Rusia: elecciones cuestionadas

Opositores a Putin protestan en Moscú.
Foto: AP
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MOSCÚ (apro).- Lunes cinco de marzo, Moscú parece una ciudad preparada para la guerra, o para un golpe de estado.
Por la céntrica avenida Tverskaya miles de hombres de las fuerzas especiales OMON, cientos de buses y camiones policiales, hacen un impresionante despliegue de fuerza, como para amedrentar a los moscovitas que se acercan al mitin convocado por todas las fuerzas de la oposición, en protesta por los resultados de las elecciones del domingo último, en las cuales el primer ministro Vladimir Vladimirovich Putin se consagró ganador con casi el 64% de los votos.
En la Plaza Pushkin, la plaza de la libertad, donde, a la sombra de la estatua del poeta se empezaron a realizar las primeras manifestaciones durante el gobierno de Mijail Gorbachov en los años ochenta, la policía cerca la entrada con arcos metálicos como los de los aeropuertos, para controlar a cada uno de los manifestantes.
Pero los moscovitas no se dejan asustar. A cuentagotas, miles y miles de jóvenes, mujeres clasemedieros, hombres de corbata, comunistas, liberales y nacionalistas personas cruzan los controles,.
En medio del despliegue de fuerzas de seguridad, un policía con megáfono grita: “Queridos ciudadanos, por favor, no se detengan, pasen a la manifestación”.
Es la paradoja de las elecciones y del sistema político ruso: una ciudad militarizada y un policía invitando amablemente a los ciudadanos a participar del mitin, como si fuera uno de sus promotores.
Manifestación de fuerza y debilidad al mismo tiempo. Esta es la imagen que dejó el atlético cinturón negro, Vladimir Putin, quien la noche anterior, ante miles de sus partidarios traídos en buses desde distintas ciudades, celebró su categórico triunfo y dejó rodar una lágrima por su mejilla, aunque luego aclaró que había sido por causa del viento helado que soplaba esa noche en Moscú.
Su discurso no dejó lugar a dudas. No hizo ninguna venia, no fue condescendiente con los perdedores, y se congratuló de haber vencido a quienes quieren “destruir a Rusia”, aunque no explicó si se refería a los terroristas, a las potencias extranjeras, o a la ola de protestas que atraviesa el país desde diciembre.
Es que, a pesar de haber ganado abrumadoramente, por primera vez en su doce años en el poder, ocho como presidente y cuatro como primer ministro, Vladimir Vladimirovich, tuvo que pelear esta elección, no contra los otros cuatro candidatos que no representaban ningún peligro, sino contra esta nueva opinión pública, la que se expresó en la plaza Bolotnaya, en la Avenida Andropova y en la Plaza Pushkin.
Será por eso que, a pesar de ser alérgico a las multitudes y a los gestos populistas, esta vez tuvo que recurrir a la misma arma que sus opositores, la movilización, convocando a miles de sus partidarios el 23 de febrero y el 4 de marzo, para festejar el triunfo.
Putin ganó con la Rusia profunda
Galina Mijailovna es jubilada, gana el equivalente a 200 dólares mensuales, una cifra que hace muy duro vivir en una ciudad tan cara como Moscú. El 4 de marzo cruzó la calle de su casa en Tiopli Stan, al suroccidente de la ciudad, para votar en la escuela del frente. Se detuvo en la mesa sobre la cual había “piroguis” (pasteles) y “blinis” (panqueques), también echo un vistazo los collares y pendientes que vendía otra “babushka” en la mesa vecina, y no escapó a su mirada los libros.
Subió al segundo piso, se distrajo en la exhibición de karate de los niños de la escuela, en el salón vecino al lugar donde estaban las urnas. Recibió su boletín, marcó en la boleta a Vladimir Putin y depositó su voto en la urna transparente.
“No hay alternativa”, dijo resignada. Natalia, de 20 años, que acaba de terminar sus estudios y pretende trabajar en inmigraciones, porta un abrigo de piel negro y botas con tacones tan altos que uno se pregunta cómo hace para caminar entre la nieve, decidió votar por Mijail Projorov, el millonario de 46 años. Tania, madre de dos hijos, de familia de exmilitares, votó por Guennadi Ziuganov, para protestar contra Putin.
Como Galia, millones de rusos votaron por Putin, sea porque no vieron una alternativa, sea porque están conformes con el crecimiento económico de los últimos años, que duplicó los ingresos de la población, redujo la deuda estatal y recuperó la “vertical del poder”, después de los “locos años noventa”.
