“¡Que se cumpla!”, el gran desafío con la Ley de Víctimas
Peña Nieto con familiares de desaparecidos
Foto: Germán Canseco
Fue una ruta muy larga la que tuvieron que seguir las víctimas de la lucha de Calderón contra el narco para llegar ese miércoles 9 a la residencia oficial de Los Pinos a la promulgación de la ley que, esperan, consiga materializarse de manera cabal. El camino comenzó cuando Felipe Calderón declaró una guerra que ha costado decenas de miles de vidas, pero no se hizo visible sino hasta abril de 2011, cuando tomó forma el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Pero los promotores de éste aún tienen dudas y tareas pendientes. Ahora se trata de reglamentar la ley y hacer que se cumpla, que aterrice.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Un primer cartel apareció entre el público: “Mi víctima está presente”. Lo sostenía una mano tímida. A un lado, un joven con un gorro de estambre se animó a levantar su iPad para mostrar la foto de su familiar ausente. Lo coló así para evadir el filtro del Estado Mayor Presidencial, acostumbrado a retirar pancartas y todo lo que incomode al presidente.
En la residencia oficial de Los Pinos –ante Enrique Peña Nieto, su gabinete, los congresistas y funcionarios públicos que lo acompañaban en el presídium– poco a poco se hicieron presentes los ejecutados, los levantados, los ausentes por la violencia reciente de México, sostenidos por sus familiares.
Se presentaron primero aislados en aquel letrero de una mamá que se tragaba las lágrimas mientras sostenía en alto la foto de su hijo de 12 años a quien no ha visto desde hace tres; la vista fija en los funcionarios que hablaban del dolor, de su dolor. Estaban en los carteles plastificados con fotos de jóvenes desaparecidos en el norte del país. En las cartulinas que mencionaban a luchadores sociales asesinados. En las lonas con fotos de grupo y signos de interrogación que exigían respuestas.
Desde el presídium, a su nombre, a nombre de los desaparecidos, el poeta Javier Sicilia leyó un poema del uruguayo Mario Benedetti: “Están en algún sitio/ concertados/ desconcertados / sordos, / buscándose / buscándonos / bloqueados por los signos y las dudas / contemplando las verjas de las plazas / los timbres de las puertas / las viejas azoteas / ordenando sus sueños, sus olvidos / quizá convalecientes de su muerte privada”.
Impresa en la pared, la explicación del acto que se celebraba el miércoles 9 en el Salón Adolfo López Mateos de Los Pinos: “Promulgación de la Ley General de Víctimas”.
Primer orador, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong destacó que “las víctimas de los delitos no son cifras. Son historias de dolor, familias agraviadas, vidas rotas por la violencia y el crimen”. Anunció que la ley recién aprobada sufriría modificaciones para ser perfeccionada.
Siguió el turno de Javier Sicilia, el poeta que con su grito de “¡estamos hasta la madre!”, lanzado después de que enterró a su hijo asesinado, animó a las víctimas a salir a las calles, sentar en el banquillo de los acusados al entonces presidente Felipe Calderón y su gabinete, a los legisladores, a los políticos.
La ley que hoy se presenta no debió existir, reflexionó el poeta, es consecuencia de la impunidad y de una guerra que nunca debió suceder. “Reconocemos este gesto, lo saludamos, lo abrazamos, lo celebramos como un consuelo y una esperanza que nos llega en medio de la noche, como un paso hacia la justicia y la paz que necesita la nación”, dijo a Peña Nieto, quien al publicarla cumplió la tarea de su antecesor.
En su turno, como último orador, Peña Nieto reconoció la existencia de “un México lastimado” y dijo: “Hay miles de personas que han padecido los estragos de la violencia; el Estado no puede tener oídos sordos ante las voces de la sociedad”. Anunció entonces mesas de diálogo como ésta.
Para esa hora ya era imposible ocultar lo inocultable. Ya las víctimas se habían descarado con sus pancartas, sus fotos, sus lonas extendidas por la urgencia de justicia.
El camino hasta llegar a este día fue largo. Lo comenzaron los deudos en abril de 2011. Caminaron de Cuernavaca al Distrito Federal, del Distrito Federal a Ciudad Juárez y a Guatemala y de regreso, de Tijuana a Washington.
Aquí, en Los Pinos, los carteles preguntaban por don Trini, el comunero asesinado en Oztula; hasta el fondo del salón pedían esclarecer el asesinato de la corresponsal de Proceso en Veracruz, Regina Martínez; por allá, inquirían por los tres integrantes del Movimiento Ciudadano desaparecidos en Michoacán; más acá por siete jornaleros michoacanos desaparecidos en Coahuila… decenas de casos. Una pequeña muestra de los 25 mil –por lo menos– denunciados el sexenio pasado.
Peña Nieto ofreció oído que escuche y hombro que apoye a los afectados por la delincuencia (no mencionó a los agraviados por agentes del Estado). En el acto las víctimas quedaron en los márgenes, de pie, amontonadas en las orillas del salón, en la periferia, hasta donde no volteó a ver el presidente ni cuando en su discurso saludó a las organizaciones que “durante meses” (dijo meses borrando de un plumazo los años de recorrido) han exigido justicia.
Otro sexenio, otro trato
Con el cambio de gobierno cambiaron las formas.
La última vez que Sicilia tuvo un encuentro con Calderón –en el último de los diálogos, cuando ya habían dejado de sorprender los besos del poeta y las noticias se enfocaban en sus reclamos– antes de ingresar al Castillo de Chapultepec fue sometido a los detectores de metal. En cambio la señora Isabel Miranda de Wallace, la presidenta de una asociación contra el secuestro, la “Madre Coraje” que atrapó a los raptores de su hijo y se alió al calderonismo, pasaba de largo con derecho de picaporte.
Acabado el panismo se invirtieron los papeles. La subsecretaria de Gobernación, Lía Limón, recibió al poeta en la calle y lo condujo al salón López Mateos para que él y su comitiva no hicieran fila ni pasaran por los detectores de armas. Wallace también entró directamente, sin hacer fila, pero sí fue sometida a los arcos, como todo mortal.
En el presídium, desairando la invitación de Enrique Peña Nieto de quedarse a su lado, Sicilia se sentó en un extremo. Él como único representante de las víctimas.
Wallace no aguantó el anonimato entre el público. En su soledad se aferraba a su teléfono celular. No estaban sus antiguos aliados Alejandro Martí ni María Elena Morera, también dirigentes de organizaciones antisecuestro, también favoritos del calderonismo. Wallace se retiró antes del inicio del acto. Prefirió tuitear desde el exterior su postura contraria a la ley que se presentaba. Su aliado Samuel González repitió a quien lo saludaba que era inconstitucional lo aprobado.
Presente el funcionariado con la responsabilidad de resolver las deudas del anterior y las que se acumulan este sexenio, decir algo por esas ausencias, dar respuesta al “¿dónde está mi hijo?, ¿quién mató a mi papá?, ¿por qué no los han atrapado?”
Presente Murillo Karam, quien como legislador fue el principal promotor de la nueva ley, durante el periodo de transición acordó con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad la reingeniería a la que aquélla será sometida estos días para que sea funcional y que como procurador general de la República está obligado a acatar, garantizando el cumplimiento del derecho de las víctimas a la verdad y a la justicia.
Presente Rubén Moreira, el gobernador de Coahuila que admitió que en su entidad, en tiempos en que fue gobernada por su hermano, desaparecieron al menos mil 600 personas (varias de ellas presentes en la sala, con su retrato). Cuando eso ocurría él presidía la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados.
Presente el titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Raúl Plascencia, un organismo dedicado simplemente a generar estadísticas sobre las desapariciones y emitir recomendaciones aisladas.
Limón, la excalderonista que rompió con el PAN y es ahora aliada de Peña Nieto, designada subsecretaria de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos. Ella detrás del presidente tomando nota de los casos, recibiendo las peticiones de las víctimas, convocando a defensores de derechos humanos a reunirse.
Sara Irene Herrerías, titular de Províctima, en silencio, sin reflectores, en esa incertidumbre de quien se sabe en la cuerda floja porque la ley desmantela la procuraduría social, sin recursos, inventada por Calderón como parche para atender a las víctimas y la sustituye por un sistema más complejo. Hasta el último momento ella pedía que se salvara del naufragio a Províctima para que las víctimas no tengan que tocar muchas ventanillas a fin de recibir atención.
