Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El Islam y los terrorismos culturales- Venezuela y la «disonancia cognitiva»

El Islam y los terrorismos culturales
Bernardo Barranco V.
La difusión de la seudopelícula Innocence of muslims (La inocencia de los musulmanes) en Estados Unidos (EU), vía Internet, en la que se parodia al profeta Mahoma, ha generado, como todos hemos visto, una ola de protestas en el mundo árabe y musulmán, que terminaron el pasado martes 11 de septiembre con el lamentable asesinato del embajador de EU. en Libia, Christopher Stevens.
 
Este filme desató la furia de diversos grupos islámicos en más de 30 países, hecho sorprendente e inusitado en la historia reciente. Las manifestaciones de repudio han sido particularmente impactantes en Egipto, Libia, Indonesia, Pakistán, Afganistán, Bangladesh, Tailandia, India, Líbano y Túnez. En cada país la situación es diferente y al parecer las manifestaciones, nutridas, sí, no han sido masivas en todos los países. El hecho no debe generalizarse; en cada país concurren circunstancias diferentes. Desde las barras bravas de futbol, como en Egipto, donde han protagonizado trifulcas callejeras, hasta la planeación precisa de grupos paramilitares que finalmente segaron la vida del embajador estadunidense. El resultado, en Occidente, es un profundo azoro ante tal magnitud de resentimientos. Así, las protestas más violentas se han producido en países con un historial reciente de regímenes dictatoriales, de rebeliones populares donde ha habido intervenciones directas o indirectas de Estados Unidos. Sin embargo, resulta preocupante el tratamiento alarmista de la prensa occidental, donde se sirve de una retórica islamófoba. La reacción mediática en Occidente ha fomentado la reactivación de grupos neonazis contra inmigrantes turcos en Alemania, el racismo en la derecha protestante fundamentalista en EU y hasta la sensibilidad del ultraliberalismo francés. Los gobiernos en dichos países han intervenido para moderar las reacciones latentes en Occidente, como el llamado al reverendo Terry Jones de Florida para que bajara su actitud provocadora.

Expresiones como la furia islámica, la ira de Mahoma el mundo musulmán corren el riesgo de convertirse en expresiones prejuiciosas, racistas y discriminatorias. ¿Estamos realmente frente a un conflicto religioso donde un puñado de fanáticos claman venganza con sangre por haber sido agredidos sus sentimientos religiosos? El fenómeno actual es complejo, tiene muchas aristas y puede provocar precipitaciones en el análisis. Para muchos el islamismo radical, aquel que empezó a asomarse en los años 80 con el ayatola Jomeini en el Irán del sha, ahora en el siglo XXI ya está instalado y arraigado en los escenarios políticos de muchos países musulmanes. Luego de que la reciente primavera árabe derrocó regímenes autoritarios, como en Egipto, Túnez y Libia, hubo vacíos de poder que han venido sido cubiertos por grupos políticos musulmanes radicales, como facciones de la Hermandad Islámica, en Egipto, y el salafismo que ha crecido notoriamente, expandiéndose en Medio Oriente. La doctora Esther Shabot Cohen, especialista en política internacional de esa región, señala una paradoja interesante: el propio Estados Unidos, que ha apoyado a países árabes, como Libia, a sacudirse las anacrónicas dictaduras, ahora, tan sólo meses después, sufre de la denostación, repudio y violencia de los pueblos musulmanes. Independientemente de las estigmatizaciones de los estadunidenses en la región, se asiste a una lucha de poder y reacomodos ante nuevas circunstancias políticas en que grupos radicales han venido ganando terreno. Pero, como expresa Hernán Taboada, especialista en temas islámicos, el futuro pertenece a los movimientos musulmanes moderados no terroristas, y a un futuro no muy lejano prevé la fractura de dichas corrientes radicales. Por ello nos explicamos cómo no pocos musulmanes se sienten tan ofendidos tanto por la espantosa película Innocence of muslims como por la representatividad secuestrada, de la que se apropian los islamitas o salafistas para hablar en su nombre.
 
