Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 27 de agosto de 2012

American Curios- Siria: el sucio negocio de la limpieza- La ansiada revancha

American Curios
Guerra contra las mujeres
David Brooks
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En imagen de archivo, Todd Akin, candidato republicano al Senado por Misuri, quien provocó revuelo en días recientes cuando al expresar su postura contra el aborto habló de violaciones sexuales legítimas
Foto Ap
 
Es la guerra, sin duda, más larga de la historia. La guerra contra las mujeres en Estados Unidos se ha intensificado a un nivel tan exagerado que los propios combatientes están asombrados.
 
Primero, esta semana el Partido Republicano adoptó una plataforma que incluye la propuesta de promover una enmienda constitucional que prohíbe el aborto aparentemente sin excepciones, o sea, no se detallan posibles excepciones como embarazos, resultado de violaciones sexuales, o un riesgo físico con un embarazo. El lenguaje es el de siempre: el hijo aún no nacido tiene un derecho individual fundamental a la vida, y se afirma la santidad de la vida.
 
Poco antes estalló un escándalo tan severo que descarriló por un rato la campaña presidencial republicana y podría incluso costarle a ese partido su oportunidad de obtener la mayoría en el Senado. El candidato republicano al Senado por Misuri, el representante Todd Akin, expresó su férrea postura contra el aborto y dijo que la mantiene aun en casos de violación sexual. “Si es una violación sexual legítima, el cuerpo femenino tiene maneras de cerrarse ante ello… Aun si eso no funciona, creo que debería haber algún castigo, pero debe ser impuesto al violador, y no al niño (concebido)”.
 
Eso de violación sexual legítima, insinuando que las mujeres frecuentemente mienten al decir que son violadas para obtener un aborto, provocó tal revuelo que el propio candidato presidencial republicano y toda la cúpula nacional exigieron que Akin se retirara de la contienda. Los comentarios del representante Akin son insultantes, inaceptables y, francamente, erróneos, comentó Romney el lunes, seguido por declaraciones de líderes republicanos del Senado. La contienda en Misuri para la curul del Senado es una de las más reñidas y clave para la estrategia republicana de recuperar la mayoría en la cámara alta.
 
Akin dijo que había cometido un error verbal, pero la cúpula nacional de su partido anunció que le retiraría todo apoyo financiero. Sin embargo, Akin abiertamente rehúsa retirarse, y con ello recibió el apoyo aún más amplio de corrientes ultraconservadoras de su partido, lo cual pone de manifiesto una vez más la pugna entre la cúpula republicana y las cada vez más poderosas bases ultraderechistas fundamentalistas, que ejercen mayor control.
 
Pero en los hechos, tal como se comprueba con la plataforma del partido adoptada en vísperas de la Convención Nacional Republicana en Tampa, Florida, las opiniones de Akin son ampliamente compartidas, aunque no necesariamente expresadas así.
 
De hecho, Akin y el ahora candidato republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan, estuvieron entre los 225 representantes que impulsaron un proyecto de ley que buscaba reducir el acceso al aborto sólo a aquellos casos en que las mujeres fueran violadas por la fuerza, definición que resultó tan extremista políticamente que tuvieron que abandonarla. Sin embargo, Ryan, católico conservador, tiene un largo historial de oponerse a todo tipo de aborto. Muchos más políticos republicanos –casi todos hombres– tienen una larga historia en esas posturas, incluso con comentarios como los bebés que resultan de violaciones son un regalo (ex candidato presidencial Rick Santorum), y otros que afirman que en lugar de abortar después de una violación sexual, la mejor opción para la mujer es hacer limonada de ese limón.
 
Todo esto por políticos que promueven el mantra de que la interferencia del gobierno en asuntos individuales amenaza la libertad, pero que cuando tiene que ver con las decisiones de una mujer sobre su cuerpo promueven la intervención frontal, directa y punitiva del gobierno.
 
La defensa de la santidad de la vida a veces llega a niveles absurdos: un candidato a sheriff de un condado de Nueva Hampshire recientemente tuvo que disculparse después de dar a entender que no descartaría la opción del uso de fuerza letal para detener un aborto, o sea, que estaba dispuesto a matar para defender el derecho a la vida.
 
La batalla de las fuerzas cristianas fundamentalistas contra los derechos más básicos de las mujeres aquí es muy parecida a la de algunos países musulmanes fundamentalistas en otras partes del mundo. El profesor y comentarista Juan Cole considera que políticos como Akin y Ryan comparten la misma posición que algunas de las principales autoridades sunitas en Egipto: “sí, Akin promueve… la ley sharia. Pero hasta musulmanes fundamentalistas estarían en desacuerdo con él sobre prohibir el aborto si la salud de la madre estuviera en riesgo, y la gran mayoría de los musulmanes son mucho más abiertos en el tema del aborto…”
 
Eve Ensler, la dramaturga de Monólogos de la vagina y activista internacional contra la violencia hacia las mujeres, escribió una carta abierta a Akin afirmando que sus declaraciones y las de sus colegas, para las millones de mujeres violadas en este mundo, implican una re-violación. La premisa de esas declaraciones, agregó, es que las mujeres y sus experiencias no son confiables, que su entendimiento de violación tiene que ser calificado por algún tipo de autoridad superior y más sabia y que deslegitima y socava el horror, invasión y profanación que sufrieron. “Jugar con palabras como ‘forzado’ o ‘legítimo’ es jugar con nuestras alarmas que han sido destrozadas por penes no deseados penetrándonos, cortando nuestra carne, nuestra vagina, nuestra conciencia, nuestra confianza, nuestro orgullo, nuestro futuro”.
 
