Carlos Fuentes dos veces bueno
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, en noviembre de 2008, durante el homenaje rendido en la Universidad Nacional Autónoma de México al escritor mexicano por su cumpleaños 80Foto José Anttonio López
Mi amistad con Carlos Fuentes –que es antigua, cordial, y además muy divertida– se inició en el instante en que nos conocimos, por allá por los calores de agosto de 1961. Nos presentó Álvaro Mutis en aquel Castillo de Drácula de las calles de Córdoba, donde toda una generación de escritores, tratando de hacer un cine nuevo, precipitábamos a Manuel Barbachano Ponce en la primera y más gloriosa de tantas ruinas. Yo había llegado a México dos meses antes, con la cabeza llena de novelas y películas que no encontraban por dónde salir, y había leído La región más transparente, poco después de su publicación. Esto era apenas natural, porque esa novela había tenido una divulgación muy amplia en América Latina, y por todas partes se hablaba de ella –con toda justicia– como de un acontecimiento literario. Lo sorprendente para mí fue que Carlos Fuentes no tuvo que escarbar en la memoria para quién era yo, y me dijo de entrada que había leído las dos únicas novelas que yo había escrito hasta entonces. Pensé, por supuesto, que se trataba de esa fórmula de cortesía que nos salva de tantos naufragios sociales, sobre todo entre escritores, pues mi primera novela se había publicado seis años antes en Bogotá en una edición perdularia que no alcanzó a llegar hasta la esquina, y el texto integral de la segunda, todavía sin corregir, se había publicado el año anterior en la revista Mito, que era tan excelente como escasa. El hecho de que Carlos Fuentes, las hubiera leído de veras, como pude comprobarlo de inmediato, me exaltó de vanidad. Sin embargo no pasó mucho tiempo para que se me bajaran los humos, pues muy pronto me di cuenta que la curiosidad literaria no reconoce tiempos ni fronteras, y que ya desde entonces era imposible sorprenderlo con una novedad de las letras. Esta curiosidad se centraba de un modo especial en las obras primeras de los escritores primíparos como lo éramos él y yo en aquellos tiempos de gracia.
Pasados 25 años nos han ocurrido tantas cosas raras, estando juntos en tantos lugares diversos, que si alguna vez escribiéramos nuestras memorias respectivas, los lectores se van a encontrar con páginas intercambiables. En ambos libros estará sin duda el capítulo más deprimente de nuestras carreras, hace muchos años, cuando un director de cine nos hacía deshacer todos los días el trabajo del día anterior, para rehacerlo otra vez al día siguiente, sólo porque él necesitaba retrasar el comienzo de la película para atender otro compromiso previo. Esa pesadilla de Penélopes literarios no sólo consolidó para siempre mi admiración y mi afecto por Carlos Fuentes, sino que había de inspirarme más tarde el viaje solitario del coronel Aureliano Buendía, que hacía y deshacía sus pescaditos de oro.
Otro recuerdo pragmático entonces, pero muy divertido en la memoria, es el de una tarde de Praga en el año funesto de 1968, cuando Milan Kundera decidió que el único sitio sin micrófonos ocultos en toda la ciudad era un establecimiento público de sauna. Sentados en una banca de pino fragante, a 120 grados centígrados, los dos en pelotas y sin el menor sentido del ridículo, escuchamos de Milan Kundera un informe sobrecogedor de la situación trágica de su país. No obstante, lo más trágico para Fuentes y para mi ocurrió al final, cuando nos dimos cuenta que no había duchas de agua fría y debíamos romper la capa de hielo del río Moldava en pleno mes de diciembre, y sumergirnos en sus aguas glaciales. Lo hicimos, sin pensar lo que hacíamos, y en el instante de la inmersión tremenda tuve la certidumbre lúcida y atroz de que Carlos Fuentes y yo nos habíamos muerto juntos en aquel instante, tan lejos de las calles de Córdoba, y de un modo absurdo que nadie iba a entender jamás, ni siquiera porque había ocurrido en la patria de Kafka.
