La doble vida de Jacques Cousteau
Jacques-Yves Cousteau, buzo francés.
Foto: Cousteau Foundation
Foto: Cousteau Foundation
Sinónimo de la exploración subacuática, Jacques-Yves Cousteau es recordado como el buzo francés cuya mirada visionaria despertó nuestros ojos a las profundas maravillas del universo oceánico, según describe su hijo mayor Jean-Michel en Mi padre, el capitán Jacques-Yves Cousteau publicado por Editorial Planeta Mexicana, bitácora biográfica donde emergen contradicciones textuales sobre aquel amante del mar y su crueldad animal.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Así reflexiona Jean-Michel Cousteau en la introducción de sus memorias Mi padre, el capitán Jacques-Yves Cousteau (Editorial Planeta), al evocarlo frente a su féretro cubierto por la bandera de Francia, durante el funeral que presidiera el entonces mandatario Jacques Chirac en la Catedral de Notre Dame, el 30 de junio de 1997:
“Fue un hombre que mantenía su distancia, que había sido autoritario por elección, que no siempre fue cálido, ni siquiera con sus amigos y socios más cercanos. Un hombre para el que lo más importante fue la eficencia. Un hombre al que no se le podía negar nada.
“Pero junto con todo eso, también fue alguien que tenía un innegable carisma, que siempre logró sus propósitos… que no abandonaba ninguna meta hasta lograrla… Buscó la dicha, la emancipación, la libertad y el asombro… No puedo más que preguntarme acerca del sitio donde reposará mi padre: la cripta familiar de Saint-André de Cubzac. ¿Un hombre de mar enterrado en tierra firme? Fue un hombre de contradicciones y de muchas pasiones, que apenas puedo tratar de comprender…”
El descubrimiento, la aventura y la exploración fueron sus metas a bordo del Calypso. Acompañado de sus hijos Jean-Michel (nacido el 6 de mayo de 1938) y Philippe (1940-1990), ese hombre de boina colorada navegó con su primera esposa Simone 150 mil millas náuticas por los siete mares, de Mozambique al tesoro de los incas en Perú y cruzando el Canal de Panamá rumbo al Mar de Cortés.
Entre 1967 y 1976 filmó los 36 programas televisivos de la serie El mundo submarino de Jacques Cousteau que en México popularizó la voz afrancesada de Luis Rizo y transformaron al joven oficial naval en cotizada súper estrella.
“No estaba preparado para convertirse en una celebridad, pero para él no existía el fracaso… No descansaba en sus laureles ni se obsesionaba con sus decepciones; simplemente buscaba el siguiente descubrimiento, la siguiente aventura, la próxima exploración, e iba tras ella hasta que encontraba lo que fuera que estaba buscando.”
El circo de papá Cousteau
Aquella impactante serie para la ABC con apoyos de National Geographic y presentada por Rod Serling (La dimensión desconocida) empezó con programas sobre escualos y quelonios, delfines y ballenas, que a la larga se voltearía en contra del distraído timón a cargo del Calypso.
“Por las Islas Gloriosas papá desarrolló un particular gusto por dos leones marinos específicos, que nombró Pepito y Cristóbal; pensaba que eran muy inteligentes… Y por otro de sus caprichos decidió ‘invitarlos’ a navegar con el Calypso durante el siguiente tramo de su viaje, luego de que obtuvo permiso del gobierno sudafricano.
“Retirar de su hábitat natural a esos lobos marinos, principalmente para entretenimiento del público televisivo estadunidense, es un acto de crueldad. Aún peor, las cámaras captaron horas y más horas en que papá y la tripulación trataban a Pepito y Cristóbal como animales de circo. No hay excusa para ello; pero en 1967 no estábamos sensibilizados hacia la fragilidad de los animales y seres del mar… No habían conocido otras condiciones más que la vida en libertad, así que era perfectamente lógico que se resistieran en nuestras jaulas diseñadas para proteger a los buzos de los tiburones.”