Peña Nieto se despide, las familias se levantan, le tienden una emboscada, se acuerpan como embudo, se aglutinan para darle la carpeta con el caso, el volante con las características del hijo desaparecido, el grito desesperado para que los atienda.
“Señor presidente, mi hijo desapareció hace tres años”. Él con sonrisa impostada, incómodo, como perdido, sin guión, sólo atina a hacer preguntas, a veces da un abrazo en el intento de ser empático. Los gritos de auxilio lo cercan, contesta con esbozos de respuesta.
“–Mi hijo tiene tres años desaparecido.
“–Va a ser a través de la Subsecretaría. Con el sistema vamos a atenderla.
“–Yo vengo de Oaxaca.
“–Vamos a ver qué ha pasado.
“–Aquí el inepto es el Poder Judicial, ¿qué pasó, por qué no vino?
“–Bueno, es un problema que tiene que ver con el Ejecutivo y el Legislativo la publicación de una ley.
“–Ésta es mi hija, véala, no olvide su nombre.
“–Con Lía, si es tan amable.
“–Le dejo esto.
“–Ya me leyeron varias.
“–Mi esposo está desaparecido.
“–¿Desapareció?, ¿hace cuánto?
“–Muchas gracias por haber publicado la ley.
“–Ya quedó la palabra cumplida.
“–Necesitamos una fiscalía especial para los desaparecidos, por favor, por favor.
“–El sistema de víctimas ahí va a estar, está a la vanguardia.
“–Usted no es michoacano pero usted sí tiene palabra.
“–Tengo pendiente ir a Michoacán.
“–Tenemos esperanzas con usted; el mío desapareció en Nuevo León.
“–Usted sí conoce a la subsecretaria, llámele a ella.
“–Por favor, por favor, ayuda, búsquelos, por favor, aquí le dejo los datos en este fólder.
“–Vamos a buscar que el sistema tenga la capacidad.
“–Mis hijos son cuatro que están desaparecidos, hijos de mi sangre, de mi corazón.
“–¿Cuatro?, ¿estaban juntos?
“–Espero que se grabe los rostros de todos nuestros hijos y los vea en los rostros de sus hijos.
“–Dios la bendiga, señora.”
Los desaparecidos desfilan frente a su rostro. Cuando Peña Nieto está cerca de la puerta y saluda a políticos, las familias toman el templete, improvisan un mitin, corean las arengas que se acostumbraron a gritar durante el calderonato: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¿dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”. El grito de las víctimas pidiendo al Estado que funcione.
“Tenemos que ver hechos”
Los integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad se suben a los autobuses en los que llegaron a Los Pinos. Festivos, van intercambiando comentarios. Una mujer, madre de un niño desaparecido, expresa: “Todos hablaron bonito, pero tenemos que ver hechos”.
Pasan frente a la Estela de Luz, el que ha sido bautizado por Sicilia como “el monumento a la ignominia”, el símbolo de la corrupción sexenal, ése que está en la mira del Movimiento para resignificarlo y convertirlo en Memorial de las Víctimas de la Violencia. A unos metros está el Campo Marte, que oculta el memorial despreciado por el Movimiento, inacabado, con placas oxidadas, que Calderón nunca se atrevió a inaugurar.
Víctimas, acompañantes y asesores comen juntos en una fonda de la colonia Roma donde el menú cuesta 55 pesos. Ahí están las madres y padres con hijos desaparecidos que han recorrido el país en las caravanas que lograron que las “bajas colaterales” de Calderón tuvieran nombres, rostros e historias.
En la mesa intercambian impresiones del evento, los gestos de los funcionarios, quién se coló, quién se quedó afuera, qué preguntaron los periodistas y alguien suelta el chisme de que la senadora panista Rosi Orozco envió a una representante para reclamar que no fue invitada.
El celular de Sicilia no deja de sonar. En las entrevistas repite que el camino no se ha terminado, que pelearán por un verdadero memorial que tenga los nombres de las víctimas y recuerde lo que ha ocurrido en México estos años; que falta encarnar la ley con reglamentación y un presupuesto y personal que alcance.
Una vecina lo reconoce, se acerca y le dice: “Me da mucho gusto que la ley haya pasado como usted la aprobó. ¡Felicidades!”
“Ojalá en lugar de que tuviéramos ley tuviéramos justicia”, repetirá él.
Los detractores de la ley –Martí, Wallace– comienzan a divulgar a través de Twitter que la ley aprobada es inconstitucional, que ya existen instancias para atender a las víctimas, que se requerirá un enorme presupuesto, que podría ser una decepción más.
Durante la comida, Ana María Maldonado, defeña con un hijo desaparecido, se sorprende porque la ley implica la muerte de Províctima.
–¿Y las personas que teníamos terapia y ayuda de abogado en Províctima, qué? –pregunta nerviosa.
–No se preocupe. Existirá un sistema de atención a víctimas que dará servicios –dice el abogado Julio Hernández, coautor de la ley y cuñado de Sicilia, quien comienza una larga explicación acerca de cómo operará la nueva estructura.
Los redactores de la ley comienzan a calcular el tiempo que tardará ésta en encarnarse; unos ocho meses, casi lo que tarda en gestarse un bebé. Destacan el compromiso mostrado por Murillo Karam en todo el proceso.
La exdiputada Eliana García, quien asesoró al Movimiento en el cabildeo de la ley, de la que también es coautora, dice sonriendo: “Ten la certeza de que no vamos a dejar que se quede sin reglamentar. Ahí vamos a estar”.
Propuesta de Memorial
Después de tomarse las fotografías del recuerdo los tres poetas (Sicilia, Jorge González de León y Eduardo Vázquez Martín), actuales voceros del Movimiento, piden un café en un local contiguo. Sentados en sillones forrados en vinil comienzan a platicar del logro del Movimiento surgido en abril de 2011 de sacar de la invisibilidad a las víctimas que eran negadas.
Surge la pregunta de qué le dijo a solas Peña Nieto a Sicilia.
“Que quería mantener buena interlocución con el Movimiento y que le está tentando mucho la propuesta de convertir la Estela de Luz en Memorial a las Víctimas, aunque la propuesta la veía difícil”, responde el aludido.
“¿Te imaginas? Sería una ruptura con el sexenio anterior, es volver a darle una significación, convertirla en un lugar dedicado a la justicia y a la paz, a eso que no tiene rostro, que es un monumento a la ignominia. Vale la pena correr el riesgo aunque haya quien se oponga.”
Señala que el memorial que Calderón no se atrevió a inaugurar parece un monumento a la fosa común, al ausente sin rostro, que parece en ruinas, sucio, oxidado en sus placas metálicas, sin los nombres de las víctimas, lo cual contrasta con el que fue erigido también en el Campo Marte para conmemorar a los soldados caídos en batalla, éste de mármol blanco, con nombres grabados en las paredes, limpio, custodiado todo el día.
“Quedó igual que como se hizo, de espaldas al Movimiento, sin consenso, sin jurado, apresurado, un memorial espantoso”, dice. González de León agrega: “Es una metáfora del sexenio pasado”.
Entre tragos de café y las entrevistas telefónicas Sicilia comienza a plantear en voz alta las dudas que mastica desde hace meses. “¿Cómo nos vamos a perdonar? ¿Qué vamos a hacer con todos los sicarios, cómo los vamos a reinsertar a la sociedad? Ellos son víctimas también”.
Habla de los procesos en Sudáfrica, en Sierra Leona. Habla de la filtración de las mafias en la médula de las instituciones. Menciona que se requiere la refundación del Estado, que el problema es complicado y con una ley no se resuelve.
Al rato se ríen imaginando qué hubiera sido de Sicilia si hubiera aceptado la invitación de Andrés Manuel López Obrador de hacerse diputado. Divertido, el poeta dice que su fuerza ha residido en mantenerse alejado de los partidos políticos y no dejarse devorar por el sistema. Habla del Movimiento como una forma de democracia distinta, como el EZLN y el #YoSoy132 en México, o los occupy y los indignados a escala mundial.
No se dan tiempo para el festejo. Los poetas plantean los riesgos que ven tras la aprobación de la ley. Comienza Vázquez: “La guerra no se va a terminar por decreto, creando una percepción de que existe seguridad, porque esa es otra forma en la que se puede renovar la invisibilidad de las víctimas”.
