El despertar
Pequeña conversación con el gran Porfirio
José Agustín Ortiz Pinchetti
–¿Insistes en que tu generación fracasó?
PML: Nuestra generación no es la única que ha fallado en el cumplimiento de sus objetivos explícitos. Lo que ocurre es que surgimos en un horizonte histórico en el que parecía que una transformación profunda del país era posible. El camino se extravió en una sucesión de crisis económicas que no se confrontaron adecuadamente. Se siguió el atajo fácil de las políticas neoliberales que terminaron multiplicando la corrupción, reduciendo los márgenes de la soberanía y profundizando las desigualdades.–30 años de esas políticas han llevado a México a la decadencia. ¿Podremos salir de ella?
–Las posibilidades de enderezar el rumbo son hoy escasas. Si llegara a suceder no lo veo como obra de un dirigente patriótico, sino por la movilización de la sociedad y el arribo al poder de generaciones menos contaminadas.
–El eje que das sentido a tu vida pública es el nacionalismo. Hoy el patriotismo se ha debilitado en una cultura de sometimiento.
–Te agradezco que resaltes la congruencia como valor definitivo de mi vida pública. Aparte de errores que siempre se comenten, creo que los derroteros que seguí obedecieron en cada época a un proyecto de nación independiente y justo que imaginamos desde la juventud. El patriotismo al que te refieres lo recibimos de la familia, lo acrecentamos con los maestros de entonces y lo templamos en el contacto con la realidad del país y en nuestra relación con la cultura universal.
–¿Has pagado una cuota grande de sufrimiento en tu vida política?
–Me sorprende haberte hablado de sufrimiento como un efecto de la vida pública sobre mi persona. Creo que en muchas ocasiones la actividad política fue gozosa, plena de satisfacciones. Tal vez aludí a la angustia cotidiana que genera el ejercicio ineludible de responsabilidades. Viví cada momento como un instante de la historia.
–Has tenido un trayecto accidentado en la política, tus críticos hablan de oportunismo.
–Uno de los puntos de la transición mexicana fue el arribo al pluralismo, por tanto la apertura de caminos políticos para realizar tus ideas. En realidad yo sólo he militado en dos partidos: el PRI, al que renuncié en una ruptura recordada, y el PRD, que fundé y del que más tarde me alejé por las inconsistencias que se conocen. Cada uno de los capítulos de mi historia pública merecen una explicación particular, pero todos se originan en un mismo afán de democratizar a México.
Prueba irrefutable-Hernández
La depredación fiscal contra Pemex
Según un informe sobre Petróleos Mexicanos (Pemex), del que se da cuenta en esta edición, la paraestatal entrega al gobierno federal impuestos equivalentes a 67.4 por ciento de sus ingresos totales. Descontada esa cantidad, lo que le queda a la paraestatal para reinvertir en actividades sustantivas resulta claramente insuficiente: menos de una décima parte de los recursos obtenidos por sus ventas.
Los datos mencionados confirman la tendencia, denunciada muchas veces por diversos actores políticos, sociales y de la academia, de acabar con la entidad petrolera por medio del saqueo hacendario y la inanición presupuestal, y corrobora la indebida dependencia gubernamental de los ingresos petroleros, fenómeno que data del sexenio en que gobernaba José López Portillo y que, pese a la retórica de las presidencias siguientes contra el
populismo económico, no ha sido modificado por las administraciones neoliberales, sino todo lo contrario: ha sido arraigado y profundizado por éstas.
Es innegable que Pemex necesita realizar, con urgencia, inversiones cuantiosas en áreas estratégicas para su desarrollo, como la exploración, la explotación y la refinación, que le permitan superar el rezago que ha acumulado a lo largo de muchos años y revertir las inercias negativas que acusa con respecto a su capacidad de producción. Para ello no es necesario avanzar en la entrega total o parcial de la paraestatal a manos de particulares –como ha venido insistiendo el gobierno de Enrique Peña Nieto en semanas recientes–, sino dejar de arrebatarle por la vía fiscal la mayor parte de sus ingresos brutos, y emprender medidas efectivas para combatir la corrupción que campea en su aparato administrativo y en su cúpula sindical.
Contrariamente a esas necesidades, el gobierno federal en turno se mantiene renuente a buscar fuentes adicionales de financiamiento del Estado que no sean el saqueo fiscal de la industria petrolera nacional. En ese sentido, es inevitable preguntarse hasta qué punto las pérdidas sufridas recurrentemente por Pemex son resultado de un designio por presentar al sector público como intrínsecamente incapaz de administrar el sector energético de manera eficiente y transparente, a fin de exponer como viable y hasta necesaria una privatización que ha sido consistentemente rechazada por la mayoría de la sociedad.
Es verdad que el país requiere reformas legislativas en materia energética y petrolera, pero no para modificar el estatuto público de Pemex, sino para modificar los términos de su vinculación con el gobierno federal, a fin de garantizar la autonomía de la empresa y su capacidad de reinvertir en márgenes adecuados sus ingresos. Es urgente, por tanto, que Pemex sea colocada en un régimen de autonomía fiscal y que la administración federal obtenga recursos públicos como lo hacen los gobiernos de otros países: mediante el cobro de impuestos justos y equitativos a las grandes empresas y capitales financieros, con políticas de austeridad –como el recorte de los salarios y la desaparición de las prerrogativas onerosas de que gozan los altos funcionarios de la administración pública– y con acciones de combate a la corrupción.
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