Le estoy pidiendo a usted y al Partido Republicano salirse de mi cuerpo, de mi vagina, de mi vientre, que se salgan de todos nuestros cuerpos. Éstas no son sus decisiones. No son sus palabras las que deben definir.
 
Todo esto estará presente en la Convención Nacional Republicana esta semana, en la cual se constatará que no habrá tregua en la guerra contra una mayoría de la población: las mujeres.
 
Siria: el sucio negocio de la limpieza
Robert Fisk
Cada día se informa de una nueva masacre en Siria. Este domingo fue en Daraya. Matanza cometida por soldados, según los opositores a Bashar Assad. Perpetrada por terroristas, de acuerdo con el ejército sirio, el cual presentó a la esposa de un soldado que supuestamente fue baleada y dejada por muerta en una tumba de Daraya.
 
Por supuesto, todos los ejércitos quieren permanecer limpios. Todos esos galones dorados, todos los honores de batalla, todo ese semper fidelis de los desfiles. El problema es que cuando entran en guerra se alían con las milicias más impresentables, con pistoleros, reservistas, matones y asesinos en masa, a menudo grupos de vigilantes locales que invariablemente contaminan a los hombres de vistoso uniforme y pomposas tradiciones, hasta que generales y coroneles tienen que reinventarse a sí mismos y su historia.

Pensemos en el ejército sirio. Da muerte a civiles, pero asegura tomar todas las precauciones para evitar daños colaterales. Los israelíes dicen lo mismo, al igual que los británicos, los estadunidenses y los franceses.

Y, desde luego, cuando un grupo insurgente –el Ejército Sirio Libre o los salafistas– se hacen fuertes en las ciudades y poblaciones de Siria, las fuerzas del gobierno abren fuego, matan civiles, miles de refugiados cruzan la frontera y CNN informa –como hizo el viernes por la noche– que los refugiados maldecían a Bashar Assad al huir de sus hogares.

Y no puedo olvidar que Al Jazeera, odiada por Bashar ahora como alguna vez lo fue por Saddam Hussein, regresó de Basora en 2003 con imágenes terribles de mujeres iraquíes muertas y heridas y de niños despedazados por fuego británico de artillería contra el ejército iraquí. Y no necesitamos mencionar todas esas bodas y esas inocentes aldeas tribales en Afganistán que fueron pulverizadas por la artillería, los jets y los drones estadunidenses.

Los militares sirios, lo admitan o no –y no me alegraron las respuestas que recibí de los oficiales la semana pasada sobre ese tema–, trabajan con los shabiha (defensores de las aldeas, los llamó un soldado), una horda asesina, integrada por alauitas en su mayoría, que ha dado muerte a cientos de civiles sunitas. Tal vez la Corte Internacional de La Haya declare algún día responsables de esos crímenes a soldados sirios –pueden jurar que no tocará a los guerreros de Occidente–, pero será imposible que el ejército sirio saque a los shabiha de la historia de su guerra contra los terroristas, los grupos armados, el Ejército Sirio Libre y Al Qaeda.

El intento de deslinde ya ha comenzado. Los soldados sirios combaten a petición de su pueblo, para defender a la nación. Los shabiha nada tienen que ver con ellos. Y tengo que decir –una vez más, no estoy comparando a Bashar con Hitler ni el conflicto en Siria con la Segunda Guerra Mundial– que la Wehrmacht alemana trató de ensayar el mismo juego narrativo en 1944 y 1945, y luego, en forma mucho más grande, en la Europa de posguerra.
 
Los disciplinados elementos de la Wehrmacht nunca cometieron crímenes de guerra ni genocidio contra los judíos de Rusia, de Ucrania o de los estados del Báltico, como tampoco en Polonia o Yugoslavia. No: fueron esos malvados criminales de las SS o los Einsatzgruppen o la milicia ucraniana o la policía paramilitar lituana o la Ustashe proto-nazi los que ensuciaron el buen nombre de Alemania. Pamplinas, claro, aunque los historiadores germanos que se dieron a la tarea de probar la criminalidad de la Wehrmacht aún hoy soy objeto de vilipendio.
 
