Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 9 de junio de 2012

Las atrocidades de alguien más- Una reforma perfectible- CFE: manejo desastroso

Las atrocidades de alguien más
Noam Chomsky
Foto
Kim Phuc Phan Thi, embajadora de buena voluntad de la Unesco, acompañada en Toronto por el fotógrafo de Associated Press Nick Ut, quien en 1972 tomó la histórica imagen en Trang Bang de la entonces niña vietnamita cuando huía de un ataque estadunidense con napalm
Foto Ap
 
       En su perspicaz estudio Ideal Illusions: How the U.S. Government Co-Opted Human Rights, el experto en asuntos internacionales James Peck observa: En la historia de los derechos humanos, las peores atrocidades son cometidas siempre por alguien más, nunca por nosotros, independientemente de quiénes sean nosotros. Casi cualquier momento de la historia ofrece innumerables ejemplos. Limitémonos a las últimas semanas.
El 10 de mayo, se inauguraron las Olimpiadas de Verano en el lugar de nacimiento griego de los antiguos juegos. Unos días antes, en un hecho virtualmente inadvertido, el gobierno de Vietnam dirigió una carta al Comité Olímpico Internacional expresando la profunda preocupación del gobierno y el pueblo de Vietnam por la decisión del COI de aceptar a Dow Chemical Company como un socio global que patrocina el movimiento olímpico.
Dow suministró los químicos que Washington utilizó de 1961 en adelante para destruir los cultivos y bosques en el sur de Vietnam, empapando al país con el llamado agente naranja.
Estos tóxicos contienen dioxina, uno de los cancerígenos más letales que se conocen, que afectó a millones de vietnamitas y a muchos soldados estadunidenses. Hasta la actualidad en Vietnam, fetos abortados e infantes deformes son muy probablemente efecto de estos crímenes; aunque, debido a la negativa de Washington a investigar, tenemos sólo los estudios de científicos vietnamitas y analistas independientes.
Se unieron al llamado vietnamita contra Dow el gobierno de India, la Asociación Olímpica India y los sobrevivientes de la horrenda filtración de gas en Bhopal en 1984, uno de los peores desastres industriales de la historia, que mató a miles y lesionó a más de medio millón.
Union Carbide, la corporación responsable del desastre, fue adquirida por Dow, empresa para la que el asunto no es problema menor. En febrero, Wikileaks reveló que Dow contrató a la agencia investigadora privada estadunidense Stratfor para monitorear a los activistas que buscaban compensación para las víctimas y enjuiciamiento a los responsables.
Otro crimen importante con efectos persistentes muy graves es el ataque de la infantería de marina de Estados Unidos contra la ciudad iraquí de Faluyá, sucedido en noviembre de 2004.
A las mujeres y niños se les permitió escapar si podían. Después de varias semanas de bombardeos, el ataque se inició con un crimen de guerra cuidadosamente planeado: la invasión del Hospital General de Faluyá, donde se ordenó a los pacientes y al personal que se tiraran al suelo, con las manos atadas. Pronto las ataduras fueron desechas; el recinto era seguro.
La justificación oficial fue que el hospital estaba reportando víctimas civiles, y por tanto se le consideraba una arma de propaganda. Gran parte de la ciudad fue dejada en ruinas humeantes, informó la prensa mientras los infantes de marina buscaban insurgentes en sus madrigueras. Los invasores prohibieron el ingreso de la Media Luna Roja. A falta de una averiguación oficial, se desconoce la escala de los crímenes.
Si los actos de Faluyá son reminiscentes de los hechos ocurridos en el enclave bosnio de Srebrenica, ahora de nuevo en las noticias con el juicio por genocidio contra el comandante militar serbio Ratko Mladic, hay una buena razón. Una comparación honesta sería instructiva, pero no hay temor de eso: una es una atrocidad, la otra no, por definición.
Como en Vietnam, investigadores independientes están reportando los efectos a largo plazo del ataque a Faluyá.
Investigadores médicos han encontrado aumentos drásticos en mortalidad infantil, cáncer y leucemia, en niveles incluso más altos que en Hiroshima y Nagasaki. Los niveles de uranio en muestras de cabello y del suelo están mucho más allá que en casos comparables.
Uno de los raros investigadores de los países invasores es el doctor Kypros Nicolaides, director del centro de investigación de medicina fetal en el King’s College Hospital en Londres. Estoy seguro de que los estadunidenses usaron armas que causaron estas deformidades, dice Nicolaides.
