“EL SEÑOR DEL TRES”: LA PRISIÓN Y LA FUGA
Por: Humberto Padgett - julio 24 de 2013 - 0:00Destacadas, México, TIEMPO REAL, Último minuto - Sin comentarios
Ciudad de México, 23 de julio (SinEmbargo).– Existe un sobrenombre menos conocido, pero no por esto sin relevancia, para comprender a Joaquín El Chapo Guzmán. Es una referencia directa con la cárcel de alta seguridad –de alguna manera la debía clasificar el gobierno federal– que estuvo al servicio de un narcotraficante que logró su ascenso vertical después de dejar el penal.
Ahí, con tono reverencial, custodios, subcomandantes y comandantes evitaban referir al capo en ciernes en función de su estatura, El Chapo, sino de su ubicación –en todos los sentidos que esto significa–: El Señor del Tres.
Guzmán Loera vivía en el módulo III del Reclusorio Federal. Estaba confinado a la celda 307, pero esto era un simple decir: paseaba con absoluta libertad por las áreas II y IV de la prisión. Este privilegio era gozado sólo por otros dos reos: Héctor El Güero Palma Salazar y Arturo Martínez Herrera, El Texas.
En ese tiempo, 2001, la población de Puente Grande oscilaba entre los 500 y 600 reos. Los tres barones de Sinaloa podían hacer lo que quisieran. Algunos empleados declararon que, nueve de cada 10, vivía bajo la nómina de los tres narcos sinaloenses, a quienes la autoridad decidió mantenerlos juntos y siempre comunicados. ¿De qué otra manera sino con reuniones de trabajo se levanta y sostiene un reino de coca, heroína y marihuana?
El cheque alcanzaba a todos los segundos comandantes de zonas de las tres compañías, incluidos los destacados en los Centros de Control.
“A los subcomandantes nos tocaban 9 mil pesos a cada uno”, dijo ante la autoridad Armando Ramírez Mejía. A los comandantes de compañía correspondían 30 mil pesos mensuales por cabeza. A los adjuntos de la subdirección les repartían 45 mil pesos para cada uno y a los observadores, personal de tipo técnico, 6 mil pesos. “De lo anterior estaba enterado el licenciado Leonardo Beltrán Santana, director de Puente Grande y a él le tocaban alrededor de 50 mil pesos mensuales”.
Los oficiales en prevención recibían 250 pesos por guardia cumplida. A cada elemento del puesto de control correspondían, también al día, 2 mil pesos. El esquema de pagos estaba tan embalado que el día de paga estaba calendarizado. El Chapo pagaba los días 15 de cada mes, El Güero los días 25 y El Texas los días 28.
“En un principio fuimos advertidos de que si no tomábamos el dinero mejor renunciáramos, por lo que accedí a recibir ese dinero para conservar mi trabajo. Además, sabía que todos recibían dinero. Nos hacían llegar el dinero a través del interno Jaime Valencia Fontes, secretario particular de Joaquín Guzmán Loera, quien nos entregaba el dinero los días 15 de cada mes”, explicó un ex funcionario de la cárcel.
La vida, obra y fuga de Guzmán Loera están contenidos en el expediente 16/01 abierto por el Juzgado Cuarto de Distrito en Procesos Penales Federales con sede en la Ciudad de México, y del que SinEmbargo posee copia.
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¿Cómo sobrevivía El Chapo en la cárcel? ¿Dónde nacía el río de dinero que le permitía ser la autoridad real en una cárcel presentada como de máxima seguridad?
Vale la pena echar un vistazo a otro expediente, el registrado con el número 80/2008-II instruido por el mismo juzgado. SinEmbargo también posee réplica del documento en su totalidad.
Ese proceso penal –seguido por un asunto de lavado de dinero contra agentes financieros de los Beltrán Leyva, parientes, compadres y ahora enemigos del Chapo– contó con el testimonio de un informante protegido identificado como Julio, quien conoció a los narcotraficantes desde que eran muchachos en la estructura de Ernesto Fonseca, Rafael Caro Quintero y Miguel Ángel Félix Gallardo.