El ejército francés de Vichy trató de limpiarse las garras afirmando que todas las atrocidades fueron cometidas por la Milice, mientras los italianos culparon a los alemanes. Los estadunidenses se valieron de las bandas criminales más viles de Vietnam, los franceses usaron a las fuerzas coloniales para masacrar insurgentes en Argelia. Los británicos toleraron a las fuerzas especiales B en Irlanda del Norte hasta que inventaron el Regimiento de Defensa del Ulster (UDR, por sus siglas en inglés), el cual, contaminado por las matanzas sectarias, fue finalmente desbandado.
 
El UDR relucía de limpio comparado con los alemanes, pero en el punto más intenso de la ocupación de Irak los estadunidenses pagaban a las guardias vecinales sunitas para que liquidaran a sus enemigos chiítas, y a reservistas semejantes a sicarios –junto con uno que otro profesional– para que torturaran a sus prisioneros en Abu Ghraib.
 
Y ahí está Israel, que tuvo que arrastrarse cuando su milicia falangista libanesa masacró a mil 700 palestinos en 1982. Su milicia Ejército Libanés del Sur, igualmente despiadada, torturaba prisioneros con electricidad en la prisión de Khiam, dentro de la zona ocupada por Israel en el sur de Líbano.
 
Por supuesto, la guerra mancha a todos los que participan en ella. Los hombres de Wellington en las Guerras de la Península no pudieron prevenir que sus aliados guerrilleros españoles cometieran atrocidades, como tampoco los británicos y estadunidenses pudieron evitar que sus aliados soviéticos violaran a cinco millones de mujeres alemanas en 1945. ¿Acaso los turcos no usaron su propia versión de las SS –junto con la milicia kurda– para que ayudara al genocidio de los armenios en 1915?
 
Los aliados de la Segunda Guerra Mundial cometieron su parte de ejecuciones extrajudiciales –aunque no en la escala de sus enemigos– y, gracias a YouTube, el hoy tan amado Ejército Sirio Libre ha difundido sus propios asesinatos en Siria. Lanzar policías desde las azoteas y matar a balazos a los shabiha luego de torturarlos no da lustre a la fama de La Clinton y messieurs Fabius y Hague. Mantener la limpieza es un sucio negocio.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
 
La ansiada revancha
Arturo Balderas Rodríguez
Esta semana, el Partido Republicano nominará oficialmente a Mitt Romney como su candidato a la presidencia de Estados Unidos. Romney llegará a la convención de su partido en Tampa, Florida, donde 2 mil 286 delegados lo impulsarán para que cumpla con su propósito de derrotar al presidente Barack Obama en las urnas el próximo mes de noviembre.
 
Mucho se ha escrito sobre las dotes de Romney como hombre de empresa, como gobernador de su estado, e incluso sobre su exitosa gestión en la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno en el año 2002. Pero, con sus vacilaciones, él mismo se ha encargado de poner en evidencia sus limitaciones para dirigir un país cuyo poderío económico, hasta ahora, no tiene paralelo, y cuya hegemonía militar lo ha convertido en el más temido. Basta recordar los ocho años del gobierno de George W. Bush para entender por qué es también el más odiado en las naciones que han sufrido los embates de su política externa, sobre la cual Romney ha demostrado una ignorancia supina.

Hay un aforismo que se repite en tiempos electorales sobre la imposibilidad de que un presidente se relija cuando el desempleo rebasa 7 por ciento y la economía no crece. Hoy, el desempleo ronda 8 por ciento y la economía crece muy lentamente. Son las razones por las que los republicanos apuestan a que Obama fracasará en su intento por relegirse. Sin embargo, como escribió Rana Foroohar en la revista Time, estos tiempos son diferentes. Desde que Reagan derrotó a Jimmy Carter en su intento por relegirse cuando el desempleo superaba 7 por ciento, la complejidad de un mundo más integrado ha modificado esas premisas. La crisis económica por la que atraviesan algunos países europeos no se ha constreñido a Europa, es uno de los factores que han lastrado el crecimiento económico de Estados Unidos. Otro ha sido la sistemática oposición de la bancada republicana en el Congreso a que el gobierno gaste más, por ejemplo en infraestructura y ayuda social, para apuntalar el crecimiento y el empleo. Romney y su compañero de fórmula, Paul Ryan, cuyas ideas sobre la libre empresa están incluso más a la derecha de las que proclamó la dupla ultraconservadora Reagan-Thatcher, han repetido hasta el cansancio que Obama no ha cumplido con dar a la economía el dinamismo necesario.
 
Sin embargo, parece que los electores se han percatado de que Obama no es del todo responsable por ello. En una encuesta realizada por la organización PEW, 50 por ciento confía más en este gobierno, que mal que bien salvó al país de una crisis mayor, que en alguien que no ha sido capaz de explicar cómo piensa promover el desarrollo económico, como es el caso de Romney.
 
Faltan casi tres meses de campaña y pueden suceder muchas cosas. Por lo pronto, el Partido Republicano tendrá su gran celebración esta semana, y en ella hará cera y pabilo de Obama. Habrá que ver la respuesta a esa gran puesta en escena sobre la ansiada revancha conservadora en contra del primer presidente negro en la historia de Estados Unidos

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