Gabo y Fuentes en imagen del 22 de octubre de 2003; al fondo, Silvia Lemus, esposa del autor fallecido el pasado martesFoto Cristina Rodríguez
Sin embargo, no son estos relámpagos de vida lo que me interesa ahora evocar, sino que quiero celebrar la virtud que más admiro en Carlos Fuentes y que es tal vez la que menos se le conoce: su espíritu de cuerpo. No creo que haya un escritor más pendiente de los que vienen detrás de él, ni ninguno que sea tan generoso con ellos. Lo he visto librar batallas de guerra con los editores para que publiquen el libro de un joven que lleva años con su manuscrito inédito bajo el brazo, como lo tuvimos todos en nuestros primeros tiempos.
Julio Cortázar, agobiado por la cantidad de originales inéditos que los jóvenes le mandaban, dijo poco antes de morir: Es una lástima que quienes me mandan manuscritos para leer no puedan mandarme también el tiempo para leerlos.
Pues bien, a pesar de sus numerosos trabajos y de su intensa vida pública, Carlos Fuentes lee los que le mandan a él, y además tiene tiempo para alentar y ayudar a sus autores desamparados. Lo que pasa, en realidad, es que él parece entender muy bien la noción católica de la Comunión de los Santos: en cada uno de nuestros actos –por triviales que sean y por insignificantes– cada uno de nosotros es responsable por la humanidad entera. Ésa es la metafísica de la infinita curiosidad literaria de Carlos Fuentes. Al contrario de tantos escritores que desearían ser los únicos en el mundo, el quisiera celebrar todos los días la fiesta de que cada día seamos más y más jóvenes los escritores del mundo. Tengo la impresión de que él sueña con un planeta ideal habitado en su totalidad por escritores, y sólo por ellos. A veces he tratado de aguarle el entusiasmo diciéndole que ese lugar ya existe: es el infierno. Pero no lo cree, ni siquiera en broma (como yo se lo digo desde luego), porque su fe en el destino mesiánico de las letras no reconoce límites. Ni admite broma, por supuesto. Un escritor así, siendo tan buen escritor, es dos veces bueno.
Texto publicado el 26 de junio de 1988 en La Jornada. Por decisión del Nobel colombiano, ahora se publica en ocasión de la muerte de su amigo
Duelo nacional
José Cueli
Sólo pensamientos negros esta semana. Duelo negro por la muerte de Carlos Fuentes mexicano universal. Sólo afilados cuchillos que manan toques negros. Semana que nos confronta con el desamparo original. Ese que todos llevamos en la vida entre pesares y recuerdos oscuros. Semana negra con una cuarentena de decapitados que habrán deprimido al escritor.
La república mientras tanto, mientras tanto, ay, enfrenta su propia muerte. Frente al fantasma del riesgo tecnológico que nos avasalla y nos enfrenta a lo irrepresentable de la muerte. Muerte que se canta quejumbrosamente a los dioses y ofrece la vida como tributo a la omnipotencia.Silenciosa está la república reflejada en el espacio que penetra por las pieles y el infernal abrazo nos cautiva con el espectáculo único de la destrucción. Y esta semana la muerte de nuestro mayor exponente de las letras mexicanas sollozante ritmo de pesados lamentos en la república que agoniza en intensas penumbras y paisajes desolados. Sólo toques que nos regresan a la naturaleza impura como quería Federico García Lorca, fatalista hasta la muerte, al llegar a Nueva York.
Nuestra mexicana vida marcada por su enemistad con la lógica, la vida convencional y el método, tiene otra manera de ser, de reaccionar, de definirse. La eficacia del
a destiempo, es decir no pensar al mismo tiempo la fuerza y el lugar. Esa ilógica que sustituye unas palabras con otras, hasta encontrar la expresión que se dé, fácilmente en el ritmo de nuestra poesía de lengua española.
Mientras tanto, mientras tanto, ay, como ya he mencionado en estas páginas la republica
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la boca llena
de excremento
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la boca llena
de excremento
Como quería Federico. ¡Adiós a un grande de la literatura universal!
Ombudsman del migrante, un imperativo
Jaime Martínez Veloz/ II
Los actos en contra de los migrantes se acumulan. El sacerdote Alejandro Solalinde, director del albergue Hermanos en el Camino, del estado de Oaxaca, tuvo que dejar el país ante las amenazas que ponen en riesgo su vida.
Miles de mujeres y niñas migrantes que trabajan en los campos agrícolas del norte de México y en el sector agrícola de Estados Unidos (EU) enfrentan altos índices de violencia y acoso sexual en los lugares de trabajo. Muy pocos casos se denuncian por temor a represalias o al despido en el trabajo. La situación es humillante y desesperante.Tanto en México como en EU, los casos de violaciones a los derechos humanos proliferan y se extienden en ambos países. El Estado mexicano parece petrificado frente a esta problemática. El tema migratorio no pasa de ser parte del discurso político, sin hechos que acrediten un interés real en el tema.
