Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 28 de diciembre de 2012

¿Una acción militar de EU en América del Sur?- Paz en una nación armada- PENULTIMATUM

¿Una acción militar de EU en América del Sur?
Raúl Zibechi
La última edición de la Revista de Anticipación Política-MAP, publicada por el Laboratorio Europeo de Anticipación Política (Leap), está en gran parte dedicada al análisis de las tendencias regionales en América del Sur entre 2012 y 2016. El capítulo dedicado al tema tiene un título sugerente: Incertidumbre entre dominación estadunidense e independencia regional.
 
La publicación sostiene que el actual escenario regional e internacional presenta condiciones excepcionales para que Suramérica se constituya en una región geopolíticamente soberana, luego del fracaso del Consenso de Washington y de la estrategia de integración orientada por Estado Unidos a través del ALCA. Analiza brevemente la política estadunidense de construir una alianza con sus aliados del Pacífico, con el objetivo de crear una barrera que podría dificultar las relaciones comerciales con Asia a los países de la zona del Atlántico.

El punto álgido del análisis es el militar. Los analistas del Leap sostienen que América del Sur debe prepararse para una posible acción militar estadunidense, país que está militarizando el territorio latinoamericano para fortalecer su posición de dominio. El think tank geopolítico europeo, cercano al presidente François Hollande, se detiene en la creciente presencia militar del Comando Sur en la región y concluye que con el éxito del golpe institucional en Paraguay contra Fernando Lugo, Estados Unidos ha consolidado su poder militar en el corazón de países del Unasur.

La convicción de que la superpotencia en decadencia pretende recolonizar la región recurriendo a acciones militares no es novedosa, salvo por el hecho de provenir de un importante centro europeo y por llevar los análisis hasta las últimas consecuencias. El hombre siempre ha utilizado las armas que ha desarrollado, y el mundo acostumbra a salir de las crisis sistémicas con una gran guerra, después de la cual se dan las condiciones para el nuevo orden, son dos de las ideas-guías de ese análisis.

Surgen de inmediato dos preguntas. ¿Está la región preparada para enfrentar una acción militar recolonizadora del Pentágono? ¿Cómo imaginamos, y cómo nos preparamos para la transición a un mundo nuevo, quizá sólo multipolar, ojalá también socialista?

La primera respuesta es que aún no están dadas las condiciones para enfrentar, como región, a Estados Unidos. Sólo Brasil y Venezuela tienen conciencia de las dificultades que vendrán en el futuro inmediato y se están preparando para ello, según las capacidades de cada cual. Brasil se dotó de una Estrategia Nacional de Defensa bajo el segundo gobierno de Lula; está procediendo a revitalizar su industria militar y a construir los medios necesarios para su defensa, incluyendo, como ya se ha dicho en esta columna, la construcción de submarinos nucleares.

Sin embargo, tropieza con algunas dificultades y limitaciones. La nueva postergación de la compra de cazas de última generación, proceso que ya lleva dos décadas, y sobre todo la reciente inclinación por los F-18 de Boeing en vez de los franceses Rafale, revela cómo las presiones de la Casa Blanca consiguen resultados en países que parecían firmes en sus decisiones.
 
Como se sabe, Venezuela también ha dado pasos importantes para defenderse de eventuales acciones militares pero sigue estando en el ojo del huracán desestabilizador de Washington y las derechas regionales. En los demás países predomina o bien un claro alineamiento con la política del Pentágono (casos de Chile, Colombia, Perú y ahora también Paraguay) o posiciones ambiguas como las de Uruguay. En todo caso, en la mayor parte de los gobiernos de la región prevalece la convicción de que no habrá que enfrentar situaciones extremas.
 
La segunda pregunta sigue requiriendo un debate estratégico sobre cómo prevemos la llegada de los cambios y cómo nos preparamos para hacerlos realidad. En este punto se impone una reflexión lateral: los cambios de verdad, los que se relacionan con abrir el escenario político a nuevas relaciones sociales, a nuevas formas de poder y por lo tanto a una nueva sociedad, no vendrán de los gobiernos sino de los abajos, de la gente común organizada en movimientos.
 