La modernización económica y social no está produciendo una civilización universal ni una occidentalización de las sociedades no occidentales. La llamada globalización, la mundialización, está fracasando en su intento; por el contrario, ha provocado también la reafirmación de identidades locales y la reaparición de antiguas culturas. Samuel Huntington, en su libro Choque de civilizaciones (1996), expone que después de la guerra fría los conflictos han dejado de ser preponderantemente ideológicos y económicos para dar paso a tensiones civilizatorias. Estas tensiones pasan por el rechazo a lo occidental y se propicia un retorno a orígenes culturales autóctonos: costumbres, regionalismos, folclor y religiones que apuntalan identidades. Este es el caldo de cultivo de la reaparición de los fundamentalismos religiosos. Pero los radicalismos religiosos no son exclusivos de los musulmanes. El fundamentalismo ha reaparecido en el protestantismo, catolicismo, judaísmo y budismo. No se trata sólo de la interpretación literal de los textos sagrados, como la Torá, la Biblia o el Corán, ni del integrismo conservador ramplón. El fundamentalismo religioso es la expresión o el reflejo de profundos movimientos políticos culturales ultraconservadores que aspiran imponer un proyecto social, político y civilizatorio, en el que se conjugan moralismo, integrismo e intransigencia. Los movimientos neofundamentalistas no son del todo religiosos: usan la religión como justificación y fundamento de proyectos políticos. Por ello se tienen que observar con serenidad las irritaciones musulmanas ante las supuestas provocaciones occidentales que, derrochando libertades, se mofan de la iconofobia islámica. A dos meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, las aversiones islámicas a escala internacional pueden incidir en el ánimo del electorado. Al parecer así ha sido la apuesta de la ultraderecha cristiana y del candidato presidencial republicano, Mitt Romney. Aspiran a desestabilizar la campaña de Barack Obama mediante un conflicto a escala con los musulmanes radicales.
 
Se tiene que seguir apostando por una verdadera tolerancia, que es la apertura a la pluralidad; es el respeto y la sensibilidad por lo diferente; el reto actual es no dejar que lo religioso se deje arrastrar como bandera de proyectos ultraconservadores. Se debe fundamentar culturalmente el derecho al legítimo pluralismo, desechando la violencia física, cultural e intelectual como recurso de imposición. Estoy seguro de que la mayoría de los musulmanes, sin retórica candorosa, lo tiene presente en sus corazones.
 
Venezuela y la disonancia cognitiva
José Steinsleger
Puestos a vaticinar, abundan las ocasiones en que la realidad política desbarata esperanzas y anhelos soterrados. Recuerdo comicios presidenciales que fueron limpios (Argentina, 1983; Ecuador, 1985), el fraudulento de México (1988) y el impresentable de Panamá poco antes de la invasión militar de Estados Unidos (1989).
 
La caída del llamado socialismo realmente existente en sociedades que nada hicieron para sostenerlo fue para muchos el fin del mundo. Y hasta la fecha, las interpretaciones han sido más o menos previsibles o pueriles: las izquierdas reconociendo finalmente los trastornos de la burocracia y el autoritarismo, y las derechas convalidando que en aquellos socialismos nunca hubo libertad y democracia.

El año de 1989 fue particularmente difícil para los pueblos de América Latina: en Venezuela, un gobierno de la Internacional Socialista (IS) imponía a sangre y fuego los ajustes del FMI, y en Argentina, el golpismo de los mercados sustituía el de las espadas, impidiendo que otro gobierno de la IS terminara su mandato presidencial.

En Chile, refriteando los Pactos de la Moncloa (Madrid, 1977), la concertación de partidos democráticos pactaron con Pinochet la transición. En El Salvador, la ofensiva militar del FMLN terminó en agua de borrajas. En Nicaragua, el sandinismo convocó a las urnas y, a pesar de haber derrotado a las fuerzas mercenarias de la CIA, perdió las elecciones. Y los que cantaban quien la defiende la quiere más, mientras en Miami la mafia afilaba cuchillos y alistaba maletas, se preguntaban cómo iba a resistir la revolución cubana.

