Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 9 de septiembre de 2012

BAJO LA LUPA- Las grandes citas de octubre en China y Venezuela- Posmanifiestos (económicos)

Bajo la Lupa
Bill Clinton y Mario Draghi rescatan a Obama de los avernos: el factor latino
Alfredo Jalife-Rahme
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Joe Biden y Barack Obama saludan a los delegados al término de la convención del Partido Demócrata, el pasado jueves en CharlotteFoto Ap
 
Quizá los pasados 5 y 6 de septiembre la elección presidencial en Estados Unidos (EU) haya tomado un giro decisivo para la relección, que se augura muy apretada, de Obama, quien obtuvo el apoyo amplio del ex presidente Bill Clinton –el político viviente mas popular de EU que navega en la kakistocracia de su clase política polarizada– y el sostén inesperado de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, quien acudió al rescate de España e Italia (no de Grecia), lo cual detiene y/o pospone la caída nortrasatlántica hasta después de la elección en EU.
 
Tras la exitosa convención del Partido Republicano en Tampa (Florida), bajo el signo bélico/fiscalista/monetarista de los recortes sociales de la dupla Romney/Ryan (para beneficiar a la plutocracia de Wall Street) y en la deriva ideológica de la filosofía egoísta de la israelí-ruso-estadunidense Ayn Rand (ver Bajo la Lupa “‘Fundamentalismo del egoísmo’ del Partido Republicano: de Ayn Rand/Greenspan a Romney/Ryan”, 29/8/12), correspondió el turno al Partido Demócrata en su convención de Charlotte (Carolina Norte) donde alcanzó niveles extáticos con el discurso galvanizador de Julián Castro –alcalde de San Antonio, de origen mexicano y criado bajo la cultura del esfuerzo– de Clinton –quien demolió con datos duros el programa económico de la dupla monetarista/superbélica Romney/Ryan– y el cierre un tanto sereno de Obama, todavía uno de los mejores oradores del planeta, quien optó por una retórica más de corte churchilliano que rooseveltiano (que desaprovechó en su primer mandato para beneficiar a los 13 banksters de Wall Street en detrimento de la clase media, no se diga de los desposeídos). Desde luego que aún existen formidables escollos de ruta contra Obama que pueden torpedear su relección: desde la trampa de un ataque nuclear contra Irán por el rijoso premier israelí Bibi Netanyahu (íntimo de Mitt Romney) hasta la compra (literal) de la presidencia por Wall Street (ver Cómo las grandes empresas están comprando la elección, ICH, 2/9/12).
 
Es probable que Romney haya cometido un error estratégico al haber optado por el fiscalista Paul Ryan como su compañero a la vicepresidencia en lugar de Marco Rubio, senador de origen cubano en el importante estado electoral de Florida, cuando el voto latino –por estética me rehúso a expresar el terminajo de hispano, de la Oficina del Censo de EU, que impuso su lingüística protocolonialista– se ha convertido en factor clave (“Marco Rubio vs. Julián Castro: la batalla por 50 millones de votos hispanos”, Paul Harris, The Observer, 8/9/12).
 
Si entendí bien, la coreografía del Partido Demócrata, en caso de la relección de Obama, es probable que su próximo candidato a la presidencia en 2016 sea el mexicano-estadunidense Julián Castro, su nueva estrella ascendente en el firmamento político.
 
Al corte de caja de hoy, el voto latino se ha volcado en favor de la dupla Obama/Biden en una proporción de 2 a 1 frente a la dupla Romney/Ryan que se ha clavado en la base fundamentalista WASP (blanco, anglosajón y protestante) y del Partido del Té, vinculado a la teología monetarista misántropa de Ayn Rand.
 
La dicotomía ideológica es diáfana: la demografía juega en favor del multiculturalismo del Partido Demócrata y su agenda de mayor proclividad social frente a la programática económica de corte bélico/fiscalista monetarista, con apoyos sustanciales de Wall Street (Romney cuenta ahora con más de 70 millones de dólares recaudados que Obama, determinantes para comprar publicidad en los multimedia), del Partido Republicano que se agazapó en la agenda fundacional del siglo XVIII, imposible de revertir.
 
El reloj demográfico juega contra el Partido Republicano, mientras la grave crisis financiera a los dos lados del Noratlántico opera contra Obama. As simple as that.
 
La batalla multimediática por el voto de los latinos desde EU hasta Sudamérica empezó con movimientos corporativos desde Telemundo, pasando por Univisión (que desea adquirir Televisa con maletas y muletas transfronterizas), hasta Fox News/News Corp, del polémico Rupert Murdoch (que nombró insólitamente al ex presidente colombiano Álvaro Uribe en su tambaleante consejo de administración).
 