Según una investigación de René Martín Zenteno de El Colegio de la Frontera Norte (Colef), EU deporta cada año más mexicanos que los que emigran. En 2011 los cruces con desplazamiento hacia ese país fueron menores a los 350 mil migrantes deportados. La disminución de las corrientes migratorias en busca del sueño americano han disminuido debido
a la contracción de la economía estadunidense y el endurecimiento de las política antinmigrantes, de esta manera de más de 700 mil cruces que se produjeron en 2008 bajaron a menos de 350 mil el año pasado; sin embargo, las deportaciones no se redujeron en la misma proporción: pasaron de 500 mil a 350 mil en el mismo periodo, destaca el estudio del Colef.
Según el boletín Nº 27/09 del 21 de octubre de 2009, emitido por la Secretaría de Gobernación, se afirma que de acuerdo con estudios del Consejo Nacional de Población (Conapo), 41 de 50 estados del país vecino promulgaron leyes relativas a la migración en 2008, y que en ese año, siete de cada 10 leyes promulgadas fueron de carácter restrictivo.
Dentro de un clima antinmigrante como éste, se hace cada vez más difícil para las organizaciones comunitarias defender los derechos laborales y humanos de los trabajadores indocumentados. Ante esta situación el Estado mexicano no puede ni debe claudicar, sobre todo porque una de sus funciones primordiales es garantizar la integridad de las personas y proteger a sus ciudadanos donde éstos se encuentren. Renunciar a esta tarea significa renunciar a una obligación básica de gobierno.
Es preciso crear opciones que detengan el conflicto y la intolerancia política y social imperantes. Existe también una contención abrupta del flujo migratorio mediante la aplicación de medidas drásticas, entre las que se encuentran deportaciones masivas por otra frontera muy distante a la cual ingresaron los migrantes –esto es común en el caso de los niños, quienes tiene que sobrevivir en las calles o laborar en condiciones infrahumanas y de explotación en las ciudades de la frontera–, considerarlos como criminales cuando ingresan a ese país sin documentos, privarlos de los servicios más elementales y construir un muro fronterizo, argumentando razones de seguridad nacional, acto éste diametralmente opuesto a la buena relación que debe existir entre vecinos y socios comerciales. Tal parece que en estos tiempos se trata peor a los migrantes que a los narcotraficantes.
Lo anterior es políticamente inaceptable y requiere una respuesta puntual. Una respuesta política, tanto de las instituciones del Estado como de los propios migrantes, no sólo a través de los conductos diplomáticos tradicionales, sino también por medio de una instancia con autoridad institucional y moral, expresamente concebida para afrontar política y legalmente la defensa de los derechos de los mexicanos en el extranjero. Por ello se hace necesario la creación de la figura del ombudsman del migrante.
El organismo que sea creado habrá de ser una instancia que constituya una firme defensa de los migrantes, que atienda y canalice sus necesidades específicas, que genere y coordine iniciativas, que proponga un proceso de diálogo político con la sociedad para identificar con precisión la problemática migratoria y aliente experiencias organizativas que contribuyan en la búsqueda de soluciones. Más que seguir siendo considerados objeto de políticas, los migrantes deben ser vistos como sujetos políticos con voz propia que merecen ser escuchados, atendidos y apoyados.
Considerando que la migración es un fenómeno continental, este organismo podría incluso promover el diseño de una agenda hemisférica sobre el tema migratorio, el desplazamiento interno y el refugio con la idea de generar propuestas para resolver las problemáticas que son comunes en la materia a los países americanos.
Lo expuesto anteriormente justifica la existencia de un organismo especializado que pueda contribuir al respeto de los derechos humanos de los migrantes mexicanos en EU. Por otra parte, si el gobierno mexicano ha manifestado estar preocupado por estos derechos en otras partes del mundo, debe empezar por la propia casa, garantizando los derechos de cualquier persona que esté de paso en territorio nacional.
Sean mexicanos o extranjeros, los migrantes que sufran en México el abuso de la autoridad deben contar con una figura institucional que garantice su integridad y todos los derechos de los que como seres humanos deben gozar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario