Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 18 de marzo de 2012

El Despertar- En el aniversario de la expropiación petrolera- Educación superior: escuchar a las universidades

El Despertar
Manuel Bartlett
José Agustín Ortiz Pinchetti
 
     Yo no tenía simpatía por Manuel Bartlett. Como secretario de Gobernación me pareció un hombre de poder, duro y autoritario. Somos de la misma generación y teníamos vivencias, convicciones y amigos en común, pero él había escalado con gran tesón y éxito en el sistema y yo tenía un repudio cordial contra ese aparato. Consideraba que impedía la modernización del país. Estuve con centenares en la antesala de Bartlett el célebre 6 de julio de 1988. Fue el día en que se cayó el sistema. Se cayó o se calló el sistema. Observé a Bartlett sereno, rígido, presidiendo la comisión electoral y junto con Jaime González Graf me di cuenta que hubo un grupo de operadores ajenos a la Secretaría de Gobernación impuestos por Salinas, el candidato priísta, y autorizados seguramente por De la Madrid. La caída o callada del sistema no fue obra de Bartlett, sino de Salinas y de sus operadores. Esto ha sido constatado por todos los actores que estuvieron cerca del proceso e investigado a fondo por Martha Anaya, quien en su libro 1988: El año en que cayó el sistema, alcanza una versión definitiva.
Hoy no sólo soy amigo de Manuel Bartlett, lo respeto y lo admiro. Por supuesto que somos aliados, es candidato del Movimiento Progresista y uno de los defensores más decididos de AMLO. Considero que va a sacudir el árbol semipodrido del PRI en Puebla, que puede ganar y arrastrar un gran número de votos en favor de nuestra causa. Pero además creo que debe ser respetado por todos aquellos que estamos en favor de un verdadero cambio.
Creo que Bartlett es progresista, es decir, es un hombre que desde hace muchos años, adentro y afuera del PRI, ha sostenido como principio la necesidad de que se reduzca la desigualdad social entre los mexicanos, que es nuestra peor característica. Es un hecho que desde hace diez años comparte en forma pública las principales causas de la izquierda. También es cierto que fue un excelente gobernador de Puebla, que trasformó la ciudad y la entidad, y que se destacó por su preocupación por fortalecer la posición de los más pobres en el estado.
Admiro a Bartlett por su vocación política, por su enjundia. He visto cómo organiza su precampaña en Puebla y cómo visita incansablemente todos los medios, todas las regiones, una por una las cabeceras de distrito, las principales poblaciones. En jornadas exhaustivas que agotarían a un hombre de 30 años, pero que dejan fresco a Bartlett, de 76. El punto de coincidencia más alto que tengo con él está en su patriotismo. Su amor y lealtad a México, sin alardes ni exhibicionismos, lo distingue radicalmente de la pandilla de entreguistas que controlan al PRI de hoy.
En el aniversario de la expropiación petrolera
José Antonio Rojas Nieto
 
