Egipto: sin constitución, parlamento... ni control
Robert Fisk
El Cairo. Un par de horas después que los partidarios de Mohamed Mursi festejaron con gritos de
¡Alajú Akbar!la primera elección democrática de un presidente islamita en el mundo árabe, una joven cristiana egipcia se acercó a la mesa del café donde estaba sentado y me contó que acababa de ir a la iglesia.
Nunca había visto un lugar tan vacío, me dijo.
Todos tenemos miedo.
Quiero decir que el discurso tranquilizador de Mursi, el domingo –CNN y la BBC pusieron mucho énfasis en su mensaje incluyente, porque encaja con la narrativa occidental sobre Medio Oriente (progresista, no sectario, etc.)–, fue un esfuerzo bastante raquítico, en el que el ejército recibió tantos elogios como la policía por la última etapa de la revolución egipcia.
Dicho en términos escuetos, Mursi se lanzará cuesta abajo en el camino a la democracia egipcia con latas amarradas a los pies, con temor y odio entremezclados entre los viejos mubarakitas y la élite empresarial y, desde luego, entre los cristianos, mientras los perros de ataque uniformados del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas seguirán socavando las potestades que todo presidente de Egipto debería tener. Carece de constitución, de parlamento y del derecho a comandar el ejército de su país.
Por supuesto, el tono amistoso con que Mursi se dirigió a Irán este lunes enfurecerá a las mismas bestias. Se dice que los sauditas metieron dinero en la campaña de la Hermandad Musulmana, y ahora se encuentran con un Mursi que sonríe al régimen chiíta que tanto detestan y sugiere que reanuden
relaciones normales. La Hermandad debe de estar contenta, por lo menos, de que el príncipe heredero Nayef –azote de ese partido y anfitrión del ex jefe de seguridad de Mubarak todavía en noviembre pasado– esté muerto y sepultado y nunca llegue a ser rey de Arabia Saudita.
Quien dude de los peligros por venir debe volver a leer la maliciosa cobertura de la campaña electoral en la prensa egipcia. Al Dastour afirmaba que la Hermandad Musulmana planeaba una masacre si Mursi ganaba, en tanto Al Fagr aseguraba que se proponía fundar un
emirato islámicoen Egipto. El novelista Gamal el-Ghetani comentó:
estamos viviendo un momento que podría ser similar al ascenso de Adolfo Hitler al poder, exageración que habría sido menos ofensiva si un tal Anuar Sadat no hubiera sido alguna vez espía de Rommel.
Sin duda, la Hermandad tiene que cuidarse. Saad Katatni, fugaz presidente del efímero parlamento democráticamente electo –al que el Consejo Supremo le rebanó la garganta la semana pasada–, ha estado insistiendo en que Egipto
no tendrá una guerra argelina, aun si el ejército se ha legalizado un poder casi exclusivo para los años por venir. Cuando los generales argelinos cancelaron la segunda ronda electoral, en 1991 –porque los islamitas habrían ganado–, encendieron una guerra contra sus enemigos políticos que produjo 200 mil muertos.
El pueblo egipcio es diferente y no está armado, dijo Katatni.
Libramos una batalla legal (sic) por los canales establecidos y una lucha popular.
Puede que los egipcios sean diferentes de sus primos de Argelia, pero que estén desarmados es una cuestión muy distinta. Y la Hermandad ha sido atraída, en palabras del periodista egipcio Amr Dalí,
hacia la red de trampas legalistas y procedimentales tendida por los militares.
Porque, al tiempo que el ejército ha cerrado el parlamento, asumido el control del presupuesto, producido una constitución provisional en la que despoja a Mursi de la mayoría de los poderes y reintroducido la ley marcial –sin olvidar el incumplimiento de su promesa de dejar el poder luego de las elecciones–, un fenómeno extraño, pero no desconocido, ha reaparecido en Egipto: miedo al extranjero. Los anuncios de los servicios públicos, mubarakitas en su insensatez, llaman a los egipcios a cuidar lo que dicen enfrente de extranjeros. Cada vez más se considera que una cámara fotográfica en manos de un extranjero es un instrumento de espionaje. Cineastas egipcios reunidos en París han descrito cómo la explosión de
imágenes de creación popularde la revolución del año pasado es borrada hoy, conforme crece el recelo.
Y la ley cívica es desdeñada en todo el país. En el delta del Nilo, por ejemplo, ha brotado una epidemia de construcciones ilegales en tierras agrícolas –5 mil en las semanas pasadas, según agricultores–, luego que el opositor de Mursi, el ex primer ministro Ahmed Shafik, dijo presuntamente que
quienes han construido casas en violación de la ley de tierras agrícolas serán indemnizados y se legalizará su situación. Puesto que la tierra cultivable se reduce cada año en el país, éste es, en palabras de un profesor egipcio de agronomía,
un crimen contra todos los ciudadanos.