Tras “adaptarse” Pepito y Cristóbal, según pensaba JYC (“yic”, como lo nombra familiarmente el autor), ordenó a su equipo retirarles la red para nadar a gusto, “una mala decisión que se sumó a la desafortunada idea inicial porque ocurrió una desgracia de proporciones vergonzosas: el ‘fiel’ Cristóbal se lanzó a mar abierto y desapareció en el horizonte”. Los infortunios no acabaron allí: “Por extraña casualidad, unos cuantos días después un pescador puertorriqueño lo capturó a unos 100 kilómetros del puerto y a toda prisa lo vendió a una ignorante mujer estadunidense, para quien tener un león marino en su piscina sería divertido para sus amigos ricos. Es difícil imaginar un abuso más flagrante, aunque para ser justos sus acciones fueron un poco más desacertadas que capturar al animal”.
Pretendía demostrar a los espectadores de su nuevo programa de televisión que humanos y lobos marinos pueden convivir armónicamente, y hasta cierto grado así sucedió, “pero no era una amistad que los leones marinos hubieran elegido” y “aprendieron que si se comportaban de cierta manera, recibían como premio un puñado de calamares”. Al final, “el dulce y confiado Cristóbal” enfermó tras devorar un sapo marino y murió. Pepito parecía inconsolable sin su compañero de juegos, y el capitán Cousteau hizo arreglos para liberarlo cerca de las costas de Perú.
“Sin embargo, incluso esta última acción bondadosa resultó equívoca, porque ciertamente Pepito tenía muchas más probabilidades de sobrevivir y prosperar en el océano Índico que en esas aguas al otro lado del mundo… los ‘primos’ de Pepito en esa zona del mundo eran por completo diferentes de aquellos a los que había dejado atrás… Nunca supimos si nuestro amigo pudo adaptarse.”
Pese a que Cousteau recordaría con nostalgia este curioso episodio, al igual que las acusaciones de maltrato por confinamiento a delfines que les provocó a varios el suicidio en albercas del Museo Oceanográfico de París que él dirigía, “no podía reconocer que se había equivocado”, aunque así fuera: “Iba contra su naturaleza”, si bien esto no lo considera Jean-Michel una fortaleza o una debilidad, “tan sólo era un aspecto de su carácter. Así era él. En privado, mi padre expresó remordimiento por el mal manejo de estas criaturas. Pero públicamente defendió sus actos hasta el final”.
Un corazón veleidoso
Los primeros nueve capítulos de la docena en Mi padre, el capitán Jacques-Yves Cousteau narran la fantástica travesía de vida que protagonizó el matrimonio “largo y accidentado” del futuro oceonágrafo y su primera esposa Simone Melchior, desde que se flecharon en Japón hacia 1927.
“Siempre me ha resultado curioso que la familia de mi padre no haya tenido nada que ver con el mar…”. Y es que la playa despertó en él una revelación casi epifánica y “quería ver las maravillas que lo esperaban en el suelo del océano, nadar como un pez, vivir plenamente en cada uno de esos dos mundos, arriba y abajo, todo a la vez… Fue en el agua donde descubrió su verdadero ser.”
Cuando cumplió 12 años, misteriosamente consiguió su primera cámara Pathé de nueve milímetros “que le ayudó a superar una timidez juvenil” tan poco afin a la imagen sociable que Jean-Michel guardaría a partir de sus memorias infantiles. Con ella realizó apasionantes documentales submarinos que enriquecieron la existencia terrestre y líquida de aquellos tres mousquemeres o “trío de mosqueteros del mar”, cual se apodaban sus colegas Phillipe Taillez, Fréderic Dumas y JYC.
Con ellos probó su genial invento del regulador Cousteau-Gagnan, las mangueras aqualung o SCUBA (siglas en inglés del novedoso “aparato autónomo de respiración subacuática”) para bucear largos períodos sin las restricciones de incómodas escafandras. Su segunda cinta Naufragios debutaría con fanfarrias en el Festival Internacional de Cannes 1946 y Louis Malle dirigiría su legendario Mundo silencioso para el Oscar de Hollywood.
