Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 24 de noviembre de 2012

Ganó Obama; ¿qué pasará ahora?- Pemex y Repsol: nueva amenaza privatizadora

Ganó Obama; ¿qué pasará ahora?
Immanuel Wallerstein
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Barack Obama, presidente de Estados Unidos, en una conferencia de prensa que ofreció el pasado día 14 en la Casa Blanca
Foto Ap
 
Obama ganó las elecciones estadunidenses con un margen significativo tanto en la votación popular como en el Colegio Electoral. Los demócratas ganaron todos los competidísimos asientos en el Senado, excepto uno. Esto alivió a los demócratas, quienes se habían preocupado, y sorprendió a los republicanos, quienes se sentían seguros de la victoria. Ahora todo el mundo quiere saber lo que esto significa en el futuro inmediato de Estados Unidos y del mundo. La respuesta no es simple.
 
 
Comencemos con la política exterior. El gobierno estadunidense sigue empeñado en proseguir una política imperial por todo el mundo. El problema que enfrenta es muy simple. Su capacidad para hacerlo ha decaído dramáticamente, pero las élites (incluido Obama) no quieren reconocerlo. Siguen hablando de Estados Unidos como la nación indispensable y como el más grande país jamás visto. Esto es una contradicción que no saben como manejar. En cuanto al ciudadano estadunidense ordinario, una sondeo de salida, que preguntó qué motivaba los votos de los encuestados, encontró que solamente 4 por ciento dijo que la política exterior. Sin embargo, casi todos los ciudadanos ordinarios siguen creyendo el mantra de que Estados Unidos es el ejemplo dorado del mundo.
 
Por tanto, es de esperarse que Obama continúe haciendo lo que ha estado haciendo: hablar duro, pero actuar con prudencia vis-à-vis Irán, Siria, Israel, Egipto, Pakistán, China, México y, de hecho, con casi todos los países. Esto, por supuesto, exaspera a casi todos los otros países y a toda suerte de actores políticos por todo el mundo. No podemos garantizar que Obama pueda seguir caminando por esta angosta cuerda floja sin caerse, especialmente cuando Estados Unidos ya no controla en realidad lo que hace la mayor parte de los actores. Obama es casi tan indefenso también en lo relacionado con la economía –la estadunidense y la economía-mundo. Dudo que pueda reducir seriamente el desempleo en Estados Unidos, y en 2014 y 2016 esto puede ayudar al rebote republicano. El punto crucial en el momento es el mal llamado acantilado fiscal. El punto real aquí es quién va a soportar la carga más enorme de la decadencia económica estadunidense.
 
En estos asuntos Obama fue electo sobre promesas populistas, aunque de hecho mantenga una posición de centroderecha. Le está ofreciendo a los republicanos un trato: impuestos mayores para los ricos, junto con significativos recortes en salud y, tal vez, en los gastos de las pensiones para la mayoría de la población. Ésta es la versión estadunidense de la austeridad.
 
Y es un trato muy malo para la vasta mayoría de estadunidenses, pero Obama lo ejerce con vigor. El trato, sin embargo, puede derrumbarse si el ala derecha republicana se niega estúpidamente a seguirlo. Las élites de negocios en Estados Unidos están presionando a los republicanos para que acepten el acuerdo. Los sindicatos y los liberales (dentro y fuera del Partido Demócrata) pujan contra el trato. Hasta ahora la puja liberal contra el convenio es más débil que la élite de negocios en pro del trato. Esencialmente, es ésta una lucha de clases de lo más tradicional y 99 por ciento no siempre gana estas luchas.
 
En los llamados aspectos sociales, que fueron un verdadero punto de división entre republicanos y demócratas en las elecciones, la población votante derrotó a los trogloditas, sin levantar las manos. El matrimonio entre parejas gay ganó en las elecciones en cuatro estados y el viraje en la opinión pública indica que la tendencia continuará.
 
