Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 29 de septiembre de 2012

Violación de derechos en chiapas

Violación de derechos en chiapas
Tengo aún batallas que ganar, afirma el acosado Patishtán
Confía el activista en salir bien de la operación de un tumor cerebral
Cumple el profesor condena de 60 años, tras un proceso irregular
Hermann Bellinghausen
Enviado
Periódico La Jornada
Sábado 29 de septiembre de 2012, p. 2
Tuxtla Gutiérrez, Chis. 28 de septiembre. Estoy limpio de la vista, dice Alberto Patishtán Gómez, sentado en una cama de hospital, con bata de paciente, o sea casi desnudo, y un rosario de cuentas grandes colgándole del cuello. ¿Cómo entender estas palabras de un hombre que se está quedando ciego y que ha pasado por todo lo que él desde el verano de 2000 en su municipio natal en San Juan del Bosque, cuando fue apresado y culpado por el asesinato en emboscada de siete policías estatales, y lleva 12 años tras las rejas en cuatro penales diferentes? Un hombre que se sabe inocente y que no ha dejado de luchar por la libertad. La suya y la de muchos hermanos suyos, pues se convirtió en un defensor natural de los derechos humanos de los presos. Ha participado en protestas y en grupos de presos políticos o injustamente encarcelados. Plantones, huelgas de hambre, constantes denuncias sobre la vida carcelaria en Cerro Hueco, El Amate y Los Llanos, donde impulsó la liberación de decenas de catequistas, trabajadores agrícolas, adherentes de la otra campaña, bases de apoyo zapatistas. Tras una protesta en 2008 salieron cerca de 50 indígenas en huelga de hambre por 40 días. Patishtán ya era el vocero de la Voz del Amate y de los presos organizados. Sólo él quedó adentro. Y allí sigue.
Ahora está aquí, en una pequeña habitación sin ventanas del hospital público Vida Mejor, en un ala desierta del edificio donde los demás dormitorios ni camas tienen. Un par de esposas cuelgan de un tubo de su lecho, aunque esta vez no se las han puesto los tres custodios que montan guardia desde que lo trajeron de la cárcel sancristobalense el martes pasado, se supone que ahora sí para tratar la enfermedad que hace más de cinco años lo priva de la visión de manera progresiva y en ocasiones dolorosa. En 2010 permaneció seis meses en este mismo nosocomio, esposado a la cama. Y todo para que ni lo curaran, imponiéndole el tratamiento de una enfermedad que no tenía.
Lo que tengo es vencible. Todavía tengo muchas batallas que ganar, confía a La Jornada casi riendo, con una peculiar alegría, inesperada en alguien que sabe que tiene un tumor de 4 centímetros encima de la hipófisis, que necesita ser intervenido quirúrgicamente y que lleva 12 años sin libertad. Separado de ella, de su familia, de su comunidad, de su trabajo como profesor y gestor comunitario. Y sus ojos cada día ven menos. El oftalmólogo de su confianza que lo atiende recientemente le dijo: Tu problema no está en los ojos, y aventuró que podía tratarse de un tumor, como una tomografía ha revelado ahora.
Es una experiencia más para mí. De humildad para entender y sentir el sufrimiento de los demás. Habla como alguien que está en paz con su corazón. Sus creencias lo fortalecen. Recuerda con precisión borgeana el día que ya no pudo leer la Biblia: el pasado 6 de septiembre. Comencé a cancelar mis lecturas, y dejé de escribir. Vuelve a reír al referirse a sus compañeros de prisión y de lucha: “Pero tengo mis ‘secretarios’ que tienen ojos y me prestan sus manos para no quedarnos en silencio”.
No es difícil imaginar el efecto que puede tener esta confianza y serenidad en otros reclusos. Evidentemente Alberto ejerce una influencia contagiosa en sus pares. Eso, si algo, lo hace un tipo peligroso, al menos para las autoridades políticas, judiciales y carcelarias. Durante su estancia en el Cefereso número ocho en Guasave, Sinaloa, a donde fue trasladado en octubre de 2011 para arrancarlo de la huelga de hambre y ayuno en que participaba en San Cristóbal de las Casas, dejó huella en los presos que pudieron tratarlo. Todos, con cargos suficientemente graves como para estar en ese nuevo penal de alta seguridad. Dos horas a la semana, recuerda Alberto. ¿Se imaginan? Es todo lo que podíamos salir al sol.