“Mi papá era buen músico y pintaba en su tiempo libre… sólo terminó dos pinturas. Fueron retratos. El primero era horrendo, aunque tengo que admirar su elección del tema: Cristo mismo, para un hombre que apenas fue religioso, era una decisión extraña y me temo que JYC hizo un espantoso trabajo. Su segunda obra terminada fue el retrato de mi madre, que me pareció realmente magnífico.”
Simone Melchior Cousteau ejemplificaría la alegría motora que impulsó el ascenso prodigioso y las conquistas de la fascinante poética del capitán, quien certeramente le puso La Bergère (“la pastora” de barcos), dotando ella de amor angelical al Calypso hasta su muerte, una década después de la de su hijo menor Philippe piloteando los cielos.
“El avión de Philippe había caído en Portugal. Fue el 28 de junio de 1979… Era el único que se oponía de manera abierta a mi padre cuando creía que estaba equivocado. Mi madre y yo siempre escogíamos un camino sutil y lateral para tratar de persuadirlo y tratar de que reconsiderara algún asunto, pero Philippe no era así. Volteaba a ver a mi madre y le decía: ‘¡Tu marido es un necio!’… En los últimos 10 años Philippe no sólo se había vuelto los ojos y oídos de la operación de mi padre (en la Sociedad Cousteau Protectora de la Vida Océanica, fundada por 1973), sino también en el alma y el corazón de la misma… El gran capitán Cousteau estaba desolado y vi a mi padre rogándome para que lo ayudara a salir adelante.”
En el undécimo capítulo, Las generaciones futuras, Jean-Michel evoca:
“Fue en ese contexto que mi padre se me acercó una tarde, no mucho después del funeral de mi hermano, para discutir otro tema de cierta urgencia… ‘–Jean-Michel…Tengo que decirte que estoy teniendo una aventura amorosa…’. De hecho yo conocía a la mujer que había atrapado sus afectos en los últimos años y era 35 años menor que él. ‘–Está esperando un bebé… La idea de este hijo es un gran consuelo luego de la muerte de Phillipe… Soy un hombre nuevo’.”
“Le recordé que no era un hombre nuevo, sino un hombre bastante viejo… Durante el resto de su existencia viviría dos vidas en dos mundos y, según yo había sospechado desde hacía largo tiempo, con dos corazones… Quizá haya sentido el trato negligente e inconsciente hacia mi madre en las últimas décadas de su vida.”
Esa nueva mujer obstaculizaría cualquier vínculo entre padre e hijo. A manera de anexo, esta bitácora biográfica del también arquitecto (firmada en Francia hacia 2004, y en EU en 2010 con el periodista del The New York Times Daniel Paisnet), traducción al castellano para Editorial Planeta Mexicana por Gloria Padilla Sierra, aporta un anexo de Rubén Arvizu, director en América Latina y productor fílmico de la fundación Ocean Futures Society de Jean-Michel Cousteau, así:
“En El desierto de las ballenas, JYC y su equipo filmaron las variedades de cetáceos grises y jorobadas que se reúnen para reproducirse y tener crías en las fértiles aguas del Mar de Cortés, Baja California Sur. Esas mismas aguas fueron escenario de una serie de investigaciones llevadas a cabo por Jean-Michel y un grupo de científicos. El informe completo Plan maestro de desarrollo turístico y ecológico de las costas del estado de Nayarit, México, fue entregado al gobierno de México en 1992. Desgraciadamente, los estudios y recomendaciones quedaron simplemente archivados con el arribo de nuevos gobiernos.”
Desde 1991, el arquitecto de profesión Jean-Michel Cousteau ha frecuentado nuestro país visitando las comunidades cora y huichol. A comienzos del año pasado asistió al estreno de Mi padre capitán en el Museo Nacional de Antropología e Historia.