Lo contrario no puede ser sino la continuidad de la opresión bajo otras formas. ¿Hemos aprendido algo de las revoluciones independentistas que sólo cambiaron las élites y dejaron sin tocar las relaciones sociales y de poder? En un texto luminoso, El problema primario del Perú, José Carlos Mariátegui sostuvo: La república ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. Fue más lejos y aseguró que el virreinato fue menos culpable de la situación del indio que los republicanos que los adormecieron al inscribir demagógicamente sus demandas en un programa que nunca cumplieron.
 
Así las cosas, surge el tercer problema: prepararnos para un futuro de guerras y confrontaciones impuestas por el imperio y las clases dominantes supone, en primer lugar, construir la convicción subjetiva de la inevitabilidad de estos escenarios. Un análisis que incluya como eje central la preparación de fuerzas para esa eventualidad, que no se reduce a una cuestión sólo militar sino implica algo más profundo y previo: la disposición anímica, que pasa por una ética de no involucrarse con los de arriba, se llamen burguesía, Estado, medios de la derecha u ONG.
 
Desde este punto de vista, en América del Sur estamos aún muy lejos. En la medida en que no tenemos recetas prontas para aplicar sobre cómo hacer y qué rumbos tomar, los ejemplos y referencias pueden ser de enorme ayuda. Esos hombres, esas mujeres y esos niños que el 21 de diciembre levantaron el puño en silencio en cinco ciudades de Chiapas nos muestran el estado anímico y organizativo necesarios para afrontar este periodo histórico. Escuchémonos a nosotros, bien adentro, para identificar lo que nos falta.
 
Paz en una nación armada
Michael Moore
Foto
Manifestantes se expresan contra la violencia y las armas, en el Puente de Brooklyn, en Nueva York, el pasado domingo 23 de diciembreFoto Reuters
Amigos:
Luego de presenciar la deschavetada y mentirosa conferencia de prensa de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el viernes pasado, me quedó claro que la profecía maya se ha cumplido. Excepto que el único mundo que ha terminado es el de la NRA. El poder fanfarrón que le ha permitido dictar la política sobre armas de este país se ha acabado. A la nación le repugna la masacre en Connecticut, y los signos están en todas partes: un entrenador de basquetbol en una conferencia de prensa después de un partido; el republicano Joe Scarborough; el dueño de una casa de empeños en Florida; un programa de recompra de armas en Nueva Jersey; y el juez conservador y dueño de armas que condenó a Jared Loughner.
 
Aquí está, pues, mi brindis decembrino para ustedes:
 
Estas masacres con armas de fuego no terminarán pronto.
Siento decir esto, pero muy en el fondo todos sabemos que es cierto. No significa que no debamos seguir presionando: después de todo, el impulso está de nuestra parte. Sé que a todos nosotros, yo incluido, nos gustaría que el presidente y el Congreso promulgaran leyes más estrictas sobre armas. Necesitamos que se prohíban las armas automáticas y semiautomáticas y los magacines que contienen más de siete balas. Necesitamos mejores revisiones de antecedentes y más servicios de salud mental. Necesitamos regular las municiones también.
 
Pero, amigos, me gustaría proponer que si bien todo lo anterior reducirá las muertes por armas de fuego (pregúntenle al alcalde Bloomberg: es prácticamente imposible comprar una arma en Nueva York y el resultado es que el número de homicidios por año se ha reducido de 2 mil 200 a menos de 400), en realidad no pondrá fin a estos asesinatos en masa ni atacará el problema esencial que tenemos. Connecticut tenía una de las leyes más severas sobre armas en el país, y no sirvió de nada para prevenir la matanza de 20 niños el 14 de diciembre.
 
