Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 27 de noviembre de 2012

Franja de Gaza: Tregua de cristal

 

Ofensiva israelí Foto: AP
Ofensiva israelí
Foto: AP
La ofensiva israelí contra la Franja de Gaza tiene todas las características de una maniobra político-electoral del primer ministro Benjamín Netanyahu que, de acuerdo con analistas y negociadores, le salió mal. Algunos de ellos coinciden en que el objetivo fue dar un golpe espectacular, que al final se convirtió en un golpe al corazón de Tel Aviv. Otros comentan que el dirigente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, quedó expuesto como un líder débil que le apostó a la negociación y no logró nada. Los grandes vencedores de la “miniguerra” de Gaza, añaden, son Hamas y el presidente egipcio Mohamed Morsi, cuyas gestiones lograron la tregua del miércoles 21, un alto al fuego tan frágil como el cristal…
BARCELONA, ESPAÑA (Proceso).- Desde su hogar en la ciudad de Gaza, aterrorizado el ingeniero mecánico palestino Ahmed al-Arabi habla con Proceso vía telefónica el mediodía del miércoles 21.
Su barrio, Tel El-Hawar, es uno de los que el ejército de Israel ordenó desalojar antes de comenzar los bombardeos. “Esta lucha es temporal y al final ustedes volverán a sus casas”, decían unos volantes –lanzados desde aviones israelíes– sin precisar si lo que encontrarían al regreso serían escombros. “Si siguen estas órdenes no se les hará daño”.
Al-Arabi no abandonó su casa: “Es todo lo que tenemos”. Pero fue un error. En una pausa entre ataques pide ayuda a este semanario: “Tengo ocho hijos y mi mujer. ¡Sólo confiamos en que Dios permita que Hamas y Mohamed Morsi (presidente egipcio) detengan a los israelíes”.
Un año antes Al-Arabi era simpatizante del mandatario palestino Mahmud Abbas y del estadunidense Barack Obama. Eso cambió: “No pueden ni quieren defendernos, no son capaces de enfrentarse a Netanyahu. Sólo Hamas y Morsi pueden protegernos”.
En el terreno hay una inmensa desproporción: El partido islamista Hamas –que controla la Franja de Gaza–, enfrenta con anticuados misiles y rifles automáticos a la aviación, la marina y los tanques enemigos. Sus milicianos disparan rogando que el proyectil caiga en una zona poblada de Israel, mientras que los drones (aviones no tripulados) israelíes sobrevuelan el pequeño territorio palestino identificando objetivos que las bombas golpean con abrumadora precisión.
La cifra de víctimas mortales es más que elocuente: 160 palestinos –de los que 34 eran niños– y cinco adultos israelíes.
Pero en la mesa de negociaciones el balance es diferente. El primer ministro Benjamín Netanyahu y su ministro de Defensa, Ehud Barak, amenazaron con que su ofensiva aérea daría paso a una devastadora invasión terrestre, a lo que la parte aparentemente más débil, Hamas, respondió presentando exigencias para aceptar un alto al fuego: que Israel suspendiera los bombardeos y su política de asesinatos marcados, y que levantara el bloqueo terrestre, marítimo y aéreo de Gaza.
Netanyahu, que demandaba que Hamas dejara de lanzar cohetes 48 horas antes de parar sus aviones, cedió.
Las negociaciones, además, no se llevaron a cabo de la manera tradicional, con la mediación de Washington: La secretaria de Estado Hillary Clinton acudió para ejercer presión, pero el proceso se realizó en El Cairo y el control estuvo en manos de Morsi.
“Ésta fue la primera crisis en el nuevo escenario que ha creado la Primavera Árabe”, afirma el analista político egipcio Amr Madiani.
“Para todos los actores se trata de una prueba para sondear a los demás. Y si es posible que Netanyahu y sus socios obtengan los beneficios electorales que buscaban al provocar esta escalada (en octubre el primer ministro israelí adelantó los comicios, que serán el 22 de enero; esta coyuntura crítica se abrió el 21 de noviembre, cuando uno de sus aviones asesinó al jefe militar de Hamas, Ahmed Jabari), han comprobado que Egipto tiene voluntad de jugar un papel bastante más comprometido e influyente, con cierta independencia de Estados Unidos.
“A diferencia de Mubarak, para Morsi es vital hacer sentir a su pueblo que sus sentimientos se reflejan en su gobierno”, agrega Madiani.
Otro ganador, continúa, es Hamas: Su rival –preferido por Washington y los israelíes–, el presidente Abbas del partido Fatah “sale muy debilitado, mostró su incapacidad total, mientras que Hamas volvió a aparecer como campeón de los palestinos al bañar a Israel con una lluvia de cohetes, poco eficaz pero impresionante, y volvió a hacer sonar las sirenas en Tel Aviv y Jerusalén después de 40 años.
“A los israelíes les llegó un inquietante mensaje con el autobús que estalló sin dejar muertos: Que los palestinos pueden volver a golpear en el corazón de Israel y si lo desean, pueden volver a matar.”