Según The Financial Times (7/9/12), la probabilidad de relección de Obama aumentó el jueves gracias a la acción de Mario Draghi cuando disminuyó el mayor de los graves riesgos (¡supersic!): un colapso prelectoral de la eurozona que hubiera hecho estallar a los bancos y hubiera pulverizado (sic) Wall Street y revertido la frágil economía de EU a la recesión. En caso de haber ocurrido, no habría sido la culpa de Obama, pero habría sido increpado por ello. Por lo pronto, este escollo ha sido sorteado.
 
Un día antes al doble rescate nortrasatlántico del banquero italiano Mario Draghi, el carismático Bill Clinton –cuya esposa Hillary no repetirá en el Departamento de Estado y quizá sea sustituida, en caso de la relección de Obama, por John Kerry, quien despedazó persuasivamente la política exterior de Romney de corte de guerra fría– electrizó a los asistentes con uno de los mejores discursos de su vida, excepcionalmente articulado y fundamentado, como refiere Joshua Holland (AlterNet, 6/9/12): incandescente discurso que deja sangrando en el suelo a Romney/Ryan.
 
En 50 minutos, Clinton –artífice de cuatro superávit presupuestales–, desmanteló (desmembró quizá sea mejor palabra) sistemáticamente toda la retórica mendaz de la campaña de Romney, aduce Holland.
 
Clinton demostró que a la dupla Romney/Ryan no le cuadra la aritmética y recordó que las políticas económicas del Partido Republicano cuadruplicaron la deuda antes de que fuera presidente y la duplicaron después que dejé mi cargo.
 
Bajo los cánticos de cuatro años más de la cautivada audiencia, el ex presidente expuso lo que a su juicio en forma simplista representa el argumento del Partido Republicano: Dejamos a Obama un caos total. Pero no lo supo limpiar lo suficientemente rápido por lo que hay que expulsarlo para que regresemos en su lugar. ¡Demoledor!
 
Clinton increpó la falta de civilidad del Partido Republicano –cuya mitad de su base cree (sic) que Obama no es estadunidense (¡supersic!)– y a quien dio una lección de tolerancia: Nunca incité a odiar al Partido Republicano en la forma en que ahora la extrema derecha que lo controla parece odiar al presidente Obama y a los demócratas cuando piensan que el gobierno es el enemigo y el compromiso es debilidad.
 
Tras el seductor discurso de Clinton, Holland refiere que Alex Castellanos, estratega del Partido Republicano, comentó en CNN que este será el momento que quizá religió a Obama. Interesante comentario.
 
Faltan 58 días para saberlo. Pero en caso de la relección de Obama –mucho mejor para EU y el mundo que la aventura bélico/monetarista de la dupla Romney-Ryan–, si es que logra sortear los arrecifes invisibles en medio de las tinieblas de su peligrosa navegación, tres factores habrán contribuido determinantemente: Bill Clinton, Mario Draghi y el voto latino.
Las grandes citas de octubre en China y Venezuela
Guillermo Almeyra
Estamos en las últimas semanas del proceso electoral venezolano. La cuestión no es tanto si Hugo Chávez será relegido o no –casi seguramente lo será, con una mayoría cómoda–, sino si la elección asumirá el carácter plebiscitario que quiere imponerle el gobierno aspirando a llegar a un imposible 70 por ciento de los sufragios para la relección del presidente o si, en cambio, la oposición dará una prueba de fuerza y logrará una importante cosecha de gobernadores y diputados, acabando con el control absoluto del chavismo sobre la Asamblea y su control, también casi total, del aparato estatal.
 
Los discursos cotidianos del mismo Chávez, en los que pone en un mismo saco a los dirigentes de la oposición, derechistas y proimperialistas, y a los que –por motivos muy diversos– podrían votar por ellos, ayudan a una polarización que no deja margen para los sí, pero o para una opción diferente. Esa orientación de la campaña electoral oficialista favorece sobre todo a la oposición, pues ésta podrá sumar como supuestos partidarios de sus posiciones neoliberales a quienes en realidad no lo son, pero la votan protestando porque están preocupados o descontentos por motivos económicos o sociales o critican el autoritarismo del aparato estatal.

De las urnas saldrá también cuál será la relación de fuerzas entre las diversas tendencias que integran el chavismo (sobre todo entre la que no rechaza lazos futuros con la derecha neoliberal y la que quiere, en cambio, poner al aparato militar como eje del gobierno y del poder, con una política burocrático-autoritaria), lo cual se verá en la composición final de la Asamblea y también en los poderes locales, en las gobernaciones, pues la tendencia que busca impulsar la autorganización y la autogestión, siempre presente pero minoritaria, ha sido cada vez más marginada por el aparato burocrático-militar, que asfixia la capacidad de decisión de los trabajadores y campesinos.