Sicilia agrega: “Es otra forma de hacer lo que hizo Calderón, de no verlas, al llamarlas ‘bajas colaterales’. Decir que con la ley ya se acabó el problema es llevarlas a un piso peor: ‘Ya no existen porque ya hay ley’. Eso sería peligrosísimo, no lo vamos a permitir. No se logra por decreto, es un proceso largo, doloroso”.
Señala que los siguientes pasos a dar serán vigilar la reglamentación de la ley y la creación de todo el sistema de atención a víctimas, la construcción del memorial, los procesos de reconciliación. Todo bajo una condicionante: “Sin justicia real no hay reconciliación”.
González de León acota: “Me preocupa del discurso de Peña Nieto la insistencia de que hay un nuevo orden, un nuevo México”.
“Un nuevo orden no se puede crear de la noche a la mañana”, coincide Sicilia.
Vázquez señala que un punto a favor del nuevo gobierno es que comenzó a hablar del cambio de estrategia. Pero señala que aunque Peña Nieto pida que se difundan noticias buenas sobre México, sería peligroso que se maquille la existencia de la violencia pues las verdaderas noticias que indicarían que la paz se acerca es que el nuevo gobierno encontrara personas desaparecidas, arrestara a culpables de homicidios y desapariciones, condenara a torturadores, limpiara la corrupción de las procuradurías.
“Esas son noticias de paz y no que se deje de hablar del tema”, dice.
González de León recuerda que en lo que va del sexenio peñista han ocurrido más de mil asesinatos que no se pueden esconder.
“Es muy importante que no se quiera invisibilizar a las víctimas; si no se ve el dolor, se convierte en abstracción”, dice Sicilia.
¿Qué sigue para el Movimiento? Para responder a la pregunta mencionan un próximo encuentro en el que evaluarán cómo mantendrán la interlocución con el nuevo gobierno y cómo construirán una agenda entre organizaciones de México y Estados Unidos, pues ambas sociedades son afectadas por la venta indiscriminada de armas, el tráfico ilegal de drogas y el lavado de dinero.
“Es muy difícil decir qué sigue. Esto lo he vivido casi día tras día. Somos poetas y cuando escribes un poema primero tienes dos o tres intuiciones y a partir de ahí lo vas escribiendo. En el Movimiento hay un proceso de organización hacia abajo, muy horizontal, que va a marcar un ritmo distinto y una perspectiva y objetivos claros, diferentes”.
Peña Nieto con familiares de desaparecidos
Foto: Germán Canseco
Foto: Germán Canseco
Fue una ruta muy larga la que tuvieron que seguir las víctimas de la lucha de Calderón contra el narco para llegar ese miércoles 9 a la residencia oficial de Los Pinos a la promulgación de la ley que, esperan, consiga materializarse de manera cabal. El camino comenzó cuando Felipe Calderón declaró una guerra que ha costado decenas de miles de vidas, pero no se hizo visible sino hasta abril de 2011, cuando tomó forma el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Pero los promotores de éste aún tienen dudas y tareas pendientes. Ahora se trata de reglamentar la ley y hacer que se cumpla, que aterrice.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Un primer cartel apareció entre el público: “Mi víctima está presente”. Lo sostenía una mano tímida. A un lado, un joven con un gorro de estambre se animó a levantar su iPad para mostrar la foto de su familiar ausente. Lo coló así para evadir el filtro del Estado Mayor Presidencial, acostumbrado a retirar pancartas y todo lo que incomode al presidente.
En la residencia oficial de Los Pinos –ante Enrique Peña Nieto, su gabinete, los congresistas y funcionarios públicos que lo acompañaban en el presídium– poco a poco se hicieron presentes los ejecutados, los levantados, los ausentes por la violencia reciente de México, sostenidos por sus familiares.
Se presentaron primero aislados en aquel letrero de una mamá que se tragaba las lágrimas mientras sostenía en alto la foto de su hijo de 12 años a quien no ha visto desde hace tres; la vista fija en los funcionarios que hablaban del dolor, de su dolor. Estaban en los carteles plastificados con fotos de jóvenes desaparecidos en el norte del país. En las cartulinas que mencionaban a luchadores sociales asesinados. En las lonas con fotos de grupo y signos de interrogación que exigían respuestas.
Desde el presídium, a su nombre, a nombre de los desaparecidos, el poeta Javier Sicilia leyó un poema del uruguayo Mario Benedetti: “Están en algún sitio/ concertados/ desconcertados / sordos, / buscándose / buscándonos / bloqueados por los signos y las dudas / contemplando las verjas de las plazas / los timbres de las puertas / las viejas azoteas / ordenando sus sueños, sus olvidos / quizá convalecientes de su muerte privada”.
Impresa en la pared, la explicación del acto que se celebraba el miércoles 9 en el Salón Adolfo López Mateos de Los Pinos: “Promulgación de la Ley General de Víctimas”.
Primer orador, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong destacó que “las víctimas de los delitos no son cifras. Son historias de dolor, familias agraviadas, vidas rotas por la violencia y el crimen”. Anunció que la ley recién aprobada sufriría modificaciones para ser perfeccionada.
Siguió el turno de Javier Sicilia, el poeta que con su grito de “¡estamos hasta la madre!”, lanzado después de que enterró a su hijo asesinado, animó a las víctimas a salir a las calles, sentar en el banquillo de los acusados al entonces presidente Felipe Calderón y su gabinete, a los legisladores, a los políticos.
La ley que hoy se presenta no debió existir, reflexionó el poeta, es consecuencia de la impunidad y de una guerra que nunca debió suceder. “Reconocemos este gesto, lo saludamos, lo abrazamos, lo celebramos como un consuelo y una esperanza que nos llega en medio de la noche, como un paso hacia la justicia y la paz que necesita la nación”, dijo a Peña Nieto, quien al publicarla cumplió la tarea de su antecesor.
En su turno, como último orador, Peña Nieto reconoció la existencia de “un México lastimado” y dijo: “Hay miles de personas que han padecido los estragos de la violencia; el Estado no puede tener oídos sordos ante las voces de la sociedad”. Anunció entonces mesas de diálogo como ésta.
Para esa hora ya era imposible ocultar lo inocultable. Ya las víctimas se habían descarado con sus pancartas, sus fotos, sus lonas extendidas por la urgencia de justicia.
El camino hasta llegar a este día fue largo. Lo comenzaron los deudos en abril de 2011. Caminaron de Cuernavaca al Distrito Federal, del Distrito Federal a Ciudad Juárez y a Guatemala y de regreso, de Tijuana a Washington.
Aquí, en Los Pinos, los carteles preguntaban por don Trini, el comunero asesinado en Oztula; hasta el fondo del salón pedían esclarecer el asesinato de la corresponsal de Proceso en Veracruz, Regina Martínez; por allá, inquirían por los tres integrantes del Movimiento Ciudadano desaparecidos en Michoacán; más acá por siete jornaleros michoacanos desaparecidos en Coahuila… decenas de casos. Una pequeña muestra de los 25 mil –por lo menos– denunciados el sexenio pasado.
Peña Nieto ofreció oído que escuche y hombro que apoye a los afectados por la delincuencia (no mencionó a los agraviados por agentes del Estado). En el acto las víctimas quedaron en los márgenes, de pie, amontonadas en las orillas del salón, en la periferia, hasta donde no volteó a ver el presidente ni cuando en su discurso saludó a las organizaciones que “durante meses” (dijo meses borrando de un plumazo los años de recorrido) han exigido justicia.
Otro sexenio, otro trato
Con el cambio de gobierno cambiaron las formas.
La última vez que Sicilia tuvo un encuentro con Calderón –en el último de los diálogos, cuando ya habían dejado de sorprender los besos del poeta y las noticias se enfocaban en sus reclamos– antes de ingresar al Castillo de Chapultepec fue sometido a los detectores de metal. En cambio la señora Isabel Miranda de Wallace, la presidenta de una asociación contra el secuestro, la “Madre Coraje” que atrapó a los raptores de su hijo y se alió al calderonismo, pasaba de largo con derecho de picaporte.
Acabado el panismo se invirtieron los papeles. La subsecretaria de Gobernación, Lía Limón, recibió al poeta en la calle y lo condujo al salón López Mateos para que él y su comitiva no hicieran fila ni pasaran por los detectores de armas. Wallace también entró directamente, sin hacer fila, pero sí fue sometida a los arcos, como todo mortal.
