El
infierno de ser testigo protegido
Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo
“Mario” fue policía
ministerial en un enclave del cártel de Sinaloa y después guardaespaldas del
capo Sergio Villarreal Barragán, alias El Grande, pero su “peor infierno” lo
pasó cuando formó parte del programa de testigos protegidos de la PGR, al cual
ingresó por invitación de funcionarios de la Subprocuraduría de Investigación
Especializada en Delincuencia Organizada. Ahora, en entrevista, narra su
decepción –y su temor– al descubrir que estaba colaborando con instancias en
las que se entremezclan la corrupción y la complicidad con el crimen organizado
al que dicen combatir...
Después de trabajar como
policía ministerial en Durango, uno de los enclaves del cártel de Sinaloa,
Carlos Iván Meraz Medina se vinculó a la organización criminal encabezada por
Sergio Villarreal Barragán, El Grande, actualmente preso por delincuencia
organizada.
Del infierno que vivió en
el narcotráfico, Meraz afirma que pasó a otro peor: el programa de testigos
protegidos, donde fue sometido a presiones, amenazas y, pese a traer escoltas,
fue objeto de un atentado en Durango. “Sospecho que los mismos agentes que me
cuidaban me quisieron matar”, señala.
Además, el expolicía de
menos de 40 años teme ser asesinado por las organizaciones y los capos que
incriminó ante la Subprocuraduría de Investigación Especializada en
Delincuencia Organizada (SIEDO), cuyos funcionarios, dice, ya no le contestan
las llamadas.
A principios de 2000, Meraz
Medina se incorporó a la Policía Ministerial de Durango. En 2003, su jefe, el
comandante regional Antonio García Artea, le dijo: “Te voy a comisionar con un
importante empresario para que lo cuides”. Se trataba de Villarreal Barragán,
quien se hacía pasar por empresario y era una pieza importante del cártel de
los hermanos Beltrán Leyva en la Comarca Lagunera.
Así conoció los entramados
que cobijan el negocio de las drogas y algo más: “Vi cómo policías, agentes del
Ministerio Público y altos funcionarios están a las órdenes del narcotráfico”,
dice Meraz Medina, quien durante casi cuatro años fungió como testigo protegido
de la Procuraduría General de la República (PGR), pero renunció a ese programa
en noviembre pasado.
En entrevista con Proceso
detalla que de 2003 a 2007 trabajó para la organización de Villarreal Barragán,
primero como escolta de su esposa y de sus hijas y luego como uno de sus
guardaespaldas personales.
“Con él viajé a todas
partes. Íbamos a Morelos, Sinaloa y al Distrito Federal para entrevistarnos con
Arturo Beltrán Leyva, quien era el jefe de Sergio Villarreal, pues en ese
entonces mi jefe a su vez tenía a su cargo los estados de Durango y Chiapas y
le reportaba a Arturo todo lo que ocurría en esos territorios.”
Pero el 14 de enero de 2007
fueron ejecutados el padre y la madre de Carlos, el activista Jaime Meraz
Martínez y María de Jesús Medina; su hermano Jaime Meraz Medina y Jorge Vázquez
Serrato, chofer de la familia. Todos fueron torturados y acribillados.
Según el entrevistado, el
homicidio múltiple fue ordenado por Sergio Villarreal Barragán a petición de
Francisco León, quien se disputaba con Jaime Meraz la candidatura del Partido
de la Revolución Democrática (PRD) al Senado por el estado de Durango.
“Pancho León y mi padre
eran enemigos políticos, y me enteré de que Pancho era apoyado por Sergio
Villarreal y le pidió apoyo para que ejecutaran a mi familia”, dice. Afirma que
en la campaña de Pancho León había dinero del narco y que altos líderes del
PRD, que entonces le daban su respaldo, sabían quiénes lo financiaban.
