Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 19 de marzo de 2012

El porvenir podría estar llegando- American Curios- De amor y política

El porvenir podría estar llegando
Gustavo Esteva
 
     Oigo por aquí, en Estados Unidos, que el movimiento de los okupas habría muerto. Que la policía, el frío y la fatiga lo habrían liquidado. Otros dicen que está más vivo que nunca, que ya ganó, que apenas empieza…
No sé. No es posible saber lo que pasará con él. Pero es buen tiempo para echar una ojeada a lo que nos dijo. Tomaré, por ejemplo, frases de su primer comunicado, publicado en el número uno de su revista Tidal: Occupy Theory, Occupy Strategy, que apareció en diciembre.
“Nos nacieron en un mundo de fantasmas e ilusiones que han perseguido nuestras mentes a lo largo de todas nuestras vidas. Estas sombras nos parecen más vivas que la realidad y quizás, conforme a cierta definición, son más reales, híper-reales. Crecimos en este mundo de pantallas e hipérbole e imaginería surrealista, y nada pensamos de un actor muerto hace mucho tiempo que aparecía en una pared de nuestras casas para urgirnos a comprar o a vivir de cierta manera…
“No tenemos una idea clara de cómo se siente realmente la vida. La mente se adapta rápidamente a lugares comunes y absurdos, de tal modo que un niño criado en una casa fantasmal de entretenimiento supone que son normales, especialmente si no puede encontrar la puerta (…) Nos damos cuenta de una vaga náusea espiritual, difícil de discutir en un mundo en que personas muy serias y trabajadoras no tienen tiempo de creer en la existencia del alma. Los fantasmas que nos acosan no tienen vocabulario para describir el vacío que han ayudado a crear en nosotros.
“Hemos venido a Wall Street como refugiados de esta tierra nativa de sueños, buscando asilo en la realidad. Eso es lo que tratamos de ocupar. Tratamos de redescubrir y reivindicar el mundo. Muchos piensan que hemos venido a Wall Street a realizar alguna transacción con sus habitantes, a lograr un arreglo. Pero no hemos venido a negociar. Hemos venido a confrontar la oscuridad en su fuente, aquí (…) donde vemos (…) que el propósito central de la vida es convertir toda la existencia en una moneda vendible. La significación de los fantasmas de nuestra niñez resulta más clara. Los entendemos como almas desprendidas de sus cuerpos y significados anteriores, y reducidas a la condición de mensajeros. Nos los enviaron gentes que intentaban arraigar la vida en una quintaesencia atesorable, que nos han estado urgiendo a comprar y a ‘cumplir nuestra parte’ en la constante monetización de la vida.
“¿Qué queremos de Wall Street? Nada, porque nada puede ofrecernos. No estaríamos aquí si Wall Street se alimentara a sí mismo; estamos aquí porque se alimenta de todos (…) Hemos venido a desvanecer nuestros fantasmas; a afirmar nuestros seres reales y nuestras vidas; a construir relaciones genuinas entre nosotros y con el mundo; y a recordarnos que otro camino es posible. Si los fantasmas de Wall Street están confundidos con nuestra presencia en su sueño, mucho mejor. Es tiempo de que lo irreal sea expuesto por lo que es.”
¿Qué hacemos con todo esto? Mucho más hay en The Occupied Wall Street Journal y en la incontable circulación de imágenes y textos a través de todos los medios. Nos acosa el asombro, la esperanza y la sorpresa ante la proliferación de iniciativas de toda índole, muchas de las cuales toman realidad ante nuestros ojos, como la de Occupy your food supply (ocupar la cadena alimentaria). Hay otro debate. Por primera vez en su historia la mayoría de los estadunidenses cuestiona a fondo el sistema que ellos inventaron y quisieron hacer modelo universal: la democracia moderna.
Es inevitable recordar. Algo así nos pasó en los primeros días de 1994, como aquí mismo han estado recordando. Nos despertamos. Logramos ver que el emperador estaba desnudo. Es cierto que desde arriba han estado dedicados a tratar de vestirlo de nuevo y nos dicen que está cubierto de ropajes espléndidos, como los que cada candidato pretende haberle puesto. Pero sabemos que sigue desnudo. No es agradable su desnudez. Menos aún porque está en pánico y se vuelve cada vez más peligroso…
Y sí, a pesar de cuantos quieren que durmamos de nuevo; que no veamos la condición fantasmal de todo lo que ofrecen; que creamos una vez más en esas ilusiones, esa hipérbole, esa imaginería surrealista; que finjamos de nuevo que nuestros sueños pueden caber en las urnas y que cerremos los ojos ante la guerra civil salvaje que se extiende entre nosotros; a pesar de todo eso, muchos queremos abrir aún más los ojos. Y actuar en función de lo que vemos.
American Curios
Omertá y Wall Street
David Brooks
Foto
Un ejecutivo de Goldman Sachs renunció hace unos días a la institución financiera al tiempo que hizo una denuncia pública sobre el deterioro en la fibra moral de la empresa. La imagen, en el piso de remates de la Bolsa de Valores de Nueva YorkFoto Ap
 
