Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 24 de junio de 2013

American Curios- Snowden en Moscú: perspectivas- La revuelta de los veinte centavos

American Curios
Noticias cotidianas
David Brooks
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Indigente en Union Square, Nueva York. A diario, más de 50 mil personas duermen en las calles o en albergues. Desde que Michael Bloomberg es alcalde de esta ciudad, ese sector de la población ha crecido 73 por ciento
Foto Reuters
 
Todos las noches en Nueva York, la ciudad más rica del país más rico del mundo y la capital del capital, uno tiene que caminar cuidadosamente para no molestar a los que están durmiendo en la calle.
 
Todos los días más de 50 mil personas pernoctan en las calles o en albergues –21 mil de ellas son menores de edad– en esta ciudad, que ha experimentado un auge en construcción de edificios de lujo. Este es un incremento desmedido desde que Michael Bloomberg, el hombre más rico de Nueva York, asumió como alcalde: la población de los albergues se ha incrementado 61 por ciento y ha habido un aumento de 73 por ciento en total de la población sin techo, según la Coalición por los Sin Hogar.
 
Todos los días uno escucha que la bolsa de valores subió o bajó, como si ello fuera uno de los datos más importantes del mundo. Mientras los miles de sin techo buscan una esquina o un catre en algún albergue, los ricos van midiendo cuántos millones subieron o bajaron sus fortunas mientras caminan cuidadosamente sobre los bultos humanos en las banquetas, a veces ofreciendo un dólar o dos. No importa que sus fortunas provengan de mil manipulaciones, especulaciones, estafas y engaños, parte del fraude del siglo que se cometió en este país en los últimos años.
 
Día tras día, para algunos cuantos, todo funciona a la perfección. Sólo se tienen que contar, para entender todo bien, cosas como que los seis herederos de la fortuna de Walmart tienen más riqueza que 42 por ciento de estadunidenses que están en la parte baja de la pirámide socioeconómica, según el Instituto de Política Económica.
Todos los días, en promedio, hay 32 muertos (ocho de ellos menores de edad) y 140 heridos por la violencia con armas de fuego en el país. Los fabricantes de armamento están felices. También los empresarios dedicados a la industria de la seguridad pública, quienes lucran con enjaular delincuentes, siempre y cuando no sean banqueros. Tanto así que uno de los sectores más dinámicos de la economía ha sido la industria carcelaria, cada vez más privatizada –las dos compañías más grandes dedicadas a este negocio obtuvieron 3 mil millones dólares en ingresos en 2010–, incluyendo el creciente business de detener a migrantes.
 
Hay un lugar que defiende ferozmente el derecho a las armas y también el derecho del Estado a matar. Texas está por ejecutar al número 500 de sus reos, desde que la pena de muerte fue reinstalada en este país en 1976. Kimberly McCarthy, de 52 años, mujer afroestadunidense, enfrentará la inyección letal el próximo miércoles por el asesinato de su vecino, si los tribunales no emiten una orden de último momento para detener la ejecución.
 
Todos los días se gastan sumas masivas no sólo en lo que se llama seguridad pública, sino en la seguridad nacional, término que no tiene nada de nacional, sino abarca el mundo entero. Todo, dicen, para defender la libertad, la paz y los derechos humanos.
 
 
Parte de este aparato masivo de seguridad nacional fue expuesto con la revelación –una vez más– de que todos los días las autoridades del país que se proclama campeón de las libertades civiles, incluyendo el derecho a la privacidad y la libre expresión, están vigilando a millones aquí y alrededor del mundo.
 
 
La violación sistemática de la privacidad por el gobierno ha generado una reacción dividida y confusa entre la población. Una encuesta del Centro de Investigación Pew registró que 49 contra 44 por ciento cree que la filtración de los documentos secretos por Edward Snowden, ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional, sirvió al bien público, pero a la vez una mayoría, 54 por ciento, considera que debería ser procesado penalmente por la filtración. Más preocupante es que una mayoría (53 por ciento) piensa que los programas masivos de vigilancia sobre las comunicaciones personales de millones ha ayudado a prevenir atentados terroristas. Una mayoría (54 por ciento) estima que el gobierno ha recaudado datos sobre sus comunicaciones por teléfono o vía cibernética.
 
