Pa que gane Barack
Miguel Marín Bosch
Hoy concluye la convención del Partido Demócrata en Estados Unidos. El pasado jueves el Partido Republicano hizo lo propio. Con ello la campaña presidencial en Estados Unidos entra en su etapa final. El próximo 6 de noviembre los estadunidenses elegirán entre el presidente Barack Obama y el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney.
A primera vista parecería que Obama la tiene fácil. Primero, un presidente que busca relegirse suele tener éxito, aunque ha habido fracasos recientes (Gerald Ford, Jimmy Carter y George H. W. Bush). Segundo, los republicanos se pelearon duro en las elecciones primarias para ver quién era el más conservador. A la postre escogieron a Romney, un político no tan conservador como quisieran algunos republicanos. De ahí que Romney haya a su vez seleccionado al congresista conservador Paul Ryan de Wisconsin como candidato a la vicepresidencia.Sin embargo, un examen detenido de la situación política en Estados Unidos apunta a una serie de factores que quizás no favorezcan la relección de Obama. Un factor sin duda es una economía raquítica y una elevada tasa de desempleo. Otro sería la secuela de los enfrentamientos políticos con la bancada republicana en el Congreso. El creciente déficit presupuestario y la deuda pública también influyen en el electorado. La guerra en Afganistán es otro elemento de desencanto.
Pero quizás el factor más negativo para Obama sea la lista de promesas no cumplidas que han enajenado a muchos que lo apoyaron con entusiasmo en 2008. Por lo tanto, el presidente tendrá que remontar un marcador poco favorable. Los comentaristas y encuestas señalan que si la elección fuera hoy, Romney ganaría por un pequeño margen. Calculan que cada uno tiene un apoyo seguro de alrededor de 47 por ciento y que entre el 6 por ciento restante Romney parece llevar la delantera.
En la convención republicana, la semana pasada en Tampa, los republicanos anunciaron su estrategia para derrotar a Obama: chamba para todos los desempleados. Por su lado, los demócratas insisten en que el país está progresando por el camino trazado hace cuatro años. El mensaje es:
Vamos bien, pero hay que tener paciencia.
¿Cómo puede Obama conquistar el voto mayoritario de ese 6 por ciento del electorado que aún está indeciso? Hay quienes creen que no lo podrá hacer. Señalan que hace cuatro años el electorado estaba harto de los republicanos y del presidente George W. Bush y que el senador John McCain no pudo sacudirse el sambenito de que representaba más de lo mismo.
En 2008 Obama representó una cara fresca llena de optimismo que prometía un cambio de rumbo y estilo. Entusiasmó a los jóvenes (muchos de los cuales votaron por primera vez), amarró el voto hispano y de las mujeres. Pero no logró una mayoría entre los hombres blancos. Y aquí hay que insistir en que hay un sector de la población estadunidense que jamás votará por un candidato de raza negra.
En 2012 Obama ya no entusiasma tanto a los jóvenes, pero sigue teniendo una mayoría del voto hispano y de las mujeres. Su problema es que muchos de los hombres que votaron por él hace cuatro años hoy están desempleados y/o han perdido sus casas. Y los universitarios siguen acumulando deudas enormes debido a las colegiaturas descomunales.
Obama ya no puede reinventarse. Tendrá que recurrir a medidas que aseguren que la gente que lo apoya irá a las urnas en noviembre. Los republicanos ya están ideando obstáculos para impedir que voten personas que no poseen una identificación con fotografía. Esto ocurre en algunos estados.
Una política de incentivos para que voten por él sería aconsejable. Algunos amigos mexicanos quizás le sugieran que reparta tarjetas con un crédito en alguna tienda. Otros sin duda le insistirán en que recurra a las técnicas de fraude electoral que perfeccionaron en el siglo pasado los políticos de Boston, Nueva York y Chicago. En aquel entonces votaban los muertos y los vivos lo hacían varias veces. La consigna en inglés era: “Vote and vote often”.
A diferencia de 2008, Obama ha recaudado menos fondos que su contrincante. En 2010 un fallo de la Suprema Corte de Justicia autorizó a los llamados comités de acción política a donar de forma anónima grandes cantidades a las campañas políticas en Estados Unidos. Conocidos como súper PACS, han llenado las arcas del Partido Republicano.
El presidente Barack Obama enfrenta un enorme reto en estas elecciones. Ciertamente ha tenido logros importantes: evitó una depresión económica aún mayor, sentó las bases para un sistema de salud menos oneroso para el ciudadano común y enderezó el rumbo de la política exterior.
Pero muchos estadunidenses que lo apoyaron y que se encuentran dentro ese 6 por ciento de indecisos no creen que su actuación como presidente haya estado a la altura de su oratoria que tanto entusiasmo despertó hace cuatro años.
Es posible que el presidente Obama consiga un segundo mandato. Quizás sus consejeros tengan razón al diseñar una campaña que busca convencer al electorado de que el país va avanzando y que sólo es cosa de tiempo para cosechar los frutos de la enorme inyección de dinero e inversiones del programa de estímulos que logró que el Congreso aprobara.
El sistema electoral de Estados Unidos para seleccionar al presidente es indirecto. Cada estado tiene asignado un número de votos electorales según su población total. Si un candidato gana el voto popular en un estado, se lleva todos los votos electorales. Uno podría ganar el voto popular, pero perder la elección. Así ocurrió en 2000, cuando Al Gore obtuvo medio millón de sufragios más que George W. Bush, pero perdió por 271 a 266 votos electorales.
Hay estados que están firmemente en el campo demócrata y otros en el republicano. La elección se decidirá en una docena de estados que podrían decantarse por un partido u otro. Ahí es donde Romney y Obama van a concentrar sus esfuerzos.