Los efectos perdurables de una no-atrocidad enormemente mayor fueron reportados en mayo por el profesor de derecho estadunidense James Anaya, el relator de Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas.
Anaya se atrevió a entrar en territorio prohibido al investigar las condiciones horribles entre lo que resta de la población nativa americana en Estados Unidos; pobreza, malas condiciones de salud, falta de logros en la educación formal (y) males sociales que exceden por mucho los de otros segmentos de la población estadunidense, informó Anaya. Ningún miembro del Congreso de Estados Unidos estuvo dispuesto a reunirse con el profesor. La cobertura de prensa fue mínima.
Los disidentes han estado mucho en las noticias después del dramático rescate del activista de derechos civiles chino ciego Chen Guangcheng.
La conmoción internacional, escribió Samuel Moyn en The New York Times el mes pasado, “despertó recuerdos de anteriores disidentes como Andrei D. Sajarov y Aleksandr I. Solyenitzin, los héroes del bloque oriental de otra era que fueron los primeros en convertir los ‘derechos humanos internacionales’ en un grito de batalla para los activistas en todo el planeta y en un elemento de alto perfil en las agendas de los gobiernos occidentales”.
Moyn es autor de The Last Utopia: Human Rights in History, publicado en 2010. En The New York Times Book Review, Belinda Cooper cuestionó que Moyn remontara la prominencia contemporánea de estos ideales a las medidas abortivas de (el presidente Jimmy) Carter para insertar los derechos humanos en la política exterior y los acuerdos de Helsinki de 1975 con la Unión Soviética, enfocándose en los abusos en la esfera soviética. Encuentra a la tesis de Moyn poco convincente porque una historia alternativa a la suya es demasiado fácil de montar.
Bastante cierto: La alternativa obvia es la que ofrece James Peck, la cual difícilmente puede considerar la corriente dominante, aunque los hechos relevantes son asombrosamente claros y conocidos al menos para los expertos.
Por ello en Cambridge History of the Cold War, John Coatsworth recuerda que de 1960 al colapso soviético en 1990, las cifras de prisioneros políticos, víctimas de tortura, y ejecuciones de disidentes políticos no violentos en Latinoamérica excedieron vastamente los de la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental. Pero al no ser atrocidades, estos crímenes, sustancialmente rastreables a la intervención estadunidense, no inspiraron una cruzada de derechos humanos.
También inspirado por el rescate de Chen, el columnista de The New York Times escribe que los disidentes son heroicos, pero pueden ser irritantes para los diplomáticos estadunidenses que tienen importantes negocios que hacer con países que no comparten nuestros valores.
Keller critica a Washington por, en ocasiones, no estar a la altura de nuestros valores con acción rápida cuando otros cometen crímenes.
Los disidentes heroicos no escasean dentro de los dominios de influencia y poder de Estados Unidos, pero son tan invisibles como las víctimas latinoamericanas. Mirando casi al azar alrededor del mundo, encontramos a Abdulhadi al-Khawaja, co-fundador del Centro para los Derechos Humanos de Bahréin, un prisionero de conciencia de Amnistía Internacional que ahora enfrenta la muerte en prisión por una prolongada huelga de hambre.
Y el padre Mun Jeong-hyeon, el anciano sacerdote coreano que resultó gravemente herido mientras celebraba misa como parte de la protesta contra la construcción de una base naval estadunidense en la isla Jeju, llamada Isla de la Paz, ahora ocupada por fuerzas de seguridad por primera vez desde las matanzas de 1948 a manos del gobierno sudcoreano impuesto por Estados Unidos.
Y el erudito turco Ismail Besikci, que enfrenta juicio de nuevo por defender los derechos de los kurdos. Ya ha pasado gran parte de su vida en prisión por el mismo cargo, incluido en los años 90, cuando el gobierno de Clinton estaba ofreciendo a Turquía enormes cantidades de ayuda militar; en una época en que los militares turcos perpetraron algunas de las peores atrocidades del periodo.
Pero estos casos son todos inexistentes, en base a los principios estándar, junto con otros casos demasiado numerosos para ser mencionados.
(El libro más reciente de Noam Chomsky es Occupy. Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge, Massachusetts)