Una caricatura de PC Vey, publicada en The New Yorker, resume todo: se ve una pareja sentada en un sofá frente a una televisión y uno de ellos comenta: No me molesta ceder la apariencia de privacidad para vivir con la ilusión de la seguridad.
 
¿Y qué pasa con quien reveló que el gobierno espía a todo el mundo? Lo acusan de espiar. Edward Snowden ahora enfrenta cargos conforme a la Ley de Espionaje de 1917 (norma creada para perseguir a disidentes en la Primera Guerra Mundial) y se vuelve el séptimo caso encuadrado en esa ley durante la presidencia de Barack Obama; sólo se había usado tres veces por los presidentes anteriores.
 
Los gobiernos no deberían tener esta capacidad. Pero emplearán toda la tecnología disponible para combatir a su enemigo principal: sus poblaciones, afirmó Noam Chomsky a The Guardian recientemente. Los gobiernos no son representativos. Tienen poder propio y sirven a los segmentos de la población que son dominantes y ricos.
 
Todos los días se advierte que el cambio climático tiene consecuencias cada vez más devastadoras. Sin embargo, esto podría tener un lado positivo. Un gran amigo defensor de los derechos humanos, quien persigue terroristas y ladrones latinoamericanos que encuentran refugio en Estados Unidos, envió un correo con el título Buenas noticias. Contenía un reportaje que afirmaba que antes del fin del siglo Miami desaparecerá bajo las aguas del mar como resultado de la crisis climática.
 
 
Tal vez los homeless son los más inteligentes: no están en manos de los banqueros, no suelen tener armas de fuego. Suelen no tener teléfonos ni computadoras, y no tienen casas que pudieran inundarse por la crisis ecológica. Sin querer, se salvan de tanta estafa, balas, espionaje e irresponsabilidad ambiental.
 
Todos los días la noticia cotidiana aquí es sobre un país que parece enfrentar amenazas a su bienestar. Pero el enemigo, tal vez, no es el que está allá fuera.
FUENTE: LA JORNADA OPINION

Snowden en Moscú: perspectivas


La sorpresiva llegada del ex asesor de la CIA Edward Snowden a la capital rusa, así como su pedido de asilo político a Ecuador, parecieran devolver al mundo a la época de la guerra fría y sus historias de espías tránsfugas de uno a otro lado de la cortina de hierro. El parecido, sin embargo, es superficial y engañoso porque –aunque la propaganda oficial de Washington se empeñe en presentarlo así– Snowden no es un agente que cambia de bando sino, por lo que ha podido saberse de sus propias declaraciones, un ciudadano preocupado por las actividades ilegales que realiza su gobierno y por dar a conocer a la opinión pública la sordidez de los entretelones del poder estadunidense.
 
En efecto, gracias a las filtraciones de individuos como Bradley Manning y Edward Snowden, así como al trabajo de la organización Wikileaks, la opinión pública internacional ha podido conocer en detalle la comisión de crímenes de lesa humanidad, así como intromisiones graves en la privacidad de los ciudadanos, las cuales afectan no sólo a estadunidenses, sino a individuos de muchas nacionalidades, y se ha exhibido a Washington como violador contumaz y sistemático del derecho internacional.

Al igual que en el caso de Julian Assange, fundador de Wikileaks, quien lleva ya más de un año refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, la situación de Snowden ha generado una circunstancia que podría derivar en una crisis diplomática entre Estados Unidos, que realiza ya una persecución internacional contra el ex contratista de la CIA, Rusia y Ecuador. Tal perspectiva se suma al sostenido deterioro de las relaciones entre Washington y Moscú, ocurrido tras la relección de Barack Obama. Así fuera sólo con el propósito de evitar un nuevo ciclo de hostilidad entre ambos países, sería deseable que el gobierno estadunidense se abstuviera de obstaculizar la salida de Snowden de la capital rusa y su llegada al país que ofrezca darle asilo político.
 