Hamas

Desde Gaza se dispararon mil 506 cohetes, de los que muy pocos dieron en zonas habitadas. Apenas hay imágenes de estructuras dañadas. En cambio el ejército israelí, según su parte de guerra, destruyó mil 500 “sitios terroristas”.
La infraestructura que sostiene la vida cotidiana en Gaza quedó hecha trizas: Edificios de gobierno, cuarteles de Hamas, estaciones de policía, un puente vital que une el norte con el sur, los sistemas de electricidad y agua potable… Pasará mucho tiempo antes de que se vuelva a la normalidad.
Sin embargo, tras el cese el fuego que entró en vigor a las nueve de la noche del miércoles 21, las calles de Gaza y de las ciudades palestinas de Cisjordania se llenaron de gente con banderas de Hamas que celebraba lo que llama “victoria”.
El partido islamista brindó un espectáculo durante los ocho días de combate: un torrente ininterrumpido de misiles que trazaba estelas de luz en las noches y de humo blanco en el día; el sonido de las sirenas en Tel Aviv y Jerusalén por primera vez desde los setenta y un temible aviso en forma de bomba en un autobús, que causó 16 heridos el miércoles 21 en Tel Aviv.
Muchos israelíes daban por hecho que los tiempos de los atentados de terroristas suicidas desesperados se habían acabado; éste, sin embargo, no requirió ni inmolación ni muertes para dejar su mensaje.
En Cisjordania, la parte más grande de las dos que forman los territorios palestinos y controlada por el presidente Abbas y su partido Fatah, “se acabó todo atisbo de crítica contra Hamas. Uno parecería traidor si la hiciera”, dice Issam Abu Rabia, activista palestino de Ramallah.
“Estoy contra Hamas porque soy un demócrata y soy laico”, reflexiona desde Gaza Talal Okal, dirigente retirado del Frente Popular para la Liberación de Palestina. “Pero hemos recibido una lección: Que la resistencia frente a Israel llega más lejos que la negociación. Mahmud Abbas rechazó la violencia y nos comprometió con la negociación y no ha conseguido nada. Hamas no nos ha hecho más fuertes que Israel, pero ahora quedamos en mejor posición para negociar”.