En el presídium, desairando la invitación de Enrique Peña Nieto de quedarse a su lado, Sicilia se sentó en un extremo. Él como único representante de las víctimas.
Wallace no aguantó el anonimato entre el público. En su soledad se aferraba a su teléfono celular. No estaban sus antiguos aliados Alejandro Martí ni María Elena Morera, también dirigentes de organizaciones antisecuestro, también favoritos del calderonismo. Wallace se retiró antes del inicio del acto. Prefirió tuitear desde el exterior su postura contraria a la ley que se presentaba. Su aliado Samuel González repitió a quien lo saludaba que era inconstitucional lo aprobado.
Presente el funcionariado con la responsabilidad de resolver las deudas del anterior y las que se acumulan este sexenio, decir algo por esas ausencias, dar respuesta al “¿dónde está mi hijo?, ¿quién mató a mi papá?, ¿por qué no los han atrapado?”
Presente Murillo Karam, quien como legislador fue el principal promotor de la nueva ley, durante el periodo de transición acordó con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad la reingeniería a la que aquélla será sometida estos días para que sea funcional y que como procurador general de la República está obligado a acatar, garantizando el cumplimiento del derecho de las víctimas a la verdad y a la justicia.
Presente Rubén Moreira, el gobernador de Coahuila que admitió que en su entidad, en tiempos en que fue gobernada por su hermano, desaparecieron al menos mil 600 personas (varias de ellas presentes en la sala, con su retrato). Cuando eso ocurría él presidía la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados.
Presente el titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Raúl Plascencia, un organismo dedicado simplemente a generar estadísticas sobre las desapariciones y emitir recomendaciones aisladas.
Limón, la excalderonista que rompió con el PAN y es ahora aliada de Peña Nieto, designada subsecretaria de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos. Ella detrás del presidente tomando nota de los casos, recibiendo las peticiones de las víctimas, convocando a defensores de derechos humanos a reunirse.
Sara Irene Herrerías, titular de Províctima, en silencio, sin reflectores, en esa incertidumbre de quien se sabe en la cuerda floja porque la ley desmantela la procuraduría social, sin recursos, inventada por Calderón como parche para atender a las víctimas y la sustituye por un sistema más complejo. Hasta el último momento ella pedía que se salvara del naufragio a Províctima para que las víctimas no tengan que tocar muchas ventanillas a fin de recibir atención.
Peña Nieto se despide, las familias se levantan, le tienden una emboscada, se acuerpan como embudo, se aglutinan para darle la carpeta con el caso, el volante con las características del hijo desaparecido, el grito desesperado para que los atienda.
“Señor presidente, mi hijo desapareció hace tres años”. Él con sonrisa impostada, incómodo, como perdido, sin guión, sólo atina a hacer preguntas, a veces da un abrazo en el intento de ser empático. Los gritos de auxilio lo cercan, contesta con esbozos de respuesta.
“–Mi hijo tiene tres años desaparecido.
“–Va a ser a través de la Subsecretaría. Con el sistema vamos a atenderla.
“–Yo vengo de Oaxaca.
“–Vamos a ver qué ha pasado.
“–Aquí el inepto es el Poder Judicial, ¿qué pasó, por qué no vino?
“–Bueno, es un problema que tiene que ver con el Ejecutivo y el Legislativo la publicación de una ley.
“–Ésta es mi hija, véala, no olvide su nombre.
“–Con Lía, si es tan amable.
“–Le dejo esto.
“–Ya me leyeron varias.
“–Mi esposo está desaparecido.
“–¿Desapareció?, ¿hace cuánto?
“–Muchas gracias por haber publicado la ley.
“–Ya quedó la palabra cumplida.
“–Necesitamos una fiscalía especial para los desaparecidos, por favor, por favor.
“–El sistema de víctimas ahí va a estar, está a la vanguardia.
“–Usted no es michoacano pero usted sí tiene palabra.
“–Tengo pendiente ir a Michoacán.
“–Tenemos esperanzas con usted; el mío desapareció en Nuevo León.
“–Usted sí conoce a la subsecretaria, llámele a ella.
“–Por favor, por favor, ayuda, búsquelos, por favor, aquí le dejo los datos en este fólder.
“–Vamos a buscar que el sistema tenga la capacidad.
“–Mis hijos son cuatro que están desaparecidos, hijos de mi sangre, de mi corazón.
“–¿Cuatro?, ¿estaban juntos?
“–Espero que se grabe los rostros de todos nuestros hijos y los vea en los rostros de sus hijos.
“–Dios la bendiga, señora.”
Los desaparecidos desfilan frente a su rostro. Cuando Peña Nieto está cerca de la puerta y saluda a políticos, las familias toman el templete, improvisan un mitin, corean las arengas que se acostumbraron a gritar durante el calderonato: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¿dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”. El grito de las víctimas pidiendo al Estado que funcione.
“Tenemos que ver hechos”
Los integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad se suben a los autobuses en los que llegaron a Los Pinos. Festivos, van intercambiando comentarios. Una mujer, madre de un niño desaparecido, expresa: “Todos hablaron bonito, pero tenemos que ver hechos”.
Pasan frente a la Estela de Luz, el que ha sido bautizado por Sicilia como “el monumento a la ignominia”, el símbolo de la corrupción sexenal, ése que está en la mira del Movimiento para resignificarlo y convertirlo en Memorial de las Víctimas de la Violencia. A unos metros está el Campo Marte, que oculta el memorial despreciado por el Movimiento, inacabado, con placas oxidadas, que Calderón nunca se atrevió a inaugurar.
Víctimas, acompañantes y asesores comen juntos en una fonda de la colonia Roma donde el menú cuesta 55 pesos. Ahí están las madres y padres con hijos desaparecidos que han recorrido el país en las caravanas que lograron que las “bajas colaterales” de Calderón tuvieran nombres, rostros e historias.
En la mesa intercambian impresiones del evento, los gestos de los funcionarios, quién se coló, quién se quedó afuera, qué preguntaron los periodistas y alguien suelta el chisme de que la senadora panista Rosi Orozco envió a una representante para reclamar que no fue invitada.
El celular de Sicilia no deja de sonar. En las entrevistas repite que el camino no se ha terminado, que pelearán por un verdadero memorial que tenga los nombres de las víctimas y recuerde lo que ha ocurrido en México estos años; que falta encarnar la ley con reglamentación y un presupuesto y personal que alcance.
Una vecina lo reconoce, se acerca y le dice: “Me da mucho gusto que la ley haya pasado como usted la aprobó. ¡Felicidades!”
“Ojalá en lugar de que tuviéramos ley tuviéramos justicia”, repetirá él.
Los detractores de la ley –Martí, Wallace– comienzan a divulgar a través de Twitter que la ley aprobada es inconstitucional, que ya existen instancias para atender a las víctimas, que se requerirá un enorme presupuesto, que podría ser una decepción más.
Durante la comida, Ana María Maldonado, defeña con un hijo desaparecido, se sorprende porque la ley implica la muerte de Províctima.
–¿Y las personas que teníamos terapia y ayuda de abogado en Províctima, qué? –pregunta nerviosa.
–No se preocupe. Existirá un sistema de atención a víctimas que dará servicios –dice el abogado Julio Hernández, coautor de la ley y cuñado de Sicilia, quien comienza una larga explicación acerca de cómo operará la nueva estructura.
Los redactores de la ley comienzan a calcular el tiempo que tardará ésta en encarnarse; unos ocho meses, casi lo que tarda en gestarse un bebé. Destacan el compromiso mostrado por Murillo Karam en todo el proceso.
La exdiputada Eliana García, quien asesoró al Movimiento en el cabildeo de la ley, de la que también es coautora, dice sonriendo: “Ten la certeza de que no vamos a dejar que se quede sin reglamentar. Ahí vamos a estar”.
Propuesta de Memorial
Después de tomarse las fotografías del recuerdo los tres poetas (Sicilia, Jorge González de León y Eduardo Vázquez Martín), actuales voceros del Movimiento, piden un café en un local contiguo. Sentados en sillones forrados en vinil comienzan a platicar del logro del Movimiento surgido en abril de 2011 de sacar de la invisibilidad a las víctimas que eran negadas.
Surge la pregunta de qué le dijo a solas Peña Nieto a Sicilia.
