Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 31 de mayo de 2012

La bomba nuclear griega- La sociedad y los partidos son diferentes- ¿Fascista? No se vale

La bomba nuclear griega
Ángel Guerra Cabrera
 
        De Grecia, contrariamente a lo que han tratado de hacer creer los medios dominantes, podría venir acaso la salvación –si la hubiera– de la Unión Europea (UE) y del euro. Se han creado circunstancias en que la postración económica helena puede transformarse a la vez en su fortaleza y otorgarle un enorme poder de negociación internacional pues su salida del euro podría acarrear una catástrofe a la economía europea y mundial.
En 2009 salió a flote que la deuda y el déficit público griegos eran mucho mayores a lo que durante años, en complicidad con Goldman Sachs (GS), informó el gobierno derechista a la UE aunque curiosamente Mario Draghi, presidente a la sazón y hasta la actualidad del Banco Central Europeo (BCE) había dejado en fecha cercana la vicepresidencia de GS. Los bonos de deuda de Atenas fueron declarados chatarra por las genocidas calificadoras de riesgo. Para ayudar al país en apuros la troika (Comisión Europea, BCE y FMI) ordenó una de las más feroces operaciones de saqueo de una nación. Pagar, pues, con altos intereses la astronómica deuda y déficit público acumulados, traducido en rebaja de salarios y pensiones, supresión de derechos sociales, privatización de empresas públicas a lo Yeltsin y subida considerable de impuestos a los trabajadores pero no a los súper ricos.
Pero el pueblo heleno lleva tres años luchando contra estos desmanes. Ancianos, jóvenes, obreros, mujeres, desempleados, inmigrantes, indignados y los partidos de la auténtica izquierda se han resistido a aceptar el despojo con marchas, huelgas y creativas formas de lucha. El sufrimiento provocado por los recortes ha lanzado a la pobreza a una legión de niños, ancianos y familias, y tiene en el desempleo a la mitad de la juventud. Pero acompañado de la tenaz resistencia, elevó la conciencia política y la furia de la población hacia los partidos Pasok (socialdemócrata) y Nueva Democracia (ND, derecha) que gobernaron el país desde el derrocamiento de la dictadura de los coroneles (1974), y unidos han aplicado los bárbaros recortes. En este cuadro desarrolló un inteligente trabajo político la Coalición de Izquierda Radical (Syryza), que con su carismático líder Alexis Tsipras rechaza el memorándum, como es popularmente conocido el programa de ajuste, y le opone una propuesta profundamente antineoliberal pero realista, inspirada en lograr la mayor justicia social y democracia posibles en esta coyuntura, que pide una moratoria de los pagos a la banca internacional y luego sólo abonar la deuda justa. Ello explica que en las elecciones parlamentarias de mayo se convirtiera en la segunda fuerza política detrás de ND y subiera de 4 a 16,6 por ciento de los sufragios. Al no poderse formar gobierno y tras la nueva convocatoria a elecciones para el 17 de junio, Syryza apunta en las encuestas a colocarse en primer lugar por su votación. En este caso recibiría un plus de 50 diputados que probablemente le daría mayoría en el Parlamento, aunque tal vez no la suficiente para rechazar el memorándum. Una gran vulnerabilidad de las izquierdas helenas es su fragmentación que les ha impedido presentarse unidas a las elecciones. Pero si Syryza gana los comicios es probable que puedan alcanzar una alianza de gobierno.
De no ganar el partido de Tsipras, el plus de diputados iría a parar a ND, el otro probable ganador, pero en todo caso, este también necesitaría aliados parlamentarios suficientes para mantener en vigor el memorándum. Lo que impide estar seguro de la victoria de Syryza es el probable efecto sobre el sufragio de la campaña de chantaje y miedo de los medios internacionales y nacionales que amenazan a los griegos con el infierno si no acatan las órdenes de la troika. Ahora bien, dentro o fuera del gobierno, y seguro con una numerosa fuerza parlamentaria, Syryza y las fuerzas populares continuarán dueñas de la calle y no podrán ser doblegadas justo cuando la propuesta de crecimiento de Francois Hollande gana el apoyo hasta de gobiernos de derecha de Europa, pues se dan cuenta que el rigor de Angela Merkel sólo puede conducir a la eurozona a la autodestrucción. Falta el desenlace de los comicios parlamentarios franceses y corroborar la probable fuerza del Frente de Izquierda de Jean Luc Mélenchon para presionar a Hollande a cumplir lo prometido. Tsipras alerta: tanto Atenas como Europa tienen la bomba nuclear; si Grecia sale del euro provocará un cataclismo; si Europa le niega los fondos el caos está asegurado.
La sociedad y los partidos son diferentes
Octavio Rodríguez Araujo
 
        Uno de mis alumnos en la UNAM me preguntó si el sujeto histórico de la revolución seguía siendo el proletariado y por qué los partidos electorales de ahora no se reivindicaban como representantes de la clase obrera. Me pareció buena pregunta y creo que es pertinente intentar responderla en este espacio, dados los momentos electorales que vivimos.
Hace muchos años y por un largo tiempo los marxistas sostuvimos y defendimos la idea de que el sujeto histórico de la revolución era el proletariado, principalmente los obreros. Marx consideraba que el capitalismo había creado al obrero como trabajador libre, libre de vender su fuerza de trabajo a los empresarios. Por lo mismo, los obreros como clase social generalizada en los países capitalistas de su época, serían los que en la lucha por su emancipación tendrían que combatir a la burguesía y convertir la propiedad de ésta, entendida como medios de producción, en una propiedad social y eliminar de este modo la explotación del trabajo de una clase por otra.
Cuando alguien como Eduard Bernstein rebatía la teoría de Marx fue llamado revisionista, y también un reformista que pensaba, ilusamente, que por medios gradualistas y sin destruir el Estado burgués, se pudiera llegar al socialismo. El socialismo, dicho sea de paso, no se veía entonces como algo difícil, mucho menos imposible de lograr. La revolución rusa se usó como el mejor ejemplo para refutar a Bernstein, pero también y al mismo tiempo como la negación en la práctica del planteamiento marxista del socialismo. Ni la propiedad de los medios de producción pasó a ser social, sino del Estado dominado por la burocracia, ni los proletarios alcanzaron su liberación como tales: pasaron de ser explotados por la burguesía a ser explotados por los burócratas enquistados en el Estado, en el gobierno y en el Partido Comunista. En una palabra, el socialismo no existió ni en la Unión Soviética ni en los países bajo su yugo llamados demagógicamente democracias populares, que ni eran democracias ni tampoco populares.
Sigo sosteniendo que el socialismo del que hablaba Marx (no Stalin y sucesores) es válido y necesario para superar muchas de las gravísimas consecuencias del capitalismo sobre el medio ambiente, los trabajadores, el empleo, la salud y la educación y la solidaridad de los pueblos, además de la paz mundial. Pero de lo que no estoy seguro es que sea el proletariado el que haga la revolución (si acaso es posible en los tiempos actuales y con el armamento que poseen los ejércitos) y tampoco que sea la clase social que enterrará al capitalismo. Dos fenómenos, al menos, contradicen esta hipótesis: ser obrero no equivale, automáticamente, a tener conciencia de clase ni ser revolucionario y, en segundo lugar, los obreros en los países capitalistas desarrollados han modificado su papel en la producción cuando no han sido sustituidos por el proceso de terciarización de la economía. En los países desarrollados y en no pocos países emergentes son más los trabajadores de los servicios que los de la industria, y ésta, por cierto, se ha modificado sustancialmente desde los años 70 del siglo pasado hasta la fecha. Esto fue claramente entendido por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en los primeros años de su levantamiento: recurrir a la sociedad y no sólo a la clase obrera fue parte de su éxito inicial. El levantamiento de indios pobres en una región de Chiapas y sus repercusiones mundiales cuestionaron seriamente la idea de que el proletariado industrial sería el protagonista de la revolución y de la lucha por el socialismo. Los obreros, hay que recordarlo, no se distinguieron aquí, o en otros países, por su solidaridad con los zapatistas ni por movimientos en favor de éstos. Hubo, desde luego, algunas excepciones. Hoy en día los partidos de los trabajadores, o así llamados, no sólo se nutren de obreros sino de trabajadores en general, sobre todo del sector terciario de la economía.