      No es que no se haya sabido, pero aparentemente lo inaceptable es que alguien de adentro lo diga. Esta semana, a juzgar por las reacciones, hubo alta traición en Wall Street y las consecuencias son lo bastante serias para armar un movimiento de solidaridad entre la cúpula financiera del país y enfrentar el grave problema provocado cuando un ejecutivo se atrevió a revelar que las cosas son tan tóxicas como todos saben.
¿Cuál fue el gran secreto revelado por un joven ejecutivo de Goldman Sachs, tal vez el banco inversionista más poderoso del mundo? Resulta que la avaricia es el motor del capitalismo financiero, según Greg Smith, un vicepresidente de esa empresa (hay 12 mil vicepresidentes en la empresa de unos 30 mil empleados, o sea no es de los más altos niveles) que escribió una especie de carta de renuncia pública en el New York Times.
Smith denunció que dentro del monstruo se practica, esperen, esperen, ahí les va la revelación: ganar dinero y más dinero a como dé lugar. Pero lo más devastador es que la práctica común de esa prestigiada e histórica empresa para lograr sus enormes ganancias incluye estafar y engañar a sus clientes y a todos los que se dejen. Ah, y una sorpresa más: ahí adentro hay una cultura que se ha deteriorado hasta el punto de que el ambiente ahora es el más tóxico y destructivo que jamás he visto y creo que este deterioro en la fibra moral de la empresa representa la amenaza más seria a su sobrevivencia a largo plazo.
El impacto de estas palabras fue de tales dimensiones que las acciones bursátiles de la empresa sufrieron un desplome en la bolsa de Nueva York; los directivos de Goldman Sachs rechazaron de inmediato las acusaciones e insistieron en que son gente decente, ejecutivos en otras casas de inversión se vieron obligados a defender su cultura, hubo un intenso intercambio de análisis, reacciones, comentarios en los principales medios, así como en todo el universo cibernético, y hasta el multimillonario alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, quien hizo su fortuna en Wall Street, visitó las oficinas del banco para expresar su solidaridad.
Los máximos jefes de Goldman Sachs respondieron en un memorando a todos sus empleados que las afirmaciones de Smith no reflejaban los valores o cultura de la empresa. Estamos en desacuerdo, afirmaron voceros de ésta a los medios, ya que sólo seremos exitosos si nuestros clientes también lo son. Esta verdad fundamental está en el corazón de cómo nos conducimos.
Ahora hay debates abiertos y explícitos sobre qué tipo de avaricia es mejor, que si el problema es la diferencia entre avaricia de corto y de largo plazo. Como argumentó Ezra Klein en el Washington Post, la avaricia de largo plazo implicaba que uno trataba a sus clientes de manera correcta, mientras ahora la mayoría de las ganancias de Goldman Sachs proviene del lado que enfatiza avaricia de corto plazo, donde la prioridad es el volumen de ventas e intercambios de acciones y otros instrumentos financieros, y no la relación con los clientes.
Defensores de Wall Street argumentan que eso es sólo la opinión de un tipo aislado y no representativo del sector, y trataron de restar importancia a sus críticas. Un editorial de Bloomberg View afirmó: tendría que haber sido una sorpresa terrible para Smith cuando concluyó que Goldman se dedicaba principalmente a ganar dinero. El Wall Street Journal empezó a desacreditar a Smith, afirmando que, según fuentes, era un empleado de bajo nivel.
Algunos críticos de Wall Street señalaron que lo curioso es que este joven apenas descubrió lo que millones ya sabían: que los bancos de Wall Street habían llevado al país a su peor crisis económica desde la gran depresión precisamente por las prácticas que ahora denunció. Lo que está ausente en este artículo (el de Smith) es cualquier sentido de mea culpa, cualquier sentido de que él era de alguna manera parte del problema, comentó Felix Salmon, reconocido comentarista de asuntos financieros de la agencia Reuters.
Otros –incluso comentaristas de Forbes y BBC– alertaron que el simple hecho de que un ejecutivo se atreviera a renunciar con tal mensaje público no podía más que dañar a la empresa, sobre todo su credibilidad con sus clientes, y peor si esto incita un éxodo de talento de la empresa.
Liberales y progresistas, por su parte, festejaron que uno de adentro por fin denunciara lo que los de afuera habían criticado. Matt Taibbi, columnista de Rolling Stone, autor de una famosa descripción de Goldman Sachs como un calamar vampiro gigante que constriñe la cara de la humanidad en sus feroces críticas, consideró que la renuncia de Smith fue histórica por el hecho de que alguien de adentro denunciara que la práctica de la empresa era estafar y joder a sus propios clientes. Señaló que así tenía que ser el fin del juego para reformar Wall Street, algo que no podía provenir por presión del gobierno ni de Ocupa Wall Street, sino que el cambio real siempre tenía que llegar desde adentro del propio Wall Street. El efecto de esto, afirmó, es que los clientes de esa empresa perderán confianza en que sea el mejor lugar para administrar sus fondos.
Goldman Sachs –fundado en 1869– fue escuela de varios de los amos del universo, incluidos los ex secretarios del Tesoro Henry Paulson y Robert Rubin, varios ejecutivos en jefe de otras empresas de Wall Street, así como de jefes del Banco Mundial, de la Reserva Federal y de bancos nacionales de países como Italia y Canadá.
Taibbi escribió hace un par de años que Goldman Sachs, con su influencia y alcance sin precedente entre las cúpulas mundiales, es un enorme motor altamente sofisticado para convertir la riqueza útil y desplegada de la sociedad en la sustancia menos útil, de mayor desperdicio y más insoluble en la Tierra: pura ganancia para individuos ricos.
O sea, parece que es traición confesar de qué se trata tan sagrado negocio. ¿Será algo así como la omertá de la Cosa Nostra?