Sin embargo, el primer ministro sacó menos votos que en 2004 (71%) y retrocedió en las grandes ciudades. En Moscú, obtuvo el porcentaje más bajo a nivel nacional, 47%, 17 puntos menos que el promedio, y Projorov salió en segundo lugar.
En San Petersburgo, la ciudad natal del presidente electo, y en Novosibirsk, la tercera del país, ganó con seis o siete puntos menos. El promedio del 64% se logró gracias a votaciones casi surrealistas como las Kazán, 82,9%, o las del Cáucaso: casi el 100% en Chechenia, 93% en Ingushetia y Daguestán.
Por el contrario, en Londres ganó Mijail Projorov casi en proporción inversa al resultado nacional: 57.86% contra 20% de Putin. No es raro, si se considera que la capital inglesa es, para los oligarcas, lo que Zurich era para Lenin y los bolcheviques rusos antes de la revolución, con las mansiones de Román Abramovich (150 millones de dólares), Elena Baturina, esposa del exalcalde de Moscú (100 millones), Alisher Usmanov (96 millones) y Oleg Deripaska (42.5 millones).
La democracia del carrusel
Las violaciones denunciadas varían entre el 1 y el 5%, lo cual, según los analistas, no altera el resultado. A pesar de esto, un amplio sector de la sociedad que votó por la oposición o que no participó, cuestiona el resultado de estas elecciones porque no hubo una verdadera competencia.
Los candidatos fueron hechos a la medida de Putin: el comunista Ziuganov tiene un techo del 20%, Serguei Mironov es visto como un apéndice del Kremlin, Vladimir Zhirinovsky no es tomado en serio, y Mijail Projorov, uno de los hombres más ricos del mundo, capturó parte del descontento, pero no es capaz de convencer a la Rusia profunda.
En segundo lugar, se aplicaron a fondo los mecanismos de presión administrativa y hubo una total desigualdad en la distribución de la propaganda electoral.
Los observadores denunciaron numerosos casos de “carrusel”, filas de buses viajando de escuela en escuela para que las mismas personas voten varias veces, y el sistema de “otkreplenie”, (desligar o desatar, en español), un talón que se otorga a las personas que no pueden votar en su domicilio registrado.
Muchas empresas e instituciones estatales piden a sus empleados esta autorización para votar cerca del lugar de trabajo para asegurar su lealtad. El viernes anterior a las elecciones, los talones “otkrepitelnye” se habían agotado en la región de Moscú.
Para Lev Gudkov, director centro analítico Levada, “no se puede decir que las elecciones fueron honestas porque hubo mucha presión y recursos administrativos, y los candidatos no tenían condiciones similares, porque el 80% del tiempo de televisión fue para Putin, y el resto, en un orden del 5%, se repartió entre los otros cuatro candidatos”.
Malestar político
La nueva clase media que creció en los últimos veinte años y que se benefició de las medidas económicas de Putin, que compra en IKEA, el enorme supermercado sueco, que viaja a Europa de vacaciones o que hace intercambio con alguna universidad parisina o inglesa, ahora quiere participar, y no solo comprar.
Muchos de estos nuevos consumidores consideran a Putin algo anacrónico, que habla de espías y de enemigos externos, como en los tiempos soviéticos, mientras que la nueva generación se comunica por Internet, que llega al 50% de los rusos y 70% de los moscovitas, sin barreras ni censuras.
Al malestar político se agrega un malestar social, más evidente en las regiones que en Moscú. A pesar del flujo de dólares proveniente de la exportación de petróleo y de gas, que constituye dos tercios de las ventas al exterior, el periodo Putin no ha revertido algunas de las más tristes estadísticas que se arrastran desde tiempos soviéticos, como la caída de la natalidad.
En 1992 había 148 millones de rusos, en el año 2000, al comenzar la era Putin había 147, y diez años después había 142. Cinco millones de rusos menos, y una desigualdad social que aumentó en los “años cero”: en 1990, el 10% más rico tenía ingresos 13 veces mayores que el 10% más pobre, y en el 2010, sus ingresos eran 17 veces más.
Esto, sumado a la arbitrariedad y a la sensación de que no existe igualdad frente a la ley. El caso más conocido, por tratarse del abogado de una firma internacional, fue el de Serguei Magnitski, asesor de la inversora británica Hermitage Capital, que murió en la cárcel en 2009 después de once meses en prisión preventiva acusado de evasión fiscal, y cuyo juicio continuó después de su muerte.