Cambiaron las formas del capital y cambió también el papel de los trabajadores de la primera y la segunda revoluciones industriales. La tercera revolución industrial, como denominan algunos autores a la era que vivimos actualmente, ha obligado a cambiar nuestros indicadores sociales de la revolución o de lo que llamemos con este nombre.
Estos cambios son tan claros que nos explican en buena medida el fenómeno de los partidos en Europa y en otros muchos países, México incluido. Los obreros que eran comunistas o socialdemócratas son minoría en los partidos de los últimos 30 años, razón por la cual cuando un partido se declara de los trabajadores u obrero, es minoritario y en las elecciones difícilmente rebasa 10 por ciento de la votación total. De aquí que si un partido de izquierda quiere ser competitivo electoralmente tiene que ser amplio y plural, aunque en su nombre incluya la expresión socialista. Los partidos de extrema derecha, por otro lado, y en Europa o Estados Unidos, tienen otra característica: no plantean el socialismo o cosa similar, tampoco están generalmente con el gran capital (que a menudo repudian), pero dicen defender los intereses de la clase obrera y de los pobres (blancos) que han pasado al desempleo, con un argumento principal: los inmigrantes les han quitado su trabajo, por lo tanto, guerra contra los inmigrantes. Ha sido tan fuerte este discurso racista que incluso obreros que votaban comunista o socialista están ahora con la ultraderecha que encontró un enemigo común en los inmigrantes, para colmo no cristianos y de cultura diferente. En América Latina esto no pasa, aunque ya ocurrió contra los chinos y los judíos en los años 30 del siglo pasado (véase el conocido libro de Alicia Gojman).
La pluralidad y la heterogeneidad social es con lo que cuentan los partidos, incluso los de izquierda. De aquí la importancia de los movimientos juveniles en estos momentos, pues son parte significativa de esa pluralidad. Coincido con lo que sostuviera López Obrador en febrero de 2005: “que el pueblo es otro, que la sociedad es otra y que hay fortaleza en la gente que es muy importante, que es la fuerza de la opinión pública. […] El que va a tener la última palabra va a ser el pueblo.”
¿Fascista? No se vale
Adolfo Sánchez Rebolledo
 
        En los encuentros promovidos por el Movimiento por la Paz con Justicia la voz más importante ha sido la de las víctimas. Luego de ominosos años de opacidad y silencio, haber arrancado ese espacio de libertad es, sin duda, el mérito extraordinario de Javier Sicilia y quienes lo siguen en el empeño. Se puede decir con seguridad que la guerra contra la delincuencia organizada y sus trágicos resultados comenzó a verse y (a juzgarse) con ojos distintos a la luz de las acciones del movimiento, al que se sumaron opiniones institucionales tan respetables como las de la UNAM, fijando las coordenadas para una revisión puntual de las estrategias emprendidas hasta el momento.
Con oportunidad, inteligencia y realismo, el Movimiento por la Paz con Justicia comprendió que su deber era buscar soluciones que sólo la autoridad podía ofrecer. Sin ceder pero con responsabilidad, acudió a los diálogos, aprovechando el contexto de exigencia creado por la intensa movilización ciudadana de esos días. Hubo palabras duras para gobernantes y legisladores, cuya indiferencia comenzó a resquebrajarse. Muy importante fue que las autoridades federales, comenzando por el Presidente de la República, confrontaran de viva voz, sin artificios ni maquillajes, la verdad de las víctimas, contradiciendo sus deletéreas visiones estadísticas. La actividad del movimiento, además, mejoró la actividad legislativa al impulsar reformas avanzadas, o bien oponiéndose a la aprobación de fórmulas autoritarias a favor de la mano dura pasando por encima de los derechos humanos.
