Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 7 de octubre de 2011

EU: indignación social y extravíos- La democracia electoral en la crisis sistémica


EU: indignación social y ext
ravíos

Al referirse por primera vez a las protestas de los manifestantes estadunidenses en los alrededores de Wall Street –que ayer arribaron a su vigésimo día y se extendieron a Washington y a una decena más de ciudades en el vecino país–, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo comprender el malestar de los manifestantes; responsabilizó por el descontento social al Partido Republicano –el cual ha peleado cada pulgada” para evitar “las reformas que hemos llevado adelante”– y sostuvo que las movilizaciones en curso incidirán “de manera política en 2012 y más allá de esa fecha”.

No puede negarse que las protestas que se desarrollan en el distrito financiero de Manhattan y en otras ciudades del país vecino derivan fundamentalmente de la incapacidad de las autoridades de Washington para lograr una reforma eficaz en su sistema financiero, que meta en cintura a los banqueros y a los capitales especulativos, y que evite la socialización de los costos de la crisis económica, como ocurrió tras los descalabros financieros de hace dos años. Pero la responsabilidad por tales omisiones recae en el actual ocupante de la Casa Blanca y en su partido tanto o más que en la “oposición republicana”: aun reconociendo la intransigencia legislativa de esta última, y sus empeños por frustrar todas y cada una de las propuestas de Obama, no puede olvidarse que el actual mandatario dispuso, durante la primera mitad de su mandato, de una mayoría legislativa y de un capital político que habrían bastado para sacar adelante algunos de los postulados más avanzados de su programa de gobierno –entre los que destacaba una reforma al sistema financiero–, y que ha contado siempre con potestades administrativas para emprender la necesaria reorientación de política económica y social en ese país.

Sin embargo, ya sea por falta de voluntad, por cálculo político o por presiones de los estamentos industriales y financieros que en buena medida mueven los hilos del poder real en Washington, Obama no ha sido capaz de concretar medidas de contención a la voracidad especuladora ni de impulsar, desde el gobierno, el bienestar de la población. Por el contrario, a casi tres años de que arrancó la actual administración, el poder político en Washington sigue siendo, en general, un gran mecanismo para aceitar negocios privados y, para colmo, la reactivación económica prometida por el primer afroestadunidense que ocupa la Casa Blanca se tambalea ante los barruntos de una nueva recesión.

Así pues, si bien es cierto que las acampadas en Wall Street “han dado voz a la frustración de muchas personas” –como sostuvo ayer Obama–, dicho repudio no se limita a la “oposición republicana” en el Capitolio, sino está dirigido también contra el Ejecutivo.

Con ese telón de fondo, resulta impresentable el empeño del mandatario por hacer pasar como potenciales aliados electorales suyos a los protagonistas de las expresiones de descontento social en curso. Con tal actitud, Obama termina por dar la razón a los inconformes, quienes han denunciado la inmoralidad de un establishment subyugado a los intereses de los poderes fácticos, ajeno a la realidad que viven los núcleos más desprotegidos de la sociedad de ese país –no pocos de los cuales sufragaron hace tres años por el propio Obama– y que exhibe ahora, para colmo, por voz del propio presidente, su incapacidad de comprender la naturaleza de fenómenos como el de los manifestantes de Wall Street: otra muestra de esa falta de entendimiento y perspectiva la dio ayer mismo el vicepresidente Joe Biden, quien sostuvo que las protestas iniciadas en la calles de Nueva York “tienen mucho en común con el Tea Party”, pese a las marcadas diferencias existentes entre ambas corrientes en cuanto a orígenes, ideologías y objetivos.

La circunstancia no deja de ser lamentable, pues el actual mandatario llegó a la Oficina Oval con las banderas de la transformación del modelo social y económico imperante y con la promesa de incorporar las necesidades de la gente a las prioridades del gobierno. Hoy, sin embargo, con afirmaciones como la comentada, Obama refuerza los sentimientos de frustración y de fracaso para las corrientes progresistas y los sectores lúcidos de la sociedad estadunidense que confiaron, hace tres años, en sus promesas de “cambio”, y abona, de paso, a la pérdida de alternativas electorales y de representación política real en el vecino país.
FUENTE_: LA JORNADA

El movimiento Ocupa Wall Street contagió a otras ciudades estadunidenses. Las protestas contra los abusos del sector financiero llegaron a Wa- shington (en la imagen), donde varios cientos de personas llegaron a la Plaza Libertad, cerca de la Casa Blanca, para iniciar un plantón por tiempo indefinido. El presidente Barack Obama, al abordar el tema, dijo que estas acciones expresan la frustración de la población. Los manifestantes sienten que Wall Street no ha seguido las reglasFoto Reuters
La democracia electoral en la crisis sistémica

