Fukushima: latente amenaza nuclear
Fukushima. Altos niveles de radiación.
Foto: AP
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FUKUSHIMA, JAPÓN, (apro).- Hirono es un tranquilo pueblo cercano a la costa oriental de Japón cuyo destino, probablemente, cambió para siempre el 11 de marzo de 2011.
El censo oficial estima que en ese momento residían en la localidad 5 mil 653 personas. En pocas horas, los vecinos sufrieron el peor terremoto del país, sus viviendas fueron arrasadas por una ola gigante y tuvieron que dejar atrás todo lo que les quedaba por la orden forzosa de evacuación, ante el peligro de una tragedia nuclear.
Cuatro de los seis reactores atómicos de la central de Fukushima sufrieron el impacto directo del agua, que causó el peor accidente nuclear desde Chernóbil (Ucrania, 25 de abril de 1986) y convirtió a 150 mil personas en “refugiados de la radiactividad”.
Situado ahora en el límite de la zona de evacuación obligatoria de 20 kilómetros alrededor de los reactores atómicos de Fukushima, Hirono se ha convertido en el ejemplo perfecto del esfuerzo de todo el país para recuperar la normalidad en el primer aniversario del desastre.
Los medios nipones celebraron como una victoria que el ayuntamiento reabriese sus dependencias nuevamente el pasado jueves 1, y el alcalde Motoshi Yamada incluso se atrevió a vaticinar que las escuelas se pondrán en marcha para el segundo semestre del año. Sin embargo, pese a la algarabía oficial, durante la visita de Apro, el tren que llega de nuevo hasta el pueblo llevaba poco pasaje, apenas media docena de vecinos.
El diminuto apeadero local era extremadamente silencioso y no se observaba ningún movimiento de coches o actividad, como si se tratase de una ciudad fantasma. Las puertas y ventanas de las casas permanecían cerradas, nadie ni nada paseaba por la calle y sólo los pájaros se atrevían a piar.
“Hirono es ahora la última parada, y aquí ya viene muy poca gente. Antes había más trenes, pero la línea está cortada porque cruza el área de exclusión”, explicó a Apro el veterano jefe de la estación, Shigero Hirokawa.
Hirokawa se mostró extraordinariamente cortés con el visitante, y asintió cuando se le preguntó por la radioactividad, pero rehúsa hablar demasiado. Relató que antes había granjas y pequeños comercios alrededor de la carretera y restaurantes con productos locales, como carne de ternera y vegetales.
El ferroviario admitió que en la actualidad apenas se cuentan unas 250 personas en Hirono. Mucha gente abandonó el pueblo y no se espera su regreso. Los vecinos saben mejor que nadie que los medidores detectan niveles excesivos de plutonio, ceso, iodino y xenón (todos ellos radioactivos) para la salud humana.
En el contador público del centro de la localidad, ubicado allí por el gobierno japonés, el registro se situaba en 0,42 microsieverts por hora. Si se tiene en cuenta que cada radiografía emite un microsievert de radiación para completarse, el cálculo lleva a concluir que la exposición que soporta cada persona de Hirono a diario equivale a realizar diez radiografías.
“Personalmente, encuentro la situación muy inquietante. Por un lado uno ve a las autoridades y a la sociedad forzando a la gente para volver a la normalidad, regresar al trabajo, llevar a los niños a la escuela, pero al mismo tiempo todavía existen niveles muy altos de radiación en el terreno y, potencialmente, en la comida”, contó Jan Benarek, miembro de Greenpeace Internacional.
Desde hace meses varias organizaciones no gubernamentales levantaron la voz de alarma acerca de los riesgos e incertidumbres que aún presenta la cuestión nuclear. Tras el caos vivido en la gestión de la crisis de la central nuclear de Fukushima, con numerosas ocultaciones de datos, contradicciones y órdenes contrapuestas entre la empresa pública TEPCO y el gobierno del primer ministro Naoto Kan (quien dimitió en julio), la población ya no se fía de sus autoridades.