Algunos analistas hablan de “capitalismo postsoviético”, para explicar cómo se mantiene un sistema monopólico en el poder y la economía, sin concurrencia, donde se mezclan elementos de feudalismo y servidumbre, con funcionarios que viven de extraer dinero a los ciudadanos hasta para sacar la licencia de conducción.
Putin es el mismo, pero la sociedad cambió
Para Evgeni Gontmaker, vicedirector de INSOR (Instituto para el Desarrollo Contemporáneo), un influyente centro de investigación vinculado al presidente Dmitri Medvedev, Putin tiene un electorado de un 50% de la población, que vota de manera conservadora: “La gente que se asustó por el temor a una nueva revolución, que no quiere revoluciones, porque ya hubo muchas en este país. Putin pudo ganar con tal propaganda”.
“¿Hay vida después de Putin?”, se preguntaba un programa de televisión favorable al primer ministro, transmitiendo la idea de que sin Putin sobrevendrá el caos.
Una de las representantes de “Nashi”, el movimiento juvenil de apoyo a Putin, dijo en estos días que su tarea era “impedir una revolución naranja”, como la que hubo en Ucrania en 2004, cuando la Plaza Maidan de Kiev se llenó de carpas contra el fraude electoral.
Gudkov, del centro Levada, opina que el precio de este enfoque, ha sido “alejar a la parte más activa de la sociedad, ese 30% que quiere cambiar algo, al costo de oponer los obreros con la gente de la Plaza Bolotnaya, a Moscú con la provincia”, lo cual hará más difícil dirigir el país.
“Putin es el mismo, pero esta es otra sociedad”, concluye.
El zar está en problemas
“El comienzo del fin”, fue el título que la revista inglesa The Economist utilizó en el número dedicado al seguro triunfo de Putin. Parece extraño anunciar su final cuando acaba de recibir una montaña de votos, pero lo cierto es que la situación política se ha modificado por completo.
“La particularidad del poder autoritario es que no puede ser débil, porque se desmorona”, señala Gudkov. Por eso, a pesar del despliegue de fuerza, de los “carruseles”, de las manifestaciones enormes y del 64%, Putin ha iniciado su cuenta regresiva.
Yuri Shevchuk, el conocido cantante del grupo DDT, que ha participado en todas las marchas de la oposición, graficó la nueva etapa política diciendo que la madre Rusia está pariendo la democracia. “Estoy parado con un ramo de flores en la clínica de maternidad, y le deseo lo mejor”.
Por la céntrica avenida Tverskaya miles de hombres de las fuerzas especiales OMON, cientos de buses y camiones policiales, hacen un impresionante despliegue de fuerza, como para amedrentar a los moscovitas que se acercan al mitin convocado por todas las fuerzas de la oposición, en protesta por los resultados de las elecciones del domingo último, en las cuales el primer ministro Vladimir Vladimirovich Putin se consagró ganador con casi el 64% de los votos.
En la Plaza Pushkin, la plaza de la libertad, donde, a la sombra de la estatua del poeta se empezaron a realizar las primeras manifestaciones durante el gobierno de Mijail Gorbachov en los años ochenta, la policía cerca la entrada con arcos metálicos como los de los aeropuertos, para controlar a cada uno de los manifestantes.
Pero los moscovitas no se dejan asustar. A cuentagotas, miles y miles de jóvenes, mujeres clasemedieros, hombres de corbata, comunistas, liberales y nacionalistas personas cruzan los controles,.
En medio del despliegue de fuerzas de seguridad, un policía con megáfono grita: “Queridos ciudadanos, por favor, no se detengan, pasen a la manifestación”.
Es la paradoja de las elecciones y del sistema político ruso: una ciudad militarizada y un policía invitando amablemente a los ciudadanos a participar del mitin, como si fuera uno de sus promotores.
Manifestación de fuerza y debilidad al mismo tiempo. Esta es la imagen que dejó el atlético cinturón negro, Vladimir Putin, quien la noche anterior, ante miles de sus partidarios traídos en buses desde distintas ciudades, celebró su categórico triunfo y dejó rodar una lágrima por su mejilla, aunque luego aclaró que había sido por causa del viento helado que soplaba esa noche en Moscú.
Su discurso no dejó lugar a dudas. No hizo ninguna venia, no fue condescendiente con los perdedores, y se congratuló de haber vencido a quienes quieren “destruir a Rusia”, aunque no explicó si se refería a los terroristas, a las potencias extranjeras, o a la ola de protestas que atraviesa el país desde diciembre.