“Que quería mantener buena interlocución con el Movimiento y que le está tentando mucho la propuesta de convertir la Estela de Luz en Memorial a las Víctimas, aunque la propuesta la veía difícil”, responde el aludido.
“¿Te imaginas? Sería una ruptura con el sexenio anterior, es volver a darle una significación, convertirla en un lugar dedicado a la justicia y a la paz, a eso que no tiene rostro, que es un monumento a la ignominia. Vale la pena correr el riesgo aunque haya quien se oponga.”
Señala que el memorial que Calderón no se atrevió a inaugurar parece un monumento a la fosa común, al ausente sin rostro, que parece en ruinas, sucio, oxidado en sus placas metálicas, sin los nombres de las víctimas, lo cual contrasta con el que fue erigido también en el Campo Marte para conmemorar a los soldados caídos en batalla, éste de mármol blanco, con nombres grabados en las paredes, limpio, custodiado todo el día.
“Quedó igual que como se hizo, de espaldas al Movimiento, sin consenso, sin jurado, apresurado, un memorial espantoso”, dice. González de León agrega: “Es una metáfora del sexenio pasado”.
Entre tragos de café y las entrevistas telefónicas Sicilia comienza a plantear en voz alta las dudas que mastica desde hace meses. “¿Cómo nos vamos a perdonar? ¿Qué vamos a hacer con todos los sicarios, cómo los vamos a reinsertar a la sociedad? Ellos son víctimas también”.
Habla de los procesos en Sudáfrica, en Sierra Leona. Habla de la filtración de las mafias en la médula de las instituciones. Menciona que se requiere la refundación del Estado, que el problema es complicado y con una ley no se resuelve.
Al rato se ríen imaginando qué hubiera sido de Sicilia si hubiera aceptado la invitación de Andrés Manuel López Obrador de hacerse diputado. Divertido, el poeta dice que su fuerza ha residido en mantenerse alejado de los partidos políticos y no dejarse devorar por el sistema. Habla del Movimiento como una forma de democracia distinta, como el EZLN y el #YoSoy132 en México, o los occupy y los indignados a escala mundial.
No se dan tiempo para el festejo. Los poetas plantean los riesgos que ven tras la aprobación de la ley. Comienza Vázquez: “La guerra no se va a terminar por decreto, creando una percepción de que existe seguridad, porque esa es otra forma en la que se puede renovar la invisibilidad de las víctimas”.
Sicilia agrega: “Es otra forma de hacer lo que hizo Calderón, de no verlas, al llamarlas ‘bajas colaterales’. Decir que con la ley ya se acabó el problema es llevarlas a un piso peor: ‘Ya no existen porque ya hay ley’. Eso sería peligrosísimo, no lo vamos a permitir. No se logra por decreto, es un proceso largo, doloroso”.
Señala que los siguientes pasos a dar serán vigilar la reglamentación de la ley y la creación de todo el sistema de atención a víctimas, la construcción del memorial, los procesos de reconciliación. Todo bajo una condicionante: “Sin justicia real no hay reconciliación”.
González de León acota: “Me preocupa del discurso de Peña Nieto la insistencia de que hay un nuevo orden, un nuevo México”.
“Un nuevo orden no se puede crear de la noche a la mañana”, coincide Sicilia.
Vázquez señala que un punto a favor del nuevo gobierno es que comenzó a hablar del cambio de estrategia. Pero señala que aunque Peña Nieto pida que se difundan noticias buenas sobre México, sería peligroso que se maquille la existencia de la violencia pues las verdaderas noticias que indicarían que la paz se acerca es que el nuevo gobierno encontrara personas desaparecidas, arrestara a culpables de homicidios y desapariciones, condenara a torturadores, limpiara la corrupción de las procuradurías.
“Esas son noticias de paz y no que se deje de hablar del tema”, dice.
González de León recuerda que en lo que va del sexenio peñista han ocurrido más de mil asesinatos que no se pueden esconder.
“Es muy importante que no se quiera invisibilizar a las víctimas; si no se ve el dolor, se convierte en abstracción”, dice Sicilia.
¿Qué sigue para el Movimiento? Para responder a la pregunta mencionan un próximo encuentro en el que evaluarán cómo mantendrán la interlocución con el nuevo gobierno y cómo construirán una agenda entre organizaciones de México y Estados Unidos, pues ambas sociedades son afectadas por la venta indiscriminada de armas, el tráfico ilegal de drogas y el lavado de dinero.
“Es muy difícil decir qué sigue. Esto lo he vivido casi día tras día. Somos poetas y cuando escribes un poema primero tienes dos o tres intuiciones y a partir de ahí lo vas escribiendo. En el Movimiento hay un proceso de organización hacia abajo, muy horizontal, que va a marcar un ritmo distinto y una perspectiva y objetivos claros, diferentes”.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Un primer cartel apareció entre el público: “Mi víctima está presente”. Lo sostenía una mano tímida. A un lado, un joven con un gorro de estambre se animó a levantar su iPad para mostrar la foto de su familiar ausente. Lo coló así para evadir el filtro del Estado Mayor Presidencial, acostumbrado a retirar pancartas y todo lo que incomode al presidente.
En la residencia oficial de Los Pinos –ante Enrique Peña Nieto, su gabinete, los congresistas y funcionarios públicos que lo acompañaban en el presídium– poco a poco se hicieron presentes los ejecutados, los levantados, los ausentes por la violencia reciente de México, sostenidos por sus familiares.
Se presentaron primero aislados en aquel letrero de una mamá que se tragaba las lágrimas mientras sostenía en alto la foto de su hijo de 12 años a quien no ha visto desde hace tres; la vista fija en los funcionarios que hablaban del dolor, de su dolor. Estaban en los carteles plastificados con fotos de jóvenes desaparecidos en el norte del país. En las cartulinas que mencionaban a luchadores sociales asesinados. En las lonas con fotos de grupo y signos de interrogación que exigían respuestas.
Desde el presídium, a su nombre, a nombre de los desaparecidos, el poeta Javier Sicilia leyó un poema del uruguayo Mario Benedetti: “Están en algún sitio/ concertados/ desconcertados / sordos, / buscándose / buscándonos / bloqueados por los signos y las dudas / contemplando las verjas de las plazas / los timbres de las puertas / las viejas azoteas / ordenando sus sueños, sus olvidos / quizá convalecientes de su muerte privada”.
Impresa en la pared, la explicación del acto que se celebraba el miércoles 9 en el Salón Adolfo López Mateos de Los Pinos: “Promulgación de la Ley General de Víctimas”.
Primer orador, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong destacó que “las víctimas de los delitos no son cifras. Son historias de dolor, familias agraviadas, vidas rotas por la violencia y el crimen”. Anunció que la ley recién aprobada sufriría modificaciones para ser perfeccionada.
Siguió el turno de Javier Sicilia, el poeta que con su grito de “¡estamos hasta la madre!”, lanzado después de que enterró a su hijo asesinado, animó a las víctimas a salir a las calles, sentar en el banquillo de los acusados al entonces presidente Felipe Calderón y su gabinete, a los legisladores, a los políticos.
La ley que hoy se presenta no debió existir, reflexionó el poeta, es consecuencia de la impunidad y de una guerra que nunca debió suceder. “Reconocemos este gesto, lo saludamos, lo abrazamos, lo celebramos como un consuelo y una esperanza que nos llega en medio de la noche, como un paso hacia la justicia y la paz que necesita la nación”, dijo a Peña Nieto, quien al publicarla cumplió la tarea de su antecesor.
En su turno, como último orador, Peña Nieto reconoció la existencia de “un México lastimado” y dijo: “Hay miles de personas que han padecido los estragos de la violencia; el Estado no puede tener oídos sordos ante las voces de la sociedad”. Anunció entonces mesas de diálogo como ésta.
Para esa hora ya era imposible ocultar lo inocultable. Ya las víctimas se habían descarado con sus pancartas, sus fotos, sus lonas extendidas por la urgencia de justicia.
El camino hasta llegar a este día fue largo. Lo comenzaron los deudos en abril de 2011. Caminaron de Cuernavaca al Distrito Federal, del Distrito Federal a Ciudad Juárez y a Guatemala y de regreso, de Tijuana a Washington.