    El aniversario de hoy es excelente para reflexionar sobre nuestra vida cotidiana. Y pensar en el diseño de un futuro mejor. Se trata –ante todo– de una tarea social. No sólo estatal. Menos aún sólo gubernamental. Los organismos de Estado y de gobierno, en todo caso, deben cooperar y apoyar para que la sociedad imagine, delinie, diseñe, proponga, sueñe y decida cómo quiere o anhela vivir su cotidianidad. Próxima y lejana. Y, una vez hecho esto, desarrolle, despliegue, impulse, implante e instaure sus determinaciones.
Siempre en el marco de un ejercicio continuo de revisión y evaluación de sus determinaciones y las acciones que las concretan. El apoyo y sustento de organismos sociales, centros de investigación, escuelas, institutos, universidades y especialistas es fundamental. Imprescindible. Pero la decisión es y debe ser social. Es parte de la auténtica democracia. Trasciende el juego electoral, imprescindible sin duda, pero hoy tan viciado y limitado.
Si en todos los ámbitos esta preeminencia social es obligada, en el de la satisfacción de las necesidades de energía, lo es aún más. ¿Por qué? Porque sólo la decisión y la conducta consecuentes, plasmadas en hábitos sociales renovados, serán capaces de enfrentar el reto de lo que hoy se denomina un mundo con energía y sin contaminación, con uso eficiente de energía que enfrenta severas limitaciones. No sólo por la creciente emisión de CO2. Básicamente por el carácter no renovable y exhaustible de los recursos que soportan lo medular del patrón energético mundial. Sí, la satisfacción cotidiana de requerimientos de energía útil, de energía para mover personas y bienes, iluminar, refrigerar y conservar alimentos, acondicionar ambiente en viviendas y edificios, lograr buena calefacción, disponer y manejar aguas potables y negras, y generar calor de procesos, entre otros usos fundamentales que requiere nuestra vida y quehacer cotidianos, así lo exige.
Más todavía cuando la mayor parte de la satisfacción de esos requerimientos se resuelva –como en el caso del transporte– de forma colectiva, a pesar del depredador perfil individualista de la matriz del transporte en todo el mundo. Por eso, cuando enfrentamos la necesidad –incluso urgencia– de revisar, diseñar e instaurar lineamientos para desplegar un ejercicio social eficiente de satisfacción de nuestras necesidades cotidianas de energía, no podemos menos que pensar en tres hechos regresivos que hoy caracterizan el patrón energético en todo el mundo. La excesiva pero hoy todavía ineludible concentración en petróleo, gas natural y carbón.
La similarmente excesiva concentración de la energía utilizada en la satisfacción de los requerimientos del transporte, merced al tipo de mecanismos e instrumentos con los que –todavía hoy y parece que durante un buen tiempo– se accede a esa satisfacción. Y finalmente, para sólo mencionar uno más, el elevado efecto contaminante que representan esos dos hechos. Recordemos que con un consumo de petróleo que muy pronto alcanzará los 100 millones de barriles al día, se resuelve la tercera parte de los requerimientos mundiales de energía. Al sumar los 60 millones de barriles de petróleo equivalentes que representa el consumo del gas natural –similarmente exhaustible– alcanzamos 60 por ciento de esos requerimientos. Y al agregar los 70 millones de barriles equivalentes de petróleo que representan el consumo de carbón, llegamos al dramático 87 por ciento de satisfacción energética mundial con recursos no renovables, a más de altamente contaminantes.
También recordemos hoy –en el aniversario de la expropiación petrolera– la altísima concentración de la energía en el transporte. Sí, concentra casi la tercera parte de la energía final. Poco más de 60 por ciento del petróleo consumido, con el que resuelven 94 por ciento de sus necesidades. ¿Consecuencia de estos dos hechos? Sí, la concentración en hidrocarburos y carbón, y enorme peso del individualista y dispendioso sector transporte, hemos llegado a emitir ya casi 40 mil millones de toneladas de CO2 (número construido con base en el contenido de carbono de los diversos combustibles y el volumen de cada uno que se consume en el mundo).
Buena parte de esas emisiones proviene del propio consumo del sector energético (por la transformación) mayoritariamente para soportar las necesidades del transporte. A nivel sectorial esas emisiones provienen del consumo de carbón (más de 40 por ciento) y de petróleo (casi 40 por ciento). El consumo de gas explica poco menos de 20 por ciento.
En consecuencia, los dos sectores con mayor participación en las emisiones de CO2 en el mundo son el industrial, que consume 80 por ciento del carbón y el del transporte, que consume más de 60 por ciento del petróleo. No podemos olvidarlo. Ni siquiera menospreciarlo. El diseño de un futuro energético mejor lo exige. Es un buen marco para reflexionar sobre la expropiación petrolera.
¿Cree usted que esa tendencia privatizadora que han impulsado los gobiernos de México desde hace no menos de cuatro sexenios (Calderón, Fox, Zedillo y Salinas) es correcta frente a estos grandes problemas del perfil energético mundial? ¿Cree usted que con convenios como el de explotación de yacimientos transfronterizos, y leyes como las de la asociación de los sectores público y privado, y programas como el impulso eólico en manos extranjeras, se fortalece la nación mexicana para enfrentar los retos de la concentración en recursos no renovables, el transporte individualista y dispendioso, y la altísima contaminación?
Yo no sólo no lo creo, sino que estoy seguro de que no. La especulación y el rentismo en el que ha caído el mundo de los energéticos los últimos años, me lo confirma. La presencia de especuladores y rentistas en México –dentro y fuera del gobierno– también. Hoy, 18 de marzo es día de señalarlo. De veras.