A través suyo, aislados como estaban del exterior, aprendieron que podían defenderse de la mala comida y las reglas oprobiosas. Patishtán y el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas presentaron y ganaron un amparo para retornarlo a la cárcel de San Cristóbal, cerca de su familia y de la comunidad de presos Solidarios de la Voz del Amate que también luchan por su liberación y son adherentes de la otra campaña. Me enteré que ya otros presos en Guasave está buscando amparos como el mío, cuenta.
Foto
Alberto Patishtán espera ser intervenido quirúrgicamente en el hospital público Vida Mejor, donde le realizan exámenes médicos para la operaciónFoto Moysés Zúñiga Santiago
Su experiencia como defensor de los derechos de los reos en Chiapas, incluso en penales donde nunca ha estado, lo hizo acreedor de un premio que le entregó personalmente el Tatik Samuel Ruiz García hace varios años. De entonces datan las últimas fotografías de Patishtán, hasta hoy. La escuela de la vida, ahí sí, lo convirtió en conocedor de las leyes de los hombres y las del dios cristiano. Como es común entre los mayas chiapanecos, acción social y creencias religiosas van de la mano en algo que sólo puede llamarse compromiso.
Son tantos los hermanos presos injustamente, apunta. “Recuerdo uno, que venía de Guatemala, refugiado y ya se quedó en México, tenía sus tierras y todo, cerca de la frontera. Un día se encontró un armadillo en su milpa y lo llevó a su casa para comerlo. Unos agentes de Migración lo detuvieron, lo acusaron de saquear la fauna, y pasó cuatro años preso en San Cristóbal. ‘Por quererme comer un armadillo’, se lamentaba mi hermano”.
Se supone que ahora sí hay atención federal a su caso. En cuanto fue hospitalizado lo visitó un funcionario de derechos humanos de la Secretaría de Gobernación. La Suprema Corte de Justicia de la Nación se apresta a determinar si su caso puede ser revisado. A través del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, al parecer interesó al más alto nivel del gobierno federal luego del último diálogo en el Castillo de Chapultepec, a donde fueron invitados los familiares del profe (como le dicen sus amigos, que son muchísimos para alguien que lleva 12 años en la cárcel).
Los primeros días de 2006, al iniciar la otra campaña, fuera de programa la caravana encabezada por el subcomandante Marcos realizó un mitin frente al penal El Amate, en Cintalapa, para exigir la libertad de los presos que semanas atrás habían fundado la Voz del Amate y se adhirieron a la Sexta declaración de la selva Lacandona del EZLN. Ya era Patishtán vocero y motor de los presos políticos. Muy atrás había dejado su militancia en el PRI, al que pertenecía, críticamente por lo demás, al momento de su encarcelamiento por cargos fabricados y venganza política de sus propios correligionarios.
Su caso marcó una fractura inolvidable en El Bosque. Desde entonces familiares, alumnos, vecinos, padres de familia, colegas maestros han insistido en su inocencia, siendo ignorados y engañados por los sucesivos gobiernos municipales y estatales. Intereses creados, ciertamente inconfesables, desde el gobierno de Roberto Albores Guillén mantienen la férrea determinación de mantener encerrado a Patishtán; de lo contrario quedaría impune el asesinato de siete agentes. ¿Alguien tiene que pagar? Hay indicios de que el secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, sería un escollo importante para la liberación de Patishtán. Por ello son varias las similitudes entre su caso y el del líder lakota Leonard Peltier, el más importante preso de conciencia en Estados Unidos durante 30 años, quien paga de por vida la muerte de dos policías de FBI sin que jamás se probara su culpabilidad. Ambos son fuertes espíritus indígenas, voceros de su pueblo con una autoridad que las vejaciones y castigos inmerecidos sólo han acrecentado.
Va a salir bien, me siento con confianza dice Patishtán de su inminente operación a través de la nariz. Me dijeron que pueden pasar tres cosas: que me muera, que quede inconsciente, o que me alivie del tumor. El pronóstico para su vista sigue siendo oscuro, parece difícil que recupere lo perdido. Para él, es una más de las muchas batallas que le quedan por ganar.

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