Es que, a pesar de haber ganado abrumadoramente, por primera vez en su doce años en el poder, ocho como presidente y cuatro como primer ministro, Vladimir Vladimirovich, tuvo que pelear esta elección, no contra los otros cuatro candidatos que no representaban ningún peligro, sino contra esta nueva opinión pública, la que se expresó en la plaza Bolotnaya, en la Avenida Andropova y en la Plaza Pushkin.
Será por eso que, a pesar de ser alérgico a las multitudes y a los gestos populistas, esta vez tuvo que recurrir a la misma arma que sus opositores, la movilización, convocando a miles de sus partidarios el 23 de febrero y el 4 de marzo, para festejar el triunfo.
Putin ganó con la Rusia profunda
Galina Mijailovna es jubilada, gana el equivalente a 200 dólares mensuales, una cifra que hace muy duro vivir en una ciudad tan cara como Moscú. El 4 de marzo cruzó la calle de su casa en Tiopli Stan, al suroccidente de la ciudad, para votar en la escuela del frente. Se detuvo en la mesa sobre la cual había “piroguis” (pasteles) y “blinis” (panqueques), también echo un vistazo los collares y pendientes que vendía otra “babushka” en la mesa vecina, y no escapó a su mirada los libros.
Subió al segundo piso, se distrajo en la exhibición de karate de los niños de la escuela, en el salón vecino al lugar donde estaban las urnas. Recibió su boletín, marcó en la boleta a Vladimir Putin y depositó su voto en la urna transparente.
“No hay alternativa”, dijo resignada. Natalia, de 20 años, que acaba de terminar sus estudios y pretende trabajar en inmigraciones, porta un abrigo de piel negro y botas con tacones tan altos que uno se pregunta cómo hace para caminar entre la nieve, decidió votar por Mijail Projorov, el millonario de 46 años. Tania, madre de dos hijos, de familia de exmilitares, votó por Guennadi Ziuganov, para protestar contra Putin.
Como Galia, millones de rusos votaron por Putin, sea porque no vieron una alternativa, sea porque están conformes con el crecimiento económico de los últimos años, que duplicó los ingresos de la población, redujo la deuda estatal y recuperó la “vertical del poder”, después de los “locos años noventa”.
Sin embargo, el primer ministro sacó menos votos que en 2004 (71%) y retrocedió en las grandes ciudades. En Moscú, obtuvo el porcentaje más bajo a nivel nacional, 47%, 17 puntos menos que el promedio, y Projorov salió en segundo lugar.
En San Petersburgo, la ciudad natal del presidente electo, y en Novosibirsk, la tercera del país, ganó con seis o siete puntos menos. El promedio del 64% se logró gracias a votaciones casi surrealistas como las Kazán, 82,9%, o las del Cáucaso: casi el 100% en Chechenia, 93% en Ingushetia y Daguestán.
Por el contrario, en Londres ganó Mijail Projorov casi en proporción inversa al resultado nacional: 57.86% contra 20% de Putin. No es raro, si se considera que la capital inglesa es, para los oligarcas, lo que Zurich era para Lenin y los bolcheviques rusos antes de la revolución, con las mansiones de Román Abramovich (150 millones de dólares), Elena Baturina, esposa del exalcalde de Moscú (100 millones), Alisher Usmanov (96 millones) y Oleg Deripaska (42.5 millones).
La democracia del carrusel
Las violaciones denunciadas varían entre el 1 y el 5%, lo cual, según los analistas, no altera el resultado. A pesar de esto, un amplio sector de la sociedad que votó por la oposición o que no participó, cuestiona el resultado de estas elecciones porque no hubo una verdadera competencia.
Los candidatos fueron hechos a la medida de Putin: el comunista Ziuganov tiene un techo del 20%, Serguei Mironov es visto como un apéndice del Kremlin, Vladimir Zhirinovsky no es tomado en serio, y Mijail Projorov, uno de los hombres más ricos del mundo, capturó parte del descontento, pero no es capaz de convencer a la Rusia profunda.
En segundo lugar, se aplicaron a fondo los mecanismos de presión administrativa y hubo una total desigualdad en la distribución de la propaganda electoral.
Los observadores denunciaron numerosos casos de “carrusel”, filas de buses viajando de escuela en escuela para que las mismas personas voten varias veces, y el sistema de “otkreplenie”, (desligar o desatar, en español), un talón que se otorga a las personas que no pueden votar en su domicilio registrado.
Muchas empresas e instituciones estatales piden a sus empleados esta autorización para votar cerca del lugar de trabajo para asegurar su lealtad. El viernes anterior a las elecciones, los talones “otkrepitelnye” se habían agotado en la región de Moscú.
