Nadie en Medio Oriente toma en serio a EU
Robert Fisk
Lo más sorprendente fue la transparente audacia con la que nuestros líderes pensaron que podían nuevamente confundir a sus legisladores. Bienvenido sea el fin de la
relación especial. Qué momento incómodo; no se le puede describir de otra forma. Alguna vez Líbano, Siria y Egipto temblaban cuando Washington hablaba. Ahora se ríen. No sólo tiene que ver con lo que pasó con los estadistas del pasado. Nadie se creyó que Cameron fuera Churchill ni que ese hombre tonto en la Casa Blanca fuera Roosevelt, si bien Putin es un Stalin aceptable. Se trata más de una cuestión de credibilidad; nadie en Medio Oriente toma ya en serio a Estados Unidos.
antiguas diferencias sectariasen Medio Oriente. ¿Desde cuándo un presidente de Estados Unidos es experto en esas supuestas
diferencias sectarias? Constantemente nos muestran mapas del mundo árabe con zonas chiítas, sunitas y cristianas pintadas de colores diferentes para enseñarnos las naciones de la región a la que nosotros generosamente impusimos una demarcación. ¿Pero cuándo un periódico estadunidense publicará un mapa de colores de Washington o Chicago con las zonas de población blanca y negra por calle?
Pero lo más descarado fue que nuestros líderes pensaran que nuevamente podían manipular a sus órganos legislativos con mentiras, tambores de guerra y aseveraciones absurdas.
Esto no significa que Siria no haya usado gas
contra su propio pueblo, frase que solíamos aplicarle a Saddam cuando queríamos ir a la guerra contra Irak, pero sí demuestra que los líderes están ahora pagando el precio de la deshonestidad de Bush y Blair.
Obama, quien cada vez se asemeja más a un predicador, quiere ser el Castigador en Jefe del Mundo Occidental; el Vengador en Jefe. Hay algo en él que recuerda al imperio romano, y los romanos eran buenos para dos cosas: creían en la ley y en la crucifixión. La constitución estadunidense, los
valoresestadunidenses y los misiles crucero tienen, más o menos, ese mismo enfoque. Las razas inferiores deben ser civilizadas y castigadas, aun cuando sus diminutos lanzamientos de misiles parecen más actos perniciosos que una verdadera guerra.
Todo aquel que estuviera fuera del imperio romano era llamado
bárbaro; todo aquel que está fuera del imperio de Obama es llamado
terrorista. Y como siempre, la
visión globaltiene la costumbre de borrar pequeños detalles de los que deberíamos estar al tanto.
Tomemos Afganistán, por ejemplo. Recibí una interesante llamada telefónica desde Kabul hace tres días; y parece que los estadunidenses le impiden al presidente Karzai adquirir nuevos helicópteros rusos Mi, porque Rusia vende esas mismas naves a Siria. ¿Qué les parece? Por lo visto Estados Unidos ahora trata de dañar las relaciones comerciales entre Rusia y Afganistán. El por qué los afganos quieren hacer negocios con una nación que los esclavizó durante ocho años es otra cuestión, pero Estados Unidos relaciona el asunto con Damasco.
Ahora, otra pequeña noticia. Hace poco más de una semana dos enormes coches bombas estallaron afuera de dos mezquitas salafistas en la ciudad de Trípoli, al norte de Líbano. Murieron 47 personas y quedaron heridas otras 500. Ahora se descubre que cinco personas fueron acusadas por los servicios de seguridad libaneses de los atentados y se dice que una de ellas es el capitán del servicio de inteligencia del gobierno sirio.
A este oficial se le achacaron los cargos
en ausencia, y quisiéramos pensar que hombres y mujeres son inocentes hasta que se compruebe su culpabilidad, pero dos jeques también fueron acusados y uno de ellos, aparentemente, es el jefe de una organización islamita pro Damasco. Se dice que el otro jeque también es cercano a la inteligencia Siria. Obama está tan empeñado en bombardear Siria y tan indignado por los ataques con gas que pasó por alto esta información que ha enfurecido a millones de libaneses.
Supongo que esto es lo que pasa cuando se pierde de vista la pelota.
Todo esto me recuerda un libro publicado en 2005 por la editorial de la Universidad de Yale titulado El Nuevo León de Damasco escrito por el profesor de la Universidad de Trinity, Texas, David Lesch. En esos tiempos, aún se consideraba que Bashar Assad sería un líder reformista para Siria.
Lesch concluyó que
Bashar, en efecto, es la esperanza y la promesa de un futuro mejor.
El año pasado, cuando Occidente finalmente dejó de lado sus sueños sobre Bashar, el buen profesor publicó otro libro, también en Yale, y esta vez lo tituló La Caída de la Dinastía Assad, y en él la conclusión de Lesch es que
Bashar resultó ser un miope y se engañó a sí mismo. Fracasó miserablemente.