La meta excesiva puesta por Chávez para su triunfo (70 por ciento) hará por otra parte que un eventual triunfo por una cifra grande pero menor sea considerado casi como una derrota por unos y otros, como le pasó a Fidel Castro cuando fijó la meta voluntarista de 10 millones de toneladas para la zafra azucarera y terminó desorganizando la economía cubana para obtenerla. Sea como fuere, los resultados de las elecciones van más allá del previsible triunfo de Chávez, serán muy importantes para América Latina en general y para la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) en particular y fijarán las tácticas y los reacomodamientos de los bandos en lucha para el próximo periodo, donde se decidirá tanto la preparación de la sucesión del presidente carismático y centralizador de todas las decisiones como las próximas medidas que adoptará la derecha ante el fracaso de sus esperanzas electorales.

Aún mayor importancia internacional tiene el próximo 18 Congreso del Partido Comunista de China, donde 2 mil 270 delegados refrendarán formalmente una dirección que ha sido ya elegida este mes. Descartado el neomaoísta Bo Xilai y derrotada su línea política, la disputa se da entre dos tendencias que comparten las posiciones centrales precapitalistas impuestas por Deng Xiaoping, pero se diferencian en cuanto a la importancia mayor o menor que conceden al mercado interno o a las exportaciones. Es probable que el presidente Hu Yintao sea remplazado por Xi Yinping, el primer ministro Wen Yibao por Li Keqiang y que se modifique el número de miembros del Comité Permanente del Buró Político, que podría estar entre siete y nueve. En el grupo gobernante, por lo demás, sigue teniendo influencia el ex presidente Yiang Zenmin.
 
El problema básico es la transformación que sufrió el partido. La incorporación de los millonarios al mismo reforzó en efecto en éste la corrupción y la generalización de los modos de vida de los llamados bolsillos llenos y los escándalos de todo tipo se suceden y afectan gravemente la imagen de austeridad igualitaria que el PC chino quiso imponer en el pasado. Los hijos de los altos dirigentes circulan en Ferrari, los cuadros participan en orgías y viven como mandarines y en China las diferencias sociales son más acentuadas aún que en Estados Unidos. El partido aparece cada vez más separado de la población.
Mientras tanto, se suceden las huelgas, breves y totales pero locales, para que no intervenga la policía, y consiguen sus reivindicaciones porque el poder teme su extensión. La consiguiente elevación de los salarios (como sucedió después de la Segunda Guerra Mundial en Corea o en Japón) debido a esta presión obrera lleva ahora a las trasnacionales a emigrar desde la costa oriental hacia el interior, donde la mano de obra es abundante y cuesta cuatro veces menos. China central ve crecer así nuevas urbes e industrias en zonas tradicionales campesinas y empieza a escasear incluso la mano de obra. El país deberá, por lo tanto, enfrentar en el futuro el problema de su producción de alimentos, ante esta urbanización acelerada y frente al aumento de los salarios internos, y crecerá la tendencia actual a comprar tierras en Etiopía, Sudán, hasta en Argentina, y explotar mano de obra local, con inevitables consecuencias políticas, étnicas y sociales de esta norteamericanización de la política exterior china. El PC chino, que ha querido mezclar el conservadurismo de Confucio con el despotismo oriental de un puñado de tecno-burócratas y la apertura a los valores capitalistas, bañando todo eso en una salsa socialista, se encuentra ahora atenazado de cara al desarrollo de la mercantilización de todo, que corroe los valores y las estructuras tradicionales y choca con el socialismo proclamado y, en el horizonte, por el desarrollo de un movimiento obrero de masas, fuera de los sindicatos oficiales, que también pondrá en el orden del día la discusión sobre qué es realmente el socialismo y qué es, en cambio, un cuento chino.
 
Posmanifiestos (económicos)
Maciek Wisniewski*
En lo que se trata al análisis económico, El manifiesto comunista se queda un poco corto: destaca el enfoque sociológico y el llamado político. La razón es simple: en 1848 Carlos Marx aún estaba por desarrollar su crítica de la economía política y escribir El capital. Según Eric Hobsbawm, en El manifiesto, Marx (y Engels) se presenta(n) más como ricardista(s), que marxista(s) (sic), aunque los fundamentos de su óptica particular ya estaban allí.
 
