México, una “democracia de fachada”
Felipe Calderón, titular del Ejecutivo.
Foto: Eduardo Miranda
Foto: Eduardo Miranda
UTRECHT, HOLANDA (apro).- Los estudiosos extranjeros del sistema político
mexicano han subestimado durante décadas los efectos que ha dejado la violencia,
tanto oficial como del crimen organizado, sobre las estructuras democráticas del
país.
El resultado: en el mundo académico de los llamados mexicanistas se ha
extendido la hipótesis de que la democratización de México avanza al margen del
derramamiento de sangre, lo que constituye una interpretación de la realidad
nacional que ha retomado el gobierno mexicano de Felipe Calderón para minimizar
el impacto de su estrategia contra el narcotráfico en las instituciones del
Estado.
“Existe una interpretación en el estudio de la democracia mexicana, la cual
plantea que desde los años cuarenta del siglo pasado ha habido avances en esa
materia, y aunque en el 68, con la represión estudiantil, hubo un retroceso,
éste no afectó la dinámica democratizadora del país”, expone en entrevista con
Apro el profesor holandés Wil Pansters, quien presentó en mayo pasado una
estimulante obra titulada Violencia, coerción y construcción del Estado mexicano
en el siglo XX: La otra mitad del centauro.
Pansters afirma que “esa línea de interpretación ha continuado y coexiste,
extrañamente, con la creciente violencia e inseguridad de los últimos 15
años”.
“Muchos libros especializados –lamenta– casi no mencionan esa relación entre
violencia y democracia, o lo hacen como si fueran dos factores
desconectados”.
Panters dirige el Centro de Estudios Mexicanos de la Universidad de
Groningen, Holanda, y es catedrático asociado de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Utrecht.
Refiere que los mexicanistas estadunidenses han definido esa lectura parcial
de la historia política del país, en cambio –añade– los investigadores mexicanos
mantienen planteamientos más críticos; entre ambas comunidades no hay
confrontación documental de argumentos.
Los mexicanistas y las universidades más prestigiadas en el análisis de
México son estadunidenses, e incluso –apunta Panters– hay cada vez más
politólogos de esa nacionalidad que trabajan en México en instituciones
educativas, como el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el
Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) o la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Relata que en mayo pasado, durante el último Congreso de la Asociación de
Estudios Latinoamericanos (LASA) –cuya mayor parte de sus 7 mil miembros se
halla en Estados Unidos–, hubo una sesión sobre México. En la mesa estaban
Kathleen Bruhn, de la Universidad Santa Barbara de California; Kenneth F. Green,
de la Universidad de Texas; Joy Langston, de la Universidad de Duke y asociada
al CIDE, y John Ackermann, investigador de la UNAM y colaborador de Proceso.
“Ackerman fue la única voz disidente”, narra Panters, que integra el Consejo
Consultivo de la sección México de LASA.
El libro –editado por el profesor holandés y publicado en inglés por Stanford University Press– consta de 11 ensayos escritos por connotados especialistas: José Carlos G. Aguiar, de la Universidad de Leiden; Marcos Águila, de la Universidad Autónoma Metropolitana; Jeffrey Bortz, de la Universidad Estatal de los Apalaches; Diane E. Davis, de la Universidad Tecnológica de Massachussets; Paul Gillimham, de la Universidad de Pennsylvania, y John Gledhill, de la Universidad de Manchester.
El libro –editado por el profesor holandés y publicado en inglés por Stanford University Press– consta de 11 ensayos escritos por connotados especialistas: José Carlos G. Aguiar, de la Universidad de Leiden; Marcos Águila, de la Universidad Autónoma Metropolitana; Jeffrey Bortz, de la Universidad Estatal de los Apalaches; Diane E. Davis, de la Universidad Tecnológica de Massachussets; Paul Gillimham, de la Universidad de Pennsylvania, y John Gledhill, de la Universidad de Manchester.
Completa la obra las contribuciones de Alan Knight, exprofesor de las
universidades de Oxford, Essex y Texas; Kees Koonings, de la Universidad de
Utrecht; Kathy Powell, de la Universidad Nacional Gateway de Irlanda; Mónica
Serrano, del Colegio de México, y David A. Shirk, de la Universidad de San
Diego.
Falso “excepcionalismo”
En el capítulo introductorio, Pansters escribe: “Se puede afirmar que muchos
académicos que trabajan con México han tendido a enfocarse en los ‘votos’ y han
tenido problemas para acomodar las ‘balas’ en una interpretación integral (del
país)”.
Por ello, advierte que “el primer punto que quiere establecer la obra es la
remarcable falta de trabajo teórico y empírico que críticamente engrane las
cuestiones de violencia, coerción e inseguridad en el México
postrevolucionario”.
Esos elementos –y la impunidad, agrega Pansters– “hablan de las realidades
que durante mucho tiempo han estado escondidas de manera sistemática de la
atención de los estudiosos, como si aquellas constituyeran aberraciones o temas
relevantes sólo al margen de la corriente dominante”.
Precisa que el contenido del libro “impugna la visión según la cual esas
realidades contrastantes están separadas y desconectadas, como si ellas
pertenecieran a dos mundos diferentes: uno (el de la democracia) de interés de
las ciencias sociales y otro (el de la violencia), quizás, de los criminólogos y
periodistas”.
