Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 30 de marzo de 2013

México SA- ECONOMIA MORAL

México SA
La tristeza del FMI
Fracaso privatizador
¿Reformas exitosas?
Carlos Fernández-Vega
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Labores de trabajadores de la Comisión Federal de ElectricidadFoto Alfredo Domínguez
¡Q
 
Qué lástima! Desagradecidos, como siempre, México y sus habitantes provocan doble tristeza al siempre desinteresado Fondo Monetario Internacional: por el fracaso de la reforma al sector eléctrico, y por la existencia de una opinión pública en contra de la privatización energética. Y el organismo financiero tiene razón, porque el FMI, junto con el Banco Mundial, es el padre de la enloquecida cuan veloz carrera reformista (privatizadora y antinacionalista) impuesta al país tres décadas atrás, desde los tiempos de Miguel de la Madrid, la cual estaría a punto de concluir con broche de oro si es que finalmente logra concretar la modernización petrolera.
 
La Jornada (Roberto González Amador) nos ilustra sobre el desconsuelo del organismo financiero: “la experiencia de México fue citada por el FMI como ejemplo de un caso fallido de reforma al sector eléctrico y de una política de subsidios al consumo de electricidad que beneficia a los estratos de mayor ingreso. Sin embargo, el organismo destacó que en el país existe ‘una opinión pública en contra de la privatización’ del sector energético, hecho que, dice, vuelve más difícil la introducción de cambios legales en esta industria, que por mandato constitucional está en manos del Estado. ‘El fracaso de la reforma en el sector eléctrico en México pone de manifiesto los numerosos obstáculos para una reforma exitosa”, sostuvo el organismo en el informe Reforma a los subsidios en energía: lecciones e implicaciones, publicado este miércoles”.
 
¡Pobre FMI! Desde el sexenio salinista (diciembre de 1992, para ser exacto, con la reforma a la Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica, que permitió la participación corresponsable del capital privado) impuso modernizaciones legales para que el Estado mexicano comenzara a hacerse a un lado (lo que, en 1999, alegremente aceleró Ernesto Zedillo como inquilino de Los Pinos, y profundizaron Fox, en 2002, y Calderón, a lo largo de su estancia en la residencia oficial) en generación eléctrica para que los particulares ocuparan ese espacio. Pero a estas alturas sólo poco más de 40 por ciento de tal generación corresponde al capital privado, especialmente el foráneo, algo que para el Fondo Monetario es sinónimo de fracaso (exige el 100 por ciento).
 
Lo que es un fracaso para el FMI, en otras latitudes lo ven como señal de alarma. La Cámara de Diputados ha documentado que aunque la CFE conserva, en apariencia, la mayor capacidad de generación eléctrica, ésta se ocupa parcialmente debido a que se privilegia la generación potencial de los permisionarios (privados). Desde el año 2000, los permisionarios venden electricidad a la CFE la cual es colocada en el segmento de la industria que es el más rentable. El doméstico, que es donde se encuentran los mayores problemas y los más altos costos de suministro, se destina a la paraestatal. Entonces, el obstáculo para una reforma exitosa es la presencia del Estado, por menguante que sea.
 
Por si fuera poco, los permisionarios tampoco corren riesgos debido a que venden la energía comprometida a la Comisión Federal de Electricidad, y aunque se presenten paros o haya menor demanda del energético, la paraestatal tiene que colocar los excedentes al costo que sea necesario; la electricidad no se puede almacenar y la CFE tiene que buscar que se consuma en el momento que se genera. Las altas tarifas de la electricidad no son producto exclusivamente de la energía generada por el servicio público, también se derivan de los altos costos de interconexión de los productores independientes y del gas natural, que es el único combustible que utilizan los productores independientes (PIE).
 
De acuerdo con los eufemismos tecnocráticos, la intención gubernamental nunca ha sido privatizar el sector eléctrico, pero en los hechos la CFE ha disminuido sus niveles de generación y, en consecuencia, sus ventas, debido a que el número de concesiones al sector privado se ha incrementado considerablemente. Actualmente (2011) la Comisión Reguladora de Energía tiene autorizados 772 permisos, con una generación de electricidad de 166 mil 700 GW hora/año. En los últimos años la generación de energía eléctrica por parte de los permisionarios privados aumentó a una tasa media anual de 26.4 por ciento, destacando el crecimiento y volumen generado de los PIE, el autoabasto y la cogeneración: su contribución en el volumen generado pasó de 4.3 en 2000 a 40.3 por ciento en 2009 (y contando).
 