Educación superior: escuchar a las universidades
 
    En lo que debe interpretarse como una muestra de voluntad política y actitud propositiva, los rectores de una veintena de universidades públicas del país anunciaron la realización de un encuentro para generar propuestas de solución a la crisis financiera que padecen muchas de las casas de estudios superiores, las cuales serán presentadas a los aspirantes a la Presidencia de la República.
El planteamiento es atendible, sobre todo porque se produce en un momento de dificultad para los centros de educación superior pública en el país, como consecuencia del incremento en la demanda de plazas estudiantiles en esas instituciones y de los recurrentes recortes presupuestales aplicados por la administración en turno. Ello ha derivado en que las universidades tengan que hacer frente a sus tareas docentes y de investigación con recursos públicos llanamente insuficientes: un ejemplo es el caso de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, que recibe aportaciones federales equivalentes a 35 mil pesos por alumno, cuando la media nacional es de 50 mil pesos.
El telón de fondo ineludible de lo anterior es un manifiesto desdén del gobierno federal hacia la educación pública en general, que se expresa claramente en el desmedido poder entregado en este sexenio a la dirigencia charra que controla el sindicato magisterial y que, en lo que concierne a la formación universitaria, cobra la forma de un abandono de las universidades públicas del país, y de un empeño por mercantilizar la enseñanza y ofrecer más oportunidades de negocio para las instituciones privadas. A principios del año el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, anunció la creación de un Programa Nacional de Financiamiento a la Educación Superior, mediante el cual se prevé otorgar créditos, pagaderos a 15 años, para la realización de estudios de licenciatura y posgrado, lo que implicaría hipotecar el futuro de miles de estudiantes; retroceder en una de las funciones elementales del Estado –garantizar la educación en todos los niveles– y sembrar un factor adicional de descontento y crispación social a futuro. Cabe recordar que la aplicación de un modelo semejante derivó en las multitudinarias protestas estudiantiles que se desarrollaron en meses anteriores en Chile, con el consecuente desgaste político para el régimen de Sebastián Piñera.
La solución real a la demanda de enseñanza superior en el país pasa necesariamente por el respeto al carácter universal de la educación en todos sus niveles, y ello no se logrará sin la ampliación de la oferta de plazas disponibles, sin el mejoramiento de las condiciones presupuestales de las casas de estudios y sin la correspondiente creación de nuevas instituciones de educación superior. De otra manera, difícilmente podrá evitarse que cada vez más muchachos y muchachas se vean obligados, ante la escasez de perspectivas de vida, a buscar un futuro en la economía informal, en el mejor de los casos, o en las filas de la delincuencia, en el peor, y se estará asegurando, a mediano y largo plazos, la derrota del país ante la descomposición social.
En suma, cabe esperar que las propuestas elaboradas por los rectores sean escuchadas y atendidas por los personajes y los partidos que aspiran a gobernar el país a partir de diciembre próximo. En materia educativa, como en muchos otros ámbitos, se requiere de políticas de Estado que estén por encima de ideologías partidistas y de arreglos políticos inconfesables, y que se sustenten, en cambio, en el cumplimiento de las obligaciones gubernamentales en la materia, en el respeto a los derechos de la población y en el interés nacional.

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