Tras la muerte de sus
familiares –que sigue sin esclarecerse, pese a que en la PGR le prometieron
investigar el caso–, Meraz Medina abandonó la organización de Villarreal y se
puso en contacto con el entonces gobernador de Durango, Ismael Hernández Deras,
amigo de su padre.
Según Meraz, Hernández
Deras le preguntó quiénes eran los presuntos responsables del crimen de sus
familiares, y él respondió que eran Francisco León y Sergio Villarreal. El
mandatario lo puso en contacto con altos funcionarios de la SIEDO para que aportara
información sobre el crimen.
“Llegué a la Ciudad de
México el 17 de enero de 2007. Vine como enviado del gobernador y viajé en su
propio avión. Los funcionarios de la SIEDO me recibieron en el aeropuerto de
Toluca, Estado de México, y me llevaron al área de delitos contra la salud,
donde me entrevisté con Mario Arzave, encargado de los testigos.
“Después de plantearle mi
situación me preguntó si quería acogerme al programa de testigos protegidos.
Dijo que me iban a apoyar con protección y que se investigaría a fondo el
crimen de mis familiares… Ahora me arrepiento.”
–¿Por qué?
–Todo esto es una mierda.
Con un rosario de
ofrecimientos de la SIEDO, Carlos Iván Meraz ingresó al programa de testigos
protegidos el mismo día en que llegó a la capital. Lo primero que hizo fue
denunciar a la organización de Sergio Villarreal Barragán, El Grande, aportando
información sobre su estructura operativa y de lavado de dinero, que se
extendía en toda la Comarca Lagunera. Dio también pormenores sobre la ubicación
de tienditas y testaferros –entre ellos algunos políticos– protegidos desde
altas esferas políticas.
“En ese tiempo –recuerda–
se realizaron cateos en propiedades de varios miembros de la organización, pero
también me di cuenta de la corrupción que había en la SIEDO por el apoyo que se
le otorgaba a Sergio Villarreal, ya que sus propiedades no se aseguraron y los
vehículos que le llegaban a incautar se le devolvían tiempo después. Todo esto
me decepcionó y quise renunciar al programa de testigos al darme cuenta de que
no se aplicaba la justicia como debería ser.”
Recuerda que cuando se
realizaban investigaciones por parte de la SIEDO y los agentes viajaban a
Torreón o a Durango, se ponían a las órdenes de Sergio Villarreal:
“En dos ocasiones yo
presencié cuando los policías le mostraban a Sergio los oficios de las
investigaciones y él, a cambio de la protección, les daba dinero y los llevaba
al table dance conocido como El Búnker; ahí se ponían de acuerdo sobre cómo
rendir sus informes.
“En varias ocasiones trajimos
dinero para los funcionarios de la SIEDO. Sergio se reunía con ellos en el
hotel Meliá y, aunque nunca supe las cantidades, vi que era mucho dinero en
dólares y me di cuenta de todo el apoyo que se le daba a su organización.”
–¿Quién protegía a Villarreal
Barragán en la PGR?
–Lo protegieron las
comandantas Claudia García Castillo y Blanca Margarita Castrejón, entre otros
funcionarios. También había agentes federales con los que me topaba en la
SIEDO. Yo varias veces los señalé con mis superiores y nunca les hicieron nada.
Posteriormente descubrió
otra muestra de corrupción. Según Meraz Medina, Jesús Meraz Guevara era un
pistolero de Villarreal Barragán que vivía en la colonia Filadelfia de Gómez
Palacio, Durango, y que fue detenido por agentes federales. En un hotel de
Torreón, Coahuila, donde fue interrogado, el sicario declaró que en su casa
tenía una camioneta Cheyenne donde tenía armas largas y cortas, y que estaba
equipada con aditamentos policiacos para emitir sonidos. El entrevistado dice que
el vehículo era utilizado por la organización de Villarreal “para realizar
labores de halcón”.
Cuando los agentes de la
AFI acudieron al domicilio del sicario para asegurar la camioneta, ya no la
encontraron y, extrañamente –dice el extestigo–, dejaron así las cosas.
