Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 16 de octubre de 2011

Bolivia: neodesarrollismo o alternativa al capitalismo- El drama de la retracción laboral en Estados Unidos

Bolivia: neodesarrollismo o alternativa al capitalismo
Guillermo Almeyra/ I
La conquista del gobierno por una rebelión masiva obrera, campesina y popular, que impone un parlamento de mayoría indígena y un presidente uru-aymara cuya lengua materna es el aymara, no cambia el sistema social imperante en el país, su inserción en el mercado capitalista mundial ni el carácter del Estado. A pesar de todas sus consecuencias importantes sobre las relaciones de fuerza entre las clases y los sectores sociales –o sea, sobre el funcionamiento del Estado, que es expresión de la misma– no es, sin embargo, más que un momento en un proceso en el que todos los días hay que conquistar nuevos cambios sociales, so pena de recaer en lo que las movilizaciones quieren cambiar.
Nada está adquirido de una vez para siempre, nada está firmemente conquistado y el proceso revolucionario fundacional no mantiene siempre el mismo vigor y la dinámica inicial. Porque el capitalismo provoca, inevitablemente, la burocratización de los movimientos sociales y del equipo gobernante, el cual sólo puede escapar a los peligros profesionales del poder con un duro esfuerzo autocrítico y de renovación cultural.
En el caso de Bolivia se sobreponen y entremezclan tres revoluciones: la descolonizadora, por los derechos de los pueblos originarios, que son mayoritarios, y por la igualdad de ellos con los mestizos y blancos; la democrática y antioligárquica, por el pleno goce por las mayorías de los derechos que monopolizaba una minoría étnica y cultural, y por la creación de un estado de derecho y, por último, en germen, la anticapitalista, por un sistema social alternativo, la cual está presente en la historia boliviana en la generalización del poder dual y del poder popular frente al poder el Estado, incluso cuando éste contaba o cuenta con un gobierno ampliamente mayoritario (como el primero del MNR o el de Evo Morales).
La primera de esas revoluciones se apoya en el reconocimiento de que el Estado es plurinacional y, por tanto, en el establecimiento constitucional de una discriminación positiva en favor de los pueblos originarios, cuyas lenguas, culturas, usos y costumbres, y justicia popular, y cuya autonomía deben coexistir –con toda su diversidad– con la justicia, la legislación y el aparato estatal capitalista, que se proclama republicano y considera universales las leyes e instituciones del mismo que la revolución democrática intenta imponer.
Dada la subsistencia de la explotación capitalista de los trabajadores y oprimidos, por el capital internacional y sus agentes y socios menores, a cada rato reaparecen los gérmenes de la tercera revolución, la anticapitalista, bajo las diferentes formas de los órganos de poder de abajo que surgen como Estado en creación en los conflictos enfrentándose al gobierno del Estado central, que está guiado por las necesidades del desarrollo capitalista y por las exigencias de la economía mundial.
El gobierno está forzado a exportar minerales y productos agrícolas primarios para tener divisas para el funcionamiento estatal, la reducción de la miseria y la ignorancia, y el crecimiento económico del país. Mantiene así una política neodesarrollista, extractivista y una agricultura capitalista de exportación que choca con el hambre de tierras de la agricultura campesina y con la defensa de los bosques y los recursos naturales (agua, maderas, biodiversidad). Considera, por ejemplo, que es lógico y legal que los pocos dirigentes de una trasnacional minera o petrolera afecten gravemente el ambiente de todos, pero no que 10 mil indígenas, con su modo de vida no capitalista, se opongan al trazado de una carretera internacional que destruirá su territorio y les opone el consenso de los talamontes, cocaleros, pequeños comerciantes, funcionarios y clases medias mestizas o indígenas de las zonas integradas en el capitalismo a este plan en beneficio de los empresarios brasileños.
De modo que para el gobierno de aymaras y mestizos integrados, los guaraníes son salvajes que deben ser ignorados o reprimidos o, peor aún, los consideran tan atrasados que se dejan manipular siempre por Estados Unidos o los terratenientes. Este es el precio de teorizar la formación, como hizo el vicepresidente boliviano, de un capitalismo andino, o sea, la suma de una incipiente burguesía aymara que explota bárbaramente la mano de obra familiar y el trabajo semiesclavo para asegurarse una acumulación capitalista primitiva con el acuerdo con los dirigentes de los movimientos sociales (el MAS), que remplazan en los hechos a los ayllus comunitarios, porque éstos están en proceso de disgregación debido a la emigración y la urbanización. Quien trabaja para construir un capitalismo nacional diferente, cierra la vía a una alternativa al capitalismo y perpetúa en su país la dependencia, la explotación, la desigualdad, el atraso.
Como no es posible borrar del mapa a los pueblos originarios orientales ni tampoco crear una reserva natural en una parte del TIPNIS para que vivan allí en un área protegida, como viven los elefantes o los rinocerontes de Kenia, no hay otra alternativa que respetar la Constitución, aceptar la voluntad de los pueblos guaraníes, que no fueron consultados previamente sobre el trazado de la carretera, y modificar el trazado del proyecto para preservar el TIPNIS.
Una alternativa a las imposiciones económicas, políticas e ideológicas del capitalismo no es posible sin la participación consciente y voluntaria de los indígenas y de los indígenas-campesinos, los cuales deben sentir que son protagonistas del cambio y crecer con éste en una visión solidaria y a escala más vasta que su propio territorio, de la construcción de la unidad de las autonomías y las diversidades.