Como bien dice el señor que me vende libros en Beirut, tenemos que esperar el próximo libro de Lesch, que probablemente se titulará: Assad ha vuelto, y bien podría durar más que Obama.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
FUENTE: LA JORNADA OPINION
El triunfo de la objetividad científica
Javier Flores
El pasado 26 de julio concluyó en Londres, Inglaterra, el juicio contra Gary Bolton, quien encabeza la empresa Global Technical LTD fabricante de un dispositivo singular llamado GT200, capaz de detectar –de acuerdo con sus creadores y comercializadores–, diferentes tipos de drogas y sustancias ilícitas, así como armas y explosivos. Contar con un dispositivo con esas cualidades sería, desde luego, el sueño de cualquier autoridad que busca perseguir a los delincuentes y hacer que se cumplan las leyes. Pero Bolton, acusado de fraude, fue condenado, al demostrarse sin lugar a dudas la inutilidad de ese instrumento.
El GT200 es un aparato muy simple que tiene una manija de plástico con una antena adosada, como la de los radios comunes, la cual gira a partir de un eje. El operador camina con el aparato en la mano y la antena gira hacia la derecha o la izquierda apuntando hacia donde
están ocultas las armas o las drogas. El aparato tiene en su interior una
tarjetaformada por una fotocopia carbonizada de la sustancia que se desea encontrar, por ejemplo, mariguana o cocaína. Sí, leyó usted bien ¡fotocopia cabonizada!, o bien estar completamente hueco, como lo han demostrado pruebas con rayos X. No tiene en su interior ningún dispositivo electrónico o químico que permitieran detectar sustancia alguna. El precio del artefacto oscila entre 280 mil y 580 mil pesos por cada uno.
Pero lo que yo quiero resaltar aquí, es que ante este monumental y vergonzoso fraude se alzaron las voces de dos científicos mexicanos: Luis Mochán Backal, del Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Alejandro Ramírez Solís de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Morelos, quienes se dieron cuenta de inmediato del posible engaño y comenzaron a estudiar la información técnica en la que los fabricantes sustentaban la utilidad del GT200. Luego, en 2011, realizaron en las instalaciones de la Academia Mexicana de Ciencias, la única prueba científica controlada realizada en México para evaluar la eficacia del dispositivo cuyos resultados fueron publicados (puede consultarse el artículo completo en: www. arxiv.org/pdf/1301.3971v1.pdf). Las conclusiones a las que llegan los autores son las siguientes:
La prueba que se describe en este artículo nos permite concluir que el GT200 resultó completamente ineficaz como instrumento para detectar las sustancias y municiones utilizadas como muestra cuando el operador desconoce de antemano dónde se ha ocultado la sustancia. Es importante señalar que el fabricante y sus usuarios han afirmado que el GT200 detecta e identifica nanogramos e incluso picogramos de cientos de sustancias, tales como múltiples drogas y explosivos, desde distancias tan lejanas como cientos o incluso miles de metros, mientras están ocultas en lugares presumiblemente desconocidos. En esta prueba se utilizó más de un kilogramo de pastillas que contienen aproximadamente 50 g. de la Clorobenzorex, droga estimulante, así como cuatro balas. Se sabía que se ocultaban en una de ocho cajas, y los operadores podían explorarlas con libertad desde distancias no mayores de 100 metros y podían acercarse a las cajas a la distancia que desearan. También es importante destacar que la muestra empleada en esta prueba, supuestamente se había detectado previamente en el exterior de una casa y forma parte de la evidencia actualmente empleada en contra de su morador, acusado de tráfico de drogas ilegales. Durante esta prueba, el GT200 acertó sistemáticamente la ubicación correcta de la muestra sólo cuando sus operadores sabían de antemano donde estaba escondida, y cuando no lo sabían, el GT200 falló absolutamente y arrojó resultados plenamente consistentes con una selección al azar. Por tanto, el GT200 necesariamente es manipulado por el usuario al apuntar hacia la ubicación en la que espera que la muestra esté oculta, a pesar de que puede no ser consciente de esta manipulación. El GT200 en sí no proporciona información sobre la ubicación de la muestra, incluso cuando es utilizado por operadores capacitados y certificados. Por tanto, llegamos a la conclusión de que el GT200 no tiene valor como un detector de esas sustancias.
Las lecciones que nos deja esta historia son múltiples, pero me interesa resaltar sólo algunas de ellas. La primera es que todavía existen en el mundo fraudes que se comenten aprovechando la ignorancia científica. La segunda es que México cuenta con investigadores de alto nivel y con las instituciones que permiten detectarlos. En consecuencia las autoridades, antes de embarcarse en proyectos que requieren de conocimientos o habilidades técnicas, o que pueden lastimar a personas (hubo detenciones y encarcelamientos injustificados basados en el GT200), deben pedir asesoría y recurrir a los expertos mexicanos.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Ventajas del olvido
Sergio Ramírez
La exploración de la propia biblioteca es siempre gratificante. Qué voy a empezar a leer hoy es la pregunta que pone fruición en mis dedos mientras buscan tocando los lomos de los libros que se alinean inquietos, en espera del contacto de la mano. Y hoy me digo: Vladimir Nabokov, este tomo de cuentos de Vintage que tantas veces he pasado por alto porque siempre me ha vencido el gusto por sus novelas, desde aquella primera que leí en mis años de Berlín, Risa en la oscuridad, la maestría de lo trágico, o la sin par Lolita, no por tan aclamada y tan filmada menos obra maestra.
suntuoso, glorioso, dicen las líneas del New York Times citadas en la propia portada. Y por fin voy al índice.