“Al día siguiente me
comentó el agente del Ministerio Público federal Ignacio Muñiz Chávez que
teníamos que viajar a Durango capital para que les indicara la ubicación del
rancho de Sergio Villarreal. Para llegar a esa propiedad hay que pasar a
fuerzas por las oficinas de la delegación de la PGR.
“Al pasar por la delegación
nos percatamos de que en el estacionamiento se encontraba la camioneta que
antes traía el sicario de Sergio. Yo le dije al agente del Ministerio Público
que la camioneta era la que pertenecía a la organización criminal y no me
creyó. Nos detuvimos y le di detalles sobre lo que tenía en su interior el
vehículo. Luego salieron unos agentes y la abordaron, entonces los siguieron y
les exigieron que se identificaran. Eran policías federales adscritos a la
delegación de la PGR en Durango.”
Los agentes que traían la
camioneta fueron llevados a la delegación y los encerraron, prosigue Meraz
Medina; ahí los tuvieron desde las 10 de la mañana hasta las 11 de la noche. En
ese lapso “salió un agente y le comentó a otro de los que me cuidaban que
habían descubierto que unos policías traían una camioneta de la organización de
Sergio Villarreal y que desde las oficinas centrales de la SIEDO en la Ciudad
de México habían girado la orden de que, para evitar que todos los policías de
la delegación fueran detenidos, tenían que juntar entre 10 mil y 20 mil dólares
cada uno”.
–¿Quién pidió esa suma?
–Funcionarios de la SIEDO.
Según supe, juntaron el dinero y lo sacaron en una maleta que llevaron hasta la
Ciudad de México y la entregaron en la SIEDO. No sé cuánto dinero iba en ese
maletín.
A salto de mata
Después de ingresar al
programa de testigos protegidos, el 17 de enero de 2007, a Carlos Iván Meraz
Medina le fue asignada la clave Mario.
Dice que el agente del MP
Ignacio Muñiz Chávez y el encargado de las investigaciones sobre delitos contra
la salud, Mario Arzave, le ofrecieron una mensualidad de 8 mil pesos, que fue
subiendo conforme se comprobaban sus señalamientos incriminatorios, pero lo más
que llegó a ganar fueron 20 mil pesos, y “los pagos, eso es uno de los vicios
de la SIEDO, nunca son puntuales y yo tenía que andar sin dinero, pese a que
estaba colaborando”.
También le ofrecieron una
vivienda y apoyo para pagar los servicios, pero tenía que insistir en los
cobros: “Yo me quedaba sin luz y sin agua y el portero de mi edificio me decía
cómo colgarme de los cables del medidor”.
–¿Qué otras experiencias
vivió como testigo protegido?
–Muchas veces me retrasaban
la mensualidad. Cuando me asignaron la escolta, los agentes comenzaron a
hostigar a mi esposa, le decían que querían andar con ella y eso me provocó
problemas con los policías, con quienes estuve a punto de llegar a los golpes.
Tampoco cumplieron la promesa de reservar mi identidad. En los juzgados me
pedían una identificación de elector y me exhibían con mi nombre y apellidos.
Debido a irregularidades
como esas, dice, se creó el Consejo de Testigos y el programa de los testigos
protegidos pasó a ser regulado por el área técnica de la SIEDO, pero todo
siguió igual.
“Por eso –relata– se nos
obligó a firmar una carta compromiso y se nos dijo que quien no la firmara
causaría baja del programa, siempre y cuando no tuviera averiguaciones previas
abiertas. Yo me negué a firmar la carta porque no me generó confianza; por eso
renuncié (en noviembre de 2010) y, como consecuencia, ni el licenciado Óscar
González Marín (encargado de los testigos) ni José Guadalupe Rodríguez Morales
(titular del área técnica de la SIEDO) me toman las llamadas. Yo los he buscado
para pedirles que cumplan con los 500 mil pesos que me prometieron de finiquito
y no me contestan.”