Romper el aislamiento

Las encuestas tienen por delante señalar qué tal le salió la jugada al primer ministro israelí. Netanyahu sabe que una guerra que dijo haber ganado su antecesor, Ehud Olmert contra el partido Hezbolá en Líbano, en 2006, hizo que la popularidad del mandatario cayera de 86% a 3% en menos de un año y que su partido, Kadima, fuera barrido en las elecciones.
“Esto dista mucho de ser lo que Bibi (Netanyahu) creyó que resultaría”, afirma Aarón Riel, politólogo del Instituto Van Leer de Jerusalén. “Él escogió provocar la crisis al ordenar la eliminación de Jabari. Pensó que humillaría a Hamas, que el pueblo israelí cerraría filas con él y que lo premiaría con una gran victoria electoral.
“Su ofensiva llegó a tener 90% de apoyo en los sondeos, pero ¿cómo explica ahora que ha dialogado con quienes llama terroristas, que ha aceptado sus condiciones y que abrirá las fronteras de Gaza? Tiene que responder, además, por el inmenso desastre de seguridad que representa que hayan podido hacer explotar una bomba en Tel Aviv. Y por las sirenas en Jerusalén.”
Muy pronto se vio que las cosas no estaban saliendo como Netanyahu quería. En su blog Pomegranate, sobre asuntos de Medio Oriente, el semanario The Economist advirtió el martes 20 que seguir adelante podría costarle demasiado caro al primer ministro y a su país.
La guerra de Olmert en Líbano ya le había hecho perder a Israel a un importante aliado regional, Turquía, y una ofensiva terrestre sobre Gaza podría hacer lo mismo con Egipto, país que por los tratados de Campo David de 1977 ha asegurado su frontera sur y le ha facilitado al Estado judío gozar del periodo de paz más prolongado de su historia, señala The Economist.
El semanario británico también advirtió que la resistencia de Hamas estaba provocando furor en Cisjordania y que empezaban a producirse protestas que pronto podrían salirse de control. Y señaló que los combates ya estaban sacudiendo las grandes ciudades israelíes, cuyos habitantes, a quienes no preocupa mucho lo que ocurra con Gaza, “podrían culpar a Netanyahu por echar a perder la calma”.
Hamas, por otro lado, no tardó en vanagloriarse de que los ataques israelíes habían causado el paradójico efecto de romper el aislamiento internacional de Gaza, que recibió por primera vez la visita de una serie de importantes dignatarios extranjeros: El primer ministro egipcio, Hisham Kandil; los cancilleres de Turquía, Ahmet Davotoglu, y de Túnez, Rafik Abdessalem; y una delegación de la Liga Árabe.
El líder del Politburó de Hamas, Jaled Meshal, condujo las negociaciones en El Cairo y se sentó con representantes de los poderes regionales: Turquía y Egipto.
“Nunca antes Hamas había gozado de tal reconocimiento”, señala Madiani. “Después de tantos años de sufrir rechazo y marginación, ahora fue aceptada en sociedad”.

Nuevo tablero

Pese a sus celebraciones, el partido islamista también está teniendo que adaptarse al nuevo escenario surgido de la Primavera Árabe. Sostenido tradicionalmente por Irán y Siria, el conflicto en este último país lo ha forzado a cambiar de bando para alinearse con sus correligionarios sunitas, que están en el lado rebelde contra los alauitas-chiitas del régimen de Bashar al-Assad.
En cambio Hamas depende ahora del apoyo de los Hermanos Musulmanes del presidente egipcio Morsi, de los sunitas del emirato de Qatar –que usa sus vastos recursos petroleros para favorecer a sus aliados– y de Turquía. Aunque cada una de estas potencias regionales impulsa políticas guiadas por intereses propios, todos son aliados de Washington y, al contrario de lo que hacían Irán y Siria, presionarán a Hamas para que se flexibilice frente a Obama.
Egipto necesita a Estados Unidos, que le otorga ayuda militar anual por mil 300 millones de dólares y del que espera asistencia para reconstruir su maltrecha economía. Al mismo tiempo Morsi tiene que demostrarle a su base política islamista y a su pueblo que es distinto de Mubarak “y que sale en defensa de sus hermanos árabes sunitas”, afirma Madiani.
Era una “maniobra difícil y delicada”, continúa el analista, pero esta vez el presidente egipcio es “uno de los ganadores, porque le salieron las cosas bien: no hizo enojar a Obama y ante su gente quedó como un héroe que les habló con firmeza a los israelíes, al decirles que Egipto no aceptaría una ofensiva terrestre”, además de que controló las negociaciones.
“Los egipcios lo sienten como justicia histórica”, señala Madiani. “Estados Unidos siempre ha jugado como juez y parte, al ponerse abiertamente del lado de Israel y al mismo tiempo imponer su mediación, como si fuese neutral. Ahora Egipto hizo exactamente lo mismo, pero del lado palestino”.
El conflicto continuará, por supuesto. Minutos después del cese el fuego las partes comenzaron a discutir sobre qué fue lo que realmente acordaron. Una cláusula del pacto, difundida por la agencia AFP, dice: “Abrir los pasos fronterizos y facilitar el movimiento de personas y la transferencia de bienes, y abstenerse de restringir los movimientos de los residentes”.
Los israelíes aseguran que eso no significa levantar el bloqueo sobre Gaza. Hamas dice que sí. El tablero de Medio Oriente, en todo caso, ya es otro.

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