Y hace apenas un mes, en su página de Twitter exhortó al gobierno de Felipe Calderón a frenar un complejo minero de Baja California Sur por su peligro ecológico, petición que fue ignorada olímpicamente; la reiteró al presidente Peña Nieto, enarbolando la bandera verde que capitaneaba papá Cousteau.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Así reflexiona Jean-Michel Cousteau en la introducción de sus memorias Mi padre, el capitán Jacques-Yves Cousteau (Editorial Planeta), al evocarlo frente a su féretro cubierto por la bandera de Francia, durante el funeral que presidiera el entonces mandatario Jacques Chirac en la Catedral de Notre Dame, el 30 de junio de 1997:
“Fue un hombre que mantenía su distancia, que había sido autoritario por elección, que no siempre fue cálido, ni siquiera con sus amigos y socios más cercanos. Un hombre para el que lo más importante fue la eficencia. Un hombre al que no se le podía negar nada.
“Pero junto con todo eso, también fue alguien que tenía un innegable carisma, que siempre logró sus propósitos… que no abandonaba ninguna meta hasta lograrla… Buscó la dicha, la emancipación, la libertad y el asombro… No puedo más que preguntarme acerca del sitio donde reposará mi padre: la cripta familiar de Saint-André de Cubzac. ¿Un hombre de mar enterrado en tierra firme? Fue un hombre de contradicciones y de muchas pasiones, que apenas puedo tratar de comprender…”
El descubrimiento, la aventura y la exploración fueron sus metas a bordo del Calypso. Acompañado de sus hijos Jean-Michel (nacido el 6 de mayo de 1938) y Philippe (1940-1990), ese hombre de boina colorada navegó con su primera esposa Simone 150 mil millas náuticas por los siete mares, de Mozambique al tesoro de los incas en Perú y cruzando el Canal de Panamá rumbo al Mar de Cortés.
Entre 1967 y 1976 filmó los 36 programas televisivos de la serie El mundo submarino de Jacques Cousteau que en México popularizó la voz afrancesada de Luis Rizo y transformaron al joven oficial naval en cotizada súper estrella.
“No estaba preparado para convertirse en una celebridad, pero para él no existía el fracaso… No descansaba en sus laureles ni se obsesionaba con sus decepciones; simplemente buscaba el siguiente descubrimiento, la siguiente aventura, la próxima exploración, e iba tras ella hasta que encontraba lo que fuera que estaba buscando.”
El circo de papá Cousteau
Aquella impactante serie para la ABC con apoyos de National Geographic y presentada por Rod Serling (La dimensión desconocida) empezó con programas sobre escualos y quelonios, delfines y ballenas, que a la larga se voltearía en contra del distraído timón a cargo del Calypso.
“Por las Islas Gloriosas papá desarrolló un particular gusto por dos leones marinos específicos, que nombró Pepito y Cristóbal; pensaba que eran muy inteligentes… Y por otro de sus caprichos decidió ‘invitarlos’ a navegar con el Calypso durante el siguiente tramo de su viaje, luego de que obtuvo permiso del gobierno sudafricano.
“Retirar de su hábitat natural a esos lobos marinos, principalmente para entretenimiento del público televisivo estadunidense, es un acto de crueldad. Aún peor, las cámaras captaron horas y más horas en que papá y la tripulación trataban a Pepito y Cristóbal como animales de circo. No hay excusa para ello; pero en 1967 no estábamos sensibilizados hacia la fragilidad de los animales y seres del mar… No habían conocido otras condiciones más que la vida en libertad, así que era perfectamente lógico que se resistieran en nuestras jaulas diseñadas para proteger a los buzos de los tiburones.”