Para Lev Gudkov, director centro analítico Levada, “no se puede decir que las elecciones fueron honestas porque hubo mucha presión y recursos administrativos, y los candidatos no tenían condiciones similares, porque el 80% del tiempo de televisión fue para Putin, y el resto, en un orden del 5%, se repartió entre los otros cuatro candidatos”.
Malestar político
La nueva clase media que creció en los últimos veinte años y que se benefició de las medidas económicas de Putin, que compra en IKEA, el enorme supermercado sueco, que viaja a Europa de vacaciones o que hace intercambio con alguna universidad parisina o inglesa, ahora quiere participar, y no solo comprar.
Muchos de estos nuevos consumidores consideran a Putin algo anacrónico, que habla de espías y de enemigos externos, como en los tiempos soviéticos, mientras que la nueva generación se comunica por Internet, que llega al 50% de los rusos y 70% de los moscovitas, sin barreras ni censuras.
Al malestar político se agrega un malestar social, más evidente en las regiones que en Moscú. A pesar del flujo de dólares proveniente de la exportación de petróleo y de gas, que constituye dos tercios de las ventas al exterior, el periodo Putin no ha revertido algunas de las más tristes estadísticas que se arrastran desde tiempos soviéticos, como la caída de la natalidad.
En 1992 había 148 millones de rusos, en el año 2000, al comenzar la era Putin había 147, y diez años después había 142. Cinco millones de rusos menos, y una desigualdad social que aumentó en los “años cero”: en 1990, el 10% más rico tenía ingresos 13 veces mayores que el 10% más pobre, y en el 2010, sus ingresos eran 17 veces más.
Esto, sumado a la arbitrariedad y a la sensación de que no existe igualdad frente a la ley. El caso más conocido, por tratarse del abogado de una firma internacional, fue el de Serguei Magnitski, asesor de la inversora británica Hermitage Capital, que murió en la cárcel en 2009 después de once meses en prisión preventiva acusado de evasión fiscal, y cuyo juicio continuó después de su muerte.
Algunos analistas hablan de “capitalismo postsoviético”, para explicar cómo se mantiene un sistema monopólico en el poder y la economía, sin concurrencia, donde se mezclan elementos de feudalismo y servidumbre, con funcionarios que viven de extraer dinero a los ciudadanos hasta para sacar la licencia de conducción.
Putin es el mismo, pero la sociedad cambió
Para Evgeni Gontmaker, vicedirector de INSOR (Instituto para el Desarrollo Contemporáneo), un influyente centro de investigación vinculado al presidente Dmitri Medvedev, Putin tiene un electorado de un 50% de la población, que vota de manera conservadora: “La gente que se asustó por el temor a una nueva revolución, que no quiere revoluciones, porque ya hubo muchas en este país. Putin pudo ganar con tal propaganda”.
“¿Hay vida después de Putin?”, se preguntaba un programa de televisión favorable al primer ministro, transmitiendo la idea de que sin Putin sobrevendrá el caos.
Una de las representantes de “Nashi”, el movimiento juvenil de apoyo a Putin, dijo en estos días que su tarea era “impedir una revolución naranja”, como la que hubo en Ucrania en 2004, cuando la Plaza Maidan de Kiev se llenó de carpas contra el fraude electoral.
Gudkov, del centro Levada, opina que el precio de este enfoque, ha sido “alejar a la parte más activa de la sociedad, ese 30% que quiere cambiar algo, al costo de oponer los obreros con la gente de la Plaza Bolotnaya, a Moscú con la provincia”, lo cual hará más difícil dirigir el país.
“Putin es el mismo, pero esta es otra sociedad”, concluye.
El zar está en problemas
“El comienzo del fin”, fue el título que la revista inglesa The Economist utilizó en el número dedicado al seguro triunfo de Putin. Parece extraño anunciar su final cuando acaba de recibir una montaña de votos, pero lo cierto es que la situación política se ha modificado por completo.
“La particularidad del poder autoritario es que no puede ser débil, porque se desmorona”, señala Gudkov. Por eso, a pesar del despliegue de fuerza, de los “carruseles”, de las manifestaciones enormes y del 64%, Putin ha iniciado su cuenta regresiva.
Yuri Shevchuk, el conocido cantante del grupo DDT, que ha participado en todas las marchas de la oposición, graficó la nueva etapa política diciendo que la madre Rusia está pariendo la democracia. “Estoy parado con un ramo de flores en la clínica de maternidad, y le deseo lo mejor”.

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