De la contienda al circo
Peña Nieto y Vázquez Mota, candidatos a la Presidencia.
Foto: G. Canseco y O. Gómez
Foto: G. Canseco y O. Gómez
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Los principales adversarios se afanan ya en elaborar sus estrategias electorales, pero poco sabemos de esos trabajos que se realizan en el más impenetrable de los secretos. Sin embargo, a medida en que los ponen en práctica, el misterio se va evaporando. Es probable que las tácticas vayan adaptándose a los cambios de situación. Pero hay elementos básicos que en la práctica son difíciles de cambiar rápidamente. Por eso, las decisiones iniciales cuentan mucho para determinar el éxito o la derrota final.
Los dos partidos que conforman la coalición gobernante, PRI y PAN, han dejado al desnudo tres objetivos comunes:
a) Pintar un cuadro optimista de la situación actual de México. Calderón, Guillermo Ortiz, José Ángel Gurría, denuncian la aguda crisis europea, contrastan favorablemente la situación económica mexicana con los países más afectados del viejo continente, pero amenazan con el argumento de que si no se aprueban las reformas estructurales aconsejadas por el FMI, México puede caer en la misma situación. El PRI ha aprendido su lección. Cuando como partido opositor intentó dar una imagen crítica y negativa de la situación del país, fracasó porque para el “cambio” no tiene credibilidad. Además, estando en la delantera de las encuestas, Peña Nieto desea moverse lo menos posible. El PAN, partido gobernante, no puede dar una visión negativa o problemática, puesto que eso equivaldría al suicidio. Si reconoce algún problema siempre recuerda que es una herencia de hace 20 o 30 años, como la lucha contra el narcotráfico o el atraso en infraestructura.
b) En esta etapa inicial de la contienda, ignorar el reto de la izquierda –como si ésta no tuviera ninguna posibilidad de ganar–, para desanimar a sus partidarios, y sumirlos en la indiferencia, la pasividad o preferiblemente, la abstención.
c) Evitar al máximo entrar a discutir los problemas más graves de la sociedad y reemplazarlos por un circo de varias pistas (Jacobo Zabludovsky), fuegos artificiales o cortinas de humo, provocando escándalos y discutiendo posiciones que a nada llevan. De tal manera que las opiniones del elector se formen no por un examen de la situación del país, sino por imágenes espectaculares, sentimientos de miedo o por la convocación de filias y fobias subjetivas.
AMLO se niega a participar en el circo. Sigue defendiendo su programa aprovechando cada ocasión para desarrollar diferentes aspectos, por ejemplo, sobre la contradicción principal de estas elecciones: “sólo hay dos opciones, más de lo mismo que representa el PRIAN, es decir, corrupción, privilegios e inseguridad… o un cambio verdadero que significa crecimiento, empleo, bienestar, paz social y tranquilidad”. Sobre las relaciones entre Estados Unidos y México, AMLO informa que el 5 de marzo se entrevistará con el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, y que le planteará que “los problemas de ambos países deben resolverse de manera conjunta. La relación bilateral no se va a fincar nada más en la cooperación militar, sino en la colaboración para el desarrollo”.
En cambio, me parece que los partidos de izquierda tienden a caer más ingenuamente en la provocación al circo: el PRD interpone queja contra el presidente por usar fondos públicos para proselitismo y denuncia su violación a la ley electoral por hacer público un sondeo de opinión que registraba un avance meteórico de la candidata panista a la presidencia, colocándola a 4 puntos del PRI. Los partidos de izquierda prefieren la lucha entre políticos a la discusión de los problemas de los ciudadanos en la calle y las plazas, circunscribiéndose a los debates a puerta cerrada en las Cámaras.
