Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 17 de mayo de 2012

Grecia y España: ingobernabilidad y paradojas- Bolivia: ¿ensayo subversivo?- None of the above

Grecia y España: ingobernabilidad y paradojas
 
       A 10 días de que se celebraron las elecciones generales en Grecia, los principales líderes partidistas de ese país acordaron la realización de nuevos comicios para el próximo 17 de junio, ante la imposibilidad de lograr un acuerdo para construir un gobierno de unidad. Debe recordarse que los comicios efectuados el pasado 6 de mayo se saldaron con una debacle electoral de los dos partidos tradicionalmente mayoritarios, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) y el derechista Nueva Democracia –acusados por la población de haber fraguado la crisis griega en las décadas que se alternaron el poder–, y con una atomización del voto que derivó en la incapacidad de conformar una mayoría parlamentaria estable. Posteriormente, las negociaciones encabezadas por el presidente griego, Karolos Papulias, resultaron fallidas ante la negativa de la coalición de izquierda Syriza –segunda fuerza más votada, con 52 diputados– a formar un gobierno de unidad que se pliegue a los dictados de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Con el nuevo llamado a las urnas en Grecia se confirma, pues, una perspectiva de ingobernabilidad que deja al país helénico a la deriva económica y política, en momentos en los que se agudiza la crisis financiera y crecen las presiones de los líderes de la eurozona, quienes el pasado lunes afirmaron que, en caso de no respetar escrupulosamente las condiciones del plan de rescate internacional, el país helénico deberá salir del euro, por más que una decisión semejante representaría un elemento desestabilizador para el conjunto de economías europeas que han adoptado la divisa común.
La crisis política que se vive en el parlamento griego no es más que una consecuencia del hartazgo de una población obligada a cargar con los costos de la irresponsabilidad y la corrupción de sus autoridades y de las sucesivas turbulencias financieras, tanto exógenas como endógenas: eliminación de empleos, congelamientos salariales, afectación de los programas agrarios, alimentarios, de salud, de vivienda, de educación y de cultura. Así, la incapacidad de la clase política por conformar una mayoría parlamentaria y la consecuente necesidad de convocar a nuevos comicios equivale a una forma de desahogo social de los griegos frente a sus representantes y autoridades.
Es inevitable contrastar, el caso de Grecia con el de España, país este último en el que el curso de zozobra económica no luce tan pronunciado como el de la nación helénica, pero cuya población enfrenta un panorama igualmente o más desolador.
En efecto, habida cuenta de la aplastante victoria obtenida por el Partido Popular en las elecciones de noviembre pasado; del consecuente arribo de Mariano Rajoy a La Moncloa y del anuncio formulado por éste de que habrá más reformas y ajustes cada viernes, la población de ese país no parece tener, durante los próximos cuatro años, otra alternativa que padecer recortes más severos en materia de educación y salud, un mayor retroceso en el Estado de bienestar que se había venido construyendo desde el fin de la dictadura, y un agravamiento del desempleo en ese país.
Así, en forma paradójica, la aparente solidez de la institucionalidad política española en comparación con la griega puede derivar en un factor de debilidad: mientras el descontento, la inconformidad y el caos que se viven en las calles de Grecia se han expresado en la imposibilidad de construir una mayoría parlamentaria en ese país, las muestras de indignación que han proliferado en meses recientes en España no parecen disponer de cauce institucional alguno para manifestarse, y ello coloca a la nación peninsular en el riesgo de una desestabilización política vasta e indeseable.


