Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 23 de marzo de 2013

Precisiones sobre la misoginia

Precisiones sobre la misoginia

La misoginia, el odio, desprecio o rechazo de las mujeres por el simple hecho de serlo es, sin duda, un tema polémico. Sobre todo cuando, como es mi caso, se le considera como parte estructural de la identidad masculina en todas las culturas que en el mundo han sido y son.
Dicho de otra manera: ser hombre es, antes que nada, no ser ni parecer mujer. Cualquiera que sea el estereotipo social del sentir, pensar y comportarse de las mujeres en una determinada cultura o grupo social.
Algunos misóginos somos, como bien decía el recordado Daniel Cazés, más sofisticados o refinados que otros en tanto admitimos y tratamos de modular nuestra misoginia. Algunos se dedican a los estudios de género o somos psicoterapeutas, otros, verdaderamente burdos y salvajes, son ex gobernadores de, por ejemplo, Chihuahua, cardenales reunidos en cónclave en Roma o jugadores de futbol.
Pero ojo, de manera general, burdos o sofisticados, pertenecemos a dos categorías principales de misóginos que el escritor y crítico de cine francés Alain Paucard plantea en su libro De la Misoginia considerada como una de las Bellas Artes (Grijalbo, 1992) y que, considero, arroja luz sobre el tema.
Según él, y estoy en absoluto acuerdo, existimos los “Misóginos I”, quienes adoramos a las mujeres pero odiamos lo femenino, y los “Misóginos II”, aquellos que odian a las mujeres pero adoran lo femenino.
¿Y qué es lo femenino o esencia de la femineidad? Se compone de dos características. La primera de ellas se asienta en la biología, en la corporalidad y es el hecho incontrovertible de ser madres o la posibilidad de serlo y, la segunda, tener la fundamental necesidad de imponer reglas de todo tipo para poder criar y educar a los hijos e hijas.
“A ver mi hijito, haga sus oraciones y tómese su lechita que ya es hora de dormir”; “¡Juanita, despiértate y siéntate en la nica!”; “Paquito: lávate las manos, péinate, córtate las uñas, di tus oraciones, no contestes, no preguntes, camina derecho”, “Lupita y Carlitos, no se hablen así”; etc, etc. Lo cual sigue siendo cierto así ya no se tengan cinco años sino 70 y nuestra progenitora no tenga 30 sino 95.
Los “Misóginos I” detestamos que nos pongan reglas. Exigimos que se nos trate como adultos y no que se nos mire con, en el mejor de los casos, tierna condescendencia o, en el peor, franca e iracunda desaprobación. Eso de llegar a casa o salir de ella para recibir o llevarnos un rosario de recomendaciones sobre nuestro comportamiento es, se darán cuenta lectores y lectoras, infantilizante.
Los “Misóginos I” reconocemos, sin ningún problema y con algo de envidia, la enorme superioridad de las mujeres para el juego amoroso de seducción y conquista y, sobretodo, en el terreno de la práctica de la sexualidad.
En el primer caso pueden ignorar o dejar de hablar al hombre que aman sin que pierdan una micra de compostura y durante décadas si es, desde su punto de vista, necesario.
En el segundo pueden fingir orgasmos telúricos sin mayor problema. O tener orgasmos múltiples y muy reales haciendo gala del Ferrari que tienen en el clítoris y de la ausencia en ellas de periodo refractario. Esto último significa no requerir de un tiempo de descanso para reiniciar la actividad sexual después de un orgasmo, como sí ocurre con nosotros que, además, necesitamos satisfacer a nuestra pareja y muchas veces ignoramos como hacerlo que no sea a través de la penetración.
Por ello los “Misóginos I” nos rendimos ante ellas y preferimos mantener una sana distancia: ser amantes o amigos. Pensamos que llevar a cabo una convivencia permanente y más o menos satisfactoria a nivel de pareja sin que existan acuerdos y pactos claros es, verdaderamente, difícil si no imposible. Echarse en brazos de la esperanza o creer que “el amor todo lo puede” y que no necesitamos negociar es suicida para la pareja.
Los “Misóginos II” ven en cada mujer una madre potencial: de él y de sus hijos. Una vez que se casan con ellas –y las mujeres siempre van a preferir a un “Misógino II” ya que lo pueden controlar con el dedo meñique– las suben al mismo altar en el que han colocado a su mamá verdadera y a sus hermanas quienes son, por supuesto y desde luego, santas y puras. Todas las demás mujeres son o putas o cabronas, o potenciales conquistas eróticas o despiadadas competidoras en el plano profesional.
Ellos son, los “Misóginos II”, los habituales perpetradores de la violencia doméstica. Es fácil entender por qué: toda dependencia causa resentimiento y el vivir a la mujer como madre implica experimentarla como una figura gigantesca de la que se depende de manera total. Por otra parte les es necesario mantener controlada a su esposa-madre, no vaya a ser el diablo que ella descubra su potencial erótico y se convierta en “una cualquiera”. El miedo masculino a la infidelidad real o imaginaria y con ello el cuestionamiento de su masculinidad, es lo que está detrás de muchas golpizas, torturas psicológicas y negligencia económica.
Es muy importante, congéneres de todo el mundo, que nos ubiquemos y tratemos de transitar de la Misoginia II a la Misoginia I. Tan importante como el que las mujeres nos ubiquen también y no fomenten, a final de cuentas son nuestra propias madres y nuestros misóginos padres sus principales creadores, la perpetuación de la forma más deletérea de Misoginia: la II.
mzumaya@gmail.com

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