El PRI y el PAN simulan una guerra sucia: el PAN usa las instituciones del gobierno central para amenazar a los gobernadores priistas y el PRI arma un gran escándalo sobre el presupuesto ejercido de 2011. Y luego Pedro Joaquín Coldwell visita a Calderón y acaban en un gran abrazo. Es impresionante que hasta ahora nada hayamos oído de la boca de sus candidatos a la presidencia sobre los grandes problemas nacionales. Sería por ejemplo interesante pedirle a Peña Nieto su opinión sobre la declaración del Sistema de Información Empresarial de México (SIEM), sobre el problema del cierre de más de 120 mil empresas en lo que va del año, la caída en 15.7% en la operación de los negocios y el número de firmas en activo más bajo del sexenio, o a Josefina Vázquez Mota acerca de la información del INEGI de que 14 millones de trabajadores están en la economía informal, que ese número aumentó más de 10% el año pasado y que uno de cada tres trabajadores remunerados en el país percibe un ingreso no mayor a dos salarios mínimos, 120 pesos al día.
En buena parte, AMLO queda hasta ahora sin respuestas. Es verdad que sus planteamientos están dirigidos a la ciudadanía y esperamos que lleguen a ella pese a los escándalos y la interferencia producidos por el gran circo.
Parte de éste son las encuestas revestidas de un manto de veracidad y durabilidad, al que no pueden, por naturaleza, aspirar. La encuesta puede servir para informar pero también para desinformar. Dice Giovanni Sartori: “los sondeos de opinión consisten en respuestas que se dan a preguntas (formuladas por el entrevistador) y esta definición aclara de inmediato dos cosas: que las respuestas dependen ampliamente del modo en que se formulan las preguntas (y por lo tanto de quién las formula) y frecuentemente el que las responde se siente “forzado” a dar una respuesta improvisada en aquel momento…De hecho, la mayoría de las opiniones recogidas por los sondeos es: a) débil (no expresa opiniones intensas, es decir, sentidas profundamente); b) volátil (puede cambiar en pocos días); c) inventada en ese momento para decir algo (si se responde “no sé” se puede quedar mal ante los demás); y sobre todo d) produce un efecto reflectante, un rebote de lo que sostienen los medios de comunicación. No olvidemos, además, que el encuestador es un vendedor de servicios, y el que pide la encuesta, un cliente a quien hay que dejar satisfecho. Además, está la tentación de la muy socorrida corrupción.
La fecha del inicio de las campañas se acerca. ¿Qué prevalecerá? ¿El circo o el debate de los problemas nacionales? Esto depende en mucho de los medios de comunicación, pero no sólo de ellos. También cuentan los millones de activistas de los partidos de izquierda y de Morena, que están luchando para convencer directa y personalmente al elector. Está ampliamente comprobado que el trabajo de boca en boca puede contrarrestar la eficacia de los medios.
Los dos partidos que conforman la coalición gobernante, PRI y PAN, han dejado al desnudo tres objetivos comunes:
a) Pintar un cuadro optimista de la situación actual de México. Calderón, Guillermo Ortiz, José Ángel Gurría, denuncian la aguda crisis europea, contrastan favorablemente la situación económica mexicana con los países más afectados del viejo continente, pero amenazan con el argumento de que si no se aprueban las reformas estructurales aconsejadas por el FMI, México puede caer en la misma situación. El PRI ha aprendido su lección. Cuando como partido opositor intentó dar una imagen crítica y negativa de la situación del país, fracasó porque para el “cambio” no tiene credibilidad. Además, estando en la delantera de las encuestas, Peña Nieto desea moverse lo menos posible. El PAN, partido gobernante, no puede dar una visión negativa o problemática, puesto que eso equivaldría al suicidio. Si reconoce algún problema siempre recuerda que es una herencia de hace 20 o 30 años, como la lucha contra el narcotráfico o el atraso en infraestructura.
b) En esta etapa inicial de la contienda, ignorar el reto de la izquierda –como si ésta no tuviera ninguna posibilidad de ganar–, para desanimar a sus partidarios, y sumirlos en la indiferencia, la pasividad o preferiblemente, la abstención.
c) Evitar al máximo entrar a discutir los problemas más graves de la sociedad y reemplazarlos por un circo de varias pistas (Jacobo Zabludovsky), fuegos artificiales o cortinas de humo, provocando escándalos y discutiendo posiciones que a nada llevan. De tal manera que las opiniones del elector se formen no por un examen de la situación del país, sino por imágenes espectaculares, sentimientos de miedo o por la convocación de filias y fobias subjetivas.