Raúl Zibechi

Desde el golpe de Estado en Honduras, hace ya más de dos años, se han multiplicado las señales de que las élites mundiales tienden a encarar la crisis sistémica de modo autoritario, pasando por alto las formas democráticas que ellas mismas prescribieron en su momento como modo de resolver los conflictos sociales y políticos. Aunque los golpes son por ahora la excepción, las prácticas autoritarias se van naturalizando y extendiendo en lo que puede convertirse en un cerco policial-militar sobre las fuerzas antisistémicas.
Días atrás el oficialista Diario del Pueblo recogió la intervención del presidente del Everbright Bank, Tang Shuangning, en el Foro Económico Europa-Asia celebrado en septiembre en Xian (noroccidente de China), en el que apuntaba “las diez contradicciones de la crisis de la deuda en Occidente” (Diario del Pueblo, 27 de septiembre). En opinión del banquero chino la principal contradicción es “entre la asistencia social extremadamente alta y el sistema político”.
Sostiene que la competencia electoral ha llevado a los políticos a formular promesas de mejora del sistema de bienestar que han creado una “cultura de la asistencia social”. La conclusión del banquero chino suena conocida: “Si Occidente no resuelve la ‘democratización extremista’ a nivel del sistema político y el ‘excesivo asistencialismo’ a nivel cultural”, no podrá resolver ninguna de sus graves contradicciones y todo el sistema político-social estará en peligro.

En un artículo titulado “¿Post ilustración o post ideología?”, el diario oficialista chino se hizo a fines de agosto la misma pregunta que la revista estadunidense Time: “¿Puede la democracia resolver los problemas económicos de Occidente?” (Diario del Pueblo, 31 de agosto). Y la respuesta es también idéntica: un hondo escepticismo porque “la política electoral ha restringido el espacio de acción de quienes están en el poder”.
Aunque suene extraña, esta confluencia de opiniones entre las élites de la superpotencia en decadencia y de la principal potencia emergente no debe llamar la atención. En efecto, ni Estados Unidos ni China pueden prosperar o siquiera sostenerse en el mundo actual sin competir por recursos naturales, lo que supone casi inexorablemente poner en primer plano la acumulación por desposesión, o por guerra, a cualquier otra consideración. Tanto la democracia como la soberanía nacional son estorbos para la acumulación, por eso deben ser neutralizadas.
En América Latina la creciente presión de los sectores populares, indígenas y afrodescendientes, campesinos y pobres urbanos, se está convirtiendo en algo intolerable para las élites. No era Manuel Zelaya el escollo en Honduras, sino el movimiento social que podía desbordarlo, lo que se intentó neutralizar con el golpe del 28 de junio de 2009, como quedó demostrado con el tiempo.
La principal tendencia autoritaria en nuestro continente es la criminalización de la protesta. El gobierno de Sebastián Piñera se apresta a aprobar leyes que prevén cárcel incluso para los estudiantes que ocupen pacíficamente sus centros de estudio. En Colombia, en Guatemala y en México la violencia sistemática contra los de abajo se practica sin interrumpir el funcionamiento de las “democracias”. En Ecuador hay 189 indígenas acusados por la justicia de sabotaje y terrorismo por cortar carreteras.
En la historia de los movimientos antisistémicos la participación en el juego de la democracia electoral fue siempre una táctica subsidiaria, subordinada a la cuestión central, que consistió en organizar fuerzas para preparar batallas decisivas. Los debates que involucraron a las más diversas corrientes revolucionarias se focalizaron en los modos de alcanzar los objetivos.

En nuestro continente se ha instalado la convicción de que las contiendas electorales son la médula de la acción política y que a través de ellas se pueden cambiar las relaciones de poder en la sociedad. Hay lecturas que descontextualizan de tal modo los procesos históricos, que dan a entender que fue el ascenso a la casa de gobierno de tal o cual dirigente lo que permitió iniciar un proceso de cambios. Omiten decir que esas personas ganaron elecciones porque las derechas fueron derrotadas previamente en las calles, que los movimientos ya habían modificado la relación de fuerzas con tal contundencia que el triunfo electoral fue apenas un cierre, siempre parcial, del ciclo de luchas.

Llama la atención que quienes postulan la descolonización recaigan en una mirada eurocéntrica. Cuando Boaventura de Sousa dice que “la democracia política presupone la existencia del Estado”, y repite lo que considera un principio de la acción política, “mejor Estado siempre; menos Estado, nunca” (Visâo, 22 de septiembre), reflexiona con base en la experiencia europea que no es, por cierto, la que vivimos en este continente donde conviven diversas democracias: comunitarias, territorializadas en periferias en resistencia, campesinas, de mujeres de mercados, de talleres, hasta conformar un arco iris de modos de decidir por fuera de las instituciones representativas.

El marxista indio Ranahit Guha polemiza con el marxista británico Eric Hobsbawm porque no está de acuerdo con que las rebeliones campesinas sean “prepolíticas” o espontáneas; lo considera una mirada elitista y, por supuesto, eurocéntrica. “Una revuelta estaba precedida por una consulta entre los campesinos”, que podían ser asambleas de ancianos, reuniones de vecinos o de masas hasta alcanzar consenso (“Las voces de la historia”, Crítica, p. 104).

Ahora que las élites están en vías de destruir aquello que más nos interesa de las democracias –los derechos de reunión, manifestación y expresión– se hace más necesario que nunca fortalecer y expandir “la política del pueblo”, que es un “ámbito autónomo”, según Guha. No propongo descartar lo electoral. Digo potenciar esas democracias otras, cara a cara, que son y serán el ámbito donde los de abajo toman sus decisiones estratégicas.
FUENTE: LA JORNADA

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