En Panamá, el equipo de observadores que me tocó integrar en los comicios de mayo de 1989 echó una mirada sueca frente a la derrota del general Manuel A. Noriega en las urnas. ¿Acaso la oposición era distinta a la de Filipinas, donde Washington había contribuido a derrocar al títere pro yanqui Ferdinand Marcos (1986)? ¿Acaso Noriega no se jactaba ahora de ser antimperialista?
Mientras nos hacíamos bolas para justificar el fraude patriótico de Noriega, el destino me llevó a comprar en el lobby del hotel un libro a tono con el clima que se respiraba en Panamá: When prophecy fails (Cuando la profecía falla), del sicólogo neoyorquino Leon Festinger, sincrónicamente fallecido en aquel año en el que, sin muchas ganas, decíamos No pasarán.

El libro de Festinger (publicado en 1956) resultó ajeno a la lectura liviana que buscaba. En realidad, Cuando la profecía falla analizaba las tribulaciones de una secta estadunidense que, tras recibir un mensaje de alienígenas, anunciaba el fin del mundo para el 21 de diciembre de 1954, y que los platillos voladores rescatarían a los verdaderos fieles.
 
Festinger y sus colegas de la Universidad de Minnesota se volcaron a estudiar las reacciones de los miembros de la secta, pasada la fecha en que la predicción no se había hecho realidad. Con asombro, descubrieron que los creyentes seguían creyendo. Así nació una de las ramas de la teoría del aprendizaje: la disonancia cognitiva.
 
Festinger dice que la disonancia cognitiva aparece cuando nuestras creencias entran en conflicto con una realidad que demuestra lo contrario. “Si aceptamos la contradicción –añade–, aumentará la incongruencia entre las creencias pasadas y presentes.” Cosa incómoda para las personas de convicciones sólidas que, según Festinger, son las más difíciles de cambiar.
 
Durante la cumbre de presidentes de Guadalajara (1991), Fidel Castro había dicho: pudimos serlo todo, somos nada. Pero al año siguiente, el Movimiento Revolucionario Bolivariano 200 (en alusión al segundo natalicio centenario del Libertador) recogió el guante arrojado por Fidel.
 
Voy al grano: ¿cuánto nos llevó reconocer el patriotismo revolucionario del grupo militar que se alzó contra el gobierno corrupto y entreguista de Carlos Andrés Pérez? Actitud que persistió durante varios años, subestimando la arrolladora victoria de Hugo Chávez en la primera elección presidencial a finales de 1998, (56.5 por ciento de los votos), rompiendo 40 años de alternancia partidocrática (Pacto del Punto Fijo, 1958).
 
Los intelectuales de izquierda y derecha quedaron atrapados en la disonancia cognitiva. Los unos, preguntándose si el líder bolivariano era autoritario, reformista, bonapartista. Y los otros, extrapolando las ideas del liberal español Joaquín Costa en Oligarquía y caciquismo (1902). Octavio Paz, por ejemplo, dijo que el caudillismo sería un subproducto de nuestra herencia árabe y española, y su consecuencia fatal: el militarismo y el populismo.
 
Sin embargo, pocos de los unos (y ninguno de los otros) advirtieron desde el vamos que, a más de abrir de par en par las puertas por donde empezaban a soplar los nuevos vientos históricos de América Latina, la revolución bolivariana portaba un vigoroso proceso de insurgencia de masas en el que la democracia recuperaba nervio y sustantividad real.
 
De modo que no vaticinamos nada. Liberados de la disonancia cognitiva, celebramos desde ya el triunfo de Hugo Chávez, y al pueblo que el 7 de octubre próximo seguirá manteniendo en alto la tea encendida por nuestros libertadores.

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