De hecho, seamos claros sobre Newtown: el asesino no tenía antecedentes penales, así que jamás habría aparecido en una revisión en archivos policiales. Todas las armas que empleó fueron adquiridas legalmente; ninguna encajaba en la definición legal de arma de asalto. El asesino parecía tener problemas mentales y su madre lo hizo buscar ayuda, pero fue inútil. En cuanto a medidas de seguridad, la escuela Sandy Hook fue cerrada con candados antes de que el homicida se presentara esa mañana. Se habían realizado simulacros precisamente contra ese tipo de eventos. De mucho que sirvió.
 
Y he aquí el hecho sucio que ninguno de nosotros los liberales quiere discutir: el asesino sólo se detuvo cuando vio que los policías llegaban en tropel a la escuela, es decir, hombres armados. Cuando vio llegar las armas, detuvo el baño de sangre y se mató. Las armas de los policías impidieron que ocurrieran otras 20, 40 o 100 muertes. A veces las armas funcionan. (Sin embargo, hubo un alguacil armado en la escuela preparatoria de Columbine el día de la matanza y no pudo o no quiso detenerla.)
 
Lamento ofrecer esta verificación de realidades en nuestra muy necesaria marcha hacia un montón de cambios bienintencionados y necesarios –pero a la larga, cosméticos en su mayoría– en nuestras leyes sobre armas. Los hechos tristes son estos: otros países donde abundan las armas (como Canadá, donde hay 7 millones de armas en sus 12 millones de hogares, la mayoría de caza) tienen una tasa de homicidios más baja. Los chicos de Japón ven las mismas películas violentas, y los de Australia practican los mismos juegos violentos de video (El Gran Robo de Autos fue creado por una firma británica; el Reino Unido tuvo 58 asesinatos por arma de fuego en una nación de 63 millones de habitantes). Esta es la pregunta que deberíamos explorar en lo que prohibimos y restringimos las armas: ¿quiénes somos?
 
Trataré de contestar esta pregunta.
 
Somos un país cuyos líderes oficialmente aprueban y cometen actos de violencia como medio para lograr un fin a menudo inmoral. Invadimos países que no nos atacaron. Ahora usamos drones en media docena de países, y con frecuencia matan civiles.
 
Puede que esto no sea sorpresa para nosotros, siendo una nación fundada en el genocidio y construida sobre las espaldas de esclavos. Nos causamos 600 mil muertes en una guerra civil. Conquistamos el Salvaje Oeste con una revólver de seis tiros y violamos, golpeamos y matamos a nuestras mujeres sin piedad y a un ritmo asombroso: cada tres horas se comete el asesinato de una mujer en Estados Unidos (la mitad de las veces por su pareja actual o su ex); cada tres minutos hay una violación, y cada 15 minutos alguna mujer recibe una golpiza.
 
Pertenecemos a un grupo ilustre de naciones que aún aplican la pena de muerte (Corea del Norte, Arabia Saudita, China, Irán). No nos causa mayor conflicto que decenas de miles de nuestros ciudadanos perezcan cada año porque carecen de seguridad social y por tanto no ven a un médico hasta que es demasiado tarde.
 
¿Por qué hacemos esto? Una teoría es que es simplemente porque podemos. Existe un nivel de arrogancia en el espíritu estadunidense, amistoso por lo demás, que nos persuade de creer que poseemos algo excepcional que nos separa de todos esos otros países (sí tenemos muchas cosas buenas; lo mismo puede decirse de Bélgica, Nueva Zelanda, Francia, Alemania, etcétera). Creemos ser número uno en todo, cuando la verdad es que nuestros estudiantes están en el lugar 17 en ciencias y el 25 en matemáticas, y ocupamos el lugar 35 en expectativa de vida. Creemos tener la democracia más grandiosa, pero nuestra participación en urnas es la menor de cualquier democracia occidental.
 