El drama de la retracción laboral en Estados Unidos
José Antonio Rojas Nieto
La gravedad de la situación económica en Estados Unidos está fuera de duda. ¿Qué aspectos de la economía vecina debiéramos tomar en consideración para reconocerlo? Muchos. Sin duda. El producto, la inversión, el empleo, el salario, la productividad, la balanza comercial, la balanza de pagos, la deuda gubernamental, la deuda de los hogares y las empresas, el crédito. Y muchos más.
Desde hace varios años que me permito comentar en La Jornada la marcha de la economía estadunidense he tratado de considerar de manera especial la evolución del empleo, acaso uno de los más delicados y sensibles indicadores de la realidad económica y social vecina. Incluso política. Hace una semana se dieron a conocer las cifras oficiales más recientes sobre la ocupación en Estados Unidos, las correspondientes al mes de septiembre de este difícil 2011. La situación continúa siendo dramática, muy dramática. ¡Y no se ve cómo pueda mejorar en el corto plazo! Incluso, en medios académicos, empresariales y oficiales, se teme que pudiera ser aún más delicada.
Desde hace casi nueve meses –es decir, en lo que va de 2011– el número de personas sin empleo ronda los 14 millones. La cifra oficial de septiembre es de 13 millones 992 mil estadunidenses que buscan empleo sin encontrarlo. La tasa oficial es de 9.8 por ciento, siempre medida respecto de la llamada fuerza laboral civil, en estos meses ligeramente superior a los 154 millones de personas. Para el caso de los jóvenes menores de 25 años se trata de un volumen ligeramente superior a los 3 millones. ¡Qué gran drama! Para las personas de color del 16 por ciento, que representa cerca de 3 millones. ¡Otro gran drama! Pues bien, si en el caso general sumamos a las oficialmente desempleadas, aquellas que pese a estar empleadas buscan otro trabajo –entre otras cosas por la precariedad del que tienen– la cifra pudiera alcanzar los 24 millones de personas. Es cierto, nuestros vecinos ya no están en la excesivamente dramática situación de octubre de 2009, cuando el desempleo alcanzó a 15 millones 628 mil personas, luego de que tres años antes –en octubre de 2006– el número de personas sin empleo había llegado a sólo 6 millones 727 mil. En buenas cuentas esto significa que en sólo tres años, fueron lanzados a la calle cerca de 9 millones de estadunidenses.
Para cualquier defensor del sueño americano esto representa un violentísimo golpe. Y para quienes sufrieron y sufren esta situación se trata –¡qué duda cabe!– de un golpe mortal. Y no sólo porque dejaron de percibir un ingreso seguro. También porque la mayoría de estos expulsados de la vida laboral activa está endeudada, profundamente endeudada. Y este tremendo déficit de empleo –mucho más grave que cualquier otro tipo de déficit, sea fiscal, sea comercial– conduce a una inevitable dinámica de suspensión de pagos que en el caso estadunidense –en realidad de todos los casos del mundo– también ha resultado mortal para el sistema bancario y financiero.
¡Ya sabemos del rescate impulsado por el gobierno estadunidense! Similar, por no decir que igual, al que se impulsó en México en el sexenio de Ernesto Zedillo y que aún sufrimos. Pues bien, ese rescate ya obliga a destinar buena parte del presupuesto anual –de las contribuciones de los estadunidenses– al pago del rescate de bancos, financieras y fondos de ahorro de inversión. Y en detrimento de los programas urgentes como el de salud y el de pensiones. A pesar de eso –o más bien por eso mismo– la situación económica de nuestros vecinos no mejora. ¿Por qué? Porque limita e incluso frena, la dinámica de la inversión, origen de todo proceso económico virtuoso y –en definitiva– elemento esencial para la creación de empleos.
Un indicador más muestra nítidamente la dificultad y el drama laborales en el vecino país. Me refiero al tiempo medio que tarda un desempleado estadunidense en volver a trabajar. En septiembre de este año se llegó al máximo de la historia económica de Estados Unidos: 40.5 semanas, es decir, casi 284 días. ¡Nunca antes fue tan prolongado el tiempo promedio en que un estadunidense estaba sin trabajo! ¡Nunca! Y no hay señales que muestren que va a disminuir. En el mejor de los casos –aseguran algunos estudiosos del vecino país– la situación se podría detener. Pero no bajar. Al menos próximamente. Incluso se habla de la enorme probabilidad de que se alcance hasta 45 o más semanas –incluso un año– como tiempo promedio para regresar a laborar sin garantizar –por cierto– que el nuevo empleo sea mejor que el anterior. En todos los sentidos. Por eso no dejo de recordar la invitación que permanentemente nos hacía una de las mejores estudiosas del empleo y la ocupación que hemos tenido en México, la profesora Teresa Rendón Gan, a quien hemos extrañado y seguiremos extrañando siempre en nuestra Facultad de Economía de la UNAM. “Sí –decía Tere antes de morir– hay que ver con cuidado no sólo cuántos empleos hay o no hay, sino de qué tipo son, en qué tipo de establecimiento se ofrecen, con qué salario, con qué grado de explotación se realizan y –para sólo señalar un aspecto fundamental más– con qué orientación de edad y de género se presentan”.
En mis revisiones de la dramática y terrible situación estadunidense, no dejo de recordar sus enseñanzas y de tratar de seguir su rigor en el estudio de la ocupación y el empleo. Siempre. Sin duda y en honor a ella, que se nos fue antes de tiempo. Mucho antes. Sin duda.

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