Bolivia: ¿ensayo subversivo?
Ángel Guerra Cabrera
 
      El gobierno de Evo Morales ha cumplido sus compromisos fundamentales con los bolivianos. Ha restituido la rectoría del Estado en la economía, renacionalizado los hidrocarburos y aprobado en referendo una nueva Constitución que proclamó el Estado plurinacional de Bolivia. Consagró en ella el derecho de los pueblos indígenas a la tierra, el territorio y la autonomía y el control social de los recursos naturales. La población vive mejor y goza de derechos y servicios políticos y sociales impensables antes de este gobierno, la pobreza disminuye consistentemente, se erradicó el analfabetismo y casi la cuarta parte recibe atención de médicos cubanos o bolivianos formados en Cuba. Bolivia es un destacado miembro de la Alba, impulsa una política exterior propia, latinoamericanista y solidaria respetada en el mundo. Evo, por consiguiente, no tiene contrincante en las próximas elecciones.
Pero quien haya recibido acríticamente el mensaje mediático dominante en las últimas semanas pensará que el líder cocalero está a punto de ser derrocado por una insurrección popular. Sí, ha existido una escalada de conflictos sociales, pero sus protagonistas, por regla general, no defienden demandas legítimas sino privilegios, y son exiguos comparados con los movimientos indígenas o interculturales que mantienen su apoyo a Evo y al proceso de cambios. La huelga de los médicos de los hospitales públicos exigiendo conservar el derecho a sólo trabajar seis horas se prolongó varias semanas, sumada al paro de 48 horas de los transportistas de La Paz y El Alto negados a aceptar un reordenamiento del sistema, que paralizó ambos centros urbanos. Encima la huelga de dos días de la Central Obrera Boliviana (COB), hoy ni la sombra de lo que una vez fue, pero muy eficaz para impresionar al televidente no informado cuando los mineros que permanecen en sus filas detonan petardos en marcha por la capital. No obstante existir elementos sanos entre sus cuadros, queda mucha influencia en la COB de los supuestos ideólogos de la revolución permanente encabezados por Jaime Solares, paramilitar y torturador durante la dictadura de Luis García Mesa.
Pero las citadas medidas de fuerza no deben subestimarse pues tienen toda la apariencia de un ensayo para más adelante pasar a acciones más violentas y desestabilizadoras. No debe olvidarse que Estados Unidos por boca de su embajador de entonces llamó a no votar por Evo antes de su primer mandato ni todos los posteriores intentos de desestabilización patrocinados por la representación del imperio, incluyendo el intento de golpe cívico de los separatistas de la Media Luna. Este dirigido por el embajador Philip Goldberg, expulsado del país por eso como en su momento la oficina de la DEA debido a su actividad subversiva. Pero hay pruebas de que la embajada y las fuerzas de derecha, junto a las organizaciones no gubernamentales gringas u occidentales, continúan buscando contactos donde quiera que se vislumbra una inconformidad para estimularla y reclutar colaboradores entre sus líderes, como ha sido en el caso de algunos dirigentes de los marchistas del Tipnis (Territorio indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure) y en muchos otros.
En Bolivia, como en todo país subdesarrollado que inicia su liberación, nunca es suficiente la obra material que realicen los gobiernos por lo monumentales de las necesidades acumuladas en siglos. Pero con todo y lo difícil que es eso, mucho más lo es y toma décadas lograr el cambio cultural de la sociedad en su conjunto para vencer los traumas creados por la colonia, el capitalismo subordinado, el colonialismo interno, el racismo y el patriarcalismo. A ellos se agregan las contradicciones entre el vivir bien andino (horizonte deseado) y la necesidad imperiosa de insertarse en el mercado mundial capitalista, entre las ansias de consumo legítimas más el consumismo estimulado por los medios de difusión dominantes y el deber de cuidar el medioambiente. En el aprendizaje que cada proceso revolucionario debe realizar, sus dirigentes –por lúcidos, sensibles y autocríticos que sean– cometen muchos errores. Seguramente Bolivia no es la excepción pero no se aprecian errores de principio que pongan en peligro el rumbo.
En todo caso y con sus errores, el gobierno de Evo es del pueblo boliviano, de los pueblos latinoamericanos, es nuestro. No debe haber vacilación ni condicionamientos a la hora de defenderlo con uñas y dientes del enemigo imperialista y sus cómplices locales.
None of the above
Miguel Marín Bosh
 