Lo anterior no pinta para un fracaso, como afirma el FMI, porque en dos décadas se privatizó casi la mitad de lo que oficialmente no se privatiza; sólo se moderniza. Y mientras los usuarios ven cómo impunemente la factura por consumo de energía eléctrica se incrementa a pasos agigantados, la CFE paulatina y silenciosamente se retira de la cancha para que el capital privado ocupe sus posiciones y llene sus alforjas.
 
También triste por la existencia de una opinión pública en contra de la privatización, el FMI no se explica por qué los mexicanos reaccionan de esa forma, pues la política privatizadora de cinco gobiernos al hilo (el sexto está en funciones) y la venta de garaje inaugurada 30 años atrás sólo ha traído plena felicidad a los consumidores, pujante crecimiento económico, millones de empleos formales a escoger, abundante ingreso y tantas otras gracias.
 
¿De qué se queja esa opinión pública? Pues de la privatización, rescate y posterior extranjerización de la banca (con comisiones e intereses descomunales, que sólo saquea y ha dejado para mejor ocasión el fomento del crecimiento económico de México), las telecomunicaciones (elevadísimas tarifas y pésimo servicio), las carreteras (que más tardan en construirse que en rescatarse con recursos del Estado), de los ferrocarriles (que sólo sirvió para armar un monopolio privado, el de Germán Larrea, y dejar a millones sin transporte), de la electricidad (parcial pero ascendente, con abultadísimas y crecientes facturas) y, en fin, de las líneas aéreas, los aeropuertos, los fertilizantes, el acero, la petroquímica, la minería y tantos otros renglones de la actividad económica, para que al final de cuentas el país se mantenga en la lona, los barones en la luna y el FMI en la tristeza.
Las rebanadas del pastel
Y cuando a sus domicilios llegue el siguiente recibo de la CFE, no olviden lo triste que está el Fondo Monetario Internacional.
Economía Moral
La medición de la pobreza en el mundo / XIII
Ravallion (Banco Mundial), visión de globalización, pobreza desigualdad
Julio Boltvinik
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Martin Ravallion (MR) es el director del Departamento de Investigación del Banco Mundial (BM) y principal responsable de sus mediciones de pobreza. En el libro que empecé a comentar en las dos entregas previas (15 y 22/3/13), Debates on the Measurement of Global Poverty (Editado por Anand, Segal y Stiglitz, Oxford University Press, 2010), Ravallion escribe dos capítulos y uno más con la coautoría de Chen. En el Capítulo 1, empieza señalando que lo que le ha venido sucediendo a los niveles de vida de las personas pobres en el mundo está en el centro del debate sobre la globalización Cita a Amartya Sen “la preocupación real de quienes protestan contra la globalización no es ésta per se, sino que parece en gran parte derivar de las carencias continuadas y las crecientes disparidades en los niveles de vida que ven en el periodo de la globalización”. MR no niega las percepciones de los críticos de la globalización: que la pobreza y la desigualdad están aumentando, pero pone en duda que así esté ocurriendo realmente. Según él hay dos bandos: los que sostienen que la pobreza y la desigualdad está aumentando (como el Foro Internacional sobre Globalización), y los que dicen que está disminuyendo rápidamente (Bhalla y Sala-i-Martin, comentados en las entregas citadas). Ravallion trata de situar al BM, es decir lo que él hace, como postura intermedia que sostiene que la pobreza ha bajado, pero lentamente.
 
Pregunta (muy fuera de lugar, como si él fuese un espectador) “¿A quiénes debemos creer?” Para contestar se va directamente a la medición sin pasar por un análisis del significado de la globalización realmente existente donde, por mencionar sólo dos elementos, el capital y las mercancías tienen movilidad internacional pero la fuerza de trabajo está encerrada en las fronteras nacionales o migra ilegalmente; y donde la distribución funcional del ingreso se ha movido a favor del capital y en contra del trabajo. Empieza diciendo: Antes de cuantificar cualquier cosa uno debe tener claro el concepto que va a medir y descalifica, por no cumplir este requisito, a los involucrados en el debate popular sobre la globalización, aunque los especialistas, dice, suelen ser precisos. Sostiene que la mayor parte de los observadores tiene clara la diferencia entre desigualdad y pobreza: ésta se refiere a niveles absolutos de vida (cuántas personas no pueden alcanzar ciertas necesidades de consumo) mientras la desigualdad es sobre las disparidades en tales niveles. Sin embargo, MR que conduce las mediciones puramente absolutas del BM, sostiene:
 