Por ejemplo, aún se desconoce con exactitud la cantidad de radiación liberada desde el inicio de la tragedia: se calcula que se ha emitido entre 10% y 40% de la polución atómica que emanó en Chernóbil.
Activismo
Japón no es un país conocido por la movilización de su sociedad civil en pos de causas contra sus gobiernos, pero esta situación extraordinaria –Fukushima y Chernóbil son los dos incidentes nucleares catalogados de grado 7 en la historia de la energía nuclear– ha llevado a miles de personas a solidarizarse.
Entre otras iniciativas, los ciudadanos han establecido una red paralela de medidores de radiación, sufragados con su propio dinero, para ampliar y contrastar los datos oficiales. Miles de vecinos consultan a diario la radiactividad de puntos concretos y anotan las cifras en las redes sociales, donde se elaboran mapas que siguen la evolución de la contaminación.
Por ejemplo, las mediciones independientes recolectadas por la Red Nacional de Padres para la Protección de los Niños de la Radiación, una asociación creada por centenares de familias japonesas con hijos, señalan que la radiación ha descendido considerablemente en los últimos meses en la ciudad de Fukushima, a 60 kilómetros del complejo nuclear, pero todavía supera ampliamente el límite fijado por el gobierno de 20 milisieverts recibidos de radiación al año.
“Para mí es realmente como estar en otro universo. Por un lado paseas con normalidad como cualquier transeúnte por el centro de Fukushima y, por el otro, si vas con el equipamiento de medición, ves que hay niveles tres o cuatro veces superiores a los permitidos. Se dan casos de puntos concretos habitados, de patios de colegio, que multiplican la cifra”, insiste Benarek.
La amenaza para la salud es tanto a corto como a largo plazo. Según datos de la prefectura de Fukushima, un total de 380 mil niños y mujeres embarazadas de la zona serán chequeados periódicamente de por vida para determinar su nivel de radiación interna y la posibilidad de que desarrollen enfermedades como cáncer de glándulas tiroideas.
Greenpeace denunció en su más reciente informe que una gran cantidad de niños presentan problemas de fatiga y bajos niveles de inmunidad frente a los virus, pero los doctores no son capaces de determinar si ello es producto de la contaminación nuclear o del estrés por la tragedia sucedida. Hasta la fecha no ha habido un incremento sustancial de enfermos severos, aunque nadie se atreve a pronosticar el futuro.
Los vientos y la climatología jugaron un papel determinante en la evolución al principio de la crisis nuclear. Las corrientes de aire del mismo 11 de marzo y de los días inmediatamente posteriores soplaron en dirección este y ayudaron a disipar aproximadamente cuatro quintas partes de la nube radiactiva hacia el interior del océano Pacífico.
Eso evitó que el daño sobre el terreno y la población japonesa se volviese epidémico. Un informe confidencial del gobierno japonés que fue filtrado a los medios de comunicación alertaba de que si se derretía el combustible almacenado en los cuatro reactores dañados de la central nuclear de Fukushima, la evacuación debería ampliarse a un radio de hasta 250 kilómetros. Es decir, todo Tokyo y su zona metropolitana, más de 45 millones de personas, en lo que hubiese supuesto el éxodo más numeroso de la historia.
No obstante, el escape al océano no fue una solución perfecta, puesto que la mayoría de los elementos radioactivos se precipitaron al mar. Los científicos afirmaron que ello provocó la peor contaminación de la historia del océano Pacífico, el mayor del mundo por superficie. La radiactividad llegó desde bien pronto a la cadena alimentaria. Los vegetales de hoja verde y la leche fueron los primeros afectados por elementos radiactivos, pero los problemas se extendieron a un sinfín de productos de uso diario, como el té, arroz, carne de ternera, duraznos y espinacas.