Los
verdaderosrevolucionarios, los jóvenes de la rebelión del año pasado contra Mubarak, van a tener que conectarse con los egipcios pobres que votaron por Mursi y abandonar muchos de sus lemas. Fue el izquierdista tunecino Aviv Ayen quien dijo la semana pasada a un periodista egipcio que quienes llamaron
revolución del jazmínal levantamiento en su país no se dieron cuenta de que los primeros revolucionarios tunecinos de Sidi Bouzid probablemente nunca habían visto un jazmín en su vida. Y hoy existen muchos egipcios que creen que jamás vieron una primavera árabe.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Pasiones francesas
Vilma Fuentes
Si la naturaleza tiene horror del vacío, las sociedades humanas no cesan de encontrar cada hora nuevas pasiones para llenar el espacio de su historia.
Mientras que la pasión política elevada a su paroxismo en Francia durante la campaña de la elección presidencial, seguida por las elecciones legislativas que terminaron con la victoria total de François Hollande y del Partido Socialista, los medios de comunicación franceses ya han encontrado nuevos temas y polémicas para mantener en suspenso a los auditores como si no pudiesen conocer un instante de reposo.La actualidad es un ogro voraz, le es necesario de manera constante un objeto qué devorar. Hoy, el campeonato de Europa de futbol, la fiesta de la música, el examen de bachillerato, son los actos que colman el temible vacío, que podría dejar pensar, y llenan los boletines informativos de todas las radios, los canales televisivos, o bien invaden las redes de comunicación que circulan por Internet como por Twitter, entre otros ejemplos.
Se podría pensar que el futbol, la música, el bachillerato, se encuentran lejos de la política. Sería no ver sino el aspecto más superficial de las cosas. De hecho, la pasión política se encuentra presente en todos los dominios, subterránea o proclamada, evidente o disimulada.
Así, un match de futbol, como el que acaba de oponer Alemania y Grecia, tomó de inmediato el giro de un enfrentamiento entre dos países opuestos en muchos otros terrenos, económicos, sociales y políticos, los cuales van más allá del simple terreno donde los jugadores se disputan la posesión del balón.
De un lado, la poderosa Alemania, del otro, Grecia en estado de quiebra económica. El símbolo era claro: los aficionados no se equivocaron al interpretarlo.
La fiesta de la música fue instituida en 1982 por el ministro socialista Jack Lang, a cargo de la Cultura con el presidente François Mitterrand. Al principio se trataba de celebrar ese arte permitiendo salir a la calle a las personas con el instrumento musical preferido, guitarra, violín o trompeta, y entregarse a su pasión durante toda una noche, la cual era nada menos que la más corta del año, o la más clara: la del inicio del verano el 21 de junio.
Maravillosa idea. Pero, ¿en qué se ha convertido? Poco a poco, en lugar de guitarra, flauta o violín, los presuntos músicos llegaron con material electrónico y en las calles se elevaron sonidos ensordecedores similares a los que agujeran los tímpanos en las discotecas.
Los verdaderos conocedores y amorosos de la música dijeron que esa fiesta era, sobre todo, la del ruido. Luego, los profesionales ganaron las calles: grandes orquestas se instalaron en parques y palacios nacionales.
Se dijo que los industriales del disco aprovechaban para lanzar la propaganda de sus productos. En fin, los cafés ofrecieron sus terrazas a grupos de músicos, los cuales atrajeron una abundante clientela y sirvieron para hacer fructificar los negocios de los bistrots. Se dijo que la fiesta fue recuperada por los comerciantes y que la música no era sino un pretexto. La pasión política, nunca desaparecida, relanzó polémicas interminables.
El examen del bachillerato, que permite obtener el diploma necesario para ingresar a la universidad es una institución nacional. Para los adolescentes es una prueba ritual. Paso a la edad adulta, entrada al mundo real y despiadado de la sociedad. Ser admitido, o no serlo, es un asunto crucial que suscita cada año una angustia compartida por hijos y padres.
También en este caso, la pasión política anima una polémica cada año. ¿El examen es necesario, debe suprimírsele, acordarlo a todos, o preservar una selección? ¿Ser igualitario o elitista?
Así, las pasiones políticas, que alcanzan su paroxismo durante las campañas electorales se expresan bajo otras formas, a veces sinuosas, en ocasiones con altas miras, a propósito de un asesinato o de una moda, tanto es verdad que la pasión política es una de las palancas, como el amor, que mueve al mundo.
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