Aquí, en Los Pinos, los carteles preguntaban por don Trini, el comunero asesinado en Oztula; hasta el fondo del salón pedían esclarecer el asesinato de la corresponsal de Proceso en Veracruz, Regina Martínez; por allá, inquirían por los tres integrantes del Movimiento Ciudadano desaparecidos en Michoacán; más acá por siete jornaleros michoacanos desaparecidos en Coahuila… decenas de casos. Una pequeña muestra de los 25 mil –por lo menos– denunciados el sexenio pasado.
Peña Nieto ofreció oído que escuche y hombro que apoye a los afectados por la delincuencia (no mencionó a los agraviados por agentes del Estado). En el acto las víctimas quedaron en los márgenes, de pie, amontonadas en las orillas del salón, en la periferia, hasta donde no volteó a ver el presidente ni cuando en su discurso saludó a las organizaciones que “durante meses” (dijo meses borrando de un plumazo los años de recorrido) han exigido justicia.
Otro sexenio, otro trato
Con el cambio de gobierno cambiaron las formas.
La última vez que Sicilia tuvo un encuentro con Calderón –en el último de los diálogos, cuando ya habían dejado de sorprender los besos del poeta y las noticias se enfocaban en sus reclamos– antes de ingresar al Castillo de Chapultepec fue sometido a los detectores de metal. En cambio la señora Isabel Miranda de Wallace, la presidenta de una asociación contra el secuestro, la “Madre Coraje” que atrapó a los raptores de su hijo y se alió al calderonismo, pasaba de largo con derecho de picaporte.
Acabado el panismo se invirtieron los papeles. La subsecretaria de Gobernación, Lía Limón, recibió al poeta en la calle y lo condujo al salón López Mateos para que él y su comitiva no hicieran fila ni pasaran por los detectores de armas. Wallace también entró directamente, sin hacer fila, pero sí fue sometida a los arcos, como todo mortal.
En el presídium, desairando la invitación de Enrique Peña Nieto de quedarse a su lado, Sicilia se sentó en un extremo. Él como único representante de las víctimas.
Wallace no aguantó el anonimato entre el público. En su soledad se aferraba a su teléfono celular. No estaban sus antiguos aliados Alejandro Martí ni María Elena Morera, también dirigentes de organizaciones antisecuestro, también favoritos del calderonismo. Wallace se retiró antes del inicio del acto. Prefirió tuitear desde el exterior su postura contraria a la ley que se presentaba. Su aliado Samuel González repitió a quien lo saludaba que era inconstitucional lo aprobado.
Presente el funcionariado con la responsabilidad de resolver las deudas del anterior y las que se acumulan este sexenio, decir algo por esas ausencias, dar respuesta al “¿dónde está mi hijo?, ¿quién mató a mi papá?, ¿por qué no los han atrapado?”
Presente Murillo Karam, quien como legislador fue el principal promotor de la nueva ley, durante el periodo de transición acordó con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad la reingeniería a la que aquélla será sometida estos días para que sea funcional y que como procurador general de la República está obligado a acatar, garantizando el cumplimiento del derecho de las víctimas a la verdad y a la justicia.
Presente Rubén Moreira, el gobernador de Coahuila que admitió que en su entidad, en tiempos en que fue gobernada por su hermano, desaparecieron al menos mil 600 personas (varias de ellas presentes en la sala, con su retrato). Cuando eso ocurría él presidía la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados.
Presente el titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Raúl Plascencia, un organismo dedicado simplemente a generar estadísticas sobre las desapariciones y emitir recomendaciones aisladas.
Limón, la excalderonista que rompió con el PAN y es ahora aliada de Peña Nieto, designada subsecretaria de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos. Ella detrás del presidente tomando nota de los casos, recibiendo las peticiones de las víctimas, convocando a defensores de derechos humanos a reunirse.
Sara Irene Herrerías, titular de Províctima, en silencio, sin reflectores, en esa incertidumbre de quien se sabe en la cuerda floja porque la ley desmantela la procuraduría social, sin recursos, inventada por Calderón como parche para atender a las víctimas y la sustituye por un sistema más complejo. Hasta el último momento ella pedía que se salvara del naufragio a Províctima para que las víctimas no tengan que tocar muchas ventanillas a fin de recibir atención.
Peña Nieto se despide, las familias se levantan, le tienden una emboscada, se acuerpan como embudo, se aglutinan para darle la carpeta con el caso, el volante con las características del hijo desaparecido, el grito desesperado para que los atienda.
“Señor presidente, mi hijo desapareció hace tres años”. Él con sonrisa impostada, incómodo, como perdido, sin guión, sólo atina a hacer preguntas, a veces da un abrazo en el intento de ser empático. Los gritos de auxilio lo cercan, contesta con esbozos de respuesta.
“–Mi hijo tiene tres años desaparecido.
“–Va a ser a través de la Subsecretaría. Con el sistema vamos a atenderla.
“–Yo vengo de Oaxaca.
“–Vamos a ver qué ha pasado.
“–Aquí el inepto es el Poder Judicial, ¿qué pasó, por qué no vino?
“–Bueno, es un problema que tiene que ver con el Ejecutivo y el Legislativo la publicación de una ley.
“–Ésta es mi hija, véala, no olvide su nombre.
“–Con Lía, si es tan amable.
“–Le dejo esto.
“–Ya me leyeron varias.
“–Mi esposo está desaparecido.
“–¿Desapareció?, ¿hace cuánto?
“–Muchas gracias por haber publicado la ley.
“–Ya quedó la palabra cumplida.
“–Necesitamos una fiscalía especial para los desaparecidos, por favor, por favor.
“–El sistema de víctimas ahí va a estar, está a la vanguardia.
“–Usted no es michoacano pero usted sí tiene palabra.
“–Tengo pendiente ir a Michoacán.
“–Tenemos esperanzas con usted; el mío desapareció en Nuevo León.
“–Usted sí conoce a la subsecretaria, llámele a ella.
“–Por favor, por favor, ayuda, búsquelos, por favor, aquí le dejo los datos en este fólder.
“–Vamos a buscar que el sistema tenga la capacidad.
“–Mis hijos son cuatro que están desaparecidos, hijos de mi sangre, de mi corazón.
“–¿Cuatro?, ¿estaban juntos?
“–Espero que se grabe los rostros de todos nuestros hijos y los vea en los rostros de sus hijos.
“–Dios la bendiga, señora.”
Los desaparecidos desfilan frente a su rostro. Cuando Peña Nieto está cerca de la puerta y saluda a políticos, las familias toman el templete, improvisan un mitin, corean las arengas que se acostumbraron a gritar durante el calderonato: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¿dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”. El grito de las víctimas pidiendo al Estado que funcione.
“Tenemos que ver hechos”
Los integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad se suben a los autobuses en los que llegaron a Los Pinos. Festivos, van intercambiando comentarios. Una mujer, madre de un niño desaparecido, expresa: “Todos hablaron bonito, pero tenemos que ver hechos”.
Pasan frente a la Estela de Luz, el que ha sido bautizado por Sicilia como “el monumento a la ignominia”, el símbolo de la corrupción sexenal, ése que está en la mira del Movimiento para resignificarlo y convertirlo en Memorial de las Víctimas de la Violencia. A unos metros está el Campo Marte, que oculta el memorial despreciado por el Movimiento, inacabado, con placas oxidadas, que Calderón nunca se atrevió a inaugurar.
Víctimas, acompañantes y asesores comen juntos en una fonda de la colonia Roma donde el menú cuesta 55 pesos. Ahí están las madres y padres con hijos desaparecidos que han recorrido el país en las caravanas que lograron que las “bajas colaterales” de Calderón tuvieran nombres, rostros e historias.
En la mesa intercambian impresiones del evento, los gestos de los funcionarios, quién se coló, quién se quedó afuera, qué preguntaron los periodistas y alguien suelta el chisme de que la senadora panista Rosi Orozco envió a una representante para reclamar que no fue invitada.
El celular de Sicilia no deja de sonar. En las entrevistas repite que el camino no se ha terminado, que pelearán por un verdadero memorial que tenga los nombres de las víctimas y recuerde lo que ha ocurrido en México estos años; que falta encarnar la ley con reglamentación y un presupuesto y personal que alcance.
Una vecina lo reconoce, se acerca y le dice: “Me da mucho gusto que la ley haya pasado como usted la aprobó. ¡Felicidades!”
“Ojalá en lugar de que tuviéramos ley tuviéramos justicia”, repetirá él.