El Chapo, en particular, trabajaba a las órdenes de Juan José Esparragoza Moreno El Azul en los años previos al asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena. El homicidio, ocurrido en 1985 en Guadalajara, desató un vendaval que llevó a prisión a los jefes. Fue la primera oportunidad de Guzmán y los hermanos Beltrán Leyva de ascender y supieron aprovecharla.
La de El Chapo es verdaderamente la historia de un hombre venido desde abajo. Nació y pasó la infancia y atravesó algún pedazo de la primaria en La Tuna, un caserío del municipio de Badiguarato, Sinaloa, donde desde principios del siglo pasado se descubrió la aptitud de su suelo para la siembra de marihuana y de sus hombres para convertirla en heroína y venderla en Estados Unidos. Ahí mismo nacieron los Beltrán Leyva. Juntos entendieron que el poder se mostraba con los cuernos de chivo, las cadenas de oro, los anillos copados de diamantes.
La sociedad entre los parientes se fortaleció por un acuerdo compartido con un contacto que los llevó a hacer negocios de cocaína con el capo colombiano Pablo Escobar. El acuerdo consistió inicialmente en recibir en México toda la coca que los colombianos fueran capaces de enviar. Los mexicanos prosperaron con la introducción del alcaloide a Estados Unidos con la innovación de construir túneles transfronterizos, principalmente en Sonora. También habían desarrollado la capacidad de comprar a cuanto funcionario público se les pusiera enfrente.
Fueron los Beltrán Leyva quienes, según Julio, dieron batalla a los hermanos Arellano Félix cuando estos intentaron asesinar sin éxito al Chapo en el aeropuerto de Guadalajara, lo que terminó con el cardenal Juan Jesús Posadas muerto y media policía mexicana y centroamericana detrás de Joaquín Guzmán Loera.
El Chapo subía por una escalera con un peldaño roto y cayó preso en 1993. El testigo protegido Julio fungió como enlace entre los Beltrán Leyva y su pariente y socio encarcelado a quien llevaba siempre un claro mensaje de lealtad: la organización operaba con las instrucciones que El Chapo girara. La sociedad mantenía la fortaleza y experiencia del Ismael El Mayo Zambada, El Azul Esparragoza e Ignacio Coronel, quien ponía a la organización un general que compró en Acapulco para el arribo de lanchas rápidas.
Entre los boyantes años de 1993 y 2000, los hermanos Beltrán Leyva resolvieron una deuda de El Chapo con los narcos colombianos por 18 millones de dólares. Y “a mediados de 1995, Héctor y Arturo Beltrán Leyva le dieron El Chapo 200 kilos de cocaína para que se ayudara con gastos personales y familiares. Pero la cocaína fue decomisada en Los Ángeles”.
Otro negocio compartido y mal acabado fue un flete de 11 toneladas de coca interceptada en San Fernando, Tamaulipas. La organización en su conjunto absorbía las pérdidas, pero, y esto era más abundante, repartía las ganancias.
Y estas llegaban hasta Puente Grande en un arroyo lo suficientemente caudaloso como para que El Chapo comprara la prisión en que estaba preso.
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El Señor del Tres mantuvo dos amoríos con cierta formalidad en Puente Grande. Uno, quizá con mayor trascendencia, fue con Zulema Hernández Ramírez, una de las cuatro mujeres presas en Puente Grande y quien visitaba la estancia 307 a voluntad de su ocupante (VER REPORTAJE AQUÍ). El otro amorío fue con una empleada del área del comedor, Ives Eréndira Moreno Arriola, de quien El Chapo se interesó en cuanto la vio y pidió que la llevaran con él. Al poco tiempo, el narcotraficante decidió que la mujer dejara de trabajar en la cárcel a donde ella volvía con la frecuencia que Guzmán exigiera.
Una tarde, Ives salió de la prisión. Se encontró de frente con su ex jefe, el director de la cárcel, Leonardo Beltrán Santana. El hombre delgado y canoso esbozó una sonrisa. Ella sintió la alusión sexual de la mirada y se sonrojó, aunque el funcionario no dijera nada. Sólo la miró a los ojos y sonrió.
Ya en el trayecto, El Chapo habló por teléfono a Ives. Se comunicó nuevamente a las 10 de la noche. La mujer ya estaba en su casa e intranquila. Guzmán Loera bombardeó con telefonemas. Finalmente dio en el clavo del consuelo.
–El director Beltrán está enterado de todo. Se le dan de 40 mil a 50 mil pesos cada mes. Algunos pagos se le hacen en dólares. No te preocupes, todo está controlado.
En realidad, había más mujeres, pero no eran internas ni trabajadoras. Los custodios y los narcotraficantes las llamaban “mujeres sin rostro”, prostitutas que accedían a las crujías a libre demanda de los clientes.
Declaró uno de los custodios:
“Tenían el control absoluto de los módulos tres y cuatro y a estas personas en especial se les permitía transitar con más libertad en los pasillos al grado que se visitaban entre ellos mismos (…). Se les permitía andar libremente sin ninguna restricción a todas horas en su dormitorio, lo que para los demás no estaba permitido.
“Eran demasiado exigentes y cuando ellos disponían que querían que se les permitiera acceso a mujeres para tener visita conyugal, esto ocurría muy frecuentemente, incluso estos internos en ocasiones disponían que las visitas femeninas las tuvieran en la estancia donde se encontraban sus celdas y sacaban a los demás internos y los reacomodaban durante el tiempo que ellos disponían, en ocasiones se quedaban en el pasillo del módulo; cuando esto ocurría los tres internos ordenaban o mandaban a tres o cuatro internos que trabajaban para ellos para que les arreglaran o acondicionaran sus celdas poniendo cortinas, perfumando el área y las cobijas las ponían como alfombra, las visitas femeninas se quedaban tres días con los internos en sus estancias”.
Las reuniones de trabajo o las confidencias acostumbraban hacerlas en un cuartito al que se tenía acceso a través del Centro de Control donde se encontraba una litera y varios casilleros. Los tres narcos cerraban la puerta y nadie debía interrumpir la junta.
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La última Navidad en Puente Grande debía ser una gran fiesta. Todos debían estar: cada preso, cada comandante, el director. Los preparativos comenzaron semanas atrás.
El 24 de diciembre, a José Luis de la Cruz El Chucky, guardia de Seguridad Externa, quedó asignado en el retén A, el punto de ingreso general al centro federal. La orden, en teoría, era impedir el ingreso de quien fuera. Le instruyeron atravesar una camioneta para bloquear el ingreso y el egreso. Había rumores de fuga.
Los recientes cambios a las leyes en materia de extradición y el arribo de Vicente Fox a la Presidencia y su abierta simpatía con el gobierno de Estados Unidos hacían urgente su fuga. Si El Chapo lo sabía de cierto es difícil saberlo, pero sin duda se sabía en el radar de la DEA, y entendía el interés de las cortes norteamericanas por juzgarlo.
Declaró el guardia Francisco Javier Camberos Rivera: “Se favoreció la evasión del interno en atención a la relación de amistad que tenía con él, ante el temor que tenía éste de ser y trasladado a los Estados Unidos, así como aprovechando la confianza que sus compañeros del CEFERESO le tenían”.
Entonces sería fin de la fiesta. De las mujeres “sin rostro”. De los intensos amoríos por teléfono y mensajería del celular. Del gobierno de un cártel.
De la Cruz vislumbró, desde el puesto de vigilancia, la llegada de un convoy de camionetas. Algunos guardias cortaron cartucho y se aferraron a los fusiles. Pero no, la noche del 24 de diciembre de 2000 era noche de paz.
El custodio se acercó a los vehículos, de donde salían voces conocidas. Asomó la cara y encontró detrás del volante a El Pelos, como libres y presos llamaban a un guardia de la tercera compañía.
–Tengo la instrucción de dejarlos pasar– sonrió El Pelos.
La camioneta estaba repleta de familiares del Güero Palma. Las otras camionetas con personas eran conducidas por tres comandantes. Detrás, en la caravana, venían los mariachis y 500 litros de tequila. La música de trompetas y los gritos en falsete retumbaron por los corredores. El director de la prisión estaba ahí.
La fiesta fue tan buena que a su lado quedaron pequeñas las celebraciones por los cumpleaños de El Chapo y El Güero Palma que, nostálgicos de Sinaloa, ordenaron que la cárcel se llenara de cerveza y camarones.
Sí, el 2000 había sido un gran año para todos.
Pero era hora de poner fin a la fiesta en Puente Grande.
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De la fuga se hablaba con tanta claridad que entre los comandantes advertían a los guardias que pronto se iría Guzmán Loera y que necesitaría guaruras en Jalisco, Colima, Nayarit y Sinaloa. El sueldo sería de 12 mil 500 pesos.
La pachanga ocurría con el sistema de seguridad en condiciones poco menos que herrumbrosas, física y administrativamente. Declararía un guardia: “Desde hace dos años las puertas han presentado fallas. Las chapas se descomponen, primero se arreglas las de las estancias clasificadas como riesgo y después las demás, es común que se pongan botes de plástico para que no se cierren las puertas, pero se ignora quién haya dado la autorización para que permanecieran abiertas; los radios se encuentran muy deteriorados”.
La vigilancia estaba tan intervenida por los narcotraficantes que ellos instruyeron el borrado de las cintas con las imágenes obtenidas por las cámaras de seguridad durante la Navidad.
No podía durar mucho más.
La presión sobre El Chapo se incrementó porque tres custodios se quejaron de la política de privilegios y, para pronto, que la verdadera autoridad en esa cárcel era Joaquín Guzmán. Intervino la Comisión Nacional de los Derechos Humanos cuyo titular de entonces, José Luis Soberanes, telefoneó directamente al recién estrenado Secretario de Seguridad Pública, Alejandro Gertz Manero.
Los días 16 y 17 de enero se hicieron visitas por las irregularidades denunciadas. Las instalaciones fueron visitadas por personal de la CNDH y de Enrique Pérez Rodríguez, director general de Prevención y Readaptación Social. Enterado de la situación, Gertz ordenó a uno de sus subsecretarios, Jorge Tello Peón, revisar personalmente la situación.
Tello Peón tenía doble relevancia, porque había dirigido el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y había participado en esa condición como parte del sistema que logró el arresto de El Chapo, poco menos de ocho años atrás.
Los enviados del gobierno federal llegaron a las 12.55 pm del 19 de enero. Los cuatro visitantes se entrevistaron con Beltrán Santana. Le informaron del conocimiento en el DF del relajamiento de las medidas de seguridad y establecieron la siguiente ruta de intervención en Puente Grande:
- Que a partir de esa fecha, por la noche, personal de la Dirección General de Prevención y Readaptación Social, se incorporara a las áreas de Dirección del CEFERESO, a fin de observar que los procedimientos (de acceso de visitas, disciplina, técnico) contenidos en los manuales de procedimientos se les diera cumplimiento.
- Se dispuso de manera preventiva, a partir de esa fecha, la reubicación, en áreas de mayor seguridad, de los internos Joaquín Guzmán Loera, Jesús Palma Salazar y de Arturo Martínez Herrera.
- El lunes 22 de enero, la totalidad de las áreas técnicas del CEFERESO quedarían a cargo de la Coordinación de Inteligencia de la Policía Federal Preventiva.
- El mismo día se llevaría a cabo una reunión entre la Coordinación de Inteligencia de la PFP y la Dirección General de Prevención y Readaptación Social para actualizar la información técnica que se disponía y evaluar los cursos de acción necesarios.
- Se programaría, de acuerdo a la disponibilidad del personal de la PFP, un operativo de revisión en el CEFERESO.
- Se proponía que el personal adscrito a las áreas del Centro de Control y Archivo de Dirección, que actualmente dependen administrativamente del CEFERESO, previa evaluación, pasen a formar parte de la PFP.
“El acuerdo de mayor relevancia que se tomó fue (…) la reubicación en áreas de mayor seguridad de los internos Joaquín Guzmán Loera, Jesús Palma Salazar y de Arturo Martínez Herrera (…)”, declararía días después Tello Peón. Y aquí un apunte: ¿Por qué un hombre formado en la inteligencia de la seguridad nacional abandonó el centro en las malas condiciones en que se encontraba reconociendo además el riesgo institucional que representaban los narcotraficantes?
El mismo día, El Chapo, El Güero y El Texas se encontraron en tres ocasiones en la celda del segundo de ellos, en el pasillo segundo del módulo cuatro, según el mismo guardia que le abrió la puerta a los otros dos para que fueran y vinieran. Los dos primeros encuentros duraron aproximadamente 20 minutos. La última charla ocurrió a las 6.20 pm y dilató alrededor de cinco minutos.
