la que es real.
Y muchas veces los asesores fallan: a uno le hacen infinidad de chistes por sus constantes tropiezos –el del muy visible teleprompter, el más reciente--, la otra se convirtió en el hazmerreir generalizado por haber alcanzado el primer lugar “en las encuestas de salida: todos se le salieron del estadio”.
Fracasan las identidades inventadas. Ya lo vimos, también en 2006, con Felipe Calderón. No resultó lo que parecía ser. ¡Nos salió peor!
Y no, no es este el caso de López Obrador. Él posee una identidad clara, asentada en valores y en conceptos.
Los mismos, sí, que constante repite desde mucho antes del 2006 y que son los que ahora ha vuelto a presentar en su toma de protesta como candidato del PRD a la Presidencia de la República, el fin de semana inmediato anterior.
Para comunicarse, además, todo líder político necesita una historia.
López Obrador tiene la propia, labrada no sólo en movimientos sociales reivindicatorios de los derechos “de la gente”, como él señala, incluso en una exitosa gestión administrativa la frente de una de las ciudades del planeta más difíciles de gobernar: la capital nacional.
Los elementos que un líder político a día de hoy necesita son, entre otros, una identidad nítida basada en valores e ideas; un gran dominio de la comunicación; un lenguaje adaptado a los medios de comunicación; un proyecto político y, cómo no, ese elemento innato llamado carisma.
De los prospectos a llegar legal y legítimamente –ahora sí-- a Los Pinos, López Obrador es el único que reúne esos elementos.
Índice Flamígero: Si el próximo primero de julio tuviésemos que elegir no a los candidatos presidenciales, sino a sus coordinadores de campaña, desde ya sabríamos quién resultaría ganador. El de la campaña priísta, Luis Videgaray, tiene meses en el blanco de todas las críticas por su prepotencia, soberbia y… desconocimiento de la tarea que Enrique Peña le encomendó.
Roberto Gil Zuarth, como “chivo expiatorio”, ha salido a dar la cara a los medios –lo que se le reconoce-- por el desastroso evento dominical con el que puso a Josefina Vázquez en la picota. Pero con excusas no se alcanzan los triunfos. Y menos con un discurso arcaico –sobre sus abuelitos-- que fue lo que ahuyentó a la gente del estadio. Sólo el colmillo de Ricardo Monreal destaca –paradójicamente, por su discreción-- en lo bien manejada que, hasta ahora, va la campaña de su amigo Andrés Manuel López Obrador.
No elegiremos en julio a ningún coordinador. Pero, ojo, de ellos depende el triunfo de sus respectivos candidatos.

El triunfo del binomio conservador, moralmente imposible

El triunfo del binomio conservador, moralmente  imposible
Con Peña Nieto, el PRI tecnocrático pretende regresar a Los Pinos, lo que sería fatal para la nación