AMLO se niega a participar en el circo. Sigue defendiendo su programa aprovechando cada ocasión para desarrollar diferentes aspectos, por ejemplo, sobre la contradicción principal de estas elecciones: “sólo hay dos opciones, más de lo mismo que representa el PRIAN, es decir, corrupción, privilegios e inseguridad… o un cambio verdadero que significa crecimiento, empleo, bienestar, paz social y tranquilidad”. Sobre las relaciones entre Estados Unidos y México, AMLO informa que el 5 de marzo se entrevistará con el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, y que le planteará que “los problemas de ambos países deben resolverse de manera conjunta. La relación bilateral no se va a fincar nada más en la cooperación militar, sino en la colaboración para el desarrollo”.
En cambio, me parece que los partidos de izquierda tienden a caer más ingenuamente en la provocación al circo: el PRD interpone queja contra el presidente por usar fondos públicos para proselitismo y denuncia su violación a la ley electoral por hacer público un sondeo de opinión que registraba un avance meteórico de la candidata panista a la presidencia, colocándola a 4 puntos del PRI. Los partidos de izquierda prefieren la lucha entre políticos a la discusión de los problemas de los ciudadanos en la calle y las plazas, circunscribiéndose a los debates a puerta cerrada en las Cámaras.
El PRI y el PAN simulan una guerra sucia: el PAN usa las instituciones del gobierno central para amenazar a los gobernadores priistas y el PRI arma un gran escándalo sobre el presupuesto ejercido de 2011. Y luego Pedro Joaquín Coldwell visita a Calderón y acaban en un gran abrazo. Es impresionante que hasta ahora nada hayamos oído de la boca de sus candidatos a la presidencia sobre los grandes problemas nacionales. Sería por ejemplo interesante pedirle a Peña Nieto su opinión sobre la declaración del Sistema de Información Empresarial de México (SIEM), sobre el problema del cierre de más de 120 mil empresas en lo que va del año, la caída en 15.7% en la operación de los negocios y el número de firmas en activo más bajo del sexenio, o a Josefina Vázquez Mota acerca de la información del INEGI de que 14 millones de trabajadores están en la economía informal, que ese número aumentó más de 10% el año pasado y que uno de cada tres trabajadores remunerados en el país percibe un ingreso no mayor a dos salarios mínimos, 120 pesos al día.
En buena parte, AMLO queda hasta ahora sin respuestas. Es verdad que sus planteamientos están dirigidos a la ciudadanía y esperamos que lleguen a ella pese a los escándalos y la interferencia producidos por el gran circo.
Parte de éste son las encuestas revestidas de un manto de veracidad y durabilidad, al que no pueden, por naturaleza, aspirar. La encuesta puede servir para informar pero también para desinformar. Dice Giovanni Sartori: “los sondeos de opinión consisten en respuestas que se dan a preguntas (formuladas por el entrevistador) y esta definición aclara de inmediato dos cosas: que las respuestas dependen ampliamente del modo en que se formulan las preguntas (y por lo tanto de quién las formula) y frecuentemente el que las responde se siente “forzado” a dar una respuesta improvisada en aquel momento…De hecho, la mayoría de las opiniones recogidas por los sondeos es: a) débil (no expresa opiniones intensas, es decir, sentidas profundamente); b) volátil (puede cambiar en pocos días); c) inventada en ese momento para decir algo (si se responde “no sé” se puede quedar mal ante los demás); y sobre todo d) produce un efecto reflectante, un rebote de lo que sostienen los medios de comunicación. No olvidemos, además, que el encuestador es un vendedor de servicios, y el que pide la encuesta, un cliente a quien hay que dejar satisfecho. Además, está la tentación de la muy socorrida corrupción.
La fecha del inicio de las campañas se acerca. ¿Qué prevalecerá? ¿El circo o el debate de los problemas nacionales? Esto depende en mucho de los medios de comunicación, pero no sólo de ellos. También cuentan los millones de activistas de los partidos de izquierda y de Morena, que están luchando para convencer directa y personalmente al elector. Está ampliamente comprobado que el trabajo de boca en boca puede contrarrestar la eficacia de los medios.
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