Macondo y el mundo celebran a García Márquez por sus 85 años
Difícil, honrar con palabras a un artista del lenguaje, expresan sus lectores en México
Un clamor festeja al escritor colombiano nacido en 1927:
¿cuánta magia ha sido necesaria para convertirnos en lo que hoy somos, un continente lleno de tu brillo y esmero?
Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
Domingo 4 de marzo de 2012, p. 2
Domingo 4 de marzo de 2012, p. 2
Macondo está de fiesta. El patriarca Gabriel García Márquez cumple 85 años.
La celebración es el 6 de marzo en ese Macondo que, a fuerza de imaginarlo durante décadas, casi se puede ya palpar, oler, sobre todo sentir, pues se ubica en el mundo de la literatura que el escritor forjó desde sus primeros escritos y novelas, como La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande (ambas de 1962).
En realidad, Macondo, de la pluma de García Márquez, aparece por vez primera en su cuento Un día después del sábado, publicado en 1954. Con sus mariposas amarillas y lluvias interminables, Macondo irrumpió a plenitud en el imaginario latinoamericano en 1967, gracias a la monumental novela Cien años de soledad, que en una semana cautivó a 8 mil lectores, cifra récord de ejemplares vendidos en Buenos Aires, Argentina, donde se dio a conocer la obra publicada por la editorial Sudamericana.
A la fecha, la novela de 20 capítulos ha vendido más de 30 millones de ejemplares, ha sido traducida a 35 idiomas, por lo que Macondo, uno de los más entrañables universos literarios, se erige hoy como el lugar perfecto para festejar a Gabriel José de la Concordia García Márquez, nacido el domingo 6 de marzo de 1927 a las nueve de la mañana en Aracataca, Colombia.
El mejor regalo: la palabra
En el transcurso de la prolífica vida del premio Nobel colombiano, decenas de colegas y especialistas han analizado, debatido y festejado su obra.
En esta ocasión no solamente las luminarias, los famosos, sino también un puñado de macondianos, lectores de a pie, entrevistados en librerías o ferias del libro, frente a algún anaquel con la obra del autor de El amor en los tiempos del cólera, se agolpan en este espacio jornalero para obsequiar al patriarca Gabo (como lo llaman por el derecho que les da el cariño que le tienen) la joya que les enseñó a amar, el mejor regalo, dicen, que hoy desean compartir con él: la palabra.
La pregunta que, sin pensarlo dos veces respondieron, fue: ¿qué le dirías a Gabriel García Márquez en su cumpleaños?
He aquí los mensajes de felicitación para Gabo, por su 85 aniversario:
¡Felicidades, Gabo!, eres un ejemplo no sólo para las personas relacionadas con las letras, sino para todas las personas libres de Latinoamérica. Como ex estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México y ahora como profesor puedo decir que tus letras, tu palabra y todo lo que has hecho en la vida son un ejemplo para nosotros.
Enrique León Fernández, profesor de idiomas, 66 años
¡Felicidades por tus 85 invencibles! Parafraseándote:
el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad, y tú nunca, ni en cien años más, la conocerás.
Gloria de los Ángeles, abogada, 48 años
¿Cuántos sueños has heredado, trastocado, bendecido? ¿Cuántos caminos abiertos en tan sólo una vida y mil letras? ¿Cuánto río manó de tu pluma, de tu mano, de tu senda? ¿Cuántos libros nos han hermanado? ¿Cuánta magia ha sido necesaria invocar para convertirnos en lo que hoy somos, un continente lleno de tu brillo y esmero? ¿Cuántos Gabos harán falta para descubrir tu misterio?
Raúl Godínez, escritor, 44 años
¡Eres un señorón!, tu narrativa me gusta demasiado, me has hecho viajar a mundos bien padres.
Sergio Vázquez de la Cruz, estudiante, 16 años
Escribió don Julio Scherer que Gabriel García Márquez dijo alguna vez que
las prostitutas vulgares aburren en la cama, igual que los lugares comunes en las páginas de los libros, por ello Macondo es tan especial, tiene situado un lugar privilegiado en el mundo de las letras, único y de ensueño, como la imaginación del gran colombiano que tanto ha ayudado a los medios mexicanos libres. El mundo debe felicitar a Gabo por nacer, a la vida.
Rodrigo Hernández López, periodista, 26 años
No hay mejor laberinto que una soledad acompañada con mariposas amarillas que vuelan liberadas, para darte un abrazo de cumpleaños, ¡felices 85, Gabo!
Verónica Ruiz Rosales, matemática y sicóloga clínica, 38 años
“¡Cuéntanos otro cuento, Gabito!”, le decían a coro los niños del pueblo a Gabo, quien rozaba apenas los ocho años. Entonces, el niño se sentaba y comenzaba a contarles las historias que imaginaba en sueños y recreaba en letras. Desde entonces, hasta ahora, Gabo nos relata historias, nos cuenta sueños.
Leticia Calderón-Chelius, profesora- investigadora del Instituto Mora
Que todas tus letras revoloteen en nuestros corazones como mariposas amarillas, siempre. ¡Feliz cumple, Gabo!
Marina Taibo, fotógrafa, 37 años
Gabriel García Márquez, en imagen de julio de 2004Foto José Carlo González
García Márquez en el Festival de Cine de Guadalajara, el 23 de mayo de 2009Foto Arturo Campos Cedillo
Soy la mujer que llegaba a las seis con el olor de la guayaba, y antes de la siesta del martes quiero alegrarte el día con hermosas rosas artificiales a las cuales animarás con tan sólo mirarlas. Con tan provechosa existencia nunca navegarás en el mar del tiempo perdido y sólo quiero vivir para contarla, como ejemplo de lo bien vivido. Es difícil honrar con palabras a quien ha sido un artista de ellas, simplemente: gracias.