Cuestiona que abunde material escrito sobre las fuerzas que conforman la
dinámica política, el Estado y la sociedad mexicana, en los cuales los conceptos
claves son “democratización y transición; desarrollo de partidos; cambio de
comportamiento electoral; cultura política, relaciones cambiantes entre el poder
ejecutivo, legislativo y judicial; el papel de los medios; reformas
institucionales, legales y del sector público; las conexiones entre la reforma
del mercado y el cambio político, y desmantelamiento del Estado autoritario y
corporativista”.
Si se basa uno en esa literatura, comenta Pansters, se concluye que México
“es un país que se mueve, de manera intermitente, de un régimen autoritario de
partido único hacia un pluralismo democrático, que está construyendo
instituciones democráticas y que el electorado está dejando atrás el tutelaje
estatal y partidista”.
Lo anterior, remata Pansters, contribuyó a construir el marco teórico del
llamado “excepcionalismo mexicano”, es decir la presunta calidad democrática del
país en comparación con otros de Latinoamérica, donde la norma fue durante
décadas la instauración de regímenes dictatoriales.
El libro exhibe el caso del politólogo austriaco Andreas Schedler,
investigador de la Universidad de Viena asociado al Centro de Investigación y
Docencia Económicas de México (CIDE). En su obra titulada Del autoritarismo
electoral a la consolidación democrática, Schedler –señala Pansters– “sugiere
que la derrota del PRI en el 2000 ‘marcó el fin simbólico de la transición
democrática (y) mandó la señal de que la consolidación democrática también se
había cumplido’”.
Se expone otro ejemplo: el libro México: la lucha por el desarrollo
democrático, de Daniel C. Levy y Kathleen Bruhn, escrito en 2006. Pansters
comenta que pese a que este trabajo reconoce la persistencia de “amenazas
antisistema”, principalmente la del tráfico de drogas, aun así concluye con una
nota optimista: “El aumento de la competencia política, el incremento de una
amplia preferencia por la democracia, el ejercicio de las libertades políticas,
el crecimiento de la sociedad civil independiente y la aceptación de la
alternancia en el poder indica fuertemente un sistema político democrático en el
corto plazo”.
Pansters asegura que esa lectura de hechos “encajó” con la resolución
pacífica del conflicto postelectoral de 2006 –que él considera la crisis
política más severa de los últimos 20 años en México– y “reforzó la poca
atención en torno a los desafíos que impone la violencia política y criminal, la
militarización de la seguridad pública y la represión de los movimientos
populares”.
“Lo que está pasando hoy en día en México (con la escalada de la violencia)
nos obliga ex post facto (después de los hechos) a reinterpretar (la situación
mexicana) desde los años 40 y, de esa forma, cuestionar la interpretación
actual”, acusa Pansters en la entrevista con este semanario.
Se pregunta: “¿Es lógico observar la actual crisis de seguridad como una en
la que el mundo del crimen y la violencia es externo y adverso a las
instituciones del Estado y del sistema político? ¿Qué hay que entender cuando el
presidente Calderón presenta al Estado (mexicano) como uno amenazado por
adversarios no estatales violentos y enfatiza la responsabilidad del Estado en
la ‘reconquista de los territorios’ bajo el interés del narcotráfico?”
En ese sentido, señala, coincide con la profesora del Centro de Estudios
Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México, Raquel Sosa, quien ha observado que, “a
pesar de que muchos autores reconocen la penetración de las redes del
narcotráfico en los más altos círculos del gobierno, éstos no alteran
fundamentalmente su creencia de que México es una democracia consolidada”.
–¿Cuál es su análisis de la situación democrática mexicana incorporando los
factores de la represión, la coerción y la violencia del crimen organizado? –se
le cuestiona.
–Hay un concepto que está surgiendo en los círculos de estudios sobre América
Latina, el de las “democracias violentas”, que se ajusta a México. Las reformas
neoliberales, la creciente desigualdad y el nuevo protagonismo del narcotráfico,
principalmente en México y Centroamérica, han dado origen a la aparición de una
violencia que tiene que acomodarse con los procesos formales democráticos.
“Esta coexistencia –continúa– está derivando en el surgimiento de una
‘democracia light (ligera)’, de una ‘democracia de fachada’ que se basa
únicamente en el cumplimiento de las formalidades, de los procedimientos. México
no sale muy bien en los indicadores democráticos ‘de calidad’ como son la
existencia de un Estado de derecho, de un debate público vigoroso o de una
sociedad civil fuerte, así como la independencia de los medios de
comunicación”.
El profesor plantea que incluso hay territorios en México donde la
inseguridad y el miedo con que viven los ciudadanos han dejado sin sentido el
concepto de democracia.
Por ese motivo sostiene que “está regresando la noción mexicana de ‘la
democratización de fachada’, como la que imperaba en los años 40 y 50, cuando
existía una democracia electoral al estilo priísta”.
En esa época, advierte Pansters, los académicos “reconocían una ‘democracia
mexicana’ dentro de un sistema profundamente autoritario”.

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