Últimamente –y curiosamente– varios economistas más progresistas escogieron los manifiestos para ofrecer su análisis acerca del origen, naturaleza y posibles salidas a la crisis. Y para mover las conciencias de los gobernantes y de la gente común.

En El manifiesto de los economistas aterrorizados (2010), un grupo de estudiosos franceses mostró su indignación con la política de austeridad y centrarse en los déficit que no lleva a la recuperación, sino golpea a los más desprovistos.

Ubicando el origen de la crisis en el sistema bancario y financiero rechazaron las falsas creencias en los mercados y mostraron múltiples puntos débiles de la teoría y práctica económica ortodoxa, aunque su visión y propuestas de más regulación resultan muy convencionales.

En un sentido parecido Paul Krugman y Richard Layard, preocupados de que nada se está haciendo para salir del círculo vicioso de austeridad que asfixia el crecimiento y agrava el desempleo, lanzaron hace un par de meses A manifesto for economic sense, criticando las falsas ideas que dominaban durante la Gran Depresión y siguen dominando hoy (www.manifestoforeconomicsense.org).

Según ellos las raíces de la crisis están en los excesivos préstamos de la banca privada que inflaron los déficit públicos. El problema es la falta de demanda. La respuesta: un sostenido gasto público, reducción del desempleo y el fin de recortes basados en un falso argumento de restaurar la confianza. En su visión post-keynesista la crisis es –con más sensatez– manejable y el sistema, reformable.

Michael Roberts, un economista marxista que trabajó unos 30 años en la City de Londres, rescribió este documento titulándolo A manifesto for socialist sense (www.thenextrecession.wordpress.com).

Retomando el análisis de la crisis capitalista de Marx (y Engels) puso énfasis en el sector productivo y en la rentabilidad identificando su causa en la incapacidad del sistema para crear suficiente ganancia (que a su vez provoca la falta de demanda). La financiarización de las últimas décadas, las burbujas, el colapso bancario y crediticio no son sus orígenes, sino secuelas de la tendencia descendente de la tasa de ganancia que se observa desde la Segunda Guerra Mundial (y que ocasiona la falta de inversiones).
Aunque las políticas keynesianas podrán alivianar un poco el dolor, no sanarán la acumulación y a la larga incluso perjudicarán la rentabilidad. Para salir de la depresión y evitar otras crisis habría que sustituir el capitalismo por un modo de producción democrático y centralmente planeado: el socialismo.
 
La caída de la tasa de ganancia y la teoría de crisis son objetos de un intenso debate dentro del marxismo. Como observa en otro lugar Roberts, algunos como Gérard Duménil, la excluyen como una posible causa “porque Marx no la menciona en El manifiesto” (sic), culpando en cambio al sistema crediticio. Pero argumentar que su visión de crisis es mejor expuesta allí, que en las obras tardías, como el tomo II y III de El capital, Teorías sobre la plusvalía y Grundrisse, dónde aborda el tema con detalle, es por lo menos problemático.
Para Roberts –tal como lo explica en su libro The great recession (2010)– la caída de la tasa de ganancia debe ser vista como una explicación de las recurrentes crisis que se mueven en ciclos y no como una teoría del derrumbe.
 
Fue Henryk Grossman (1881-1950), un economista polaco-alemán que lo veía así y a partir del tomo III de El capital lo argumentaba en La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista (1929). Para Paul Sweezy fue un argumento mecanicista, pero Rick Kuhn, el autor de la biografía Henryk Grossman and the recovery of marxism (2007) mostró que Grossman fue caricaturizado y en realidad era más sutil.
 
Grossman quería llevar el análisis de Marx en una dirección diferente (más fiel) que Hilferding, Lenin o Luxemburgo: rechazó el énfasis de los primeros dos en el capital financiero y el argumento de la última que el problema del capitalismo era la realización de plusvalía y la búsqueda de territorios vírgenes. Para él, más importante era el sector productivo y el problema, la inhabilidad del sistema de crear suficiente plusvalía. Igual que para Marx, la crisis era algo inevitable y no manejable. Un resultado necesario de las contradicciones del sistema en las cuales la mayor barrera de la acumulación es el capital mismo.
 
Formó parte del Instituto de Investigación Social en Francfort hasta que Max Horkheimer dejó de ver sus trabajos con buenos ojos y el instituto se distanció del marxismo más radical, mientras su pensamiento oficial se llenaba de aforismos y pesimismo.
 
Otra parte de respuesta porque Adorno y Horkheimer no lograron escribir una nueva versión de El manifiesto (véase la entrega pasada: La Jornada 24/7/12).
*Periodista polaco

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