Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Romney y la Norteamérica profunda- Israel y los observantes del templo

Romney y la Norteamérica profunda
Claudio Lomnitz
 
La semana pasada, en su discurso de aceptación de la candidatura republicana, Mitt Romney mencionó que su padre, George Romney, había nacido en México.
 
Como yo no le había prestado demasiada atención a la campaña del republicano, la noticia me cayó como una verdadera sorpresa. George Romney –el famoso George Romney–, presidente de American Motors, gobernador del estado de Michigan en su época de oro, y precandidato a la presidencia de Estados Unidos, ¿mexicano?

Desde que leí la noticia le he dado vueltas al asunto y he caído en cuenta de que el detalle no tiene nada de insignificante: el abanderado del partido político que aboga por interponer un muro entre los Estados Unidos y México es en realidad producto de la interpenetración profunda entre ambos países.

La historia, en sus trazos generales, es así: George Romney nació en Colonia Dublán, Chihuahua, en 1907. Su padre, el señor Miles Romney, abuelo de Mitt, había sido uno de los fundadores de las colonias mormonas de Chihuahua.

Estamos, para esto, adentrándonos en la historia profunda de la (fascinante) religión mormona. En Estados Unidos los mormones habían sufrido persecuciones, debido a su proclividad a la poligamia. Estas persecuciones llevaron a los líderes del culto –Brigham Young, primero, y luego otros– a explorar la posibilidad de establecer colonias fuera de Estados Unidos. Como todo esto sucedía alrededor de las décadas de los 1870 y 80, cuando el gobierno de Porfirio Díaz se interesaba en poblar, desarrollar y pacificar el norte de México (concluir las guerras con la apachería), se extendieron concesiones a los mormones –así como a otros colonos modernizadores de religiones e ideologías diversas–, protestantes, socialistas utópicos, menonitas…

Miles Romney y sus tres esposas (luego se casaría con otras dos) estuvieron entre los fundadores de las nuevas colonias de mormones que se establecieron en Chihuahua. En el Distrito de Galeana, los mormones pronto tomaron la delantera en el terreno económico: eran familias cohesionadas, emprendedoras, y con un fuerte sentido misionero. Tenían acceso a inversionistas, y su fuerte ética de trabajo, rechazo al consumo de alcohol y necesidad de cohesión interna reforzaban el espíritu empresarial de conjunto.

Pero ese mismo éxito económico hizo que los colonos mormones fueran objeto de críticas, aun antes del estallido de la Revolución en Chihuahua. Así, por ejemplo, los grupos católicos de Chihuahua criticaban a Porfirio Díaz por haber abierto paso a colonos protestantes, usando el nacionalismo mexicano como instrumento para abogar contra la competencia religiosa. En la década de 1890, por ejemplo, el periodista Silvestre Terrazas, que dirigía entonces la Revista Católica en Chihuahua, se dedicó a atacar a los mormones y protestantes en especial.
 
Mientras, éstos se escudaban en el liberalismo oficial para defender su derecho a la libertad de culto. No es casualidad que varias de las colonias mormonas llevaran los nombres de los grandes jefes del liberalismo mexicano: Colonia Juárez, Colonia Dublán (donde nació George Romney), Colonia Díaz, Colonia Pacheco.
 
Cuando estalla la Revolución Mexicana, los mormones se vuelven objeto de nuevos ataques –esta vez violentos– por campesinos y rancheros de la región de Casas Grandes, quienes, inspirados por la ideología anarquista del Partido Liberal Mexicano (PLM), buscaban expropiarlos. Para entonces los mormones se habían constituido en la fuerza económica más importante del distrito.
 
Además, las divisiones entre grupos revolucionarios –primero entre maderistas y magonistas, y luego entre villistas y los sucesores de los militantes del PLM– agravaron la vulnerabilidad de los colonos y muchos tuvieron que huir, perdiendo sus posesiones. Entre ellos iba el joven George Romney, de escasos cinco años de edad.
 
Pero hubo otros mormones que permanecieron en las colonias, o que volvieron a ellas en cuanto se calmaron los ataques. Varios incluso de la propia familia Romney. La mayor parte de ellos son ciudadanos mexicanos y estadunidenses, y han participado de forma contundente en la vida económica y social de ambos países. Así, por ejemplo, entrevistado por Héctor Tobar para la revista Smithsonian, Leighton Romney, primo lejano de Mitt (a quien no ha conocido), dice: “Tenemos muchas semejanzas con los mexicano-americanos; somos americano-mexicanos.”
 
 
 
Y, de hecho, se trata de un fenómeno bastante más amplio. Cada vez que ha habido alguna ola de intolerancia en Estados Unidos, se han producido nuevas camadas de “americano-mexicanos”. Algunos fueron negros, que huyeron de la discriminación racial; otros, mormones, huyendo por sus prácticas matrimoniales; hubo miles de miembros del Partido Socialista estadunidense que se pasaron a México durante la Primera Guerra Mundial, por no ir a una guerra en la que no creían, y ellos fueron seguidos por comunistas e izquierdistas perseguidos por el macartismo…. A todos hay que agregar los muchos estadunidenses que vinieron atraídos por México, sin ser expulsados de su país de origen.
 
 
La biografía de Mitt Romney es en sí misma una protesta elocuente contra la plataforma nacionalista y aislacionista de su partido.
 