Esta politización del movimiento en un sentido democrático profundo era inevitable. La exigencia de cambios en la estrategia gubernamental es inseparable del grado de descomposición que se refleja en el número y la crueldad de los asesinatos y la oleada depredadora que ahoga a millones de mexicanos. El problema nos afecta a todos y no se trata un asunto que se pueda reducir a la dimensión policiaca o militar que está involucrada. Pero la gran victoria política, insisto, fue darle la palabra a los familiares de tantos muertos y desaparecidos, a las madres de jóvenes asesinados y luego estigmatizados para aniquilarlos dos veces al enterrarlos sin nombre en la fosa común: allí estaba la otra cara de la violencia, la dimensión humana de la irracionalidad de un combate sin horizonte, que siguiendo los métodos de hoy no se puede ganar.
Sin embargo, reconociendo la justeza de sus objetivos, no hay unanimidad en cuanto a todos los planteamientos del movimiento: hay diferencias visibles en cuanto al entendimiento de las causas de la violencia y matices significativos sobre el papel de las fuerzas armadas y otros tópicos de calado que están en la agenda, pero el mayor desacuerdo está en la apreciación del significado que tiene en perspectiva la emergencia nacional en la que nos hallamos inmersos. Es un asunto complejo que implica la entera convivencia nacional y no sólo algunas políticas sectoriales. Para Sicilia y sus compañeros la paz no se conseguirá sin la previa (o simultánea) reconstitución del tejido social, lo cual pasa por hacer un cambio radical en las relaciones sociales, en las instituciones políticas, en el funcionamiento total del Estado, por no hablar de las conciencias y la moral de la ciudadanía. Asumiendo que se pretende un cambio estructural y no simples, aunque necesarios, ajustes a las posturas vigentes, el movimiento rechaza en bloque a la clase política, pidiéndole –si quiere salvarse– que renuncie a todo objetivo particular, es decir partidista, para dar paso a una democracia de ciudadanos independientes, a la sociedad civil como el sujeto de un cambio fundado en el interés común, en la unidad sobre las diferencias.
Esta contradicción, que en el fondo remite a la naturaleza del poder y la democracia, se hizo visible en el pasado encuentro con los candidatos a la Presidencia de la República, lo cuales fueron citados para un diálogo donde lo esencial era que éstos escucharan a las víctimas y a continuación expresaran sus ideas y compromisos con respecto al tema de la reunión. Sin duda, ese era un momento inmejorable para poner bajo el escrutinio de la sociedad las posiciones de cada cual, pero, por desgracia, las grandes expectativas esta vez no se cumplieron. Las intervenciones de Sicilia, impecables en otro escenario, desviaron la atención del encuentro que los voceros de las víctimas iban fijando con dolor y un increíble grado de madurez. La arremetida contra los candidatos (nada personal, diría) hizo parecer al poeta como un inquisidor dispuesto a no dejar títere con cabeza. Sus interlocutores ya eran culpables antes de oírlos por el solo hecho de sentarse en el banquillo, según la tesis de que basta pertenecer a la llamada clase política para hacerse acreedor a la descalificación, tesis que con asegunes, dicho sea de paso, corre libremente como artículo de fe en los todopoderosos medios. Sicilia les dijo sus verdades a los políticos a la espera de que éstos pidieran perdón por sus actos, dando por supuesto que ese era el lugar y el momento para hablar de cualquier tema. Los candidatos aguantaron vara, pero el diálogo dejó mucho que desear. Ante el curso que tomaba la disquisición de Sicilia, Andrés Manuel López Obrador rechazó que lo metieran en el mismo saco que a los demás invitados. Reaccionó con prudencia ante acusaciones desgastadas pero no aceptó el juego propuesto por Sicilia, exigiendo respeto a su posición personal, cuando es el único que plantea la transformación del modelo de sociedad que causa nuestra decadencia. Al día siguiente precisó: “No se vale que Javier Sicilia, quien encabeza el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, use los términos de fascista y autoritario para dirigirse a mí… No, no se vale, ya está bien. No simpatizan con nosotros, tienen otra postura, eso se respeta, pero esos temas de autoritarismo y fascismo, no”. Y tiene razón. Sicilia tendrá sus motivos para no apoyar la candidatura de AMLO, lo cual es su derecho irrenunciable, pero está obligado a respetar la dignidad de las personas. Esperemos que estos desencuentros no conduzcan a dividir aún más la causa de la regeneración de México.

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