Somos lo más grande y lo mejor en todo, y exigimos y tomamos lo que queremos. Y a veces tenemos que ser unos violentos hijos de puta para obtenerlo. Pero si uno de nosotros no capta el mensaje y muestra la naturaleza sicótica y los brutales resultados de la violencia en Newtown, en Aurora o en el Tec de Virginia, entonces todos nos ponemos tristes, nuestros corazones están con los familiares y los presidentes prometen adoptar medidas significativas. Bueno, tal vez en esta ocasión este presidente lo diga en serio. Será mejor que así sea. Una enfurecida multitud de millones no va a dejar caer el tema.
 
 
Mientras discutimos y demandamos lo que se debe hacer, me permito pedir que nos detengamos a echar una ojeada a los que creo que son los tres factores extenuantes que podrían responder a la pregunta de por qué los estadunidenses tenemos más violencia que casi nadie más:
 
1. Pobreza. Si hay algo que nos separa del resto del mundo desarrollado, es esto: 50 millones de nuestros compatriotas viven en pobreza. Uno de cada cinco estadunidenses tiene hambre en algún momento del año. La mayoría de quienes no son pobres viven al día. No hay duda de que esto crea más crimen. Los empleos en la clase media previenen el crimen y la violencia. (Si no lo creen, háganse esta pregunta: si su vecino tiene empleo y gana 50 mil dólares al año, ¿qué probabilidades hay de que se meta en su casa, les meta un tiro en la cabeza y se lleve el televisor? Ninguna.)
2. Miedo/racismo. Somos un país terriblemente miedoso, si se considera que, a diferencia de la mayoría de las otras naciones, jamás hemos sido invadidos. (No, 1812 no fue una invasión: nosotros la empezamos.) ¿Para qué diablos necesitamos 300 millones de armas en nuestros hogares? Entiendo que los rusos estén un poco amoscados (más de 20 millones de ellos murieron en la Segunda Guerra Mundial). Pero, ¿cuál es nuestro pretexto? ¿Nos preocupa que los indios del casino nos hagan la guerra? ¿Que los canadienses parezcan estar amasando demasiadas tiendas de donas Tim Horton a ambos lados de la frontera?
No. Es porque muchas personas blancas tienen miedo de las personas negras. La gran mayoría de las armas en Estados Unidos se venden a personas blancas que viven en suburbios o en el campo. Cuando fantaseamos con ser asaltados o con que nuestra casa sea invadida, ¿qué imagen nos formamos del perpetrador en nuestra mente? ¿Es el chico pecoso que vive en nuestra calle, o alguien que es, si no negro, al menos pobre?
Creo que valdría la pena: a) esforzarnos por erradicar la pobreza y recrear la clase media que teníamos, y b) dejar de promover la imagen del hombre negro como el coco que va a hacernos daño. Cálmense, personas blancas, y desháganse de sus armas.
3. La sociedad del yo. Creo que la norma del cada quien para su santo de este país es lo que nos ha puesto en el hoyo en que nos encontramos, y ha sido nuestra perdición. ¡Ráscate con tus uñas! ¡No eres mi problema! ¡Esto es mío!
Sin duda, ya no cuidamos de nuestros hermanos y hermanas. ¿Está usted enfermo y no puede costear la operación? No es mi problema. ¿El banco le embargó su casa? No es mi problema. ¿No tiene dinero para ir a la universidad? No es mi problema.
Y sin embargo, tarde o temprano se convierte en nuestro problema, ¿o no? Si quitamos demasiadas redes de seguridad, todos comenzamos a sentir el impacto. ¿Quieren vivir en una sociedad así, en la cual sí tendrán una razón legítima para sentir miedo? Yo no.
No digo que en otros lados sea perfecto, pero en mis viajes he notado que otros países civilizados ven un beneficio nacional en cuidar unos de otros. Cuidado médico gratuito, universidades gratuitas o de bajo costo, atención a la salud mental. Y me pregunto, ¿por qué no podemos hacer esto? Creo que es porque en muchos otros países las personas no se ven como separadas o solas, sino juntas en la senda de la vida, en la que cada una existe como parte integrante de un todo. Y uno ayuda a otros cuando tienen necesidad, no los castiga porque han tenido una desgracia o una mala racha. Tengo que creer que una de las razones por las que los asesinatos con armas de fuego son tan raros en otros países es porque hay menos mentalidad de lobo solitario entre sus ciudadanos. La mayoría son educados con un sentido de conexión, si no de abierta solidaridad. Y eso hace más difícil matarse unos a otros.
Bueno, pues he ahí algo en qué pensar mientras disfrutamos de las festividades. No se olviden de darle mis saludos a su cuñado conservador. Hasta él les dirá que si no pueden acertarle a un ciervo en tres disparos –y afirman necesitar un cargador de 30 tiros– es que no son cazadores, y no tienen nada que hacer con una arma en la mano.
¡Disfruten las fiestas!
Su amigo,
Michael Moore
Traducción: Jorge Anaya
 