 
 
 
Israel y los observantes del templo
José Steinsleger
Friedrich Gulda se presentaba en el teatro Colón, y yo sin un peso partido al medio. Avisado de tan horrenda situación, un crítico de música me rescató del pozo. Mostrando dos entradas para el concierto, dijo: ¿Cuál te gusta? Elegí una corbata, y allí estuvimos.
 
En el intermedio, mi benefactor comentó:

“No es para tanto, che… musicalidad sin resonancia, acordes fallidos… ¡qué se yo!… ¿no lo sentiste algo desafinado? ¡Y esa ocurrencia de tocar sin pedal!”


Con rara mezcla de fastidio y agradecimiento, regresé a la sala. ¡El experto oidor amagaba con arruinarme la velada! Felizmente, el piano de Gulda se impuso con su magia, y el exigente auditorio del Colón quedó en estado de levitación. Con excepción del oidor, claro.

Caí en cuenta de que mi benefactor pertenecía al gremio de los observantes, legendaria cofradía de origen persa-pitagórico cuya catequesis consiste en negar una verdad absoluta (el goce del auditorio), oponiéndola a una verdad relativa (el sufrimiento del oidor experto). O bien, cuando la gente putea porque los huevos están carísimos, y los gobernantes responden qué bueno que haya libertad de expresión.

Así transcurrían los gloriosos días de mi juventud, entre reflexiones, lecturas, música, estudios, deportes y tertulias políticas, en las que un pelirrojo peinado con fijador y raya al medio, trosco, cácaro, bizco y observante, miraba a mi novia de un modo sospechoso.

Punto de agenda: Guerra de los Seis Días (1967). Asunto que obligaba a desmenuzar el origen del sionismo, doctrina que la ONU de los años 70 calificó de racista, y que en el decenio siguiente la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan vio con otros lentes. Hoy, la observante Wikipedia advierte que la crítica del sionismo conlleva nuevas formas de antisemitismo.

 
Los observantes pueden ser creyentes o ateos, pero no son, exactamente, optimistas o pesimistas. Son cínicos. Y cómo no, si no viven y no permiten vivir para cumplir con lo mandado. En otras épocas, los observantes echaban paja a la hoguera de los réprobos, y en la nuestra se hacen la paja buscándolos con frenesí inquisitorial.

 
Salvo honrosas excepciones (Albert Einstein, Hannah Arendt y otros), los judíos de posguerra creían que la fundación de Israel traería algo de paz y concordia a la humanidad. Sin embargo, a la utopía siguió el desengaño.
 
Los alemanes han reconocido su complicidad en la solución final, y que los nazis usurparon la identidad de la cultura que inspiró a Bach, Mozart, Goethe, la Bauhaus. Los israelíes, en cambio, viven cautivos de la histeria colectiva (Ilan Pappe), negándose a entender que los sionistas usurparon el legado de Maimónides, Spinoza, Marx, Buber y tantos pensadores, luchadores y artistas judíos.
¿Cuál ha sido el aporte del sionismo a la cultura universal? ¿Los delirios chovinistas de Teodoro Herzl? ¿El fascismo judío del guerrero Zev Jabotinsky? ¿El magnífico fusil de asalto Galil, versión mejorada del AK-47 ruso? ¿Sus asesores militares y eficientes métodos de tortura? ¿El mesianismo de Benjamin Netanyahu, quien propone erigir el tercer templo sobre la mezquita de Omar?
 
Nunca hubo conflicto árabe-israelí. Lo que hubo y lo que hay es una guerra de conquista impulsada por un Estado que carece de constitución, rige sus leyes con lecturas mañosas de la Biblia, expande sus fronteras ocupando territorios, y educa a los niños en el odio a islámicos y árabes, que se conjuga con el desprecio a los judíos de África, Asia y Medio Oriente (mizrahim).
 
¿Hay diferencias entre Israel y las teocracias de Irán y Arabia Saudita? Aprobado: la democracia. Mas una democracia donde los ciudadanos deben jurar lealtad al Estado judío, resignándose a elegir entre candidatos de izquierda que son de extrema derecha, y los de ultraderecha que son mesiánicos.
 
¿Y el 25 por ciento de la población que no es judía? ¿Terminarán amurallándola como en Cisjordania, o le aguarda la suerte de los palestinos de Gaza, el campo de concentración a cielo abierto más grande del mundo?
 
A los guardianes que en Wall Street cuidan el único templo realmente existente les vale si los observantes de Tel Aviv son humillados como en julio de 2006, cuando la milicia libanesa de Hezbolá obligó al repliegue de su invencible Ejército de Defensa (sic).
 
Conformada por un complejo mosaico nacional, la sociedad israelí ya no sabe cómo evitar la autodestrucción. Y los judíos y no judíos conscientes piensan que la razón triunfará cuando los sionistas dejen de endosar su propio terrorismo armado y verbal a los que luchan contra la ocupación, dándose un Estado auténticamente democrático, laico y generoso con los millones de refugiados palestinos.
 
 ¿Histeria o historia? Frente a las guerras preventivas que en Washington y Tel Aviv los políticos impulsan con más entusiasmo que los militares, la parábola del buen samaritano y las enseñanzas del judío Hillel, maestro de Jesucristo, seguirán siendo necesarias. Y la música de Friedrich Gulda, también.
 
 

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