Una reforma perfectible
Miguel Concha
       La reforma al Código Penal del Distrito Federal, promulgada el pasado 6 de junio por el jefe de Gobierno, tiene como objetivo homologar la tipificación de la tortura con los estándares internacionales, con el fin de erradicar su práctica en la actuación, omisión y/o aquiescencia de autoridades y servidores públicos de esta ciudad capital. Rescata algunas de las propuestas impulsadas desde la sociedad civil y por los asambleístas del DF, así como de la propuesta que se discutió entre marzo y abril de 2011 en la Mesa Interinstitucional para la Implementación de Justicia, del Mecanismo de Seguimiento y Evaluación del Programa de Derechos Humanos del Distrito Federal.
Entre ellas: 1) Que la tortura es un delito que se comete en contra de la dignidad de las personas, en el que se infligen dolores o sufrimientos, ya sean físicos o mentales a una persona, incluida la violencia sexual, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o intimidarla o coaccionarla a ella o a otra, o por cualquier otro fin. Se extiende además al supuesto en el que existe la posibilidad de anular la personalidad de la víctima y disminuir su capacidad física o mental, aunque no cause dolor físico o angustia sicológica. 2) Se precisa que todo servidor público que en el ejercicio de sus funciones conozca de hechos constitutivos de este delito, está obligado a denunciarlo de inmediato.
3) Se dispone que no son excluyentes de responsabilidad situaciones de inestabilidad política interna, urgencia en las investigaciones, medidas de seguridad, ni la justificación de haber recibido orden de un superior jerárquico o cualquier otra autoridad. 4) Otro elemento de relevancia es el hecho de que se asume que la tortura es un delito imprescriptible; es decir, que su denuncia no está condicionada a un lapso de tiempo, ya sea por la víctima, un tercero o por la autoridad.
5) En este último caso, si el servidor o autoridad no hacen la denuncia respectiva, incurrirían también en responsabilidad penal. 6) Desaparecen las subcategorías de tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, o los indefinibles dolores o sufrimientos graves de la legislación federal.
Durante los últimos años las denuncias por tortura en México han aumentado. No así la persecución y el castigo de los responsables. Es una práctica que persiste para fabricar culpables y atropellar derechos humanos, y ha sido evidenciada en informes de mecanismos de la ONU, organismos civiles nacionales e internacionales, y sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Sin embargo, es importante dejar en claro que el derecho constitucional de acceso a la justicia no implica en este caso solamente admitir una denuncia e iniciar una investigación, sino que, en virtud de lo que dispone ahora el artículo primero de la Constitución, en lo que se refiere a promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos, debe ajustarse a los instrumentos internacionales y apoyarse en protocolos como el de Estambul, evitando dilaciones.
Las preocupaciones que se recogen de la experiencia en materia de tortura del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria son precisamente la dilación y los obstáculos que existen en la integración de averiguaciones previas, que atentan contra el derecho al debido proceso, porque la denuncia no se integra por ese delito, sino por abuso de autoridad, o porque se le resta gravedad consignándolo como malos tratos, lo que implica una pena menor y una menor garantía en la reparación del daño. Todo ello sin considerar además el hecho de que no se facilita a la defensa de las víctimas el acceso a los expedientes. La obstrucción a una defensa adecuada existe también cuando intencionalmente se proporciona información sesgada sobre alguna averiguación previa. Y cuando para justificar la impunidad y la deficiencia en sus actuaciones el Ministerio Público dicta el no ejercicio de la acción penal, que se tiene que combatir en amparo tantas veces como aquél decida cerrar la investigación, o hasta que la víctima o sus representantes se hayan cansado.
El acceso a la justicia de las víctimas de tortura es en México imperceptible, pues en la parte procedimental la dilación en la integración de la averiguación previa es una práctica común, ya que existen diligencias que no se llevan a cabo con oportunidad. El no ejercicio de la acción penal es además comúnmente acordado, lo que hace que cuando se combate en amparo se dejen las investigaciones en la incertidumbre, de tal forma que pueden pasar muchos años antes de integrar una investigación y/o consignarla. En las solicitudes de acceso a la información pública que ha hecho el Centro Vitoria, la Procuraduría General de Justicia del DF (PGJDF) ha referido que no tiene una base de datos, registros o documentación anterior a 2007, y afirma que desde ese año, hasta febrero de 2012, existe una sola averiguación previa por tortura consignada sin detenido. Ello a pesar de que hay denunciantes, o que la Comisión de Derechos Humanos del DF haya emitido hasta ahora 44 recomendaciones por tortura, que involucran a la PGJDF, a la Secretaría de Seguridad Pública y al sistema penitenciario.
La reforma penal promulgada del delito de tortura en el DF es quizás la más importante realizada hasta ahora en el país. Ello, no obstante, es perfectible si se atiende a los estándares más altos. Por lo que la apuesta es a la construcción de una ley especializada en la materia, que involucre a las diferentes instituciones administrativas, de justicia y elaboración de leyes.


