Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 23 de enero de 2013

Escenario y disonancia- Legalidad y justicia: reconstrucción necesaria- Ignacio Manuel Altamirano y su defensa de los protestantes

 
Luis Linares Zapata
El escenario ha sido repetido en numerosas ocasiones para que resista incólume la dura prueba de los hechos de soporte. Las disonancias entre palabras y concreciones van apareciendo y fermentan dudas sobre los méritos de mostrar, una y otra vez, escenografías donde las bases son por demás endebles. El gobierno de Peña Nieto, a juicio de la crítica enterada, agotó sus oportunidades de subirse al estrado sin nada, o muy poco, entre sus manos. Aun los más ardientes difusores del oficialismo en turno han menguado en sus alabanzas al espíritu renovador que, llenos de fervor, anunciaron desde sus magníficos altavoces. Insuflar expectativas requiere, según parece y a juicio del poder, de una intensa campaña de propaganda gubernamental que apuntale los mermados ánimos populares. Las formas con que se viene envolviendo el quehacer público no se pueden confundir con el fondo.
 
La pifia en el intento de insigne transparencia de los bienes de cada uno de los miembros del Ejecutivo federal, transmitida a todo lujo desde Palacio Nacional, bien puede decirse que fue la puñalada a los montajes previos y el mensaje de alerta para los que habrán de venir. Ávido de aplausos fáciles, Peña Nieto sigue extendiendo los brazos para recibirlos y facilitar la difusión congelada de su labrada imagen. Cualquier persona familiarizada con el estricto y detallado formato con que los funcionarios deben declarar sus bienes notará, sin duda, la enorme diferencia con lo poco mostrado por el gabinete y la Presidencia. El parto dio a luz un entuerto ridículo.

El reciente anuncio de la cruzada contra el hambre fue bastante más que un montaje a distancia de los ya acostumbrados en la corta marcha del sexenio actual. En verdad se exhibió, sin escatimar gastos ni parafernalia, todo un teatro ambulante. Coro de mandones, sitiales preferentes, terreno emblemático y público acarreado al calce completaron el fastuoso escenario. El contenido del programa anunciado, sin embargo, alcanzará, si es fondeado como se anuncia, a sólo una fracción (25 por ciento) de los mexicanos que hoy padecen hambre. Ambiciosos programas, uno tras otro de manera sucesiva y en variadas intentonas de reducir, finiquitar o paliar siquiera la pobreza, la marginación o la franca miseria, han terminado en sonoros, tristes, inocultables fracasos. La pobreza, en México, ha aumentado a pesar de los cientos de miles de millones de pesos etiquetados para tales fines. Es imposible entonces olvidar o disfrazar que frente a tales anuncios de grandiosos programas y atroces realidades, la continuidad de un modelo acumulador ejerce sus totalitarios dictados depredadores.

El celebrado Pacto por México, el buque insignia de las pretensiones políticas de Estado, tiene una limitante de consideración: fue signado por dirigentes partidistas que distan mucho de contar con las credenciales que validen sus actos. Tampoco el aparato de la administración federal, largamente anquilosado en sus rutinas y capacidades, puede colocarse frente a tentativas de cambios, menos si se anuncian como trascendentes. Las correas de trasmisión con la ciudadanía común y corriente de tal élite signataria son precarias o, sencillamente, inexistentes. Las cúpulas de los partidos se hallan, hoy por hoy, desprovistas de voces y manos representativas del electorado que recién acudió a las urnas. Además, una gran parte de ese voto, más de una tercera parte, no tiene cabida alguna por más que trate, dicho pacto, de colorearse con tintes de izquierda. La venidera reforma
 
Los llamados líderes del Legislativo son una muestra palmaria del desfonde que experimentan las cúpulas partidarias. Los que se encumbraron en el Senado son escaladores que siempre han mirado hacia arriba, algunas veces han oteado hacia sus lados, pero sólo para alentar aplausos en su favor. Nunca, que se sepa, han atendido las pulsiones que emanan desde abajo o abanderar, con fingido entusiasmo al menos, sus intereses. Sus carreras, muy corta del panista, por cierto, y siempre patrullada desde Los Pinos, fueron hechas en los corredores y las oficinas de los distintos niveles del rejuego burocrático. La del perredista está repleta de maniobras y conciliábulos entre grupúsculos. Aunque reniegue de ello, usufructúa el torrente del voto obradorista que se consolidó en su estado de origen. La figura presidencial, a estos tres personajes, los anonada, es el todo para ellos. Los contoneos y las dilatadas sonrisas con que recibieron a Peña Nieto en su visita a la sede senatorial los descobija sin decoro alguno. Sus capacidades, aun tomadas en conjunto, no rellenan un simple sitial de esa alta cámara. Los resultados que, por tanto, pueden esperarse, no pasarán de la mediocridad que los envuelve y apabulla. Por fortuna para la República hay otros senadores (muy pocos por cierto) que se distinguen por sus ideas complejas, trayectorias decentes y enderezadas hacia el pueblo. Ojalá, y con el tiempo, estos políticos rellenen, aunque sea en algo, las carencias de sus pastores designados.
 
