Cartagena, más allá del escándalo del Servicio Secreto
Noam Chomsky
Dania Suárez, una de las mujeres involucradas en el
escándalo de los agentes del Servicio Secreto de Estados Unidos, ocurrido en la
pasada cumbre de Cartagena, Colombia, da una entrevista a una estación de radio
desde EspañaFoto Ap
Aunque acompañada por el escándalo del Servicio Secreto, la Cumbre
de las Américas del mes pasado en Cartagena, Colombia, fue un acontecimiento de
gran importancia. Hay tres razones principales: Cuba, la guerra contra el
narcotráfico y el aislamiento de Estados Unidos.
Un titular en el Jamaica Observer decía:
Cumbre muestra en qué medida se ha desvanecido la influencia yanqui. El artículo reporta que
los grandes puntos en la agenda fueron el lucrativo y destructivo comercio de drogas y cómo los países de toda la región podían reunirse mientras excluían a una nación, Cuba.
Las reuniones terminaron sin acuerdo debido a la oposición de Estados Unidos
a esos asuntos: una política de despenalización de la droga y la proscripción de
Cuba. El continuo obstruccionismo estadunidense bien podría conducir al
desplazamiento de la Organización de Estados Americanos por la recientemente
formada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, de la cual se excluye
a Estados Unidos y Canadá.
Cuba estuvo de acuerdo en no asistir a la cumbre porque de otro modo
Washington la habría boicoteado. Pero las reuniones pusieron en claro que la
intransigencia estadunidense no sería tolerada mucho tiempo. Estados Unidos y
Canadá estuvieron solos en la prohibición de la participación cubana, con base
en las violaciones de los principios democráticos y los derechos humanos que
comete Cuba.
Los latinoamericanos pueden evaluar estas denuncias desde la perspectiva de
una amplia experiencia. Están familiarizados con el historial estadunidense
sobre derechos humanos. Cuba ha sufrido especialmente por los ataques
terroristas y el estrangulamiento económico estadunidenses, como castigo por su
independencia; su
exitoso desafíoa las políticas estadunidenses que se remontan a la Doctrina Monroe.
Los latinoamericanos no tienen que interpretar la erudición estadunidense
para reconocer que Washington apoya a la democracia sí, y sólo sí, se ajusta a
los objetivos estratégicos y democráticos y, aún cuando así sea, favorece
formas limitadas y verticales de cambio democrático que no corran el riesgo de alterar las estructuras tradicionales de poder con las cuales Estados Unidos se ha alineado desde tiempo atrás ... (en) sociedades bastante poco democráticas, como lo expresó el experto neo-reaganista Thomas Carothers.
En la cumbre de Cartagena, la guerra contra el narcotráfico se convirtió en
tema clave en la iniciativa del recién elegido presidente guatemalteco general
Pérez Molina, a quien nadie confundiría con un liberal bondadoso. Se le unieron
el anfitrión de la cumbre, el presidente colombiano Juan Manuel Santos y
otros.
La preocupación no es nada nuevo. Hace tres años, la Comisión Latinoamericana
sobre Drogas y Democracia publicó un informe sobre la guerra contra las drogas
elaborado por los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso de Brasil, Ernesto
Zedillo de México y César Gaviria de Colombia, el cual pedía la despenalización
de la mariguana y abordar el uso de drogas como un problema de salud
pública.
Mucha investigación, incluyendo un estudio de 1994 de la Rand Corporation
ampliamente citado, ha mostrado que la prevención y el tratamiento son
considerablemente más efectivos en costos que las medidas coercitivas que
reciben la mayor parte del financiamiento. Esas medidas no punitivas también
son, por supuesto, mucho más compasivas.
La experiencia se ajusta a estas conclusiones. Por mucho, la sustancia más
letal es el tabaco, que también mata a los no usuarios en una tasa elevada
(tabaquismo pasivo). El uso ha declinado significativamente entre los sectores
más educados, no por la penalización sino como resultado de cambios en el estilo
de vida.
Un país, Portugal, despenalizó todas las drogas en 2001; lo que significa que
siguen siendo técnicamente ilegales pero son consideradas violaciones
administrativas, excluyéndolas del terreno criminal. Un estudio del Instituto
Cato realizado por Glenn Greenwald encontró que los resultados son
un rotundo éxito. En este éxito radican lecciones evidentes que deberían guiar los debates sobre políticas de drogas en todo el mundo.
En drástico contraste, los procedimientos coercitivos de la guerra
estadunidense contra las drogas en 40 años no han tenido virtualmente efecto
alguno en el uso o el precio de las drogas en Estados Unidos, pero sí causaron
estragos en todo el continente. El problema radica principalmente en Estados
Unidos: tanto la demanda (de drogas) como la oferta (de armas). Los
latinoamericanos son las víctimas inmediatas, pues sufren niveles alarmantes de
violencia y corrupción, y la adicción se está extendiendo en las rutas de
tránsito.