Más importante fue el voto totalmente en favor de Obama y los demócratas entre los afroestadunidenses y los latinos. Parece que los feroces intentos de los gobernadores republicanos por impedir el voto de estos grupos estimuló una reacción, por la que incluso votaron más de ellos que antes. Para los latinos, el punto clave fue la reforma migratoria. Y las figuras importantes del Partido Republicano (incluido Jeb Bush, él mismo un potencial candidato presidencial en el futuro) está diciendo ahora que, a menos que los republicanos cooperen con la reforma migratoria, no podrán confiar en ganar las elecciones nacionales (y las de muchos estados). Mi suposición es que alguna legislación relacionada podrá ser aprobada en el Congreso.
 
Obama ha sido un gran desencanto para el enorme grupo de sus simpatizantes motivado por las preocupaciones ambientales y ecológicas. Él habla con buena línea, pero ha hecho muy poco. Una razón es que otro grupo de simpatizantes –los sindicatos– ha estado arguyendo en la dirección contraria por el riesgo que esto implica en términos de empleo. Obama parlotea y seguramente seguirá parloteando. Marginalmente esto es mejor que Romney, que habría cerrado las agencias que aún protegen el ambiente.
 
En cuanto a los puntos relacionados con las libertades civiles el récord de Obama ha sido malo, de hecho, de algún modo, peor que el de George W. Bush. Ha actuado agresivamente contra los denunciantes. No ha cerrado Guantánamo y apoya con decisión la ley patriota. Ha utilizado drones (aviones no tripulados) para asesinar supuestos enemigos de Estados Unidos. En estas acciones ha tenido el respaldo de casi todos los miembros del Congreso y las cortes en general. No hay razón para asumir que cambiará su conducta a este respecto.
 
Una razón importante invocada cada cuatro años para respaldar al candidato demócrata a la presidencia son las designaciones a la Suprema Corte. Es cierto que si Romney hubiera sido electo y un juez no conservador hubiera muerto o renunciado, la Corte se habría movido bastante a la derecha por una generación.
 
¿Qué sucederá ahora que religieron a Obama? Hay cuatro magistrados mayores de 70 años. No hay una edad obligatoria para retirarse. Ninguno de los cuatro parece a punto de renunciar, ni siquiera el magistrado Ginsburg, quien ha estado enfermo. La oportunidad de que Obama haga un cambio sustancial depende, sin embargo, de que el magistrado Kennedy renuncie o fallezca, o de si el magistrado Scalia se muere (ciertamente, no renunciará). Esto es por completo impredecible. Pero si esto sucede, la relección de Obama, de hecho, habrá hecho una diferencia.
 
Finalmente, ¿cuál es el futuro de la política estadunidense? Éste es el elemento más incierto de todos. El Partido Republicano parece estar comenzando una guerra civil interna entre los conservadores del partido del té y todos los demás. Y todos los demás se dan cuenta de que los republicanos quemaron sus oportunidades de ganar el senado por derrotas en las elecciones primarias de seguros ganadores ante los candidatos bastante extremistas con respaldo del partido del té. Sólo 11 por ciento de los votos en favor de Romney provinieron de votantes no blancos. Y los porcentajes de votantes latinos crecen incluso en los estados republicanos, como Texas y Georgia. Pero si los republicanos comienzan a hablar con línea más centrista, ¿perderán una parte significativa de su base, que se abstendrá de votar?
 
Los demócratas tienen un problema semejante, aunque no tan serio. Sus votos provinieron de una coalición arcoiris –mujeres (en especial las solteras y las trabajadoras), afroestadunidenses, latinos, judíos, musulmanes, budistas, hindúes, sindicalistas, jóvenes, pobres y personas ilustradas. Sus demandas son bastante diferentes de las preferencias de quienes controlan el partido, incluyendo a Obama. Esta vez la base se mantuvo leal. Aun aquellos que apoyaban candidatos de terceros partidos parecieron hacerlo sólo en los estados donde los demócratas no podían perder. No hubo algún estado que promoviera el vaivén mediante el cual los candidatos de algún tercer partido inclinaran la votación.
 