Cabe esperar, por otra parte, que el gobierno que encabeza el presidente Rafael Correa vuelva a actuar con la generosidad y el sentido de soberanía que lo han caracterizado en el caso de Assange. Para ello, Quito requerirá del respaldo pleno y decidido de la comunidad latinoamericana.
 
Por otra parte, es claro que en estas condiciones la suerte de Snowden, como ocurre con Assange, depende en buena medida del grado en que la opinión pública internacional sea capaz de valorar las aportaciones de ambos a la causa de la transparencia en el mundo y se manifieste, en consecuencia, por el cese de la criminalización y el hostigamiento en contra de ellos y del soldado Bradley Manning.
 
Si algo es claro en el momento presente es que el acoso propagandístico, judicial y diplomático emprendido por la Casa Blanca es un postulado implícito de que para Washington, lo grave no es cometer crímenes de Estado, sino sacarlos a la luz.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 
Los Indignados de Brasil
La revuelta de los veinte centavos

Raúl Zibechi
El aumento en el precio del transporte fue la brecha por la que se coló el profundo descontento que vive la sociedad brasileña. En apenas dos semanas las movilizaciones se multiplicaron: de 5 mil los primeros días a más de un millón en cien ciudades. La desigualdad, la falta de participación y la represión son los grandes temas.
 
Los abucheos y rechiflas dieron la vuelta al mundo. Dilma Rousseff no se inmutó, pero sus facciones denotaban incomodidad. Joseph Blatter sintió la reprobación como algo personal y se despachó con una crítica a la afición brasileña por su falta de fair play. Que la presidenta de Brasil y el mandamás de la FIFA, una de las instituciones más corruptas del mundo, fueran desairados por decenas de miles de aficionados de clase media y media alta, porque los sectores populares ya no pueden acceder a estos espectáculos, refleja el hondo malestar que atraviesa a la sociedad brasileña.
 
Lo sucedido en el estadio Mané Garrincha de Brasilia saltó a las calles, amplificado, el lunes 17, cuando más de 200 mil personas se manifestaron en nueve ciudades, en particular jóvenes afectados por la carestía y la desigualdad, que se plasma en los elevados precios de servicios de baja calidad, mientras las grandes constructoras amasan fortunas en obras para los megaeventos a cargo del presupuesto estatal.

Todo comenzó con algo muy pequeño, como sucede en las grandes revueltas del siglo XXI. Un modesto aumento del transporte urbano de apenas 20 centavos (de 3 a 3.20 reales, dos pesos uruguayos). Primero fueron pequeñas manifestaciones de militantes del Movimiento Pase Libre (MPL) y de los comités contra las obras del Mundial de 2014. La brutalidad policial hizo el resto, ya que consiguió amplificar la protesta convirtiéndola en la mayor oleada de movilizaciones desde el impeachment contra Fernando Collor de Melo, en 1992.

El viernes 7 de junio se realizó la primera manifestación en São Paulo contra el aumento del pasaje con poco más de mil manifestantes. El martes 11 fueron otros tantos, pero se quemaron dos autobuses. Las dos principales autoridades, el gobernador socialdemócrata Geraldo Alckmin, y el alcalde petista Fernando Haddad, se encontraban en París promoviendo un nuevo megaevento para la ciudad y tacharon a los manifestantes de vándalos.

El miércoles 12 una nueva manifestación se saldó con 80 autobuses atacados y ocho policías heridos. El jueves 13 los ánimos estaban caldeados: la policía reprimió brutalmente a los 5 mil manifestantes provocando más de 80 heridos, entre ellos varios periodistas de Folha de São Paulo. Un tsunami de indignación barrió el país que se tradujo, pocas horas después, en los abucheos contra Dilma y Blatter. Hasta los medios más conservadores debieron reflejar la brutalidad policial. La protesta contra el aumento del boleto convergió sin proponérselo con la protesta contra las millonarias obras de la Copa de las Confederaciones. Lo que parecían manifestaciones pequeñas, casi testimoniales, se convirtieron en una ola de insatisfacción que abarca todo el país.

Síntoma de la gravedad de los hechos es que el lunes 17, cuando se produjo la quinta movilización con más de 200 mil personas en una decena de capitales, los políticos más importantes del país, los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inacio Lula da Silva condenaron la represión. Descalificarlos como vándalos es un grave error. Decir que son violentos no resuelve nada. Justificar la represión es inútil, escribió Cardoso quien atribuyó las protestas al desencanto de la juventud frente al futuro.

Lula tuiteó algo similar: La democracia no es un pacto de silencio, sino una sociedad en movimiento en busca de nuevas conquistas. La única certeza es que el movimiento social y las reivindicaciones no son cosa de la policía, sino de mesas de negociación. Tengo la certeza de que entre los manifestantes la mayoría están dispuestos a ayudar a construir una solución para el transporte urbano. Además de desconcertar a las élites, los manifestantes consiguieron que se suspendieran los aumentos.

La sensación de injusticia
El transporte público en ciudades como São Paulo y Rio de Janeiro es uno de los más caros del mundo y su calidad es pésima. Un relevamiento del diario Folha de São Paulo analiza los precios del transporte público en las dos mayores ciudades del país respecto del tiempo de trabajo necesario para pagar un pasaje, en relación con el salario medio en cada ciudad. El resultado es catastrófico para los brasileños.
 
Mientras un habitante de Rio necesita trabajar 13 minutos para pagar un pasaje y un paulista 14 minutos, en Buenos Aires sólo se tiene que trabajar un minuto y medio, 10 veces menos. Pero la lista incluye las principales ciudades del mundo: en Pekín el pasaje equivale a 3 minutos y medio de trabajo; en París, Nueva y Madrid, seis minutos; en Tokio, nueve minutos, lo mismo que en Santiago de Chile. En Londres, una de las ciudades más caras del mundo, cada pasaje demanda 11 minutos de trabajo ( Folha de São Paulo, 17 de junio de 2013).

El periódico cita al ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, para ejemplificar lo que debería ser la democratización urbana: La ciudad avanzada no es aquella en la que los pobres andan en auto, sino aquella en la que los ricos usan el transporte público. En Brasil, concluye el diario, está sucediendo lo contrario.

En los últimos ocho años el transporte urbano en São Paulo se ha deteriorado según revela un informe de O Estado de São Paulo. La concesión vigente fue asignada durante la gestión de Marta Suplicy (PT) en 2004. El sistema de transporte colectivo creció de mil 600 a 2 mil 900 millones de pasajeros entre 2004 y 2012. Sin embargo, los autobuses en circulación descendieron de 14 mil 100 unidades a 13 mil 900. La conclusión es casi obvia: Más gente está siendo transportada pagando un precio más caro en menos omnibus que hacen menos viajes ( O Estado de São Paulo, 15 de junio de 2013). En cada unidad viaja 80 por ciento más de pasajeros.
 
Según la Secretaría Municipal de Trasportes de la ciudad, la mejora en la situación económica ha provocado un aumento de la cantidad de pasajeros pero, a su vez, los autobuses hacen menos viajes por el congestionamiento del tránsito, lo que inevitablemente recae sobre los usuarios que sufren por la ineficiencia del sistema, con el aumento en el tiempo de los viajes. Los costos también se han disparado por la ineficiencia que supone un mal aprovechamiento de la infraestructura.
 
Si a esto se suma el despilfarro que suponen las inversiones millonarias en las obras del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, con su secuela de traslados forzados de pobladores, puede comprenderse mejor el malestar reinante. Los seis estadios que se inauguraron en la Copa de las Confederaciones insumieron casi 2 mil millones de dólares. La remodelación de Maracaná superó 500 millones y otro tanto el Mané Garrincha, una obra monumental con 288 columnas que le confieren un aspecto de coliseo romano moderno, según el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke. Todo ese dinero público para recibir un partido durante la Copa y siete en el Mundial.
 