Penultimátum
Los ricos también lloran
Junto con Jean Moreau, Michel Piccoli, Jean-Louis Trintignant, Brigitte Bardot y Catherine Deneuve, Gérard Depardieu es, a sus 63 años de edad, leyenda viva del cine francés. También centro de escándalo por su afición a la bebida o por orinar en una botella delante de los pasajeros en un vuelo de Air France. Ahora causa indignación al anunciar que vivirá en un pueblo belga para no pagar un impuesto excepcional con vigencia de dos años que afectaría a quienes reciben ingresos superiores a 1.3 millones de dólares al año. El gobierno galo necesita recursos para enfrentar la crisis de las finanzas públicas, que afecta, por ejemplo, la seguridad social y la educación. Para ello aumentó los impuestos a los muy ricos y eliminó exenciones fiscales que favorecían a las grandes fortunas.
 
El actor se suma así a la lista de quienes prefieren cambiar de residencia, y hasta de nacionalidad, con tal de que sus ingresos no los toque el fisco. Como los dueños de Louis Vuitton, los supermercados Carrefur y Auchan o las tiendas de aparatos eléctricos Darty. Bélgica, Suiza y Luxemburgo son paraísos fiscales que atraen fortunas europeas. A cambio reciben migajas por la presencia ocasional de los potentados.

La decisión de Depardieu fue duramente criticada por varios integrantes del gabinete socialista. Y contra ellos descargó el actor su furia, pues consideró que lo habían insultado. Además, devolvió su pasaporte alegando que el gobierno sanciona el éxito, la creación, el talento, la diferencia. Le respondieron que no se están gravando sus virtudes, sino su riqueza. Quien merecidamente obtuvo el Óscar en 1990 por su papel de Cyrano de Bergerac posee restaurantes y viñedos en Francia, Argentina y España, además de acciones en importantes compañías. Recientemente puso en venta su mansión parisina en 65 millones de dólares.
 
También los ricos italianos buscan paraísos fiscales. Como los modistos Dolce&Gabbana, acusados en 2010 de evadir casi mil 300 millones de dólares entre 2004 y 2005. Hace un año un juzgado de Milán decidió archivar la acusación, pero la corte suprema recientemente pidió reabrir el caso.
 
A los modistos se les acusa de crear en Luxemburgo una sociedad ficticia, Gado, para evitar pagar al fisco millonarias cifras. A Gado le confiaron el control de las marcas del grupo, pero se descubrió que se manejaban en realidad desde Milán.
 
Con igual virulencia que el actor francés, los diseñadores criticaron al gobierno italiano: ¡¡¡Ladrones!!! No saben cómo hacer para quitarnos el dinero. Ese gobierno que obligó al tenor Luciano Pavarotti a pagar los 16 millones de dólares por impuestos atrasados. Y que no ha podido que otro famoso, el futbolista Maradona, le cubra al fisco 50 millones de dólares. Los ricos también lloran.

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