Cuando se siguen políticas durante muchos años con dedicación incesante,
aunque se sabe que fracasan en términos de los objetivos proclamados, y se
ignoran sistemáticamente las alternativas que es probable que sean mucho más
efectivas, surgen naturalmente dudas sobre los motivos. Un procedimiento
racional es explorar las consecuencias predecibles. Estas nunca han sido poco
claras.
En Colombia, la guerra contra las drogas ha sido una delgada pantalla para la
contrainsurgencia. La fumigación –una forma de guerra química– ha destruido
cultivos y rica biodiversidad, y contribuye a desplazar a millones de campesinos
pobres a las barriadas urbanas, abriendo vastos territorios a la minería, la
agroindustria, los ranchos y otros beneficios para los poderosos.
Otros beneficiarios de la guerra contra el narcotráfico son los bancos que
lavan cantidades enormes de dinero. En México, los principales cárteles
de la droga están involucrados en 80 por ciento de los sectores productivos
de la economía, según investigadores económicos. Hechos similares ocurren en
otras partes.
En Estados Unidos, las víctimas principales han sido los varones
afroamericanos, y cada vez más las mujeres y los hispanos; en suma, los que se
volvieron superfluos debido a los cambios económicos instituidos en los años 70,
que trasladaron la economía hacia el sector financiero y la producción al
extranjero.
Gracias en gran medida a la altamente selectiva guerra contra las drogas, las
minorías son enviadas a prisión; el factor principal en el aumento radical de
los encarcelamientos desde los 80 que se ha convertido en un escándalo
internacional. El proceso se asemeja a una
limpieza socialen los estados clientes de Estados Unidos en Latinoamérica, que se deshace de los
indeseables.
El aislamiento de Estados Unidos en Cartagena nos lleva a otros
acontecimientos trascendentales de la década pasada, a medida que Latinoamérica
ha empezado, al fin, a liberarse del control de las grandes potencias, e incluso
a abordar sus espantosos problemas internos.
Latinoamérica ha tenido desde hace tiempo una tradición de jurisprudencia
liberal y rebelión contra la autoridad impuesta. El nuevo trato se inspiró en
esa tradición. Los latinoamericanos podrían inspirar una vez más el progreso en
los derechos humanos en Estados Unidos.
(El nuevo libro de Noam Chomsky es Making the future: occupations,
interventions, empire and resistance, una colección de sus columnas para
The New York Times Syndicate. Chomsky es profesor emérito de
lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts en
Cambridge, Massachusetts.)
Apuntes Postsoviéticos
Fricciones
Juan Pablo Duch
La convivencia de las vecinas repúblicas centroasiáticas de la
antigua Unión Soviética dista de ser idílica y las fricciones entre sus
autoritarios gobernantes amenazan, por momentos, con derivar en un conflicto
armado.
Al borde de la guerra estuvieron hace poco Uzbekistán y Tayikistán, a raíz de
la crisis energética que provocó la suspensión del suministro de gas natural
uzbeko, la cual afectó sobre todo a las empresas tayikas más importantes.
Éstas son el único consorcio de aluminio en Asia central, Talko –que da
trabajo a una ciudad de 30 mil habitantes y surte a unas 40 empresas más
pequeñas y centrales hidroeléctricas–, y Tayiktsement, cuya producción completa
se usa en obras de la presa de Rogun.
La construcción de esta última –además de la animadversión personal entre el
uzbeko Islam Karimov y el tayiko Emomali Rajmon, los presidentes de ambas
naciones, y las disputas territoriales–, es el origen de la actual tensión entre
estos dos países.
Tayikistán, que ya exporta electricidad a países vecinos, considera
prioritario levantar la nueva hidroeléctrica en Rogun, la cual tendrá la represa
más alta del mundo a 335 metros y un embalse con capacidad para almacenar 13
kilómetros cúbicos de agua.
Los habitantes de la región están en desacuerdo con la obra debido a que
muchos lugares, sagrados para ellos, quedarán bajo el agua, pero la oposición
más fuerte proviene de Uzbekistán, que teme un daño irreparable al medio
ambiente y un desastre natural.
Tashkent denuncia que Dushambé tiene la intención de cortar el río Vajsh,
afluente del Amudariá, sin esperar el dictamen de una comisión internacional de
expertos, acusación que rechaza el gobierno tayiko al asegurar que el año
próximo se conocerán las conclusiones de los especialistas del Banco Mundial, a
cargo de la investigación.
Entre tanto, Uzbekistán comenzó a desmontar las vías férreas que conducen al
sur de Tayikistán, donde viven unas 3 millones de personas que podrían quedar
aisladas sin ferrocarril, después de cortar el tráfico de mercancías hacia
territorio tayiko por la voladura de un puente, calificada por el gobierno
uzbeko de
atentado terrorista.
Entre las controversias fronterizas, Uzbekistán busca consolidarse en el
embalse de Farjad en el río Syrdariá, lo que Tayikistán denomina
intento de anexión de parte del territorio tayiko.