Similares términos pueden emplearse para describir al liderazgo de la cámara baja. Allí, sin embargo, la excepción corre a cargo del priísta (MFB), que siempre busca una salida decorosa a los problemas que se generan en su fracción o que le trasladan desde más alto. Aunque el margen de sus maniobras parlamentarias está condicionado, claro está, por el rígido cauce que impone la continuidad del modelo vigente y al que se pliega por necesidad o gusto. Pero el talante desplegado por el priísta alivia tensiones y busca acomodarse con la pluralidad. Lo cierto es que, en este trajín de tramoyas descritas cobran sentido las palabras de Barack Obama, al tomar posesión de su renovado cargo: hay que actuar aunque sepamos que el trabajo no es perfecto y no sustituir la política con el espectáculo.
Ni hablar del peluquín-Rocha
Legalidad y justicia: reconstrucción necesaria
El abogado Ricardo Sánchez Reyes Retana, defensor del general Tomás Ángeles Dauahare –detenido junto con otros cinco mandos militares, por presuntos nexos con el narcotráfico– pidió al juzgado responsable del proceso de su cliente dictar la sentencia penal correspondiente debido a la falta de pruebas que acrediten las acusaciones formuladas el año pasado por la Procuraduría General de la República. La víspera, esa dependencia federal envió al juzgado responsable del proceso un documento en el que admite que no cuenta con prueba alguna que corrobore las declaraciones de testigos protegidos que acusaron a Ángeles Dauahare y al resto de los inculpados, que son, hasta donde se sabe, el componente principal del proceso judicial contra éstos.
 
En forma significativa, el vuelco en el episodio de los generales detenidos coincide en el tiempo con la difusión del dictamen elaborado por Olga Sánchez Cordero, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sobre el caso de la ciudadana francesa Florence Cassez, acusada y condenada a 60 años de prisión por participar en varios secuestros. En dicho documento, que habrá de ser discutido hoy en la primera sala del máximo tribunal, se propone anular los testimonios de las presuntas víctimas de Cassez, debido a las contradicciones e incongruencias en sus dichos, fallas que podrían conducir al Poder Judicial a reponer el proceso de la exranjera y a emitir una nueva sentencia.

Sin adelantar juicios sobre el derrotero que tendrán los procesos referidos en las instancias judiciales correspondientes, ambos son reveladores del deterioro estructural que experimentó la procuración de justicia durante el ciclo de presidencias panistas y particularmente en el sexenio de Felipe Calderón, periodo que se caracterizó por los abusos, las violaciones a garantías fundamentales, la distorsión de pruebas, lugares y testimonios, el uso faccioso de la ley, la conversión de las procuradurías en instrumentos de golpeteo político –como ocurrió con el llamado michoacanazo– y la fabricación de culpables.
 
Los vicios y atropellos judiciales y policiales cometidos durante el calderonismo no son, ciertamente, los únicos ejemplos de la contraposición actual entre la pretendida intención de imponer el estado de derecho y la violación recurrente del mismo por parte de las autoridades. La declaración del nuevo titular del Instituto Nacional de Migración, Ardelio Vargas, de que sacudirá a ese organismo y lo someterá a una limpieza de fondo obliga a recordar que la política migratoria del Estado exhibe, asimismo, una descomposición alarmante, en la que convergen los inveterados atropellos cometidos por los efectivos migratorios en contra de los ciudadanos de terceros países con los ataques perpetrados por bandas del crimen organizado y en el que se ha evidenciado un patrón de complicidad entre unos y otras.
 
Frente a una institucionalidad que ha perdido el sentido de apego a la ley y de la moral pública, que ha quedado exhibida por su turbiedad y por las desviaciones a la legalidad con que se conduce, y se ha erigido en vehículo de un ejercicio del poder cada vez más arbitrario e ilegal y en factor de amenaza para el conjunto de la población, el país requiere una reacción mucho más radical y profunda del actual gobierno que las simples promesas de cambio y los señalamientos críticos al desempeño de su antecesor: es necesario, en cambio, que la administración en turno concrete, o cuando menos inicie, un proceso de reconstrucción institucional que permita remontar el desastre a que fueron llevadas las dependencias referidas durante los pasados seis años, que debe incluir, desde luego, la investigación, el esclarecimiento y la sanción para los presumibles responsables de atropellos cometidos al amparo del poder.
Fiscuáles-Fisgón
Ignacio Manuel Altamirano y su defensa de los protestantes
Carlos Martínez García
Junto con los otros liberales de su generación, Ignacio Manuel Altamirano luchó decididamente por la libertad de cultos. Cuando ésta se obtuvo legalmente, el 4 de diciembre de 1860, emergieron a la luz pública células evangélicas que se fueron consolidando hasta convertirse en núcleos bien asentados en distintas regiones del país.
Altamirano fue el único liberal que defendió a los disidentes religiosos de carne y hueso. Cuando a su conocimiento llegaron casos de intolerancia y persecución contra los protestantes, particularmente indígenas, el escritor decididamente tomó partido en favor de los perseguidos. En distintas publicaciones, y en distintos momentos, dejó plasmada su nítida postura sobre el agravio a los derechos de los no católicos. Postura que incluso le valió el calificativo de protestantizante por sus adversarios y críticos católico-romanos.