Tras “adaptarse” Pepito y Cristóbal, según pensaba JYC (“yic”, como lo nombra familiarmente el autor), ordenó a su equipo retirarles la red para nadar a gusto, “una mala decisión que se sumó a la desafortunada idea inicial porque ocurrió una desgracia de proporciones vergonzosas: el ‘fiel’ Cristóbal se lanzó a mar abierto y desapareció en el horizonte”. Los infortunios no acabaron allí: “Por extraña casualidad, unos cuantos días después un pescador puertorriqueño lo capturó a unos 100 kilómetros del puerto y a toda prisa lo vendió a una ignorante mujer estadunidense, para quien tener un león marino en su piscina sería divertido para sus amigos ricos. Es difícil imaginar un abuso más flagrante, aunque para ser justos sus acciones fueron un poco más desacertadas que capturar al animal”.
Pretendía demostrar a los espectadores de su nuevo programa de televisión que humanos y lobos marinos pueden convivir armónicamente, y hasta cierto grado así sucedió, “pero no era una amistad que los leones marinos hubieran elegido” y “aprendieron que si se comportaban de cierta manera, recibían como premio un puñado de calamares”. Al final, “el dulce y confiado Cristóbal” enfermó tras devorar un sapo marino y murió. Pepito parecía inconsolable sin su compañero de juegos, y el capitán Cousteau hizo arreglos para liberarlo cerca de las costas de Perú.
“Sin embargo, incluso esta última acción bondadosa resultó equívoca, porque ciertamente Pepito tenía muchas más probabilidades de sobrevivir y prosperar en el océano Índico que en esas aguas al otro lado del mundo… los ‘primos’ de Pepito en esa zona del mundo eran por completo diferentes de aquellos a los que había dejado atrás… Nunca supimos si nuestro amigo pudo adaptarse.”
Pese a que Cousteau recordaría con nostalgia este curioso episodio, al igual que las acusaciones de maltrato por confinamiento a delfines que les provocó a varios el suicidio en albercas del Museo Oceanográfico de París que él dirigía, “no podía reconocer que se había equivocado”, aunque así fuera: “Iba contra su naturaleza”, si bien esto no lo considera Jean-Michel una fortaleza o una debilidad, “tan sólo era un aspecto de su carácter. Así era él. En privado, mi padre expresó remordimiento por el mal manejo de estas criaturas. Pero públicamente defendió sus actos hasta el final”.
Un corazón veleidoso
Los primeros nueve capítulos de la docena en Mi padre, el capitán Jacques-Yves Cousteau narran la fantástica travesía de vida que protagonizó el matrimonio “largo y accidentado” del futuro oceonágrafo y su primera esposa Simone Melchior, desde que se flecharon en Japón hacia 1927.
“Siempre me ha resultado curioso que la familia de mi padre no haya tenido nada que ver con el mar…”. Y es que la playa despertó en él una revelación casi epifánica y “quería ver las maravillas que lo esperaban en el suelo del océano, nadar como un pez, vivir plenamente en cada uno de esos dos mundos, arriba y abajo, todo a la vez… Fue en el agua donde descubrió su verdadero ser.”
Cuando cumplió 12 años, misteriosamente consiguió su primera cámara Pathé de nueve milímetros “que le ayudó a superar una timidez juvenil” tan poco afin a la imagen sociable que Jean-Michel guardaría a partir de sus memorias infantiles. Con ella realizó apasionantes documentales submarinos que enriquecieron la existencia terrestre y líquida de aquellos tres mousquemeres o “trío de mosqueteros del mar”, cual se apodaban sus colegas Phillipe Taillez, Fréderic Dumas y JYC.
Con ellos probó su genial invento del regulador Cousteau-Gagnan, las mangueras aqualung o SCUBA (siglas en inglés del novedoso “aparato autónomo de respiración subacuática”) para bucear largos períodos sin las restricciones de incómodas escafandras. Su segunda cinta Naufragios debutaría con fanfarrias en el Festival Internacional de Cannes 1946 y Louis Malle dirigiría su legendario Mundo silencioso para el Oscar de Hollywood.