Cuando leo un libro de cuentos no siempre empiezo por el primero de ellos, siguiendo el orden en que vienen en el índice, porque leer al azar es parte de la delicia que aguarda solapada. Dejarse seducir por los títulos más atractivos, o en todo caso hacer una exploración a ciegas como quien se abre paso en un bosque donde nunca antes se ha puesto pie. Pero si los árboles están ya marcados, ¿cómo hacen los leñadores con aquellos que van a ser derribados?
Porque otra de mis costumbres es calificar los cuentos de un libro con asteriscos, de uno a cinco asteriscos puestos al lado de cada título en el índice con lápiz de grafito, según el grado en que me hayan gustado o impresionado. Si hay asteriscos en el índice, por allí ha pasado ya el leñador. Y advierto con susto que allí están los asteriscos en el libro de cuentos de Nabokov.
¿Ese libro que he sacado del estante como si hubiera estado años esperándome, ya leído? ¿Cómo puede ser el olvido tan solapado y pertinaz y tan aguafiestas? Pero entonces, en lugar de devolverlo a su lugar en el estante, y buscar otro, me propongo una relectura. Nabokov siempre vale la pena. Y ensayo una especie de azar. Ignorando el índice donde han quedado las marcas de hace tiempo, y como quien baraja un naipe, empiezo por el primero que encuentro.
O vuelvo a los árboles marcados, y ateniéndome a mis propias calificaciones de antaño elijo los que entonces me parecieron los mejores, los que tienen cinco asteriscos; o, al revés, los que sólo tienen dos, o apenas uno.
Las marcas vienen a resultar pruebas de la fidelidad del propio gusto, y al volver a leer los de cinco asteriscos, compruebo si los cuentos se sostienen o no se sostienen; si pienso lo mismo, si he cambiado de criterio; si aquella vez me deslumbró alguno de ellos fue porque cada lectura debajo del cielo tienen su momento, y existen lo que se llaman las oportunidades de leer, y también pesa lo que vamos a llamar condiciones o requisitos, la edad que uno tenía, otros libros de lectura reciente con los que comparar, o el estado de ánimo, digamos la exaltación o melancolía al comenzar la lectura. Y en los que entonces fueron pobremente calificados, quizás algo se me quedó oculto y es tiempo ahora de rectificar, subirles la calificación, un acto de justicia íntimo que nadie más conocerá.
De cualquier modo que elija leerlos, la verdad es que no estoy haciendo una relectura, sino una lectura del todo nueva, porque no recuerdo una sola palabra, nada que me guíe en aquel bosque oscuro de árboles marcados, ni descripciones, ni frases, ningún atisbo del argumento. Pero al volver al índice y revisar las calificaciones, me alegro de que el lector de ayer siga siendo el mismo de hoy, ése de tan flaca memoria que hace años se encontró con la maestría de Nabokov y hoy vuelve a reconocerla intacta, sentado en el corredor de su casa en Managua mientras el viento, de pronto encabritado, empieza a soplar arrancando hojas de los árboles y botando sillas a su paso, presagio de lluvia porque al mismo tiempo el cielo empieza a oscurecer.
Una belleza rusa, Un lance de honor, El Elfo Patata. Hermosas y desconcertantes piezas, cuentos juveniles escritos en ruso en el exilio de Berlín por aquel niño aristócrata de Petersburgo educado por su aya en diversos idiomas, que cuando llegó después a Estados Unidos empezó a escribir en inglés, y sin ser su lengua materna se convirtió en uno de sus grandes estilistas, como fue también el caso de Josef Conrad, el marinero polaco que nunca llegó a pronunciarlo bien.
Ya releídos, o leídos los cuentos de Nabokov, vuelvo al estante. La lotería y otras historias, los cuentos de la californiana Shirley Jackson, la liviana y hermosa edición de la Modern Library que he postergado tanto tiempo. Y, otra vez, a lo mismo. Un velo de amnesia ha caído sobre este libro maestro. Allí están los tercos asteriscos de antaño al lado de cada cuento en el índice.
Una sensación de impaciencia y molestia conmigo mismo me domina a medida que voy releyendo. ¿Cómo puede alguien olvidar cuentos como El diablo amante, El muñeco del ventrílo c uo, o esa perfecta alegoría sin aliento, de impasible crueldad, que es La lotería?
Pero en sus Conferencias sobre literatura, Nabokov viene en mi auxilio:
Es curioso, dice,
uno no lee un libro, sólo lo puede releer. Un buen lector, un lector de verdad, y activo y creativo, es un relector.
Y yo, para mi consuelo, me digo que soy un animal que olvida lo que come pero de todos modos se nutre, todo va al torrente sanguíneo de la escritura, y que olvidar tiene la ventaja de que el deleite de leer viene a ser doble.
Panamá, agosto 2013
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FUENTE: LA JORNADA OPINION
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