Son recintos de lujo construidos por media decena de grandes constructoras, algunas de las cuales se adjudicaron también la administración de estas arenas donde se realizarán espectáculos a los que muy pocos tendrán acceso. El costo final de todas las obras suele duplicar los presupuestos iniciales. Aún faltan seis estadios que están en obras, la remodelación de aeropuertos, autopistas y hoteles. El BNDES acaba de conceder un préstamo de 200 millones de dólares para la finalización del Itaquerão, el nuevo estadio del Corinthians, donde se jugará el primer partido del Mundial 2014.

Cansados de pan y circo
La Articulación Nacional de los Comités Populares de la Copa difundió un informe en el que señala que en las 12 ciudades que albergarán partidos del Mundial hay 250 mil personas en riesgo de ser desalojadas, sumando las amenazadas por realojos y las que viven en áreas disputadas para obras (BBC Brasil, 15 de junio de 2013). Hubo casos en que una vivienda fue demolida con un aviso previo de sólo 48 horas. Muchas familias realojadas se quejan de que fueron trasladadas a lugares muy distantes con indemnizaciones insuficientes para adquirir nuevas viviendas, de menos de cinco mil dólares en promedio.
 
Para completar este panorama, sólo para la Copa de las Confederaciones se dispuso un operativo militar que supuso la movilización de 23 mil elementos de las tres armas que incluye un centro de comando, control e inteligencia. El dispositivo moviliza 60 aviones y 500 vehículos. La disputa del Mundial 2014 ha obligado a Brasil a construir 12 estadios, 21 nuevas terminales aeroportuarias, siete pistas de aterrizaje y cinco terminales portuarias. El costo total para el Estado de todas las obras será de 15 mil millones de dólares.
 
Ante semejante despliegue de gastos para construir recintos de lujo resguardados con máxima seguridad, el Consejo Nacional de Iglesias Cristianas (CONIC) divulgó un comunicado en el que condena la brutalidad policial asegurando que lo sucedido el 13 de junio en São Paulo nos remite a tiempos sombríos de la historia de nuestro país (www.conic.org.br). El texto de las iglesias denuncia la falta de apertura al diálogo y asegura que la cultura autoritaria sigue siendo una característica del Estado brasileño.
 
Le recuerda al gobierno que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU acaba de hacer varias recomendaciones, entre ellas poner fin a la policía militar. La CONIC cree que la represión policial contra las manifestaciones es la misma de los exterminios de jóvenes que suceden cotidianamente en las periferias de las ciudades. Finaliza diciendo que los grandes eventos que sólo traerán más ganancias al mercado financiero y a los mega conglomerados empresariales. No queremos sólo circo. Queremos también pan, fruto de la justicia social.
 
Si este es el estado de ánimo de las iglesias, puede imaginarse cómo se sienten los millones de jóvenes que invierten dos horas en ir a trabajar, tres en retornar a sus casas en ómnibus estúpidos y caros y enfrentan 200 kilómetros de congestionamiento, como describe el escritor Marcelo Rubens Paiva ( O Estado de São Paulo, 16 de junio de 2013). Todos los paulistas saben que los ricos viajan en helicóptero. Brasil posee una de las mayores flotas de aviación ejecutiva del mundo. Desde que gobierna el PT la flota de helicópteros creció 58.6 por ciento, según la Asociación Brasileña de Aviación General (ABAG).
 
São Paulo tiene 272 helipuertos y más de 650 helicópteros ejecutivos que realizan alrededor de 400 vuelos diarios. Muchos más que ciudades como Tokio y Nueva York. Actualmente la capital paulista es la única ciudad del mundo que posee un control de tráfico aéreo exclusivo para helicópteros, dice la ABAG. Por eso fluye a indignación y por lo mismo tantos festejaron el retorno de la protesta, para lo que tuvieron que esperar nada menos que dos décadas.
FUENTE: LA JORNADA OPINION

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