De amor y política
Hermann Bellinghausen
 
      Resulta difícil negar el desconcierto que producen los llamados al amor en tiempos de cólera y rabia en distintas partes de América Latina, asociados recientemente con las fuerzas consideradas progresistas, o de izquierda, según la taxonomía que uno elija. Esas que el neoliberalismo empecinado desdeña como populistas, en una traducción superflua de lo que antes era el populismo de caudillos tipo Perón, Arbenz o Cárdenas. Lo que tenemos hoy en Venezuela o Bolivia, o bien en el programa del Morena mexicano, se debe interpretar como capitalismo moderado –o de rostro humano–, basado en recetas más o menos sensatas para sobrevivir a la indiferencia cruel de las corporaciones, la voracidad sin fondo de las burguesías nacionales (desnacionalizadas ya) y la seguridad interna del imperio.
El escritor inglés EM Forster (1879-1970), ciertamente no un progresista de izquierda, reflexionaba en los aciagos años de la segunda guerra europea acerca de los usos del amor en la vida pública. Integrante del proverbialmente elitista grupo de Bloomsbury (de fama por Virginia Woolf), tenía sin embargo ideas bastante originales y abiertas acerca de la aristocracia del espíritu, atribuibles a su homosexualidad que, como apunta Colin White, lo hacían sensible y tolerante con las clases subalternas, en parte por su propia condición marginal, y en parte porque su vida clandestina transcurría, más que en salones literarios, en pubs y barrios proletarios entre soldados, marineros y hasta proscritos. Descubrir que era posible sentir respeto y afecto hacia personas de muy diferente condición social abrió enormes posibilidades para Forster como escritor y como hombre (prólogo a En lo que creo, UNAM. Colección Pequeños Grandes Ensayos, 2004).
El volumen citado incluye dos espléndidos escritos complementarios: el que da título al librillo, y Tolerancia. Forster habla desde un mundo en riesgo, desesperado; su esfuerzo por resaltar los valores humanistas es heroico. Pese a la tentación casi religiosa de entonces por aferrarse al amor como salvación para el mundo de los individuos y su libertad, él duda que la cualidad espiritual indispensable para reconstruir la civilización sea el amor, como tiende a pensar la mayoría de las personas. Medio siglo antes de los Beatles, Forster disintió: no todo lo que se necesita es amor.
“Con todo respeto, pero también con toda firmeza, estoy en desacuerdo. El amor es una fuerza sustancial en la vida privada, es la mayor de todas, pero no funciona en los asuntos públicos; es algo que ya se ha intentado una y otra vez pero siempre ha fracasado –lo mismo en las civilizaciones cristianas de la Edad Media que durante la Revolución francesa, movimiento secular que proclamaba la hermandad del hombre. La idea de que las naciones deben amarse unas a otras o de que las empresas o las cámaras mercantiles deben amarse unas a otras o de que un hombre de Portugal debe amar a uno en Perú, del cual jamás ha tenido noticia, es absurda, ilusoria y peligrosa; nos conduce hacia un sentimentalismo confuso y azaroso”. Sólo podemos amar, discurre, lo que conocemos personalmente y no es mucho lo que podemos conocer de esa manera.
Según el novelista de Pasaje a la India, en los asuntos públicos, en la reconstrucción de la civilización se requiere algo menos dramático o emocional: tolerancia. Una virtud sin gracia, admite, aburrida, negativa. A diferencia del amor, siempre ha tenido malos pregoneros. Significa soportar a las personas. Nadie le ha escrito una oda ni erigido una estatua. No obstante, es la cualidad que más necesitaremos cuando se acabe la guerra.
Claro que aquella guerra no era como la nuestra ahora. Fue bastante peor en muchos sentidos, pero al menos clara en sus reglas y bandos. No admitía eufemismos idiotas como los nuestros.
¿Qué hacer? Hay dos soluciones, reflexiona Forster. Una es la nazi: si no te gusta la gente, mátala, segrégala y luego pavonéate por aquí y por allá. La otra, menos emocionante, es la vía de las democracias: “si no te gusta la gente, sopórtala como te sea posible; no intentes amarlos –no podrás y sólo acabarás agotado–, pero trata de tolerarlos”, pues sólo así puede construirse un futuro civilizado.
La tolerancia puede ser aburrida, pero también enciende la imaginación, ya que todo el tiempo tienes que imaginar que estás en los zapatos de otra persona, lo cual es un ejercicio espiritual deseable. Quizás cuando la casa haya sido terminada, pero no antes, entrará en ella el amor y, entonces la fuerza más grande de nuestra vida privada también gobernará la vida pública.
Nosotros estamos lejos de terminar la casa. Falta lo principal: recuperar el lugar para construirla, la dignidad sin miedo, la igualdad y la justicia que hoy nos quedan ridículamente lejos. Como enseñan los ocupas y los rebeldes de la plaza Tahrir, primero hay que indignarse, y organizar esa indignación.

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