El 27 de marzo de 1870, en El Siglo XIX, refiere que desea ocuparse de un hecho que en mi calidad de liberal y de amigo de la tolerancia y de la civilización no puedo dejar inapercibido. Altamirano informa a sus lectores que el 14 de marzo la congregación evangélica de Xalostoc, de 70 integrantes, es visitada, a invitación de ella misma, por los hermanos de México, D. Juan Butler, D. Hermenegildo Fragoso D. Manuel Lamadrid, los cuales después de concluida la ceremonia, salieron a dar una vuelta por el pueblo para conocerlo.

El entonces ya muy reconocido Altamirano sintetiza el asunto de la siguiente manera: “Un maestro de escuela que es un católico rabioso, y pretextando que los tres protestantes habían hablado con unos niños de la escuela, sobre frivolidades probablemente, el susodicho maestro tocando a rebato, alborotó a los del pueblo, que se armaron inmediatamente con fusiles, se apoderaron de los señores Butler, Fragoso y Lamadrid, y llenándolos de insultos y amenazas, los condujeron a las orillas del pueblo, donde iban ya a fusilarlos, cuando los hermanos Silva acudieron a su auxilio, dispuestos a correr su misma suerte. Lograron con mil trabajos evitar aquel horrendo asesinato, y hacer que la multitud los condujese a presencia del juez del lugar. Éste, que se llama Apolonio Pacheco, los recibió como Pilatos, en su pretorio. La multitud que se agolpó allí comenzó a aullar furiosa y sedienta de sangre: ‘Mátenlos, acábenlos, quémenlos, etcétera, etcétera’, precisamente como la muchedumbre judía cuando pedía el suplicio de Jesús”.

Posteriormente el Pilatos de Xalostoc remite a los tres protestantes al presidente municipal de San Cristóbal Ecatepec, quien pone en libertad a Butler, Fragoso y Lamadrid, a la vez que informa de lo sucedido al jefe político de Tlalnepantla. Los liberados regresan al lugar de su hospedaje, la hacienda del Risco, y más tarde retornan a México.

Reunidos nuevamente, los protestantes de Xalostoc reciben insultos de sus agresores y aun hubo entre ellos, un fariseo terrible, que no contento con eso, disparó un balazo que en un tris estuvo que hiriese a uno de los [congregantes]. Altamirano refiere el parte rendido por el juez auxiliar de Xalostoc, el que llama muy original, y da idea de cómo se entiende en ese pueblecito la tolerancia religiosa. Dice que los evangélicos nunca debieron ser encarcelados, y pone el caso a consideración del prefecto de Tlalnepantla, mi amigo José María Verdiguel y Fernández. Considera llegado el momento de “ser enérgico para reprimir estas manifestaciones de salvaje intolerancia […] Es hora ya que la tolerancia religiosa sea un hecho práctico y favorecido por las autoridades, como un hecho legal. De otro modo habríamos dado ese gran paso en la vía del progreso, de dicho solamente, y la reforma quedaría trunca”.
 
Después del caso acontecido en Xalostoc, Altamirano informa a sus lectores que ha recibido el primer número de La Estrella de Belén, que publica una sociedad protestante. Encuentra que está bien impreso, bien redactado y que, se anuncia, saldrá quincenalmente. Apunta que los hombres verdaderamente liberales se alegran de ver que a medida que avanza el tiempo se hacen más prácticas las conquistas de la reforma. En estos momentos las sociedades católicas tienen varios órganos en la prensa, las sociedades protestantes comienzan también a tener los suyos. Los librepensadores pronto contarán también con una magnífica publicación. Así todos propagan sus ideas, todos discuten y la verdad ganará. ¡Y cuando pensamos que hace veinte años esto era una utopía para los hombres de poca fe, no podemos menos de amar con idolatría y cada día más los principios liberales!
 
Unas semanas después de su defensa a la congregación protestante de Xalostoc, encontramos a Ignacio Manuel Altamirano como primer presidente de la Sociedad de Libres Pensadores, que se instala en el vestíbulo del Teatro Nacional el 5 de mayo de 1870. El órgano del grupo fue la publicación El Libre Pensador, y en algunos de sus números reproduce artículos dados a conocer originalmente por publicaciones protestantes.
 
Carlos Monsiváis anota que no obstante su pertenencia a la “Liga de Librepensadores [Altamirano] elige un cristianismo muy libre, apoyado en la instrucción universal. En su periodismo –que en el siglo XIX equivale a decir ‘en su desarrollo intelectual’– Altamirano se obstina: defiéndanse las conquistas irrenunciables: no hay visión moral sin la consideración del bien común; la libertad de cultos y la libertad de expresión son las bases de la creación cultural y artística; el primer signo de la época moderna es la libertad de elección”. Como Altamirano en el siglo XIX, Monsiváis en la segunda mitad del XX y la primera década del XXI también hizo enérgica defensa de la diversificación religiosa concretada en personas y comunidades.Cruzada contra el hambre-Helguera

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