Perspectivas de paz en Colombia
El anuncio formulado el pasado martes por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, de que su gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tienen ya una
hoja de rutapara reactivar las negociaciones de paz, a partir de la primera quincena de octubre en Oslo, Noruega, constituye un signo alentador y saludable por cuanto pudiera ser un primer paso para poner fin al conflicto armado que ha ensangrentado a ese país sudamericano durante medio siglo.
Por añadidura, durante el ciclo de gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) el conflicto llegó un grado de beligerancia oficial sin precedente que incluyó una injerencia cada vez más abierta del gobierno estadunidense en el país y en la región, e incluso sentó precedentes nefastos para la seguridad y la soberanía de naciones vecinas, como ocurrió con el ataque a la localidad ecuatoriana de Sucumbíos (1º de marzo de 2008), donde los militares colombianos asesinaron e hirieron por igual a guerrilleros y a civiles; entre estos últimos se encontraban cinco estudiantes mexicanos.
Con tales antecedentes, la determinación del gobierno de Juan Manuel Santos de iniciar una nueva etapa de negociaciones con las FARC es sin duda positiva, pero insuficiente, pues es pertinente y necesario que el gobierno actual de Bogotá asuma la responsabilidad y el sentido de Estado que le son exigibles en la situación presente; que ofrezcan garantías creíbles para que dicho proceso no desemboque en el fracaso, como ha ocurrido con intentos anteriores, y que muestre disposición para colocar en la mesa de diálogo perspectivas de solución real a las causas profundas del conflicto colombiano. A fin de cuentas, más allá de la campaña sistemática de demonización de las FARC, y sin soslayar que esa organización ha incurrido en prácticas condenables, si algo ha alimentado su supervivencia durante más de medio siglo es, precisamente, el descontento social que recorre Colombia, consecuencia de la desigualdad, la miseria y la marginación que enfrentan millones de habitantes en aquel país, particularmente en sus entornos rurales.
Con todo y las dificultades previsibles en el camino a la desactivación del añejo conflicto, el anuncio de que el gobierno y la guerrilla colombianos volverán a entablar el diálogo interrumpido hace más de una década permite vislumbrar, por primera vez en una década el viejo anhelo de una pacificación real y duradera en Colombia. Cabe esperar que se convierta en realidad.
Irán, ¿aislado?
Ángel Guerra Cabrera
Quien continúe creyendo en la imagen de paria internacional labrada sobre Irán por los medios al servicio de Washington y la OTAN debiera reflexionar. Esta ridícula noción ha quedado hecha añicos después de la decimosexta cumbre del Movimiento de Países No Alineados (Noal), celebrada en Teherán del 26 al 30 de agosto. Lo que cabe preguntarse ahora es si Estados Unidos sería capaz, como acaba de hacerlo la antigua Persia, de reunir a 120 de los 192 miembros de la ONU –todo el sur global, 54 por ciento de la población mundial– y trabajar constructivamente con ellos para arribar a consenso sobre los más diversos y complejos temas internacionales. A la cita acudieron también como observadores China, Brasil, Argentina y México, entre otros 17 países.
Señal de los tiempos, por primera vez desde entonces el país persa era visitado por una delegación de Egipto. En esta ocasión encabezada por el recién electo presidente Mohamed Mursi, miembro de la Hermandad Musulmana (HM) y autor de la audaz jugada que mandó a retiro a la cúpula de generales mubarakistas aliados de Estados Unidos e Israel. No obstante que entre El Cairo y Teherán existan diferencias sobre la valoración de la situación en Siria, ambos coinciden en un tema esencialísimo: que el conflicto en ese país debe tener una solución política sin intervención extranjera. Ello contribuyó a la formulación plasmada por la cumbre, conseguida tras intensas negociaciones entre los anfitriones, Cuba y Qatar con el visto bueno de Damasco. Pero lo más importante es que Mursi y su homólogo iraní Mahmud Ajmadineyah adelantaron propuestas de trabajar conjuntamente con otros países de la región para impulsar esa solución.
La restauración de los lazos diplomáticos y de cooperación entre El Cairo y Teherán no demora. No es por gusto que rompiendo los usos el sunita Mursi se haya dirigido al chiíta Ajmadineyah como
mi querido hermanoal entregarle la presidencia del Noal, detentada por Egipto en el periodo anterior, ni que invocara a la
hermana República Islámica de Irán. En el sitio web en inglés de la HM se lee que esta
busca combatir el sectarismo, poner a un lado el conflicto sunita-chiíta y crear un frente musulmán unido, incluso si esto incluye a Irán. Y es que Egipto e Irán pueden hacer mucho por apagar el criminal incendio sectario intermusulmán e interconfesional avivado por las aventuras bélicas recolonizadoras en Irak, Afganistán, Libia y Siria, siempre alentado por los imperialistas y las reaccionarias monarquías sunitas.
La cumbre de Teherán ha demostrado la necesidad como nunca del Noal en la lucha por la paz y por impedir un nuevo reparto del mundo. Si logra mantener su unidad así cabría esperarlo tras reiterar su indeclinable solidaridad con Palestina, con la postura ecuatoriana en el caso Assange, el reclamo argentino por las Malvinas, la condena al bloqueo contra Cuba, el respaldo a Irán y al derecho de todos los estados al desarrollo del átomo con fines pacíficos. Igualmente, el llamado al desarme nuclear, la reforma de la ONU, el diálogo de civilizaciones, la solución pacífica de las controversias, la defensa de la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, su derecho al usufructo de sus recursos naturales y la condena a todo tipo de intervención extranjera.
Twitter: aguerraguerra
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