Asimismo, afirma que lo
contactaron agentes de la DEA estadunidense para que fungiera como testigo de
cargo en Estados Unidos cuando Sergio Villarreal fuera extraditado. “Me
preguntaron si Sergio enviaba droga a Estados Unidos. Les dije que sí, que
enviaba cargamentos a El Paso, Texas, y que el encargado de esas tareas era su
hermano Adolfo. Lo extraño es que 15 días después de la entrevista me dijeron
que ya no lo iban a extraditar”.
Mario testificó en media
docena de casos. Incriminó, por ejemplo, a una célula que operaba para El
Grande y los hermanos Beltrán Leyva, que fue detenida en posesión de un arsenal
en la Ciudad de México, en febrero de 2008. También acusó a Noé Ramírez
Mandujano, extitular de la SIEDO, a quien señaló de recibir dinero del
narcotráfico a cambio de brindarle información y protección; y a Hugo Armando
Reséndiz Martínez, exsubprocurador de Durango, acusado de estar ligado al
narcotráfico y de otorgar información secreta a los capos de la droga.
–¿Recibió presiones en la
SIEDO para incriminarlos?
–Sí, en algunos casos me
decían los funcionarios que observara bien las fotos y que los incriminara;
otros me exigían que, además de lo que sabía, le pusiera un poco más para que
la incriminación fuera contundente.
Poco antes de renunciar al
programa, Mario se reunió con sus jefes de la SIEDO, Guadalupe Rodríguez
Morales y Óscar González. “Me dijeron que si les firmaba un documento me podía
ir con mi familia a un lugar seguro; me dijeron que yo lo escogiera. Firmé el
documento y no cumplieron. Me quisieron llevar a un domicilio que yo no
conocía, no les importó que mi esposa estuviera a punto de dar a luz. Aun así
nos obligaron a recoger nuestras cosas del lugar donde vivíamos y nos
cambiamos. Como no sabíamos qué plan tenían, les pedimos a unos vecinos que se
hicieran pasar por familiares nuestros y que si nos pasaba algo denunciaran a
los funcionarios que nos llevaron a esa casa.
“Nos llevaron a un
fraccionamiento que se llama Colinas de la Montaña. Al entrar a la vivienda
vimos que tenía los vidrios rotos, estaba en muy malas condiciones, parecía una
casa de seguridad de secuestradores. No había gas ni agua. Le recriminé al
licenciado Óscar González que cómo era posible que me llevaran a ese lugar, si
yo tenía hijos pequeños. Me respondió que esas eran las instrucciones.
“Debido a las malas
condiciones de la casa, le pedí a mi mujer que se saliera y dejara todo. Decidí
renunciar al programa de testigos porque ya no tenía razones para seguir.”
Además de no pagarle el
finiquito de medio millón de pesos que le ofrecieron, dice, Óscar González “me
robó mi perro, una gallina y un gallo, que es herencia familiar, y me
desbielaron mi camioneta. He procurado recuperar a mis animales pero quieren
que yo vaya a verlos. La verdad es que temo que me maten o me detengan”.
Sin dinero ni seguridad, a
salto de mata por temor a que los capos que incriminó lo maten, Mario pide al
presidente Felipe Calderón que ordene una revisión del programa de testigos por
la corrupción que priva en la SIEDO; además de que le devuelvan sus animales y
le paguen el finiquito prometido.
“Tengo que pedirle (a
Calderón) que me ayude. En la SIEDO no me contestan… Cuando les serví para
incriminar a las personas que me pedían, yo era bien atendido. Ahora que ya no
les sirvo me dan la espalda, no les importa que me maten, como ha ocurrido con
otros testigos a quienes han asesinado a pesar de estar supuestamente
protegidos.
–¿Recomendarías el programa
de testigos protegidos?
–A nadie. Es el peor
infierno que he vivido. Todo está podrido. Si así está el programa, ya se puede
uno imaginar cómo está lo demás en el gobierno.
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