Hay amplio acuerdo en que el ingreso de una persona es una base demasiado estrecha para juzgar sobre su bienestar económico. En la medida en que éste dependa del ingreso relativo, las mediciones de pobreza en términos de bienestar tendrían que usar líneas de pobreza que varíen con el ingreso medio de un grupo de referencia relevante”. (p.27)
 
Y añade algo que suena a una excusa del por qué no lo hace así el BM: Poner eso en práctica de un modo convincente es otro asunto. Cita un trabajo suyo con Chen en el que proponen una clase de medidas de pobreza relativa débil en las cuales la línea de pobreza (LP) aumenta con los aumentos del consumo medio, pero menos que proporcionalmente. Introduce la distinción entre desigualdad relativa y desigualdad absoluta. Si el ingreso de todos crece a la misma tasa, la primera desigualdad (que se mide como el cociente del ingreso de cada persona/grupo y el ingreso medio) no se modifica, pero sí aumenta la segunda, la distancia absoluta del ingreso de dos personas cualesquiera. Para MR la elección entre ambos conceptos de desigualdad es un juicio de valor que pesa mucho en la visión que uno adopte respecto a la globalización. Otra fuente de confusión que subyace en los desacuerdos sobre qué ha pasado con la desigualdad en el mundo es la falta de claridad sobre los dos componentes de ésta: desigualdad entre países y desigualdad entre las personas de cada país. Según MR, la desigualdad entre países ha venido disminuyendo por las altas tasas de crecimiento de China e India, mientras la desigualdad dentro de los países ha tendido a aumentar, incluyendo China e India. Concluye que hay una especie de empate generado por estas dos tendencias contradictorias.
 
Hasta aquí Ravallion parece un autor que hace distinciones interesantes y propuestas atractivas. Pero en el resto del texto aparece el funcionario del BM que defiende sus cifras olvidándose de mucho de lo dicho antes. Dice, sin discusión, enfoquemos la pobreza absoluta, olvidando que sostuvo que hay amplio acuerdo en que el ingreso de una persona es una base demasiado estrecha para juzgar sobre su bienestar económico, y, sosteniendo la tesis central del BM en defensa del capitalismo neoliberal y de la forma de globalización que ha impuesto al mundo, señala: “Todas las estimaciones que he visto sugieren una tendencia declinante en la incidencia de la pobreza y en el número total de pobres desde 1980” (p.29). Las discrepancias de las que se ocupa son con la medición de Bhalla (que he comentado en entregas anteriores), cuyo radicalismo de derecha hace ver al BM como un vocero moderado del triunfo de la globalización neoliberal (Véase en la gráfica que las mediciones de pobreza del BM, es decir de Ravallion y Chen, dan una visión muy positiva de la globalización neoliberal). Para dar cuenta de las discrepancias entre el BM y este autor, procede a explicar cómo se debe medir la pobreza (por supuesto, como la mide el BM):
 
“Para medir la pobreza uno necesita, primero, una LP. Los países más ricos tienden a tener LPs más altas…Entre países pobres hay muy poca variación en las LPs, las necesidades absolutas de consumo tienden a dominar en un país pobre. Así que las LP aumentan con la media del consumo. Reconociendo esta característica de cómo varían las LPs, ¿cómo debe medirse la pobreza en el mundo como un todo? Se han adoptado dos enfoques. El enfoque de pobreza relativo usa LPs que aumentan con el ingreso medio del país. Por ejemplo, Ravallion y Chen presentan resultados para una LP relativa que aumenta con la media del ingreso por arriba de cierto nivel crítico… Sin embargo, todas esas LPs relativas no tratan a personas con el mismo nivel de consumo de la misma manera, y por tanto las medidas resultantes perderían significado como medidas de pobreza absoluta. Desde 1990 el BM ha he elegido medir la pobreza global con los estándares de lo que la pobreza significa en los países pobres, lo que resultó en la LP de un dólar al día (p.30).
 
“Se reconoce plenamente –dice MR– que ésta es una definición conservadora; mientras uno difícilmente podría argumentar no son de hecho pobres las personas del mundo que son pobres con los estándares típicos de los países más pobres; hay muchos más que son pobres con los estándares de los países de bajos ingresos. Ravallion reduce a cero el papel de la definición de la LP en la medición:
 
“…no hay escapatoria al hecho que hay un grado de arbitrariedad acerca de la LP. Siempre que uno sea consistente entre países, uno puede ver si las comparaciones regionales y las valoraciones de evolución en el tiempo son robustas…” (p. 31).
 
En próximas entregas, al analizar las críticas al BM de Pogge, Reddy y Srinivasan, ampliaré mis propias críticas. Hoy dejé que el cinismo de MR se expresara para regocijo del lector.

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