Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 20 de enero de 2013

La mayor amenaza a la paz mundial- Lincoln- Estados y municipios: atención y esclarecimiento necesarios

La mayor amenaza a la paz mundial
Noam Chomsky
Al informar sobre el debate final de la campaña presidencial en Estados Unidos, The Wall Street Journal observó que el único país más mencionado (que Israel) fue Irán, al cual la mayoría de naciones de Medio Oriente ven como la mayor amenaza a la seguridad de la región.
 
Los dos candidatos estuvieron de acuerdo en que un Irán nuclear es la mayor amenaza a la región, si no al mundo, como Romney sostuvo explícitamente reiterando una opinión convencional.

Acerca de Israel, los candidatos rivalizaron en declararle su devoción, pero ni así los funcionarios israelíes se dieron por satisfechos. Esperaban “un lenguaje más ‘agresivo’ de Romney”, según los reporteros. No fue suficiente que Romney exigiera que no se permitiese a Irán alcanzar un punto de capacidad nuclear.

También los árabes estaban insatisfechos, porque los temores árabes acerca de Irán se debatieron desde la óptica de la seguridad israelí, no de la región, y las preocupaciones de los árabes se pasaron por alto: una vez más, el tratamiento convencional.

El artículo del Journal, como incontables otros sobre Irán, deja sin respuesta preguntas esenciales, entre ellas: ¿quién exactamente ve a Irán como la amenaza más grave a la seguridad? ¿Y qué creen los árabes (y la mayor parte del mundo) que se puede hacer ante esa amenaza, la vean como la vean?

La primera pregunta es fácil de contestar. La amenaza iraní es abrumadoramente una obsesión de Occidente, compartida por dictadores árabes, aunque no por las poblaciones árabes.

Como han mostrado numerosas encuestas, aunque los ciudadanos de los países árabes en general no simpatizan con Irán, no lo consideran una amenaza muy grave. Más bien perciben que la amenaza son Israel y Estados Unidos, y muchos, a veces importantes mayorías, ven en las armas nucleares iraníes un contrapeso a esas amenazas.

En altas esferas de Estados Unidos algunos están de acuerdo con la percepción de las poblaciones árabes, entre ellos el general Lee Butler, ex jefe del Comando Estratégico. Él dijo en 1998: Es en extremo peligroso que en el caldero de animosidades que llamamos Medio Oriente, una nación, Israel, deba contar con un poderoso arsenal de armas nucleares, que inspira a otras naciones a tenerlo también.

Aún más peligrosa es la estrategia de contención nuclear de la que Butler fue diseñador principal por muchos años. Tal estrategia, escribió en 2002, es una fórmula para una catástrofe sin remedio, y llamó a Estados Unidos y otras potencias atómicas a aceptar los compromisos contraídos dentro del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN) y hacer esfuerzos de buena fe para eliminar la plaga de las armas atómicas.

Las naciones tienen la obligación legal de tomar en serio esos esfuerzos, decretó la Corte Mundial en 1996: Existe la obligación de avanzar de buena fe y llevar a término las negociaciones orientadas al desarme nuclear en todos sus aspectos, conforme a un control internacional estricto y efectivo. En 2002, el gobierno de George W. Bush declaró que Estados Unidos no está comprometido por esa obligación.

Una gran mayoría del mundo parece compartir la opinión de los árabes sobre la amenaza iraní. El Movimiento de Países No Alineados (Mnoal) ha apoyado con vigor el derecho de Irán a enriquecer uranio; la expresión más reciente fue en la reunión cumbre en Teherán, en agosto pasado.

India, el miembro más populoso del Mnoal, ha encontrado formas de evadir las onerosas sanciones financieras de Estados Unidos a Irán. Se llevan a cabo planes para vincular el puerto iraní de Chabahar, reacondicionado con asistencia india, con Asia central a través de Afganistán. También se informa que las relaciones comerciales se incrementan. Si no fuera por las fuertes presiones de Washington, es probable que estos vínculos naturales tuvieran una mejoría sustancial.

China, que tiene estatuto de observadora en el Mnoal, hace lo mismo en buena medida. Expande los proyectos de desarrollo hacia occidente, entre ellos iniciativas para reconstituir la antigua Ruta de la Seda hacia Europa. Una vía férrea de alta velocidad conecta a China con Kazajstán y más allá. Es probable que llegue a Turkmenistán, con sus ricos recursos energéticos, y que se conecte con Irán y se extienda a Turquía y Europa.

