Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 2 de septiembre de 2013

American Curios- Washington: espionaje impune- Desde el otro lado

American Curios
La feroz urgencia del ahora
David Brooks
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Martin Luther King durante su histórico discurso I have a dream, el 28 de agosto de 1963
Foto Ap
 
Cuentan que el 28 de agosto de 1963 fue un día de verano soleado y caluroso, y que aun antes de iniciar la Marcha sobre Washington por Empleos y Libertad asustó no sólo a Washington, sino a gran parte de Estados Unidos. El sueño que estaba por proclamarse era subversivo y quien ofrecería ese mensaje era considerado el hombre desarmado más peligroso de Estados Unidos.
 
El gobierno de John F. Kennedy intentó persuadir a los organizadores de suspender su acto y ese día colocó 4 mil elementos antimotines en los suburbios y 15 mil en alerta; los hospitales se prepararon para recibir víctimas de la violencia potencial, y los tribunales para procesar a miles de detenidos, cuenta el historiador Taylor Branch. Colocaron agentes con instrucciones de apagar el sistema de sonido si los discursos incitaban a la sublevación. La idea de que la capital sería sitiada por oleadas masivas de afroestadunidenses provocó alarma entre la cúpula política y los medios tradicionales.
 
El orador principal, el reverendo Martin Luther King, era considerado un radical peligroso y estaba bajo vigilancia de la FBI de J. Edgar Hoover. El jefe de inteligencia doméstica de la FBI calificó al reverendo que encabezaba esa marcha de el negro más peligroso para el futuro de esta nación desde la perspectiva del comunismo, el negro y la seguridad nacional. Todos esperaban desorden masivo. Pero ese día cientos de miles –un tercio de ellos blancos, algo nunca visto– llegaron pacíficamente a participar en un momento que muchos dicen cambió a Estados Unidos.
 
“King no era peligroso para el país, sino para el statu quo… King era peligroso porque no aceptaba en silencio –ni permitía que un pueblo cansado aceptara silenciosamente ya– las cosas como estaban. Insistió en que todos nos imagináramos –soñáramos– lo que podría y debería ser”, escribió Charles Blow, columnista del New York Times.
 
Es allí, dicen muchos, donde se inauguró lo que se recuerda como los 60, uno de los auges democráticos (en su sentido real) más importantes de la historia estadunidense.
 
Hace unos días la cúpula política, la intelectualidad acomodada y los principales medios festejaron el 50 aniversario del acto con la versión oficial pulida y patriótica de la marcha que King ofreció uno de los discursos más famosos de la historia de este país, Yo tengo un sueño.
 
Al festejar el aniversario, se ha debatido sobre el significado de esa marcha y el discurso de King, tanto en su momento como hoy día. Algunos concluyen que el sueño de King está expresado en el hecho de que el primer presidente afroestadunidense, Barack Obama, ofreció un discurso para celebrar el aniversario en el Monumento a Lincoln, el mismo lugar donde King ofreció históricas palabras hace cinco décadas. Ahí habló de los cambios que King promovió, también reconoció que esa lucha no ha concluido.
 
Aunque nadie disputa los cambios dramáticos y los logros en cuanto a la lucha frontal contra la segregación institucional, tampoco se puede disputar que mucho de lo que dijo King en 1963 tendría que repetirlo 50 años después.
 
Hoy día hay más hombres negros encarcelados que esclavos en 1850 (según el trabajo de la extraordinaria académica Michelle Alexander); varios estados han promovido nuevas medidas para obstaculizar el acceso de las minorías a las urnas; el desempleo entre afroestadunidenses es casi el doble que entre blancos, casi igual que en 1963; el número de afroestadunidenses menores de edad que viven en la pobreza es casi el triple que el de los blancos en la misma condición; uno de cada tres niños afroestadunidenses nacidos en 2001 enfrentan el riesgo de acabar en la cárcel.
 