“Mi papá era buen músico y pintaba en su tiempo libre… sólo terminó dos pinturas. Fueron retratos. El primero era horrendo, aunque tengo que admirar su elección del tema: Cristo mismo, para un hombre que apenas fue religioso, era una decisión extraña y me temo que JYC hizo un espantoso trabajo. Su segunda obra terminada fue el retrato de mi madre, que me pareció realmente magnífico.”
Simone Melchior Cousteau ejemplificaría la alegría motora que impulsó el ascenso prodigioso y las conquistas de la fascinante poética del capitán, quien certeramente le puso La Bergère (“la pastora” de barcos), dotando ella de amor angelical al Calypso hasta su muerte, una década después de la de su hijo menor Philippe piloteando los cielos.
“El avión de Philippe había caído en Portugal. Fue el 28 de junio de 1979… Era el único que se oponía de manera abierta a mi padre cuando creía que estaba equivocado. Mi madre y yo siempre escogíamos un camino sutil y lateral para tratar de persuadirlo y tratar de que reconsiderara algún asunto, pero Philippe no era así. Volteaba a ver a mi madre y le decía: ‘¡Tu marido es un necio!’… En los últimos 10 años Philippe no sólo se había vuelto los ojos y oídos de la operación de mi padre (en la Sociedad Cousteau Protectora de la Vida Océanica, fundada por 1973), sino también en el alma y el corazón de la misma… El gran capitán Cousteau estaba desolado y vi a mi padre rogándome para que lo ayudara a salir adelante.”
En el undécimo capítulo, Las generaciones futuras, Jean-Michel evoca:
“Fue en ese contexto que mi padre se me acercó una tarde, no mucho después del funeral de mi hermano, para discutir otro tema de cierta urgencia… ‘–Jean-Michel…Tengo que decirte que estoy teniendo una aventura amorosa…’. De hecho yo conocía a la mujer que había atrapado sus afectos en los últimos años y era 35 años menor que él. ‘–Está esperando un bebé… La idea de este hijo es un gran consuelo luego de la muerte de Phillipe… Soy un hombre nuevo’.”
“Le recordé que no era un hombre nuevo, sino un hombre bastante viejo… Durante el resto de su existencia viviría dos vidas en dos mundos y, según yo había sospechado desde hacía largo tiempo, con dos corazones… Quizá haya sentido el trato negligente e inconsciente hacia mi madre en las últimas décadas de su vida.”
Esa nueva mujer obstaculizaría cualquier vínculo entre padre e hijo. A manera de anexo, esta bitácora biográfica del también arquitecto (firmada en Francia hacia 2004, y en EU en 2010 con el periodista del The New York Times Daniel Paisnet), traducción al castellano para Editorial Planeta Mexicana por Gloria Padilla Sierra, aporta un anexo de Rubén Arvizu, director en América Latina y productor fílmico de la fundación Ocean Futures Society de Jean-Michel Cousteau, así:
“En El desierto de las ballenas, JYC y su equipo filmaron las variedades de cetáceos grises y jorobadas que se reúnen para reproducirse y tener crías en las fértiles aguas del Mar de Cortés, Baja California Sur. Esas mismas aguas fueron escenario de una serie de investigaciones llevadas a cabo por Jean-Michel y un grupo de científicos. El informe completo Plan maestro de desarrollo turístico y ecológico de las costas del estado de Nayarit, México, fue entregado al gobierno de México en 1992. Desgraciadamente, los estudios y recomendaciones quedaron simplemente archivados con el arribo de nuevos gobiernos.”
Desde 1991, el arquitecto de profesión Jean-Michel Cousteau ha frecuentado nuestro país visitando las comunidades cora y huichol. A comienzos del año pasado asistió al estreno de Mi padre capitán en el Museo Nacional de Antropología e Historia.
Y hace apenas un mes, en su página de Twitter exhortó al gobierno de Felipe Calderón a frenar un complejo minero de Baja California Sur por su peligro ecológico, petición que fue ignorada olímpicamente; la reiteró al presidente Peña Nieto, enarbolando la bandera verde que capitaneaba papá Cousteau.
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