China también ha tomado el control del importante puerto de Gwadar, en Pakistán, que le permite obtener petróleo de Medio Oriente evitando los estrechos de Ormuz y Malaca, saturados de tráfico y controlados por Estados Unidos. La prensa paquistaní reporta que las importaciones de crudo de Irán, los estados árabes del Golfo y África podrían transportarse por tierra hacia el noroeste de China a través de este puerto.
 
En su reunión de agosto en Teherán, el Mnoal reiteró su vieja propuesta de mitigar o poner fin a la amenaza de las armas nucleares en Medio Oriente instaurando una zona libre de armas de destrucción masiva. Los pasos en esa dirección son, sin duda, la manera más directa y menos onerosa de superar esas amenazas, la cual es apoyada por casi el mundo entero.
 
El mes pasado se presentó una excelente oportunidad de aplicar esas medidas, cuando se planeó una conferencia internacional sobre el tema en Helsinki.
 
Se realizó una conferencia, pero no la que estaba planeada. Sólo organizaciones no gubernamentales participaron en la reunión alternativa, organizada por la Unión por la Paz, de Finlandia. La conferencia internacional planeada fue cancelada por Washington en noviembre, poco después de que Irán accedió a asistir.
 
La razón oficial del gobierno de Obama fue la turbulencia política en la región y la desafiante postura de Irán sobre la no proliferación, según la agencia Associated Press, junto con una falta de consenso sobre cómo enfocar la conferencia. Esa razón es la referencia aprobada al hecho de que la única potencia nuclear de la región, Israel, se negó a asistir, alegando que la solicitud de hacerlo era coerción.
 
En apariencia, el gobierno de Obama mantiene su postura anterior de que las condiciones no son apropiadas a menos que todos los miembros de la región participen. Estados Unidos no permitirá medidas para someter las instalaciones nucleares de Israel a inspección internacional. Tampoco revelará información sobre la naturaleza y alcance de las instalaciones y actividades nucleares israelíes.
 
La agencia de noticias de Kuwait informó de inmediato que el grupo árabe de estados y los estados miembros del Mnoal acordaron continuar negociando una conferencia para instaurar una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente, así como de otras armas de destrucción masiva.
 
El mes pasado, la Asamblea General de la ONU aprobó por 174-6 una resolución en la que llama a Israel a adherirse al TNPN. Por él no votó el contingente acostumbrado: Israel, Estados Unidos, Canadá, las Islas Marshall, Micronesia y Palau.
Días después, Estados Unidos realizó un ensayo nuclear, impidiendo una vez más a inspectores internacionales el acceso al sitio de la prueba, en Nevada. Irán protestó, al igual que el alcalde de Hiroshima y algunos grupos de paz japoneses.
 
Desde luego, instaurar una zona libre de armas atómicas requiere de la cooperación de las potencias nucleares: en Medio Oriente, eso incluiría a Estados Unidos e Israel, que se niegan a darla. Lo mismo ocurre en otras partes. Las zonas de África y el Pacífico aguardan la aplicación del tratado porque Estados Unidos insiste en mantener y mejorar las bases de armas nucleares en las islas que controla.
 
Mientras se llevaba a cabo la conferencia de ONG en Helsinki, en Nueva York se realizó una cena bajo los auspicios del Instituto sobre Políticas sobre el Cercano Oriente, de Washington, ramificación del cabildo israelí.
 
Según una nota entusiasta sobre esa gala en la prensa israelí, Dennis Ross, Elliott Abrams y otros ex consejeros de alto nivel de Obama y Bush aseguraron a los presentes que el presidente atacará (a Irán) si la diplomacia no funciona: un muy atractivo regalo de fiestas decembrinas.
 
Es difícil que los estadunidenses estén enterados de cómo la diplomacia volvió a fallar, por una sencilla razón: virtualmente no se informa nada en Estados Unidos sobre el destino de la forma más obvia de lidiar con la más grave amenaza: instaurar una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente.
 