Los detractores de la ley –Martí, Wallace– comienzan a divulgar a través de Twitter que la ley aprobada es inconstitucional, que ya existen instancias para atender a las víctimas, que se requerirá un enorme presupuesto, que podría ser una decepción más.
Durante la comida, Ana María Maldonado, defeña con un hijo desaparecido, se sorprende porque la ley implica la muerte de Províctima.
–¿Y las personas que teníamos terapia y ayuda de abogado en Províctima, qué? –pregunta nerviosa.
–No se preocupe. Existirá un sistema de atención a víctimas que dará servicios –dice el abogado Julio Hernández, coautor de la ley y cuñado de Sicilia, quien comienza una larga explicación acerca de cómo operará la nueva estructura.
Los redactores de la ley comienzan a calcular el tiempo que tardará ésta en encarnarse; unos ocho meses, casi lo que tarda en gestarse un bebé. Destacan el compromiso mostrado por Murillo Karam en todo el proceso.
La exdiputada Eliana García, quien asesoró al Movimiento en el cabildeo de la ley, de la que también es coautora, dice sonriendo: “Ten la certeza de que no vamos a dejar que se quede sin reglamentar. Ahí vamos a estar”.
Propuesta de Memorial
Después de tomarse las fotografías del recuerdo los tres poetas (Sicilia, Jorge González de León y Eduardo Vázquez Martín), actuales voceros del Movimiento, piden un café en un local contiguo. Sentados en sillones forrados en vinil comienzan a platicar del logro del Movimiento surgido en abril de 2011 de sacar de la invisibilidad a las víctimas que eran negadas.
Surge la pregunta de qué le dijo a solas Peña Nieto a Sicilia.
“Que quería mantener buena interlocución con el Movimiento y que le está tentando mucho la propuesta de convertir la Estela de Luz en Memorial a las Víctimas, aunque la propuesta la veía difícil”, responde el aludido.
“¿Te imaginas? Sería una ruptura con el sexenio anterior, es volver a darle una significación, convertirla en un lugar dedicado a la justicia y a la paz, a eso que no tiene rostro, que es un monumento a la ignominia. Vale la pena correr el riesgo aunque haya quien se oponga.”
Señala que el memorial que Calderón no se atrevió a inaugurar parece un monumento a la fosa común, al ausente sin rostro, que parece en ruinas, sucio, oxidado en sus placas metálicas, sin los nombres de las víctimas, lo cual contrasta con el que fue erigido también en el Campo Marte para conmemorar a los soldados caídos en batalla, éste de mármol blanco, con nombres grabados en las paredes, limpio, custodiado todo el día.
“Quedó igual que como se hizo, de espaldas al Movimiento, sin consenso, sin jurado, apresurado, un memorial espantoso”, dice. González de León agrega: “Es una metáfora del sexenio pasado”.
Entre tragos de café y las entrevistas telefónicas Sicilia comienza a plantear en voz alta las dudas que mastica desde hace meses. “¿Cómo nos vamos a perdonar? ¿Qué vamos a hacer con todos los sicarios, cómo los vamos a reinsertar a la sociedad? Ellos son víctimas también”.
Habla de los procesos en Sudáfrica, en Sierra Leona. Habla de la filtración de las mafias en la médula de las instituciones. Menciona que se requiere la refundación del Estado, que el problema es complicado y con una ley no se resuelve.
Al rato se ríen imaginando qué hubiera sido de Sicilia si hubiera aceptado la invitación de Andrés Manuel López Obrador de hacerse diputado. Divertido, el poeta dice que su fuerza ha residido en mantenerse alejado de los partidos políticos y no dejarse devorar por el sistema. Habla del Movimiento como una forma de democracia distinta, como el EZLN y el #YoSoy132 en México, o los occupy y los indignados a escala mundial.
No se dan tiempo para el festejo. Los poetas plantean los riesgos que ven tras la aprobación de la ley. Comienza Vázquez: “La guerra no se va a terminar por decreto, creando una percepción de que existe seguridad, porque esa es otra forma en la que se puede renovar la invisibilidad de las víctimas”.
Sicilia agrega: “Es otra forma de hacer lo que hizo Calderón, de no verlas, al llamarlas ‘bajas colaterales’. Decir que con la ley ya se acabó el problema es llevarlas a un piso peor: ‘Ya no existen porque ya hay ley’. Eso sería peligrosísimo, no lo vamos a permitir. No se logra por decreto, es un proceso largo, doloroso”.
Señala que los siguientes pasos a dar serán vigilar la reglamentación de la ley y la creación de todo el sistema de atención a víctimas, la construcción del memorial, los procesos de reconciliación. Todo bajo una condicionante: “Sin justicia real no hay reconciliación”.
González de León acota: “Me preocupa del discurso de Peña Nieto la insistencia de que hay un nuevo orden, un nuevo México”.
“Un nuevo orden no se puede crear de la noche a la mañana”, coincide Sicilia.
Vázquez señala que un punto a favor del nuevo gobierno es que comenzó a hablar del cambio de estrategia. Pero señala que aunque Peña Nieto pida que se difundan noticias buenas sobre México, sería peligroso que se maquille la existencia de la violencia pues las verdaderas noticias que indicarían que la paz se acerca es que el nuevo gobierno encontrara personas desaparecidas, arrestara a culpables de homicidios y desapariciones, condenara a torturadores, limpiara la corrupción de las procuradurías.
“Esas son noticias de paz y no que se deje de hablar del tema”, dice.
González de León recuerda que en lo que va del sexenio peñista han ocurrido más de mil asesinatos que no se pueden esconder.
“Es muy importante que no se quiera invisibilizar a las víctimas; si no se ve el dolor, se convierte en abstracción”, dice Sicilia.
¿Qué sigue para el Movimiento? Para responder a la pregunta mencionan un próximo encuentro en el que evaluarán cómo mantendrán la interlocución con el nuevo gobierno y cómo construirán una agenda entre organizaciones de México y Estados Unidos, pues ambas sociedades son afectadas por la venta indiscriminada de armas, el tráfico ilegal de drogas y el lavado de dinero.
“Es muy difícil decir qué sigue. Esto lo he vivido casi día tras día. Somos poetas y cuando escribes un poema primero tienes dos o tres intuiciones y a partir de ahí lo vas escribiendo. En el Movimiento hay un proceso de organización hacia abajo, muy horizontal, que va a marcar un ritmo distinto y una perspectiva y objetivos claros, diferentes”.
Subir en calzones al Metro, ¿cuestión de pantalones?
Miles viajan sin pantalones en el Metro.
Foto: Eduardo Miranda
Foto: Eduardo Miranda
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Viajar en Metro es un testimonio de coraje. Hacerlo sin pantalones sorteando las miradas lúbricas de los pervertidos es un singular arriesgue. ¿Es posible viajar por el subsuelo en un vagón naranja donde muchos desconocidos se quedan en ropa interior al mismo tiempo?
1
En Metro Mixcoac una marabunta de cuerpos camina junto a Guadalupe, una señora que se dedica a limpiar departamentos.
−¿Sabe por qué no traen pantalones?
−Es un desfile gay ¿no? Mira, ya en esta vida es normal, ya nos acostumbramos a verlos. Mira, yo no quiero hablar mal de ellos. Mira, el cuerpo es una envoltura, hay envolturas elegantes y envolturas feas, eso es lo que veo.
2
Existen en el Metro dos tipos de hombres: los mirones y los ciegos. Mario Juárez tiene 74 años y un bastón para invidentes en la mano. De su cuello cuelga una lata con monedas. Mario no es un viajero más, es un habitante del subsuelo. Enfrente de él transitan decenas de piernas sin vergüenza.
−¿Qué pasaría si todos anduvieran sin pantalones?− se le pregunta.
−¡Ah caray!, pues como ni veo, no me importa. Solamente tocando a las personas me doy cuenta cómo son. Necesito oír la voz. No me imagino a la gente sin pantalones.
Un montón de figuras fantasmagóricas entran y salen de los vagones. Mario cuenta sus monedas como un cajero experto. En el caos subterráneo se inscribe el secreto de su serenidad. Sus pasos son aletargados y tambaleantes como los de cualquier persona ciega. Pasear sin pantalones y sin rumbo es un acto incomprensible para él.
“Te recordamos el paisaje que hace mucho no ves por ir viendo el reloj”, dice un anuncio publicitario como a modo de bienvenida.