Hasta el popular ‘sushi’ quedó en entredicho cuando a miles de atunes, sardinas, macarelas, bacalaos y otras especies se les detectó cesio.
En datos publicados en noviembre pasado por Greenpeace, 65% de las capturas de pescado japonés respondió positivo en estos análisis. “Las autoridades no son capaces de controlar debidamente la radiactividad en los bienes que se venden en el mercado, particularmente en los alimentos”, denunció Kazue Suzuki, portavoz de Greenpeace en Japón.
Según datos del Ministerio de Agricultura del país nipón, el año pasado 44 países prohibieron las importaciones de alimentos producidos en Japón, aunque siguen siendo aptos para el consumo interno del país.
La supervisión de cada alimento se convirtió en una tarea extremadamente difícil. Si bien se puede aplicar en cierta medida a los cultivos, se realizan controles recurrentes en cada cosecha de cada territorio y se ha denegado la comercialización de aquellos más cercanos a la zona contaminada. ¿Cómo hacerlo de modo seguro con el pescado y el marisco? La capacidad de estos animales de viajar largos recorridos dentro del agua provoca que hasta en Corea del Sur se hayan capturado ejemplares con alta concentración de átomos radiactivos.
Las autoridades japonesas se esforzaron particularmente en este asunto, pero sus trabajos provocaron el efecto contrario entre la población. Cuando se anunció que a partir del 1 de abril se restringirán más los límites de radiactividad permitidos en alimentos (la carne, vegetales y pescado para consumo humano sólo podrán soportar 100 bequereles por kilogramo, en la leche el listón será inferior a 50 bequereles y el máximo para el agua potable será de 10 bequereles), el pueblo se indignó tras haber estado un año entero consumiendo alimentos potencialmente dañinos.
“No hay un límite de seguridad para la radiación. Cualquier radiactividad aplicada de forma continua es dañina y la comida contaminada puede llevar a exposiciones a largo plazo”, subrayó el físico nuclear David Boilley, quien a su vez es el responsable de ACRO, una organización francesa para el control de la radiactividad.
Fukushima, la capital regional, era conocida antes del accidente nuclear como “la ciudad de los duraznos” por la calidad y la cantidad de este fruto. Hoy las tiendas languidecen y los agricultores no encuentran quién quiera sus productos. Shouta Endo, un funcionario de la oficina de los ferrocarriles de Fukushima, aseguró a Apro que no tiene miedo a los alimentos procesados “porque superan los controles sanitarios”, pero admitió que ya no compra fruta ni hortalizas de la zona por precaución y prefiere adquirir los de otras partes del país, aunque sean algo más costosos.
Tierra contaminada
La reconstrucción de los inmuebles y la reparación de infraestructuras es un éxito rotundo para Japón, pero, como recuerda el físico nuclear Boilley, “el impacto del accidente nuclear será mucho más duradero que las consecuencias del terremoto y el tsunami”.
Más allá de la afectación directa en la salud de la población, sólo la tarea de limpiar la tierra contaminada en Japón llevará décadas de trabajo. El gobierno limitó el área dañada irreparablemente a las cercanías de la central nuclear y aún de ese modo la cifra asciende a 13 mil kilómetros cuadrados, equivalente a diez veces la superficie de México, D.F.
En esta zona se deberán retirar millones de metros cúbicos de terreno sobre el que se precipitó la lluvia radiactiva, pero la tarea implicará años de trabajo y muchos inconvenientes. Se deberá determinar hasta cuánto excavar para extraer la contaminación (expertos independientes indican que hasta un metro de profundidad existe riesgo, aunque las autoridades hablan de diez centímetros) y cuál es el modo adecuado de hacerlo, teniendo en consideración que más de la mitad de la zona está poblada de bosques agrestes y miles de árboles.
Posteriormente, la decisión será qué hacer con los millones de metros cúbicos de suelo radiactivo. Actualmente el país incinera parte de los 20 millones de toneladas de desechos materiales que fueron pasto del terremoto y el tsunami, pero con los desechos radiactivos están opción no es posible. Las heridas causadas por la central nuclear de Fukushima van a tardar décadas en cicatrizar
El censo oficial estima que en ese momento residían en la localidad 5 mil 653 personas. En pocas horas, los vecinos sufrieron el peor terremoto del país, sus viviendas fueron arrasadas por una ola gigante y tuvieron que dejar atrás todo lo que les quedaba por la orden forzosa de evacuación, ante el peligro de una tragedia nuclear.
Cuatro de los seis reactores atómicos de la central de Fukushima sufrieron el impacto directo del agua, que causó el peor accidente nuclear desde Chernóbil (Ucrania, 25 de abril de 1986) y convirtió a 150 mil personas en “refugiados de la radiactividad”.
Situado ahora en el límite de la zona de evacuación obligatoria de 20 kilómetros alrededor de los reactores atómicos de Fukushima, Hirono se ha convertido en el ejemplo perfecto del esfuerzo de todo el país para recuperar la normalidad en el primer aniversario del desastre.
Los medios nipones celebraron como una victoria que el ayuntamiento reabriese sus dependencias nuevamente el pasado jueves 1, y el alcalde Motoshi Yamada incluso se atrevió a vaticinar que las escuelas se pondrán en marcha para el segundo semestre del año. Sin embargo, pese a la algarabía oficial, durante la visita de Apro, el tren que llega de nuevo hasta el pueblo llevaba poco pasaje, apenas media docena de vecinos.
El diminuto apeadero local era extremadamente silencioso y no se observaba ningún movimiento de coches o actividad, como si se tratase de una ciudad fantasma. Las puertas y ventanas de las casas permanecían cerradas, nadie ni nada paseaba por la calle y sólo los pájaros se atrevían a piar.
“Hirono es ahora la última parada, y aquí ya viene muy poca gente. Antes había más trenes, pero la línea está cortada porque cruza el área de exclusión”, explicó a Apro el veterano jefe de la estación, Shigero Hirokawa.
Hirokawa se mostró extraordinariamente cortés con el visitante, y asintió cuando se le preguntó por la radioactividad, pero rehúsa hablar demasiado. Relató que antes había granjas y pequeños comercios alrededor de la carretera y restaurantes con productos locales, como carne de ternera y vegetales.
El ferroviario admitió que en la actualidad apenas se cuentan unas 250 personas en Hirono. Mucha gente abandonó el pueblo y no se espera su regreso. Los vecinos saben mejor que nadie que los medidores detectan niveles excesivos de plutonio, ceso, iodino y xenón (todos ellos radioactivos) para la salud humana.
En el contador público del centro de la localidad, ubicado allí por el gobierno japonés, el registro se situaba en 0,42 microsieverts por hora. Si se tiene en cuenta que cada radiografía emite un microsievert de radiación para completarse, el cálculo lleva a concluir que la exposición que soporta cada persona de Hirono a diario equivale a realizar diez radiografías.
“Personalmente, encuentro la situación muy inquietante. Por un lado uno ve a las autoridades y a la sociedad forzando a la gente para volver a la normalidad, regresar al trabajo, llevar a los niños a la escuela, pero al mismo tiempo todavía existen niveles muy altos de radiación en el terreno y, potencialmente, en la comida”, contó Jan Benarek, miembro de Greenpeace Internacional.
Desde hace meses varias organizaciones no gubernamentales levantaron la voz de alarma acerca de los riesgos e incertidumbres que aún presenta la cuestión nuclear. Tras el caos vivido en la gestión de la crisis de la central nuclear de Fukushima, con numerosas ocultaciones de datos, contradicciones y órdenes contrapuestas entre la empresa pública TEPCO y el gobierno del primer ministro Naoto Kan (quien dimitió en julio), la población ya no se fía de sus autoridades.