Claudia Fhernández, comunicóloga, 31 años
Te conocí por tus Cien años de soledad aunque, honestamente, lo leí en fragmentos debido a una dinámica de lectura propuesta en la Escuela Normal. Sin embargo, tengo grabadas muchas escenas y en ese tiempo entendí que uno de los mejores placeres de la vida es el ejercicio de la lectura y la escritura. ¡Felicitaciones!
Atzimba Medina Bojórquez, maestra y escritora, 49 años
Encontré en casa un ejemplar de Cien años de soledad hace aproximadamente 30 años. Así conocí a José Arcadio, a Úrsula y casi estoy seguro de haber vivido en Macondo, como el gran músico Óscar Chávez, quien tiempo después nos demostró, en su versión musical, que la fantasía supera la realidad. Para quienes no leen, existe la posibilidad de conocer una de las grandes obras de Gabo con sólo escuchar esas notas musicales. ¡Aplausos, gran maestro García Márquez!
Francisco Ybarra Martínez, músico, 56 años.
Aracataca te vio nacer, el mundo te ve pasar, pero en México esta tu corazón. ¡Feliz cumpleaños, estimado Gabo!
Fernando H. García, promotor cultural y fotógrafo, 42 años
He pasado muy buenos ratos leyéndote y me gusta la calma con la que hablas cuando te he escuchado en entrevistas. Te deseo que vivas más años y que escribas más, ¡pásala bien!
Rosalba Chávez, ingeniera, 40 años
¡Felicidades por tu cumpleaños, queremos leer más de ti!
Archibar Halgraves, ejecutivo de ventas, 57 años
¡Muchas felicidades, Gabo!, gracias por todo lo que nos has dado para leer y por entrar en nuestra vida por medio de tus libros.
Alejandra Vázquez, estudiante, 17 años
Gabo, que tus manos sigan surcando las hojas que ansiosas esperan tus nuevas historias.
Lucía M. Romo, contadora, 40 años
Gracias Gabo por que tú me enseñaste a convertir en magia la inmediatez de la vida, a distinguir los efluvios de pasión en las muchachas castas de los meros calores tropicales, a confundir a la luna con una enorme guayaba, a ver a las mujeres mayores tejer historias con los hilos de los recuerdos imperturbables, a escanciar el aliento de la mujer enamorada, a soportar el desamor como soldado en remisión, a tomar el café en el mismo tarro cuando apremia la necesidad, a usar una vara de mango como báculo de monarca, a comprender que después de todo y a pesar de todo, en esta vida, lo que nos mueve es el puritito amor, por supuesto.
Jorge Padilla, licenciado en administración, 46 años
Gracias por enseñarnos a hablar el español latinoamericano, pues no es tan fácil entender todas las idiosincrasias del continente. Nos hiciste sentir la fantasía, pero también a nuestro idioma, tan vivo. Eres una de las plumas que deja salir con la tinta, ideas claras y precisas. ¡Felicidades por tus 85 años!
Mario Córdoba Delgado, librero, 47 años
A Gabriel, en su vuelta 85 al sol, le felicito por una vida plena, la cual le ha tratado bien. Tuvo y conoció el éxito en vida, que ha sido fructífera. Ahora en la recta final, los lectores tradicionales hablaremos de usted a nuestros hijos, con la misma emoción que nos hablaron nuestros maestros y padres. Aún esperamos más cosas grandes de usted.
José Johan Ibarias, médico
¡Felicidades!, quiero que cumplas otros 85 años y quiero que sigas escribiendo, gracias por tus enseñanzas.
Amador Cortés Cruz, auxiliar de librería, 36 años
Te deseo lo mejor, Gabo. Gracias por tantos personajes, narraciones y tantas formas de pensar que nos has mostrado en tus libros.
Héctor Uriel Benítez López, 17 años
¡Te felicito, Gabo! Quiero que nos dures muchos años más, que sigas escribiendo y con tus libros nos sigas animando para entender más al mundo. Son contados los buenos escritores como tú, que nos has enseñado tanto. Ha sido muy bonito cómo has ido guiando a mis hijos, quienes te comenzaron a leer por que así se los pedían en la escuela, pero luego, ya solitos, buscan tus libros. Es muy lindo que se dejen llevar ahora por tu palabra.
Micaela Benítez, recepcionista, 36 años
El coro se multiplica, sigue. El amor hacia un escritor, que algún día dijo
sólo escribo para que me quieran, fluye.
¡Eres grande, Gabo, todos te queremos!
La soledad de América Latina
Gabriel García Márquez
Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana encargada de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santa Anna, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general Gabriel García Morena gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetu que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéros sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. Ha habido 5 guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas y dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 12 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el pais más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar, que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Gabriel García Márquez en el edificio Condesa, el 26 de noviembre de 1966, durante una sesión de fotografías para la primera edición en México de su novela Cien años de soledad, de las que finalmente ninguna se incluyó, aunque sí se utilizó una para la primera versión en inglésFoto Rodrigo Moya
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construirse su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de la incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aun en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa como soldados de fortuna. Aun en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar:
Me niego a admitir el fin del hombre. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Discurso del escritor, el 8 de diciembre de 1982, al recibir el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, Suecia, que reproducimos en ocasión del trigésimo aniversario de esa histórica entrega
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