El nuevo libro de Noam Chomsky, Power systems: conversations on global democratic uprisings and the new challenges to US empire (Sistemas de poder: conversaciones sobre los levantamientos democráticos globales y los nuevos retos al imperio estadunidense) se publicará en enero. Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, Mass.
© 2013 Noam Chomsky
Distributed by The New York Times Syndicate
Traducción: Jorge Anaya
 
Lincoln
Carlos Bonfil
Una de las decisiones más acertadas de Steven Spielberg al acometer un proyecto tan ambicioso como la película Lincoln, fue confiar el guión a la destreza y profesionalismo del dramaturgo neoyorquino Tony Kushner, premio Pulitzer por Ángeles en América (1991/2); más acertada aún fue la decisión que ambos tomaron de desechar el tratamiento original de 500 páginas y concentrarse tan sólo en una sexta parte del mismo. De modo similar a la estrategia narrativa del cineasta John Ford, quien había elegido en El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939) ocuparse únicamente de los años mozos del abogado principiante y futuro presidente, en la bucólica atmósfera de su natal Kentucky, Spielberg opta hoy por concentrar su atención en el último año de su vida en Washington, y de modo especial en un solo mes, enero de 1865, momento histórico en el que el decimosexto presidente de Estados Unidos obtiene su mayor victoria política: la aprobación, in extremis, de la decimotercera Enmienda a la Constitución de ese país, por medio de la cual queda abolida la esclavitud en todo su territorio.
 
Lincoln no es una película biográfica ni un farragoso manual audiovisual de historia, sino un thriller político que coloca en primerísimo plano el papel que jugó el tema de la abolición de la esclavitud en una Guerra de Secesión que por lo común e interesadamente ha sido asociada a otro tipo de reivindicaciones (derechos de los estados, prerrogativas financieras, defensa de la especificidad cultural sureña). Es también una cinta que plantea el profundo dilema moral al que se enfrenta Abraham Lincoln (caracterización portentosa de Daniel-Day Lewis) cuando debe elegir entre facilitar el fin de una guerra civil desastrosa y poner con ello en riesgo la emancipación total de los esclavos o mantenerla viva y así ganar tiempo para que pueda aprobarse en el Congreso la enmienda liberadora.

La lucha del presidente republicano (en una época en que pertenecer al Partido Republicano era sinónimo de liberalismo y tolerancia) por superar en voces a los demócratas, defensores a ultranza de la causa de los confederados sureños, e incluso de sumar algunas de ellas (mediante coacción moral o compra de voluntades) en favor de la aprobación de su enmienda, es un alarde de inteligencia política. Lejos de la imagen tradicional de un Lincoln conciliador y bienintencionado, la película nos muestra a un presidente vigoroso y aguerrido, dando enérgicos manotazos sobre la mesa ante la indecisión o pusilanimidad de algunos colaboradores, y también al estratega capaz de contener los ímpetus del abolicionista republicano más radical, Thaddeus Stevens (un memorable Tommy Lee Jones).
Foto
Fotograma de la película de Steven SpielbergFoto Ap
Parte del guión está basado en el best seller de Doris Kearns Goodwin, Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, y es de esa contienda política llena de marrullerías, golpes bajos y traiciones, y también heroicas lealtades, de lo que trata la cinta de Spielberg, como ilustración del arte de hacer política de cara a la adversidad, manteniendo imperturbable un mismo impulso libertario, finalmente triunfante. El republicano Stevens valora la estrategia y sus felices resultados, y de paso resalta la gran paradoja histórica: La más grande reforma del siglo XIX obtenida, gracias a la corrupción, por el hombre más puro de Estados Unidos.
La película de Spielberg toma distancias sorprendentes con la visión simplista y apolítica que suele tener Hollywood de que las grandes luchas sociales suponen la victoria de buenos ciudadanos sobre políticos malos. El ejemplo más notable de esta visión maniquea es Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington, Frank Capra, 1940). Setenta y dos años después, aquella visión romántica, de cándido optimismo, ha sido derribada por las prácticas más cínicas de la política actual, a las que alude la cinta, de modo retrospectivo, en su pintoresco pugilismo parlamentario.
La colaboración del guionista Kushner es capital para recrear, a través de diálogos mordaces y naturalidad en la composición del personaje central, a un Lincoln muy humanizado, poseedor de un leve toque de malicia, afecto a desesperar a sus oyentes con anécdotas y parábolas, con figura encorvada y sin embargo recia, capaz de enfrentar estoicamente las exigencias y chantajes de su esposa Mary Todd (Sally Field, calculadamente acrimoniosa). Con todo ello, la complejidad dramática que propone el guionista Kushner, la sensible fotografía en sepias y claroscuros de Janusz Kaminski, y la partitura original de John Williams, terminan supeditándose a la visión totalizadora de un Steven Spielberg que aquí, como en tantas otras cintas suyas, recurre a una retórica sentimental y a una estética grandilocuente que concluye en cine-mausoleo lo que había iniciado como trepidante acción en el terreno de batalla y en el campo parlamentario. Una nueva paradoja en la carrera de un gran cineasta.
Twitter: @CarlosBonfil1
 
