Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 12 de agosto de 2012

«Teníamos dignidad; ésta es nuestra tragedia»

Teníamos dignidad; ésta es nuestra tragedia
Robert Fisk
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Refugiados sirios esperan registrarse en el campamento Al Zaatari de la ciudad cisjordana de MafraqFoto Reuters

      Campamento Bourj-el-Baranjen, Beirut. La tragedia de Siria comenzó 10 años antes de que naciera. Sus padres fueron echados de su hogar en Haifa –en esa parte de Palestina que se convirtió en Israel– y huyeron a Líbano en 1948, y luego a Siria en 1982. Nuestro padre, Dios bendiga su alma, me puso por nombre Siria y a otra hermana la llamó Palestina, dice, sentada en el rincón de una choza donde impera un calor sofocante, en el mayor campo de refugiados de Beirut. Un abanico lucha contra el aire polvoso, a 35 grados Celsius.
Palestina, la hermana de Siria, escucha con ojos entrecerrados, asintiendo, pero con rostro inexpresivo la mayor parte del tiempo. Las dos visten de negro.
Siria –el país– era un lugar agradable cuando Siria la refugiada llegó allí con su joven marido, huyendo de la guerra civil libanesa. En los primeros años de Hafez Assad –con qué rapidez los occidentales y los enemigos árabes de Siria olvidan esto– se garantizaron hogares, derechos iguales como ciudadanos, empleo y servicios hospitalarios gratuitos al medio millón de palestinos que vivían bajo el régimen baazista: mejores condiciones de las que ofrecía cualquier otra nación árabe.
El gobierno era estricto, pero nos trataba igual que los sirios, dice Siria. En Siria éramos neutrales.
Ella inició su familia –tiene cinco muchachos y dos chicas, dice– en el campo de refugiados de Deraa, la ciudad del sur de Siria donde estalló la revolución, hace 18 meses, cuando agentes del gobierno torturaron y dieron muerte a un sirio de 11 años por pintar consignas contra el gobierno en un muro.
Luego de 1982 fueron años hermosos y teníamos una vida bonita, recuerda. Nos trataban bien y con dignidad, y mis hijos sentían que pertenecían a Siria, no a Líbano, de donde venían sus padres. Mis hijos se casaron con sirias. Aún no habla de su tragedia.
Um Asán expresa asentimiento. Tiene 48 años; es la hermana menor y madre de cinco hijos y cinco hijas. Se estableció en el campo de refugiados de Tel al-Zataar, en Beirut, que fue sitiado por la milicia cristiana Tigre de Dany Chamoun en 1975.
Mis dos hermanos murieron en la masacre al año siguiente, dice. Se llamaban Nimr y Korfazé. Habla sin emoción. Nimr, irónicamente, quiere decir tigreen árabe. Un tigre muerto por un tigre. Ella y su familia se mudaron a Deraa en 1981; sus recuerdos son los mismos de Siria. Una vida segura; como palestinos, todo estaba disponible para nosotros, cualquier oportunidad de trabajo; los hospitales eran gratuitos. Su sonrisa no dura mucho.
“Las cosas comenzaron a ponerse mal hace 18 meses. Nos trataban bien, pero comenzaron los tiroteos en Deraa y nosotros simpatizábamos con los ciudadanos sirios. Tratábamos de llevarles medicinas y ayudar a los heridos. Luego los rebeles armados invadieron nuestro campamento el mes pasado y se murmuró que los sitios querían que los palestinos dejáramos nuestros hogares.
Algunos se fueron, otros se quedaron. Llegaron los helicópteros y comenzaron a bombardear las casas. Yo corrí con mi familia tan rápido que dejé la llave en la casa y la puerta sin cerrojo. Cuando regresé por un instante, encontré la casa destruida y todos nuestros muebles y pertenencias saqueados, robados por los rebeldes, por el régimen, hasta por nuestros vecinos.
Siria se ha quedado en silencio mientras Um Asán hace su relato. El gobierno creyó que había palestinos entre los manifestantes y detuvo a algunos. Se llevaron a uno de mis hijos a prisión y lo torturaron durante dos o tres semanas. Luego murió por las torturas. La habitación queda en silencio.
Así pues, le sobreviven cuatro de los cinco hijos que mencionó al principio, observo en voz baja. No, ya lo desconté del número total, dice. Tengo cinco hijos vivos; tenía seis. Los que le sobreviven están ahora en una escuela y una mezquita en una aldea de las afueras de Deraa. Todos tienen documentos de identidad libaneses. Ella vino a Beirut para encontrar los documentos y llevárselos de nuevo a Siria, para que sus hijos e hijas puedan entrar en Líbano.
Los palestinos de Siria han recibido buen trato de los oficiales fronterizos libaneses; les permiten entrar en el país luego de registrar sus nombres y edades. Ahmed Mustafá, quien compila detalles de todos los refugiados palestinos que llegan a Beirut desde Siria, dice que hay 80 familias registradas en Bourj el-Barajné, 70 en Sabra y Chatila –lugar de la matanza cometida por milicianos cristianos aliados de Israel en 1982– y 10 en el pequeño campamento Mar Elías. Trescientas familias palestinas más llegadas de Siria se han asentado en el enorme campamento de Ein el-Helweh, en las afueras de Sidón, y otras 60 en Rashidieh, a escasos 30 kilómetros de la frontera israelí.
Ehud Barak, ministro israelí de Defensa, dice que su país no aceptará refugiados de Siria. Los palestinos de Siria –hay más de medio millón– creen que el comentario de Barak estaba dirigido a ellos. El hogar de los palestinos seguirá siendo territorio prohibido.
Um Jaled llegó de Deraa esta semana, pero su tragedia empezó, desde luego, 23 años antes de que naciera, cuando su abuelo, comerciante de camellos, huyó con su familia –incluido el padre de ella, entonces de 8 años– del suburbio de Tir al-Haifa, en lo que hoy es la ciudad más grande del norte de Israel: primero a Jordania y luego a Egipto, donde vivía la familia de su abuela. Cuando ésta murió, la familia se trasladó al suburbio de Doumar, Damasco, y luego al campamento palestino de Yarmouk. Um Asán tenía 17 años. Ahora tiene 10 hijos; su marido se fue a Europa hace cuatro años para buscar empleo. Ella huyó de Damasco hace apenas cuatro días y su historia es tan instructiva como trágica.
“Supongo que teníamos simpatías por los manifestantes en las calles y nos preocupaba que mataran personas indefensas en las calles. El comando general del Frente Popular para la Liberación de Palestina estaba con el régimen, pero algunos de sus oficiales no. Incluso algunos del Frente Palestino de Liberación (parte de las fuerzas armadas sirias) no están con el régimen. La violencia empezó en Yarmouk hace dos semanas. Hombres del FPL llegaron para proteger el campamento. Cayeron proyectiles; no sabemos quién los lanzó. Luego helicópteros sirios sobrevolaron la zona y dejaron caer panfletos en los que se vía la foto de un niño sonriendo, y el pie decía: Si quieres mantener la sonrisa de tu hijos, desaloja la zona.
Nueva ironía. En 1982, la fuerza aérea israelí dejó caer panfletos casi iguales sobre zonas civiles de la sitiada Beirut, los cuales decían: Si valoras las vidas de tus seres queridos, vete de Beirut Occidental. ¿Será que las autoridades sirias aprenden de los israelíes?