CFE: manejo desastroso
 
        La amplia inconformidad ciudadana por los cobros exorbitantes en las tarifas de electricidad –que se expresa en las más de 64 mil quejas ante la Procuraduría Federal del Consumidor entre 2011 y lo que va de este año–, y la crítica situación que enfrentan miles de usuarios y familias en el país como consecuencia de los mismos, son las expresiones sociales más visibles del manejo ineficiente y antinacional realizado por las últimas administraciones en la industria de propiedad pública, particularmente en la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
Además de la injustificable proliferación de cobros estimados a los usuarios de energía eléctrica de todo el territorio –lo que en sí explica en parte el descontrolado aumento en las tarifas–, en la actual ofensiva a la economía de las familias y las pequeñas empresas convergen factores de larga data.
Debe recordarse, en primer lugar, que desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari la administración federal dio un paso determinante en la llamada privatización silenciosa del sector, con las modificaciones a la Ley de Servicio Público de Energía Eléctrica, que actualmente permite que compañías trasnacionales produzcan más de la mitad de la electricidad que se consume en el país, y condiciona a la paraestatal a entregar sumas crecientes a empresas particulares. Por añadidura, en los últimos años la CFE ha invertido enormes cantidades de recursos en la compra de gas natural importado para suministro de compañías privadas, política que resulta doblemente improcedente: por un lado, porque mientras el gas natural es adquirido en el extranjero, a precios impredecibles, se permite que Petróleos Mexicanos queme anualmente más de mil millones de pies cúbicos de ese combustible; por el otro, porque aun si fuera el caso que el país no pudiera extraer suficiente cantidad del producto, existen otras vías de generación eléctrica que podrían subsanar ese déficit, como la eólica o la hídrica.
Finalmente, en los años recientes, de acuerdo con informes oficiales, la CFE se ha endeudado en forma sostenida con empresas privadas, la mayoría extranjeras, mediante los proyectos de inversión diferidos en el gasto (Pidiregas), aun en casos en que la paraestatal tenía capacidad de invertir en obras de infraestructura.
El empeño de las administraciones federales por disminuir el peso del Estado en el sector eléctrico en beneficio de particulares podría explicar, por sí mismo, el creciente debilitamiento financiero de la paraestatal, que el año pasado exhibió pérdidas por 17 mil 168 millones de pesos. Pero a ello debe sumarse la omisión de las autoridades federales para combatir la extendida corrupción en las oficinas de la CFE y para contrarrestar el robo de energía, que en la última década ha costado, según estimaciones de especialistas, 240 mil millones de pesos.
La situación actual de la bautizada empresa de clase mundial abre amplios márgenes para los cuestionamientos en torno a lo que parece ser una política gubernamental orientada a desacreditar al Estado como un administrador eficiente y transparente de las entidades a su cargo, a fin de presentar como viables y hasta necesarias las desincorporaciones y privatizaciones abiertas –proscritas en la Constitución– y a las que se ha opuesto la sociedad. Por añadidura, los malos manejos administrativos de la CFE echan por tierra los argumentos esgrimidos por el gobierno federal hace casi tres años para justificar la extinción de Luz y Fuerza del Centro: a fin de cuentas, si el argumento usado para la desaparición de ese organismo fue –según el discurso oficial– la supuesta inviabilidad financiera, operativa y la corrupción en su interior, todo parece indicar que el gobierno se empeña en conducir a la CFE a un escenario similar.
Es de obvia necesidad, en suma, que el próximo gobierno enmiende la catástrofe social y financiera causada por el actual y sus predecesores en materia energética, y reoriente el manejo del sector de acuerdo con las prioridades nacionales y al interés social.

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