3
En el vagón una señora con cuerpo de cetáceo se quita los pantalones. “Es como estar en una playa nudista”, le dice a unos jóvenes con orejas de conejo y trusas multicolores.
−¿Le gusta viajar sin pantalones?
−Viajamos más cómodo así.
−¿Y no le tiene miedo a la celulitis?
−Ay mijo, si te contara, yo de joven era menudita, como las muchachas, pero la vida…−dice Hermelinda, de 60 años, mientras mira a los demás. Tiene la certeza de que alguien se fijará en sus piernas de nuevo, algún día.
4
Tacubaya es un manjar para los acosadores. Mujeres de todos tamaños que pasean en los andenes como en su habitación. Cámaras indiscretas apuntan a las partes íntimas de las mujeres. Hombres que se tocan la entrepierna.
−¡Shtt, Shtt, güerita, shtt, shtt!− murmuran un par de hombres. Ellos completan lo que tapa la ropa interior con los pocos dones de su imaginación.
“Hoy es un día sin pudor, en el Metro espanta más la ropa interior que la sangre del periódico”, comenta Gabriela ante la mirada perversa de los pasajeros. Sus calzones dicen Love me.
5
En uno de los vagones de la línea rosa un grupo tan hierático como desafinado le canta al Espíritu Santo: “Aquí se siente la presencia de Dios”. Media docena de manos extienden botes mientras un par de desconocidos se quitan los pantalones. “Deja que te toque y siente el Espíritu Santo”, resuena como un conjuro en el vagón. Los soldados de Dios en el subterráneo cambian su sonrisa por una mueca de desaprobación. Dejan de cantar y abandonan el tren.
Eduardo cavila en el andén con el ceño fruncido. Si el Metro viaja en horizontal sus ideas son una cascada pesada: “Es una vergüenza, ponen en vergüenza al país, es gente sin principios”.
−¿Y cuándo tu novia te ve en ropa interior?
−El cuerpo es algo que se debe respetar, no debe ser público. Es muy personal− dice mientras apunta con su teléfono celular. Entonces, como quien cambia de piel, dos mujeres se quitan los pantalones y muestran sus trusas de encaje amarillo. Las puertas se cierran.
6
La estación Hidalgo tiene mal aliento. El cebo y el drenaje y las tortas de milanesa hacen pensar que uno está en la cueva de un ogro gigantesco que almacena víveres para resistir una catástrofe inminente.
Torsos desnudos caminan junto al bafle del vendedor de discos. Ni el calor subterráneo le hace ahorrar palabras. “Maravilloso jazz te vale diez pesos setentas, ochentas y noventas te vale diez, diez pesos te vale una gran combinación de ritmos del mundo te vale diez pesos, diez pesos”.
Quitarse los pantalones en el Metro es un paréntesis en lo que otro vendedor entra al vagón.
7
A la una de la tarde, la desnudez es un fluido que se desparrama por los pasillos y escaleras. “Inténtalo”, gritan a los pasajeros. Unos agachan la mirada, otros les gritan “payasos”.
8
−Yo ando recitando poesía, orita ando con Benedetti− platica un hombre con chamarra de piel y perforación en la ceja.
−Quítate la ropa− le gritan.
El poeta se ríe.
−Yo no uso ropa interior. Imagínate que va a decir la prensa: poeta sin calzones o degenerado en el Metro. No, mejor así, los poetas no usamos calzones…
9
Subirse al Metro puede ser el consuelo de un solitario, pero también de personas que prefieren socializar en ropa interior.
1
En Metro Mixcoac una marabunta de cuerpos camina junto a Guadalupe, una señora que se dedica a limpiar departamentos.
−¿Sabe por qué no traen pantalones?
−Es un desfile gay ¿no? Mira, ya en esta vida es normal, ya nos acostumbramos a verlos. Mira, yo no quiero hablar mal de ellos. Mira, el cuerpo es una envoltura, hay envolturas elegantes y envolturas feas, eso es lo que veo.
2
Existen en el Metro dos tipos de hombres: los mirones y los ciegos. Mario Juárez tiene 74 años y un bastón para invidentes en la mano. De su cuello cuelga una lata con monedas. Mario no es un viajero más, es un habitante del subsuelo. Enfrente de él transitan decenas de piernas sin vergüenza.
−¿Qué pasaría si todos anduvieran sin pantalones?− se le pregunta.
−¡Ah caray!, pues como ni veo, no me importa. Solamente tocando a las personas me doy cuenta cómo son. Necesito oír la voz. No me imagino a la gente sin pantalones.
Un montón de figuras fantasmagóricas entran y salen de los vagones. Mario cuenta sus monedas como un cajero experto. En el caos subterráneo se inscribe el secreto de su serenidad. Sus pasos son aletargados y tambaleantes como los de cualquier persona ciega. Pasear sin pantalones y sin rumbo es un acto incomprensible para él.
“Te recordamos el paisaje que hace mucho no ves por ir viendo el reloj”, dice un anuncio publicitario como a modo de bienvenida.
3
En el vagón una señora con cuerpo de cetáceo se quita los pantalones. “Es como estar en una playa nudista”, le dice a unos jóvenes con orejas de conejo y trusas multicolores.
−¿Le gusta viajar sin pantalones?
−Viajamos más cómodo así.
−¿Y no le tiene miedo a la celulitis?
−Ay mijo, si te contara, yo de joven era menudita, como las muchachas, pero la vida…−dice Hermelinda, de 60 años, mientras mira a los demás. Tiene la certeza de que alguien se fijará en sus piernas de nuevo, algún día.
4
Tacubaya es un manjar para los acosadores. Mujeres de todos tamaños que pasean en los andenes como en su habitación. Cámaras indiscretas apuntan a las partes íntimas de las mujeres. Hombres que se tocan la entrepierna.
−¡Shtt, Shtt, güerita, shtt, shtt!− murmuran un par de hombres. Ellos completan lo que tapa la ropa interior con los pocos dones de su imaginación.
“Hoy es un día sin pudor, en el Metro espanta más la ropa interior que la sangre del periódico”, comenta Gabriela ante la mirada perversa de los pasajeros. Sus calzones dicen Love me.
5
En uno de los vagones de la línea rosa un grupo tan hierático como desafinado le canta al Espíritu Santo: “Aquí se siente la presencia de Dios”. Media docena de manos extienden botes mientras un par de desconocidos se quitan los pantalones. “Deja que te toque y siente el Espíritu Santo”, resuena como un conjuro en el vagón. Los soldados de Dios en el subterráneo cambian su sonrisa por una mueca de desaprobación. Dejan de cantar y abandonan el tren.
Eduardo cavila en el andén con el ceño fruncido. Si el Metro viaja en horizontal sus ideas son una cascada pesada: “Es una vergüenza, ponen en vergüenza al país, es gente sin principios”.
−¿Y cuándo tu novia te ve en ropa interior?
−El cuerpo es algo que se debe respetar, no debe ser público. Es muy personal− dice mientras apunta con su teléfono celular. Entonces, como quien cambia de piel, dos mujeres se quitan los pantalones y muestran sus trusas de encaje amarillo. Las puertas se cierran.
6
La estación Hidalgo tiene mal aliento. El cebo y el drenaje y las tortas de milanesa hacen pensar que uno está en la cueva de un ogro gigantesco que almacena víveres para resistir una catástrofe inminente.
Torsos desnudos caminan junto al bafle del vendedor de discos. Ni el calor subterráneo le hace ahorrar palabras. “Maravilloso jazz te vale diez pesos setentas, ochentas y noventas te vale diez, diez pesos te vale una gran combinación de ritmos del mundo te vale diez pesos, diez pesos”.
Quitarse los pantalones en el Metro es un paréntesis en lo que otro vendedor entra al vagón.
7
A la una de la tarde, la desnudez es un fluido que se desparrama por los pasillos y escaleras. “Inténtalo”, gritan a los pasajeros. Unos agachan la mirada, otros les gritan “payasos”.
8
−Yo ando recitando poesía, orita ando con Benedetti− platica un hombre con chamarra de piel y perforación en la ceja.
−Quítate la ropa− le gritan.
El poeta se ríe.
−Yo no uso ropa interior. Imagínate que va a decir la prensa: poeta sin calzones o degenerado en el Metro. No, mejor así, los poetas no usamos calzones…
9
Subirse al Metro puede ser el consuelo de un solitario, pero también de personas que prefieren socializar en ropa interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario