A 60 años del inicio de la revolución cubana
Ángel Guerra Cabrera /I
Hace 60 años Cuba necesitaba una estremecedora revolución social. Sólo a través de ella sería posible liberar al país del dominio económico, político y cultural establecido por el imperialismo de Estados Unidos con la intervención militar de 1898 y de la costra mental heredada del colonialismo español y el régimen esclavista. Imperaba el latrocinio del presupuesto y La Habana se había convertido en un gran prostíbulo y casino de juego para el turismo estadunidense. Prevalecía un primitivo anticomunismo como valladar a cualquier reforma progresista.
Aunque la operación terminó con una derrota militar, produjo una honda conmoción moral en la sociedad cubana cuando se pudieron conocer los crímenes cometidos por orden de Batista contra los jóvenes insurgentes, de los que sólo ocho murieron en combate y 54 fueron salvajemente torturados y asesinados después de hechos prisioneros. Junto a acertadas acciones posteriores, el ataque al Moncada aceleró la creación de las condiciones subjetivas que, unidas a la precariedad económica y la opresión política de amplias capas de la población, fermentaron el caldo de cultivo para la revolución.
Mediante la propaganda clandestina y el aprovechamiento de los escasos momentos en que se levantaba la censura de prensa, el jefe de los revolucionarios pudo dar a conocer desde la cárcel aquellos crímenes. La obsesión de Batista por legitimarse electoralmente y la movilización de masas por la amnistía política forzaron a la dictadura a abrir espacios legales que permitieron la salida de la cárcel de Fidel y sus compañeros.
La acertada combinación de la actividad clandestina con la legal marcó la febril actividad organizativa y política de lo que pronto sería conocido como Movimiento 26 de Julio. Para ese momento ya había logrado difundir el alegato de Fidel ante los jueces, reconstruido en la cárcel y sacado de allí subrepticiamente. La historia me absolverá, como lo tituló su autor, dio a conocer a muchos los objetivos del movimiento. Visto desde las seis décadas transcurridas es uno de los documentos políticos iluminadores en la historia latinoamericana.
Para una organización pequeña, sin armas ni apenas recursos económicos, cuyos integrantes eran, salvo por Fidel, casi desconocidos, constituía un gigantesco desafío enfrentarse y derrotar a una sangrienta dictadura militar apoyada por Washington, a sólo unas decenas de kilómetros de sus costas y sustentada en un aparato represivo de setenta mil hombres bien equipados. La tarea exigía inmensa imaginación, audacia, profundas convicciones patrióticas y revolucionarias, y cabal comprensión de la realidad cubana de quienes iniciaron las acciones insurreccionales. La adopción de una táctica y una estrategia capaces de vencer esos obstáculos debió mucho al genio político y militar de Fidel, aunque también otros de sus cercanos colaboradores destacaban por su talento, además de su sensibilidad social, fibra moral, y entrega total a la lucha. Destacadamente Abel Santamaría, su segundo al mando.
A diferencia de lo que ocurre hoy en Nuestra América, donde pese a la tiranía neoliberal existe un razonable aunque inestable margen de acción política legal, en la Cuba de entonces no había otro camino para la movilización de las masas y la toma y consolidación revolucionaria del poder que la lucha armada.
El ataque al Moncada inauguró una concepción renovadora sobre el sujeto del cambio social en las condiciones de América Latina, sobre las vías y formas de lucha y sobre el papel decisivo de la subjetividad, inspirada en las ideas de Martí y en una interpretación acertada de los clásicos del pensamiento socialista. Prefiguraba, en la creatividad de las soluciones encontradas antes de esa acción, en la prisión y en la guerra revolucionaria posterior, la gran hazaña intelectual y política que ha exigido la trasformación revolucionaria de Cuba bajo la inclemente hostilidad de Estados Unidos.
Twitter: @aguerraguerra
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Coquus
Olga Harmony
No todos los mexicanos vemos a España como
la madre patria, a pesar de que nos heredara un idioma que predomina en la mayor parte de nuestro territorio y de tener y haber tenido amistad con españoles refugiados como la entrañable Josefina Oliva de Coll, la autora de La resistencia indígena ante la conquista editada por Siglo XXI. Vemos, ya con lejanía, al país ibérico como uno en que impera tanta corrupción como en el nuestro, con una monarquía decadente y propicia a todos los escándalos. Por ello metáforas como la freudiana expresada a la prensa por Cecilia Lemus de
coger a la madre patriacarecen de sentido, aunque revelan las intenciones de la autora y directora de Coquus y la razón de que eligiera un saladero español en su intento de unir la degustación del jamón ibérico con todos los placeres de la carne. Coproducen el grupo de la autora y directora y Alimentos Europeos.
los sueños de la razón producen monstruosy afirma, en ello tiene razón, de que no es estrictamente teatro en los términos de la academia (una inteligente espectadora la ve como una mezcla de teatro y performance), pero tampoco se puede decir que su propuesta, más propia de los años setenta y ochenta del siglo pasado, incida o vaya a incidir en los textos y montajes de otros autores. También afirma a la prensa:
(mi obra) pierde convencionalidad en la medida en que gana el desarrollo de ideas, donde deja entrever intensidad y astucia configuradas de tal modo que permiten saborear cada frase como si paladeáramos el mismísimo jamón ibérico. Los autoelogios están a la orden del día y la creadora del Laboratorio de teatro
Piel de salmónno los escatima.
Saborear cada frase, nos dice Lemus. Su escritura es muy presuntuosa, con aspiraciones poéticas, pero con aberrantes metáforas como la de
los cuernos de la luna llena, que es redonda y no tiene cuernos como otras fases de nuestro satélite. Quien dice amar el lenguaje español lo menosprecia en esta escenificación tan malograda en que se pretende unir comida y sexo como resultado de una relación amorosa en siete escenas que van de la crianza del cerdo hasta la degustación –que se ofrece al final a los espectadores junto a un poco de vino–, entreveradas con las historias de tres personajes que supuestamente habitan entre las lonchas del jamón: dos hermanos, Coquus el jamonero y Crucio, el militar aman a Hispalis, la esposa de Coquus.
En un espacio diseñado por la propia Lemus, consistente en un piso de mosaicos sobre los que un puerco entero yace pintado, con un sillón y mesita elegantes en la esquina izquierda del espectador y un televisor pequeño al fondo en el que no se llegan a distinguir las imágenes, se suceden las acciones tras de que un hombre con máscara de cerdo, Verrinus incorporado por Fernando Briones, ejecuta un zapateado gracias al apoyo técnico coreográfico de Ruth Chávez López antes de sentarse en el cómodo sillón. Es este mismo Vernus el que colocará dos bolsas de papel, la segunda con hoyos para ojos y boca, sobre la cabeza de Hispalis, encarnada por Xóchitl López que ha aparecido en un inútil desnudo antes de ser vestida con las galas de una manola.
Y que aparecerá después con vestido corto y, alguna vez, con el velo de manola. Coquus, el criador de cerdos incorporado en pleno travestismo por Sharon L’Eglisse y su hermano militar Crucio, interpretado por Nancy Cordero, también en travestismo y también tras un desnudo, completan el elenco en el que se acreditan también Jerónimo Barriga –musicalizador e iluminador junto a la directora– y Alexis Briseño.
La idea de alternar con el público consiste en cambiar las cómodas butacas del teatro por incómodas sillas, a alguna de las del frente llegarán uno u otro actor o actriz por un momento. Y, fuera de cualquier interpretación que se haga de texto y montaje, cabe mencionar lo malos e inexpresivos que son los miembros del elenco, como algún momento de Xóchitl López y las supuestas transfiguraciones de Sharon L’Eglisse en un viejo caricaturizado por muecas y tonos chirriantes de voz, además de que todos gritan en lugar de enunciar y matizar los parlamentos, por lo que toda posible verosimilitud se pierde.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Fox, el PAN y sus dichos
Adolfo Sánchez Rebolledo
Como es su inveterada costumbre, esa suerte de incontinencia verbal que lo lleva a decir cualquier cosa, sin respeto por los demás ni por él mismo, Fox, el ex presidente, lanzó una de sus frases escandalosas, ahora comparándose con Benito Juárez. Pero es un error suponer que se trató de una boutade, o de un simple descuido. Fox piensa así. La visión sobre Juárez y el significado del liberalismo en México constituye una de las piezas maestras del pensamiento conservador de la derecha mexicana, aunque hoy, ante la crisis ideológica acarreada por la llamada
modernizacióncapitalista, el debate de otros tiempos parezca haber perdido sentido y quien más quien menos dentro del poder reclame el fin de las ideologías y la muerte de la memoria.
tabúesque se invocan sin contexto crítico, sino de reconocer, justamente, que hay una línea de continuidad hasta el presente que nos permite entender qué somos y adónde vamos. Sin embargo, para gente como Fox, que no es tampoco un dechado de sabiduría, basta y sobra con sostener los más viejos prejuicios del catolicismo contra la Reforma para aterrizar en la que ahora se busca presentar como la opción moderna para el México del futuro. Esa suerte de híbrido entre el cristero y el brocker, protegido bajo el velo del discurso democrático, renace en todas las iniciativas donde la derecha quiere colocarse a la vanguardia. Se trata, como lo vivimos cotidianamente, del intento de superar en los hechos el laicismo para sustituirlo por una interpretación que favorece a la Iglesia católica, pero que no se detiene en las cuestiones de orden moral o religioso.
Así como Fox subvierte la intocabilidad de la mariguana cuando los vecinos descubren que un negocio de ese tamaño no merece desperdiciarse, también en el caso de los energéticos la primera ofensiva es contra el
tabú, es decir, contra el ordenamiento constitucional que aún impide la subasta del patrimonio y los recursos naturales. En ese terreno, Fox está fuera del PAN pero no de la línea argumental,
ideológica, que define a dicha formación, por enormes que sean las aparentes divisiones que dividen a sus tribus, las cuales aún resienten la pérdida de influencia y poder.
Visto de cerca, no existe patriotismo alguno en la exigencia de darle carta blanca a los capitales privados para que éstos se apropien de esa riqueza a cambio del pago de ciertos derechos (así se comenzó con la banca hasta que los inversionistas extranjeros se llevaron la parte del león, como corresponde a su naturaleza). Dicen que con una lanzada tan larga buscan negociar (de lo perdido lo que aparezca) sin reconocer siquiera que la apertura en estos terrenos sí implica
privatización, con lo que de plano buscan tomarle el pelo a la ciudadanía. A cambio de esa postura de entrega total quieren que se les concedan otras reformas que han elaborado a varias manos. Eso no es una negociación racional y responsable. El gobierno, que más de una vez se ha pronunciado por la “modernización rechazando las prácticas privatizadoras (sic), tiene ante sí la obligación de formular una propuesta que ya sabe –así se lo han repetido– contará con el apoyo del PAN, sin que importe el destino del llamado Pacto por México.
Preocupa que ante la tesitura de ir hacia una reforma hacendaria en serio, las fuerzas progresistas no aprovechen la ocasión para plantear el proyecto que el país requiere para avanzar en otro ciclo de desarrollo. La resistencia es necesaria pero debe ir un paso más allá, planteando con precisión las prioridades derivadas de nuestra sempiterna desigualdad social. La izquierda tendrá que remar contra la corriente bipartidista y el lobby de los intereses fácticos para impedir que se consume un atraco a la nación, afirmando, como se ha venido haciendo, una propuesta que, en efecto, consiga hacer el milagro de la modernización sin echar abajo el funcionamiento del Estado. Tendrá que superar las tendencias centrífugas y saber distinguir dónde es imprescindible la unidad de acción.
PS. (Leído en La Jornada.) Mientras en Brasil el papa Francisco subraya su acercamiento a los pobres, en México una parte del clero (y del personal político municipal y estatal) sigue viviendo en las nubes de la Edad Media con sus consagraciones y otros actos que anulan el laicismo del Estado. Hay curas tan insolentes como autoritarios, como el obispo de Aguascalientes, José María de la Torre Martín, quien lanzó toda su oronda humanidad contra los diputados locales por atreverse a desafiar que
el estado de Aguascalientes reconoce, protege y garantiza el derecho a la vida de todo ser humano desde el momento de la concepción, salvo las exclusiones que establece la normatividad penal. Tras llamarlos
bueyes, contrariado por el leve matiz introducido de última hora, el obispo aseguró que con él se permitiría
hacer manipulación in vitro, es decir, sinvergüenzadas, darle a
las niñas y señoritas... la píldora del día siguiente y utilizar el DIU (dispositivo intrauterino) como otras cosas. Según el señor obispo,
Ahí se ve la mano de un gusano perverso. ¡Viva la modernidad!
FUENTE: LA JORNADA OPINION
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