        En estos últimos días he tenido ocasión de platicar con algunos amigos franceses, estadunidenses y no pocos compatriotas acerca de las elecciones en nuestros respectivos países. El común denominador ha sido cierto desencanto con el proceso democrático. ¿Cómo traducimos nuestras inquietudes (y quejas) en acciones concretas del estado que habitamos? Los ciudadanos delegamos nuestro poder a los representantes en el Congreso y al jefe de Estado. Pero es obvio que nuestros representantes, nuestros delegados, no cumplen con sus responsabilidades.
Y el hilo conductor de esas conversaciones con mis amigos ha sido qué hacer como ciudadanos ante tal panorama. ¿Por qué participar en un ejercicio supuestamente democrático si sabemos de antemano que nuestro voto no surtirá efecto alguno, que los delegados que elijamos se olvidarán de quienes los eligieron y que muy probablemente actuarán según sus intereses personales y conforme a las directrices que reciban de los partidos que los postularon? Peor aún, ¿por qué tomar parte en unos comicios para elegir entre unos candidatos que no inspiran confianza y mucho menos simpatía?
Cuando oímos a los disidentes en Siria o Bahrein hablar de la necesidad de que el pueblo tenga la palabra en las decisiones políticas, nos provoca una sonrisa un tanto cínica. ¿En Estados Unidos realmente decide el pueblo? En las elecciones presidenciales apenas participa la mitad de los ciudadanos. Su Congreso responde más a los grupos de presión organizados (los llamados lobbistas) que al electorado. Esos lobbistas representan intereses económicos muy concretos. No sorprende, por tanto, que muchos congresistas salientes se conviertan en portavoces de esos grupos de lobbistas.
En Francia hubo 10 aspirantes en la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el 22 de abril. Un 26 por ciento de los ciudadanos que participaron en esos comicios dieron su voto a uno de los siete candidatos menores. Luego vino el concurso entre los dos finalistas: el presidente Nicolas Sarkozy y Francois Hollande (Marine Le Pen quedó en tercer lugar, con un porcentaje sorprendentemente alto). En ambas vueltas la participación rondó en un impresionante 80 porciento.
En Estados Unidos, en cambio, apenas votó la mitad del electorado. Por tanto, ¿es un país menos democrático que Francia? Seguramente que Alexis de Tocqueville tendría unos comentarios muy pertinentes al respecto.
Mis amigos estadunidenses se mostraron un poco sorprendidos por la falta de resultados en el Congreso mexicano. Argumentaron que la no relección les da cierta autonomía a los diputados y senadores y que, por consiguiente, podrían actuar de manera más independiente. En Estados Unidos, en cambio, los congresistas piensan más en cómo podrán relegirse y para ello requieren de dinero para sus campañas. Y aquí los lobbistas tienen un papel preponderante.
Sorprenden también a los extranjeros las enormes cantidades que reciben del Estado los partidos políticos en México para sus campañas. Ahí está la intensidad de la propaganda partidista en calles, edificios, carreteras y, sobre todo, en radio y televisión. También les extraña la pobreza de los mensajes del Instituto Federal Electoral. ¿Por qué insiste el IFE en decir que participar en unos comicios es la esencia de la democracia? ¿Por qué insistió en el valor de los debates entre los candidatos? ¿Para qué sirven esos debates?
Según algunos estudiosos de las encuestas en Francia, los debates no han incidido en las preferencias del electorado. Más bien sirvieron para cimentar las preferencias ya declaradas. Así lo demuestran los debates, en 1974, entre Valéry Giscard d’Estaing y Francois Mitterrand, y entre éste y Jacques Chirac, en 1988. Y así lo demuestra el debate del pasado 2 de mayo. Fue muy acalorado y hasta entretenido, pero no parece haber cambiado muchos votos. En México, en cambio, el debate del pasado 6 de mayo fue acartonado y penoso.
Llegamos a la conclusión de que el problema básico de la democracia en nuestros tres países no tiene mucho que ver con la participación (alta o baja) de los ciudadanos en los comicios presidenciales. Más bien tiene que ver con el perfil de las personas que nos presentan los partidos. Pensemos en Mitt Romney, virtual candidato del Partido Republicano en Estados Unidos. Lleva meses peleándose con una serie de enanos mentales para ver quién refleja mejor el pensamiento neoconservador de su partido. Pues bien, ganó el menos conservador. Pero sus contrincantes le han regateado su endoso. Lo mismo hizo Marine Le Pen al declarar que votaría en blanco en la segunda vuelta.
El menú de candidatos fue mucho más atractivo en Francia. En México el cuarteto que desfila por la radio y la televisión es francamente penoso. Aun en Estados Unidos, ni el presidente Barack Obama ni el ex gobernador Romney levantan mucho entusiasmo. Obama ganó en 2008 con un mensaje esperanzador y ahora trata de religirse con un mensaje de ya verán lo que haré en mi segundo mandato.
También discutimos el papel de los medios de comunicación y su relación con los políticos. Hablamos del caso de Rupert Murdoch en el Reino Unido y de Televisa en México. Es obvio que el mundo cibernético está incidiendo en cómo se hace la política.
¿Qué hacer? Mis amigos franceses optaron por no votar en la segunda vuelta de las presidenciales el pasado 6 de mayo. Mis amigos estadunidenses, que apoyaron a Obama en 2008, ahora prefieren ignorar los comicios del próximo 6 de noviembre. Mis amigos mexicanos optarán por ir a las urnas para anular su voto el primero de julio. Ojalá que el IFE incluya ninguno de los anteriores en la boleta.
La democracia, ciertamente, no nos conducirá al paraíso terrestre, pero el electorado tiene derecho a aspirar a que se produzcan cambios positivos en la vida de los ciudadanos. Desafortunadamente no hay mecanismos que aseguren un control de calidad de los políticos.

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