“Luego llegaron tanques sirios a la calle Araba y comenzaron a disparar. Un vecino mío, Maafeq Sayed, estaba en la zona de Araba y fue herido en el cuello por un francotirador y murió. Su madre dijo que la televisora gubernamental afirmó que era un terrorista. El hospital del gobierno lo registró como víctima de ataque al corazón. Los palestinos del comando central no devolvieron los disparos.

Luego hubo rumores de que los alauitas del ejército sirio iban a masacrarnos. Algunas mujeres fueron asesinadas en la zona de Asali, cerca del campamento de Yarmouk. Llegaron palestinos a rescatar a personas atrapadas en sus hogares. Luego hubo más rumores de que habían llegado matones con cuchillos para asesinar a los alauitas.

El viernes de la semana pasada cayeron proyectiles en todo Yarmouk; hubo 20 palestinos muertos y 54 heridos, 18 de los cuales perdieron miembros. Entre las víctimas hubo mujeres y niños. Um Asán vendió los muebles de su familia y se marchó a vivir con amigos en Beirut, rogando por que su marido –ahora refugiado sin empleo en la ciudad sueca de Malmo– tenga posibilidad de ayudarla. Ella insiste en que la vida era buena antes del conflicto en Siria. “Teníamos dignidad –dice–. Pero ésta es nuestra tragedia.”
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

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