Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 26 de junio de 2013

Administrar el neoliberalismo: lecciones desde Brasil- La reforma política, en manos del pueblo

Administrar el neoliberalismo: lecciones desde Brasil
Alejandro Nadal
La gestión del neoliberalismo por regímenes de centro izquierda es un ejercicio incómodo. La retórica desde el palacio de gobierno insiste en pintar un cuadro de progreso social en un marco de desarrollo económico. Pero las ataduras del modelo neoliberal conspiran para anular los éxitos que podrían obtenerse. El neoliberalismo no está hecho para promover el desarrollo.
En los últimos años surgió el mito del milagro económico en Brasil. La tasa de crecimiento del PIB estuvo por encima de la media de América Latina y su desempeño exportador le permitió mantener un superávit significativo. Además, el aumento en el gasto social le permitió reducir la pobreza y disminuir el hambre. ¿Qué podía salir mal?
Las manifestaciones en las ciudades brasileñas son producto de muchos factores. Desde la pésima calidad de los servicios públicos y el hartazgo por la corrupción, hasta la represión aplicada por los cuerpos de seguridad. El movimiento también está animado por el fastidio con la clase política que sólo ambiciona adueñarse de cargos públicos para vivir de sus rentas. Por el momento, la desaprobación no tiene más perspectivas que la simple protesta. Pero esta coyuntura obliga a examinar la estructura y desempeño de la economía brasileña bajo el peculiar enfoque del PT.
Para empezar hay que despejar el mito del crecimiento económico en Brasil. Entre 1999 y 2011 el crecimiento promedio anual fue de 3 por ciento, nada espectacular y ciertamente muy por debajo de las necesidades de generación de empleo que tiene el gigante sudamericano. En estos años la economía brasileña ha ido dando tumbos, alternando años de rápido crecimiento (7 por ciento en 2010) con otros de mal desempeño (baches de menos 0.2 por ciento en 2003 y 2009).
El desempleo abierto en Brasil alcanza el 6 por ciento de la PEA (2011). Para los estándares europeos en plena crisis ese dato parece reducido. Pero debe manejarse con cautela. Entre 2000 y 2007 el 51 por ciento del empleo total en Brasil se concentró en el sector informal. Como en toda América latina, el sector informal es un gran generador de empleo y el perfecto disfraz del principal problema económico del capitalismo.
En la década de los años noventa se aplicaron en Brasil fuertes programas de estabilización con esquemas de contracción salarial, ajuste fiscal y hasta la creación de la nueva moneda, el real. La inflación se redujo de niveles superiores al 2,000 por ciento hasta niveles históricos bajos (alrededor del 5 por ciento). Desde entonces impera la política macroeconómica restrictiva con las tasas de interés más elevadas en América latina.
Los dos gobiernos de Lula buscaron conciliar las directrices del neoliberalismo con objetivos de justicia social. Para no trastocar los equilibrios de la macroeconomía neoliberal, se optó por el camino del asistencialismo. Para obtener los recursos necesarios se incrementó la presión fiscal hasta alcanzar el 36.2 por ciento del PIB en 2012. Este es un nivel que corresponde al de un país con buenos servicios públicos, pero en Brasil predomina la mala calidad en materia de salud, educación y transporte.
La política fiscal es de corte neoliberal puro y su principal objetivo es generar un superávit primario (diferencia entre ingresos y gastos netos de cargas financieras). El superávit primario es un monto que podría invertirse en salud, educación y transporte, pero se destina a cubrir cargas financieras. El año pasado rebasó los 53 mil millones de dólares, monto equivalente a 2.3 por ciento del PIB, pero inferior a la meta de 3 por ciento del PIB: Brasil ha mantenido uno de los niveles más altos de superávit primario en el mundo.
Por otro lado, la estructura del impuesto sobre la renta no es progresiva y una buena parte de la carga la soportan los trabajadores de pocos ingresos. Además, el peso del IVA en la recaudación total es desmedido: el 48 por ciento de la recaudación total proviene de este impuesto regresivo que grava con la misma tasa a ricos y pobres. Lo recaudado por el IVA representa alrededor del 12 por ciento del PIB en Brasil, un escándalo.
Las bases del sector exportador no son robustas. Alrededor del 55 por ciento de las exportaciones provienen del sector primario, con un enorme costo social y ambiental. La volatilidad de los precios de estos productos básicos es bien conocida y por ello en 2012 Brasil tuvo su peor superávit comercial en diez años. La industria brasileña tuvo un mal año en 2012 y subsisten señales de fragilidad en el sector manufacturero. Por otro lado, el modelo de agro-negocios brasileño es un fracaso social, ambiental y económico, pero los grandes consorcios de ese país, con el beneplácito del gobierno, pretenden exportarlo a Mozambique y otros países de África.
Finalmente, en materia social la reducción de la pobreza en Brasil ha sido real, pero modesta. Ese país sigue siendo no de los de mayor desigualdad en el mundo. Para los partidos de la izquierda institucional en América latina, las lecciones son claras. Al fin del camino, las contradicciones del neoliberalismo son insuperables: ni desarrollo, ni rostro humano.
 
La reforma política, en manos del pueblo
Emir Sader
En la campaña electoral de 2010, Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff llegaron a hablar acerca de la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente exclusiva para efectuar la reforma política del país.
Ellos tenían conciencia de que un Parlamento electo con base en el financiamiento privado no se daría un tiro en el pie, aboliendo ese mecanismo, para alinearse en la promoción del financiamiento público.
Pasadas las elecciones confiaron en que conseguirían aprobarlo mediante negociaciones con los partidos, pero se encontraron con la resistencia del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), especialmente en el tema del financiamiento público de las campañas electorales: lo máximo que aceptarían sería que el mismo se aplicara para cargos ejecutivos, sin conceder en el lugar privilegiado donde negocian, los parlamentos.
Frente al fracaso inminente de la intención de hacer la reforma política y ante la situación de falta de representatividad partidaria en las movilizaciones de las últimas dos semanas, Dilma dio un paso audaz: proponer el plebiscito para una Constituyente con el exclusivo cometido de introducir reformas políticas.
Las movilizaciones de las últimas semanas confirmaron en Dilma la necesidad de una renovación del sistema político.
Aquellos que participaban en las mismas no se reconocen como miembros de ningún partido político, ni siquiera del que tradicionalmente participó y lideró las movilizaciones –el Partido de los Trabajadores (PT)–, que en esta oportunidad fue hecho a un lado por falta de confianza.
El plebiscito permitirá una elección sui generis –por ser una Asamblea Constituyente exclusiva– que podrá elegir una bancada renovada de parlamentarios. Además, abrirá el camino para remover los obstáculos puestos por una estructura partidaria que favorece el intercambio de favores, mediante el arrendamiento de partidos, que abunda actualmente.
En el más importante de los temas se incursiona en la vía del financiamiento público, impidiendo que el poder del dinero continúe siendo el determinante en la composición de un Parlamento que termina controlado por lobbies de intereses privados.
Dilma retoma la iniciativa política, atiende las demandas populares y sienta las bases para una renovación del sistema político brasileño.
Traducción: Ruben Montedónico

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