Las reuniones de Leonardo Beltrán Santana eran frecuentes, pero nunca como ese día. Durante el curso de la tarde, apenas salieron los funcionarios federales, el director de la prisión acudió a los dormitorios. Pidió a uno de los comandantes que reuniera a El Chapo, El Güero y El Texas y los llevara al área del Centro de Observación y Clasificación, donde solía entrevistarse con ellos.
Escogió un cubículo de diagnóstico psicológico y habló con los tres hombres desde las 3.15 de la tarde hasta las 4.20 pm. Cuarenta minutos después, un jefe de seguridad de apellido Vizcaíno concentró nuevamente a los narcotraficantes y, según trascendió entre el resto del personal, les informó que serían trasladados a estancias de mayor seguridad.
Los capos pidieron ir con dos asistentes, pero eso no sería posible.
***
El reo Jaime Leonardo Valencia Fontes, criado de mayor confianza de Guzmán Loera, ordenó a los oficiales de la segunda compañía del módulo III traer un carrito con utensilios de cocina.
Eran las siete de la noche del 19 de enero de 2001. Los vigilantes obedecieron y se trasladaron al área de lavandería. Pidieron un carrito y tomaron cobertores. Se dirigieron a la cocina a la altura de una de las áreas de seguridad conocidas como diamante, en este caso la V3. Llenaron el vehículo con comestibles y otros objetos propios de la cocina que ocultaron bajo uno de los cobertores.
Volvieron al módulo III nivel C. Se encontraron con Joaquín Guzmán Loera, Jaime Leobardo Valencia Fontes, el custodio Salvador Hernández Quiroz y el empleado de mantenimiento Francisco Javier Camberos Rivera El Chito, quien ya tenía consigo un carrito azul de lavandería similar al que había llevado los custodios.
Se dirigieron al cubículo técnico del mismo módulo y nivel, donde Jaime Leonardo Valencia Fontes observó y tomó algunas de las cosas que iban en el carrito llevado por los guardias, a quienes instruyó para hicieran un inventario de la cocina.
A las ocho de la noche, el custodio Francisco Javier Vásquez Cortés El Vampiro, encargado del servicio del diamante V7, observó al Chito empujando con esfuerzo el carrito azul de lavandería.
“Ahí iba El Chapo”, resolvió la investigación.
Salieron del módulo III y avanzaron al diamante V6. Alcanzaron el diamante V4, donde no tuvieron mayor problema para continuar adelante, pues la puerta electrónica de seguridad estaba descompuesta y abierta con un bote de basura atorado para impedir su cierre. Diamante V2 y diamante V1. El Chito inició la recta final hacia la aduana de vehículos. El guardia dispuesto, Miguel Leal Amador, nunca había tenido comisión en esa posición. Su colocación esa noche había sido ordenada el 16 de enero por Valencia Fontes, el valet de El Chapo. Algunas versiones apuntan a que Leal hundió las manos en el carrito y desordenó las sábanas y otras que ni esto. Lo cierto es que el vigilante nunca reparó en la razón por la cual ese hombre salía con un carrito de lavandería.
A las 8.40 de la noche, Leal Amador permitió salir al Chito por la puerta principal de la aduana de vehículos. Atravesaron parte del estacionamiento de funcionarios, donde junto a la puerta de malla ciclónica que da acceso al aparcadero, el empleado abandonó el carrito que fue localizado a las nueve de la noche por un comandante a quien no importó el objeto en ese sitio y sólo ordenó su regreso a la lavandería.
Una hora y media o una hora y 40 minutos antes, a las seis y media de la tarde, el comandante de la compañía de Seguridad Interna del penal, Juan José Pérez Díaz, llamó al comandante de Seguridad Externa, Gerardo Javier Díaz Navarro. Le informó que ese día El Chito llegaría en minutos a la prisión para sacar un horno de microondas y un extractor de jugos, objetos prohibidos. Se formalizó el aviso con la notificación a otro comandante, también de Seguridad Externa, José Manuel Santiago.
La orden era no revisar de ninguna forma al Chito y que no se le anotara en el formato de control de entradas y salidas. A las siete de la noche, El Chito llegó en un vehículo al parecer marca Ford y color café. Una hora y media o una hora con 40 minutos después, Santiago comunicó que El Chito abandonaría el penal. El vehículo avanzaba a mayor velocidad de la permitida en el interior de las instalaciones y nadie hizo nada por revisar el auto.
El Chito arrancó fuera de la penitenciaría. El Chapo le sugirió continuar la fuga por su cuenta, no volver. El empleado de la cárcel quedó reflexivo. El capo dijo tener sed y pidió a su cómplice detenerse por agua en una tienda de conveniencia en la noche de Guadalajara. El hombre sólo sabía obedecerle y así hizo. Cuando regresó a su auto, El Chapo se había esfumado.
A partir de entonces, pocas cosas quedan claras.
La periodista Anabel Tello describió en su libro Los señores del narco que el asunto del carrito de la lavandería fue un montaje dispuesto por el gobierno federal panista para liberar a su narco benefactor de la campaña presidencial. Agitado el avispero por su fuga, El Chapo se habría escapado, según esta versión no documentada.
En ninguna de las decenas de declaraciones del personal de seguridad, algunas dispares entre sí y otras que asoman el franco conflicto entre las autoridades penitenciarias, como la el propio Beltrán Santana con Tello Peón, permiten entrever esta posibilidad.
Lo cierto es que la fiesta terminó en Puente Grande y la fiesta comenzó en todo México.
Fiesta, en la jerga carcelera, es un desmadre: asesinato, motín, fuga, como la que hizo El Señor del Tres, el inquilino de la celda 307.
***
Más de 70 empleados del penal fueron arrestados y cerca de 60 sometidos a proceso. Entre los condenados estuvo Beltrán Santana.
Beltrán Santana, ex director de Puente Grande, se defendió. La lógica del condenado por permitir la fuga de Guzmán Loera es de difícil resistencia:
“(El) conocimiento de las irregularidades es desde luego irrelevante como medio para consumar la fuga, pues de ser eficaz como medio de consumación, debería considerarse también como responsables penalmente de la evasión de Guzmán Loera a Jorge Enrique Tello Peón, Enrique Pérez Rodríguez, Nicolás Suárez Valenzuela, Humberto Martínez, José Luis Soberanes Fernández y Alejandro Gertz Manero, pues ellos también conocieron esas irregularidades en las mismas fechas que el suscrito”.
Nada pasó con estos funcionarios. Al contrario. Tello Peón mantuvo papeles protagónicos en la lucha antinarcóticos emprendida por Felipe Calderón, reiteradamente señalado de proteger al Cártel de Sinaloa. Enrique Pérez Rodríguez fue asignado a las tareas de inteligencia de la Policía del DF durante la administración de Marcelo Ebrard y ahora coordina la Policía Judicial de Morelos con el nuevo gobernador perredista Graco Ramírez. Morelos es, desde hace años, cruce de varios de los caminos en los que se conduce el narco.
Como a estos funcionarios, también a El Chapo le fue bien tras la fuga. Simple y llanamente, se convirtió en uno de los criminales internacionales más exitosos de todos los tiempos. Llegó a la portada de Forbes y, claro, se volvió leyenda de las calles.
El As de la Sierra:
Se fugó El Chapo Guzmán
Dóriga dio la noticia
fue una noticia muy fuerte
para el gobierno ese día
ellos no se imaginaban
que El Chapo se fugaría.
Lo tenían procesado
en el penal Puente Grande
eran grandes los problemas
que El Chapo tenía pendientes
a fuerza estaba pagando hasta
que se enfadó el jefe.
Qué bonitas son las fugas
cuando no existe violencia
mi compa les gano limpio
grábenselo en la cabeza
si antes hubiera querido
él se les pela al fuerza.
Muchos millones de verdes
los que ahí se repartieron
el director del penal
y 32 compañeros
se voltiaron los papeles
y ellos están prisioneros.
Dónde está El Chapo Guzmán
búsquenlo por todas partes
si tardaron pa sacarlo
van a tardar pa encerrarlo
tal vez muera mucha gente
si un día llegan a encontrarlo.
Adiós penal Puente Grande
para mí no fuiste cárcel
yo me sentía como en casa
más no pude acostumbrarme
adiós compa Güero Palma
afuera voy a esperarte. *Ç
FUENTE: Sin embargo.mx
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