A la vez, la desigualdad económica entre pobres y ricos ha llegado a su nivel más alto desde la gran depresión. Mientras las empresas reportan ganancias récord, los ingresos de los trabajadores continúan a la baja. Más aún, una de las demandas de la marcha de 1963 fue un incremento al salario mínimo federal, que hoy se ubica en 7.25 dólares la hora, lo que es, en términos reales, inferior al que prevalecía hace 50 años, según el Instituto de Política Económica. Ejemplo de ello fue la protesta de trabajadores de restaurantes de comida rápida en más de 50 ciudades que exigieron el doble de dicho salario, la semana pasada.
 
Al conmemorar el aniversario, Obama destacó la brecha económica entre pobres y ricos, pero no asumió la responsabilidad de que durante su presidencia se sigue ampliando, y evitó mencionar otras políticas que ha promovido o tolerado con consecuencias terribles para comunidades minoritarias y/o pobres como las deportaciones sin precedente de inmigrantes latinoamericanos, y el sistema penal más grande y tal vez más racista del mundo.
 
Muchos opinan que no es justo comparar a King con Obama, ya que uno era profeta y el otro es sólo un político.
 
Pero la omisión más notable durante los elogios al profeta por los políticos en estos días –justo cuando la cúpula política estadunidense contempla abiertamente otro ataque militar contra otro país (Siria)– fue cualquier referencia a las guerras.
 
King vinculó cada vez más la lucha de los derechos civiles con la injusticia económica y, peor, con las políticas bélicas de su país. Advirtió en 1967 que la democracia estadunidense estaba amenazada por el terno gigantesco del racismo, el materialismo extremo y el militarismo. Y declaró que no podría seguir llamando a sus seguidores a emplear la no violencia si no condenaba las políticas de guerra de Washington: Sabía que nunca más podría elevar la voz contra la violencia por los oprimidos en los guetos sin primero hablar claramente ante el más grande proveedor de violencia en el mundo hoy día, mi propio gobierno.
 
King, en su discurso del sueño en 1963, insistió en que las injusticias se tenían que abordar en lo que llamó la feroz urgencia del ahora. Cincuenta años después, ese ahora es más urgente que nunca.

 
Washington: espionaje impune


En un reportaje transmitido anoche por la cadena brasileña Tv Globo se presentó un documento secreto de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, que se puede consultar en la página web de este diario, en el cual se comprueba que esa dependencia interceptó comunicaciones de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y de Enrique Peña Nieto cuando era candidato presidencial. El documento –una presentación interna de la NSA, presumiblemente en Power Point– expone los métodos del espionaje estadunidense para infiltrar llamadas telefónicas, correos electrónicos e intercambios de mensajes de texto entre individuos prominentes considerados objetivos del fisgoneo ilegal y discriminar lo que consideran sustancial entre las decenas de miles de intercambios poco relevantes que son recopilados en el proceso
 
En el documento mencionado, titulado Filtración inteligente de datos: estudio de los casos de Brasil y México, que forma parte de los expedientes que el ex analista de la NSA Edward Snowden entregó al periodista Glenn Greenwald, de The Guardian –quien fue coautor, junto con la periodista brasileña Sonia Bridi, del reportaje de Tv Globo–, los espías estadundienses se jactan de haber obtenido información confidencial clave mediante complicados mecanismos de intervención de comunicaciones de equipos enteros de trabajo.

Es claro, pues, que el gobierno de Estados Unidos ha mentido cuando ha dicho que la vasta red de espionaje puesta recientemente al descubierto por Snowden y que Washington comparte con Gran Bretaña, Australia, Canadá y Nueva Zelanda únicamente se dedicaba a recolectar información relevante para la seguridad nacional estadunidense. Es falso, también, que los analistas de inteligencia de la NSA únicamente ven los metadatos (es decir, encabezados, etiquetas y descriptores de origen, ruta y destino) de los mensajes privados entre ciudadanos de otros países. Por el contrario, del documento puede concluirse de manera irrebatible que el aparato de recolección de información de la superpotencia está dedicado a investigar de manera furtiva las actividades y comunicaciones de políticos prominentes y de sus equipos de colaboradores.
Como mencionó un comentarista en el programa de Tv Globo –y como ha señalado el propio Snowden–, la información obtenida de esa manera no tiene como propósito contrarrestar supuestas amenazas terroristas, sino obtener ventajas desleales para negociar con otros gobiernos en condiciones de superioridad. Diplomática, política y económica.
 