Estados y municipios: atención y esclarecimiento necesarios
En aplicación de la ortodoxia neoliberal que preconiza el principio de dejar hacer, dejar pasar, el gobierno federal ha anunciado en días recientes que no se emprenderá rescate alguno de los estados y municipios que han incurrido en sobrendeudamiento e incluso en incumplimiento de pagos en los últimos meses. En la lógica de la administración encabezada por Enrique Peña Nieto, un salvamento semejante equivaldría a premiar el manejo irresponsable de las finanzas públicas y sentaría un mal precedente para casos similares en el futuro.
 
Ciertamente, la conducción de la deuda pública por parte de varios gobiernos estatales y municipales en los últimos seis años (periodo en que el indicador correspondiente creció en casi 150 por ciento) dista de haberse efectuado, en muchos casos, con plena transparencia y responsabilidad. La postura del gobierno federal, sin embargo, resulta sumamente reduccionista de cara a una problemática comparable en magnitud al desfalco del Fobaproa, y que podría derivar en una nueva amenaza para el desarrollo y las finanzas nacionales.

Hay, por principio de cuentas, numerosos factores que confluyen en la proliferación del sobrendeudamiento estatal y municipal, que van mucho más allá de la simple irresponsabilidad de los gobernadores y los ediles. De acuerdo con un estudio elaborado por la firma Standard and Poor’s, algunos de esos elementos causales son la falta de directrices eficientes en materia de transparencia, la escasa planeación financiera y la falta de una política formal de deuda y liquidez. Por su parte, el senador perredista Mario Delgado añadió a esa lista las secuelas de la crisis económica de 2008 –la cual, cabe recordar, fue desastrosamente manejada por la administración federal en turno– y las modificaciones a la Ley de Coordinación Fiscal, que cambiaron la fórmula de distribución de las participaciones federales y afectaron severamente las finanzas de algunas entidades y ayuntamientos.

En tales condiciones, las autoridades tienen la obligación de enfrentar el problema con la seriedad debida, atendiendo sus causas y sus posibles consecuencias, y es posible que un rescate a costa del erario, así sea sólo para algunos de los municipios en problemas, resulte inevitable. En todo caso, una obligación fundamental de las autoridades federales y del Poder Legislativo es emprender una investigación contable exhaustiva en la que se establezca qué parte de los faltantes financieros fue empleada en forma legal y qué porcentaje fue ejercido de manera irregular; una pesquisa judicial que determine las responsabilidades administrativas o penales de diversos funcionarios, y sanciones a entidades financieras que pudieron haber otorgado créditos en forma poco escrupulosa a los gobiernos con dificultades.
 
Por otra parte, no puede pasarse por alto que el grueso de las deudas contraídas por las administraciones de estados y municipios se acentúa en los años previos a los periodos de transición gubernamental y en tiempos electorales, en los que suele proliferar el reparto masivo de dinero y bienes en especie a gran escala entre los votantes, y el repunte de la inversión en programas sociales de claro tinte electorero, tanto federales como locales. Investigar la posible conexión entre el endeudamiento de los estados y las campañas proselitistas resulta, pues, impostergable.
 
Finalmente, esa crisis de endeudamiento tendría que encender los focos de alarma respecto del crecimiento desmedido en los débitos del sector público federal, no sólo porque han crecido a un ritmo equiparable al de los otros dos niveles de gobierno, sino porque representan una afectación mucho más severa a las finanzas de la nación: baste señalar que mientras la deuda de estados y municipios equivale a poco más de 3 por ciento del PIB, la deuda pública federal representa 35 por ciento. La corrección de esa tendencia, el esclarecimiento de las razones que llevaron al país a semejante ritmo de endeudamiento y la aplicación de las sanciones civiles o penales a que haya lugar son tareas ineludibles si lo que se quiere es concretar un avance verosímil y sustanicial en materia de transparencia y rendición de cuentas.

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