Por ejemplo, aún se desconoce con exactitud la cantidad de radiación liberada desde el inicio de la tragedia: se calcula que se ha emitido entre 10% y 40% de la polución atómica que emanó en Chernóbil.
Activismo
Japón no es un país conocido por la movilización de su sociedad civil en pos de causas contra sus gobiernos, pero esta situación extraordinaria –Fukushima y Chernóbil son los dos incidentes nucleares catalogados de grado 7 en la historia de la energía nuclear– ha llevado a miles de personas a solidarizarse.
Entre otras iniciativas, los ciudadanos han establecido una red paralela de medidores de radiación, sufragados con su propio dinero, para ampliar y contrastar los datos oficiales. Miles de vecinos consultan a diario la radiactividad de puntos concretos y anotan las cifras en las redes sociales, donde se elaboran mapas que siguen la evolución de la contaminación.
Por ejemplo, las mediciones independientes recolectadas por la Red Nacional de Padres para la Protección de los Niños de la Radiación, una asociación creada por centenares de familias japonesas con hijos, señalan que la radiación ha descendido considerablemente en los últimos meses en la ciudad de Fukushima, a 60 kilómetros del complejo nuclear, pero todavía supera ampliamente el límite fijado por el gobierno de 20 milisieverts recibidos de radiación al año.
“Para mí es realmente como estar en otro universo. Por un lado paseas con normalidad como cualquier transeúnte por el centro de Fukushima y, por el otro, si vas con el equipamiento de medición, ves que hay niveles tres o cuatro veces superiores a los permitidos. Se dan casos de puntos concretos habitados, de patios de colegio, que multiplican la cifra”, insiste Benarek.
La amenaza para la salud es tanto a corto como a largo plazo. Según datos de la prefectura de Fukushima, un total de 380 mil niños y mujeres embarazadas de la zona serán chequeados periódicamente de por vida para determinar su nivel de radiación interna y la posibilidad de que desarrollen enfermedades como cáncer de glándulas tiroideas.
Greenpeace denunció en su más reciente informe que una gran cantidad de niños presentan problemas de fatiga y bajos niveles de inmunidad frente a los virus, pero los doctores no son capaces de determinar si ello es producto de la contaminación nuclear o del estrés por la tragedia sucedida. Hasta la fecha no ha habido un incremento sustancial de enfermos severos, aunque nadie se atreve a pronosticar el futuro.
Los vientos y la climatología jugaron un papel determinante en la evolución al principio de la crisis nuclear. Las corrientes de aire del mismo 11 de marzo y de los días inmediatamente posteriores soplaron en dirección este y ayudaron a disipar aproximadamente cuatro quintas partes de la nube radiactiva hacia el interior del océano Pacífico.
Eso evitó que el daño sobre el terreno y la población japonesa se volviese epidémico. Un informe confidencial del gobierno japonés que fue filtrado a los medios de comunicación alertaba de que si se derretía el combustible almacenado en los cuatro reactores dañados de la central nuclear de Fukushima, la evacuación debería ampliarse a un radio de hasta 250 kilómetros. Es decir, todo Tokyo y su zona metropolitana, más de 45 millones de personas, en lo que hubiese supuesto el éxodo más numeroso de la historia.
No obstante, el escape al océano no fue una solución perfecta, puesto que la mayoría de los elementos radioactivos se precipitaron al mar. Los científicos afirmaron que ello provocó la peor contaminación de la historia del océano Pacífico, el mayor del mundo por superficie. La radiactividad llegó desde bien pronto a la cadena alimentaria. Los vegetales de hoja verde y la leche fueron los primeros afectados por elementos radiactivos, pero los problemas se extendieron a un sinfín de productos de uso diario, como el té, arroz, carne de ternera, duraznos y espinacas.
Hasta el popular ‘sushi’ quedó en entredicho cuando a miles de atunes, sardinas, macarelas, bacalaos y otras especies se les detectó cesio.