En efecto, si bien el documento referido sólo reproduce dos mensajes de texto procedentes del entorno del ahora titular del Ejecutivo –uno de ellos, al parecer, emitido por el propio Peña Nieto–, es inevitable suponer que el conjunto de la información que éste y otros políticos mexicanos –y del mundo– han intercambiado vía telefónica o electrónica se encuentra a disposición del espionaje estadunidense.
 
Tal situación configura, ciertamente, un grave peligro para la seguridad nacional, no la de Estados Unidos, sino la de los países que han sido víctimas de ese fisgoneo regular, programado y cínico.
 
A la luz de las revelaciones filtradas por Snowden y difundidas por Greenwald, es claro que la comunidad internacional debería presentar un frente común ante Washington para exigirle que desmantele su aparato de espionaje electrónico y destruya la información que tiene en su poder, obtenida en forma ilegal y traicionando la confianza de gobiernos a los que en público llama amigos, pero que en los vericuetos de sus instituciones de inteligencia son clasificados en forma deliberadamente ambigua como amigos, enemigos o problemas.

 
Desde el otro lado
Obama, el pacifista
Arturo Balderas Rodríguez
En 2007, el senador Barack Obama fue uno de los legisladores que se opusieron con más firmeza a la guerra en Irak. Posteriormente, durante su campaña para la presidencia, criticó la política bélica del gobierno del entonces presidente George Bush y dijo que de llegar a la Casa Blanca privilegiaría la diplomacia y, sólo como último recurso, emplearía las armas para resolver controversias con otros países. En 2009 fue distinguido con el Premio Nobel de la Paz por sus extraordinarios esfuerzos en la promoción de la diplomacia y la cooperación entre las naciones. Lo que sucedió desde esos años a la fecha es un rompecabezas cuya solución parece alejarse de las promesas pacifistas del presidente y en el que parece estar presente el trauma de Irak.
 
Se sospecha que el 25 de agosto el gobierno sirio utilizó armas biológicas para atacar a las fuerzas que luchan en su contra. El resultado fue la muerte de más de 100 personas y decenas de heridos entre la población civil. Dos años antes, Obama había dicho que una agresión con ese tipo de armas tendría serias repercusiones en contra del gobierno de Bashar Assad. Hoy se pone de manifiesto el grave error estratégico del mandatario estadunidense al comprometer su palabra en una situación tan incierta. Ahora le será difícil evadir las consecuencias de lo dicho, so pena de mostrarse débil, no sólo frente a Assad, sino ante los enemigos más conspicuos de EU. Por lo pronto, en todas las emisiones noticiosas, la pregunta no es si se atacará a Siria, sino cuándo y con qué intensidad.
 
Entre los estadunidenses hay una profunda división en torno a la posibilidad de un ataque a Siria. Es difícil saber con certeza quiénes están a favor o en contra en una situación tan compleja. Lo mismo sucede en el Congreso, donde hay posiciones encontradas y no precisamente entre demócratas y republicanos, como ha sido la norma en estos años, sino dentro de los propios partidos. Una señal del caos y la gravedad del asunto es que en el interior del equipo de seguridad del presidente y entre los propios militares hay dudas sobre la forma de proceder, según información de la prensa.
 
Por lo pronto, Obama anunció que solicitaría al Congreso autorización para usar la fuerza militar en contra de Assad. El Congreso regresa a sesionar el 9 de septiembre y el propio presidente dijo que no había una fecha determinada para iniciar la acción armada que, reiteró, no sería directa.

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