Con la reciente reanudación del suministro de gas natural, se evitó una
guerra, pero es claro que la relación bilateral entre Uzbekistán y Tayikistán
podrá normalizarse sólo cuando cambien sus vitalicios gobernantes.
Thomas S. Kuhn: 50 años de la
estructura de las revoluciones científicas
Julio Muñoz Rubio
R
asgo importante de nuestra cultura es la utilización del sistema
decimal. De ella se deriva la costumbre, casi obsesiva, de dar realce a los
acontecimientos ocurridos en fechas que recuerden ese sistema decimal: décadas,
siglos o milenios, como si el hecho de que se cumplan 100 años de algún
acontecimiento lo hiciera superior por sí mismo a que si cumpliera 13, 87 o
122.
Esta costumbre es tan autoritaria que no nos queda más remedio que acudir a
ella como excusa para escribir un artículo. Si recordamos lo ocurrido hace 50
años podremos preguntarnos: ¿Qué vale la pena recordar? Hace 50 años los Beatles
grabaron su primer single, José Revueltas publicó su Ensayo sobre
un proletariado sin cabeza, Brasil ganó su segundo campeonato mundial de
futbol, Fidel Castro emitió la Segunda declaración de La Habana y además, salió
publicado en Estados Unidos un libro que estaría destinado a revolucionar
nuestras visiones de la dinámica y la naturaleza misma de la ciencia: se trata
de La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn
(1922-1996), profesor de las universidades de Harvard y Berkeley. En opinión de
muchos, esta es la obra más importante de la filosofía de la ciencia en el siglo
XX.
En realidad, esta obra tiene el mérito de integrar con excepcional coherencia
la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia. Explicado de manera
extraordinariamente sucinta, Kuhn postuló que la historia de la ciencia se puede
entender como la historia de lo que llamó
paradigmas. Alrededor de todo paradigma se organiza la actividad de una comunidad científica, la cual, durante largos lapsos, trabaja sobre lo que Kuhn llamó
ciencia normal. Esta ciencia no apunta a descubrir grandes verdades ni construir nuevas teorías, sino a apuntalar las ya existentes y los paradigmas en los que se inscribe, mediante experimentos en zonas muy localizadas y produciendo conocimiento altamente especializado. Es el descubrimiento de anomalías del paradigma, dentro de esta ciencia normal, lo que impulsa a la construcción de hipótesis ad hoc. Aunque un paradigma pueda sufrir ataques y daños a raíz del descubrimiento de las anomalías, no se verá seriamente amenazado si el número de éstas no es muy grande, si las hipótesis ad hoc resuelven satisfactoriamente los problemas generados por las anomalías o si éstas no cuestionan los elementos centrales del paradigma. Sin embargo, una eventual proliferación de anomalías producirá unos daños de mayor consideración en el citado paradigma, de manera que los esfuerzos para defenderlo que pueda hacer la comunidad científica organizada alrededor de aquel serán cada vez mayores, pueden llegar a agotarse y, en ese caso, se producirá una situación de crisis, en la que el paradigma citado no se pueda sostener más, pero no exista otro que lo sustituya. Es la aparición de un nuevo paradigma lo que resuelve esta crisis, reorganizando a las comunidades científicas y el conjunto de la producción científica en el campo del nuevo paradigma.
La obra de Kuhn recibió críticas, en parte porque se consideró que nunca
alcanzó a caracterizar claramente el término
paradigma. Sin embargo, puso el dedo en la llaga al señalar que:
1. La ciencia no es construida por científicos en lo individual, gracias a
sus talentos personales, sino que es una empresa social impulsada por grupos de
científicos, articulados como comunidades, que defienden un determinado
paradigma.
2. La ciencia no progresa en función de una simple acumulación lineal de
conocimientos, como lo pretendían tanto el positivismo como el falsacionismo de
Popper, sino por medio de cortes, revoluciones de cada una de las cuales surge
un nuevo campo de conocimiento, frecuentemente inconmensurable con el
anterior.
3. En la ciencia existen numerosos elementos de irracionalidad, sicológicos y
sociológicos (fama, prestigio, recursos económicos, etcétera), que se
contraponen a los procedimientos
racionalesutilizados en los laboratorios, congresos, textos, etcétera, pero que contribuyen tanto o más que los racionales a construir y dinamizar la ciencia.
4. En función de la presencia de estos elementos de irracionalidad, se debe
descartar la idea de que la ciencia siempre e invariablemente está libre de
insumos ideológicos.
Toda obra del alcance de la de Kuhn generará polémicas. Quizás una de sus
fallas más grandes está en que a pesar de poner un fuerte énfasis en el
componente sociológico de la ciencia, no llegó a reparar en la fuerte inserción
que ésta tiene en la estructura de clases de la sociedad. A pesar de ello, la
obra de Kuhn, a 50 años de su publicación, sigue siendo un referente obligado en
cualquier estudio de teoría de la ciencia.
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