En datos publicados en noviembre pasado por Greenpeace, 65% de las capturas de pescado japonés respondió positivo en estos análisis. “Las autoridades no son capaces de controlar debidamente la radiactividad en los bienes que se venden en el mercado, particularmente en los alimentos”, denunció Kazue Suzuki, portavoz de Greenpeace en Japón.
Según datos del Ministerio de Agricultura del país nipón, el año pasado 44 países prohibieron las importaciones de alimentos producidos en Japón, aunque siguen siendo aptos para el consumo interno del país.
La supervisión de cada alimento se convirtió en una tarea extremadamente difícil. Si bien se puede aplicar en cierta medida a los cultivos, se realizan controles recurrentes en cada cosecha de cada territorio y se ha denegado la comercialización de aquellos más cercanos a la zona contaminada. ¿Cómo hacerlo de modo seguro con el pescado y el marisco? La capacidad de estos animales de viajar largos recorridos dentro del agua provoca que hasta en Corea del Sur se hayan capturado ejemplares con alta concentración de átomos radiactivos.
Las autoridades japonesas se esforzaron particularmente en este asunto, pero sus trabajos provocaron el efecto contrario entre la población. Cuando se anunció que a partir del 1 de abril se restringirán más los límites de radiactividad permitidos en alimentos (la carne, vegetales y pescado para consumo humano sólo podrán soportar 100 bequereles por kilogramo, en la leche el listón será inferior a 50 bequereles y el máximo para el agua potable será de 10 bequereles), el pueblo se indignó tras haber estado un año entero consumiendo alimentos potencialmente dañinos.
“No hay un límite de seguridad para la radiación. Cualquier radiactividad aplicada de forma continua es dañina y la comida contaminada puede llevar a exposiciones a largo plazo”, subrayó el físico nuclear David Boilley, quien a su vez es el responsable de ACRO, una organización francesa para el control de la radiactividad.
Fukushima, la capital regional, era conocida antes del accidente nuclear como “la ciudad de los duraznos” por la calidad y la cantidad de este fruto. Hoy las tiendas languidecen y los agricultores no encuentran quién quiera sus productos. Shouta Endo, un funcionario de la oficina de los ferrocarriles de Fukushima, aseguró a Apro que no tiene miedo a los alimentos procesados “porque superan los controles sanitarios”, pero admitió que ya no compra fruta ni hortalizas de la zona por precaución y prefiere adquirir los de otras partes del país, aunque sean algo más costosos.
Tierra contaminada
La reconstrucción de los inmuebles y la reparación de infraestructuras es un éxito rotundo para Japón, pero, como recuerda el físico nuclear Boilley, “el impacto del accidente nuclear será mucho más duradero que las consecuencias del terremoto y el tsunami”.
Más allá de la afectación directa en la salud de la población, sólo la tarea de limpiar la tierra contaminada en Japón llevará décadas de trabajo. El gobierno limitó el área dañada irreparablemente a las cercanías de la central nuclear y aún de ese modo la cifra asciende a 13 mil kilómetros cuadrados, equivalente a diez veces la superficie de México, D.F.
En esta zona se deberán retirar millones de metros cúbicos de terreno sobre el que se precipitó la lluvia radiactiva, pero la tarea implicará años de trabajo y muchos inconvenientes. Se deberá determinar hasta cuánto excavar para extraer la contaminación (expertos independientes indican que hasta un metro de profundidad existe riesgo, aunque las autoridades hablan de diez centímetros) y cuál es el modo adecuado de hacerlo, teniendo en consideración que más de la mitad de la zona está poblada de bosques agrestes y miles de árboles.
Posteriormente, la decisión será qué hacer con los millones de metros cúbicos de suelo radiactivo. Actualmente el país incinera parte de los 20 millones de toneladas de desechos materiales que fueron pasto del terremoto y el tsunami, pero con los desechos radiactivos están opción no es posible. Las heridas causadas por la central nuclear de Fukushima van a tardar décadas en cicatrizar
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