Mientras Enrique Peña Nieto busca con discursos hacer creer a la ciudadanía que el PRI representa un cambio en el país, el pueblo no olvida que la descomposición del sistema político viene desde los tiempos en que el partido tricolor era hegemónico, y que los niveles de empobrecimiento subieron de manera acelerada cuando los tecnócratas, amparados por dicho instituto político, impusieron el modelo neoliberal con el apoyo total del PAN.
Con Peña Nieto, el PRI tecnocrático pretende regresar a Los Pinos, lo que sería fatal para la nación, pues si bien no habría más de lo mismo que ha impulsado el partido blanquiazul, teniendo en cuenta que accedería al poder un grupo político diferente, en esencia la vida económica, social y política seguiría siendo la misma que se puso en marcha hace ya tres décadas.
Esto deben saberlo las clases mayoritarias, para actuar en consecuencia y no dejarse embaucar por la costosa propaganda del fatídico binomio conservador. El gran problema es que no es fácil hacerlo entender así a una población largamente víctima de la desinformación y despolitización más contundente en América Latina, gracias al eficaz apoyo del duopolio televisivo, así como a la manipulación ideológica que ejercen organizaciones ultraconservadoras como la Iglesia Católica.
Es verdad, como afirmó Andrés Manuel López Obrador en su discurso al rendir protesta como candidato del Movimiento Ciudadano, que “el triunfo de la derecha, de los conservadores, hoy día es moralmente imposible”. La cuestión de fondo es cómo hacerlo comprender a la población mayoritaria. Porque es un hecho incuestionable que nada es más inmoral que sustentar un elevadísimo nivel de vida a una minoría privilegiada, a costa de un empobrecimiento inmisericorde de la inmensa mayoría de la población.
Y más inmoral aún es que se pretenda ocultar esta dramática realidad bajo la máscara de una violencia que a su vez es consecuencia de la terrible descomposición del tejido social, como lo hace Felipe Calderón con su nefasta y fallida estrategia de lucha contra la delincuencia organizada, como si ésta fuera el principal problema de México, no las causas estructurales que originan el flagelo, mismas que se han agigantado en los doce años que lleva el PAN al frente del Ejecutivo federal.
Esto es lo que debe tener muy claro la ciudadanía, para no dejarse engañar por el monótono discurso calderonista, que sin duda seguirá repitiendo hasta el fin del sexenio. Así es porque asumió la presidencia de México sin un proyecto de gobierno, sino con el afán de justificar la depredación que tenía programada junto con sus patrocinadores y socios, misma que ha tenido costos elevadísimos para las clases mayoritarias, como lo ejemplifica la pérdida del poder de compra de los salarios.
De acuerdo con datos del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, el precio de la tortilla se elevó 70.5 por ciento en el sexenio; el del huevo lo hizo en 68 por ciento; el frijol bayo 127.3 por ciento y el aceite de cocina 83 por ciento el litro. En cambio, los salarios mínimos apenas se han “incrementado” 2 por ciento cada año durante el sexenio, cuando la tasa inflacionaria duplica ese porcentaje anualmente.
Con todo, para Calderón lo más preocupante es la violencia, no la pobreza y la marginación, las causas profundas de la descomposición social. En Jalisco, donde felicitó al gobernador panista, reiteró su cantaleta de siempre: “Jalisco no se va a dejar. Nosotros tampoco. Vamos a actuar para impedir que se apoderen (las bandas delictivas) de nuestros pueblos o comunidades”.
En casi seis años de violencia iniciada por su “gobierno”, ha quedado claro que la violencia del Estado lo único que ha conseguido es agravar el problema a niveles insospechados. Como si apenas iniciara el sexenio, dijo: “Contra ellos (los delincuentes) destinaremos más recursos y toda la fuerza del Estado para impedir sus propósitos”. Hace seis años tenían algún sentido tales palabras, pero hoy.
Con Josefina Vázquez Mota en Los Pinos, la fallida estrategia calderonista seguiría igual, porque cambiarla pondría en claro que Calderón falló como gobernante y esto cavaría la sepultura del PAN apenas iniciado el sexenio. Con Peña Nieto sucedería lo mismo, aunque por otros motivos. El principal, que no tiene un proyecto de nación democrático e incluyente, porque su objetivo básico es hacerse del poder para apuntalar los intereses del grupo tecnocrático encabezado por Carlos Salinas de Gortari.
Esto conviene que lo entienda la sociedad en su conjunto, sobre todo las clases medias que por motivos ideológicos se resisten a solidarizarse con el pueblo. Al parecer no saben y no aceptan que serían las principales perjudicadas por la política económica neoliberal excluyente, que tanto el priísta como la panista pondrían en marcha, conforme a los compromisos adquiridos con sus patrocinadores.
La única salvación para el país está en abrir las puertas a la democracia y a la justicia social. Es lo moralmente válido aquí y ahora, aunque sectores ultraconservadores como la jerarquía católica, pretendan evitarlo para seguir manteniendo privilegios éticamente reprobables.

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