¿Será que ahora los liberales dentro del partido se moverán a terceros partidos? Parece poco probable en este momento, pero no es imposible. Depende en parte de qué tan dramática sea la caída de Estados Unidos en los próximos cuatro años. Depende de qué tanto ceda Obama en los puntos populistas.
 
El fondo del asunto es que la relección de Obama ha hecho alguna diferencia, pero mucho menos de lo que afirma él o lo que temían los republicanos. Una vez más, le recuerdo a todos que estamos viviendo un caótico mundo en transición, en el que los virajes alocados de todo tipo son parte de nuestra realidad actual, incluidas las lealtades políticas.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
 
 
 
Pemex y Repsol: nueva amenaza privatizadora
 
Con el recuerdo fresco de la fallida aventura empresarial de Petróleos Mexicanos (Pemex) en Repsol en 2011 –que implicó la adquisición de paquetes accionarios de la compañía española y el alineamiento de la paraestatal con uno de los bandos corporativos que por entonces se disputaban el control de ésta–, la dirigencia de ese consorcio energético trasnacional, encabezado por Antonio Brufau, manifestó en días recientes la voluntad de retomar las relaciones anteriores a dicho episodio con la administración federal entrante.
 
 
En la lógica de los intereses de las energéticas trasnacionales por participar en el negocio de exploración, explotación y producción de crudo en territorio nacional –tareas que la legislación confiere exclusivamente a Pemex–, no resulta extraño el borrón y cuenta nueva expresado por la directiva de Repsol, sobre todo en un momento en que la riqueza petrolera del país se ha visto acrecentada por el hallazgo reciente de yacimientos en el Golfo de México y en el que esa compañía se encuentra en búsqueda de oportunidades de negocio que le ayuden a subsanar pérdidas ocasionadas por la nacionalización de YPF decretada por el gobierno argentino a principios de año.
 
Lo verdaderamente preocupante, en todo caso, es la postura de la administración federal saliente ante el inocultable interés de los capitales trasnacionales –particularmente de Repsol– por desmantelar Pemex, y la previsible continuidad del gobierno entrante en ese rumbo entreguista y depredador. Baste recordar que el actual gobierno federal mexicano se ha caracterizado por un trato extremadamente obsecuente frente a la compañía ibérica, caracterizado por el otorgamiento de múltiples concesiones para la explotación petrolera, en contravención de los términos del artículo 27 constitucional; por el involucramiento de la Comisión Federal de Electricidad en adquisiciones masivas de energía producida por esa y otras corporaciones extranjeras, en detrimento de los consumidores, y por el referido incremento –de casi 100 por ciento– en la participación accionaria de Pemex en Repsol, el cual tuvo visos de ser una suerte de rescate de la empresa. Con esta última maniobra, por añadidura, la administración calderonista fortaleció los vínculos de dependencia entre ambas compañías –las cuales son, en principio, competidoras en el mercado internacional de hidrocarburos– y condicionó las decisiones de la paraestatal a uno de los bloques empresariales en el interior de Repsol.
 
Los planes de la petrolera internacional de consolidar y profundizar esa posición de privilegio en el nuevo sexenio tienen perspectivas halagüeñas, a juzgar por el anuncio del equipo de Enrique Peña Nieto de que el año entrante se buscará concretar una reforma energética que permita la participación de capital privado en la industria nacional de los hidrocarburos, y ante los ofrecimientos de ayuda formulados por el mexiquense a las trasnacionales de España, como Repsol, en el contexto de su reciente viaje a ese país.
 
Es necesario, pues, que la sociedad se mantenga alerta frente a lo que se presenta, desde ahora, como un nuevo intento por hacer avanzar –en favor de Repsol y de otras compañías– el designio privatizador de la industria petrolera que fue ampliamente rechazado hace cuatro años, y que representa un riesgo considerable para el país en términos sociales y económicos.

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