Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 19 de noviembre de 2012

La caída del muro de Berlín y el fin del estalinismo- American Curios-Israel, la peor amenaza contra sí mismo

American Curios
Narcisos
David Brooks
Foto
En imagen de abril de 2011, el presidente Barack Obama; Leon Panetta, en aquel entonces director de la CIA y actual secretario de Defensa, y los generales David Petraeus y John Allen, los dos últimos involucrados en reciente escándalo sexual
Foto Reuters
 
Todo iba tan bien en el país más poderoso del mundo. Mientras se giraban órdenes a soldados para atacar, controlar, conquistar terreno y mantener bajo control los campos de guerra en Irak, Afganistán y otros puntos del mundo, y con ello resguardar la seguridad nacional de Estados Unidos, en Tampa sus generales de cuatro estrellas bebían champaña, fumaban puros y coqueteaban con sus admiradoras en fiestas de lujo.
La telenovela que se estrenó la semana pasada ha gozado de un público mundial y ha revelado mucho sobre la potencia militar suprema del país indispensable. Es un regalo de los dioses para los cómicos, y una distracción deliciosa para el público que, como en cualquier sociedad en la historia, goza inmensamente la larga y estrepitosa caída de los que se ponen en la cima de Olimpo.
 
Entre las mejores reacciones al escándalo sexual de cuatro estrellas hubo una que sugirió –después de años de oposición a que los gays participaran abiertamente en las fuerzas armadas con el argumento de que podrían desmoralizar a las tropas y generar conflictos y tensiones sexuales– que tal vez es otro el problema: “Tenemos que hacer algo sobre los heterosexuales en las filas militares. Nos tenemos que deshacer de ellos… Probablemente fue un error haberles permitido ingresar. Los ejércitos tradicionales siempre fueron gays”, reportó el corresponsal de defensa John Oliver en el nacionalmente influyente noticiero ficticio The Daily Show, con Jon Stewart.
 
Por ahora, todos saben que David Petraeus, uno de los generales más condecorados de su generación, al que se le atribuye la conquista militar final de Irak, el manejo de lo que se dice es la fase final de la guerra más larga en la historia del país, en Afganistán, y quien hasta hace unos días estaba encargado del frente clandestino y de inteligencia de la gran guerra mundial contra el terror como director de la CIA, y uno de los más ambiciosos, que sentía especial deleite en promover su figura pública, cayó ante los encantos de Paula Broadwell, su biógrafa.
 
¿Cómo fue que un hombre que exigía sobre todo disciplina a sus subordinados, bajo la advertencia de que alguien siempre está observando, cayó ante los hechizos de Broadwell?, se preguntan todos.
 
Y una vez que lo hizo ¿cómo es que uno de los máximos jefes de espionaje no logró mantener sus secretos? Bueno, resulta que la pareja ilícita intentó ocultar su comunicación con algo que aprendió de Al Qaeda (también utilizado por adolescentes): a través de una cuenta conjunta de Gmail donde sólo escribían borradores que nunca se enviaban y así cada quien, al entrar a la cuenta compartida, podía ver lo que había escrito el otro, reportó el Washington Post.
 
Fue asombroso ver cómo la telenovela/tragedia griega evolucionaba. Hasta la fecha, y antes de que empiecen los nuevos episodios esta semana (el padre de Broadwell acaba de comentar a Newsweek que hay mucho más que va a salir), sabemos que una tal Jill Kelley –quien con su marido era anfitriona de fiestas de lujo en su gran casa para altos oficiales militares de la base militar McDill en Tampa, sede del Comando Central desde donde se manejaban las guerras en Irak y Afganistán, y justo donde conoció a Petraeus y su sucesor, el también general de cuatro estrellas John Allen– se quejó con un amigo y agente de la FBI de que estaba siendo hostigada con correos electrónicos anónimos que atacaban su relación con Petraeus. La FBI descubre que la autora de los correos fue Broadwell, pero peor, en el transcurso de la investigación sus agentes se topan con evidencia de que Broadwell y Petraeus sostuvieron una relación sexual, algo que podría tener graves implicaciones tanto políticas como para la seguridad nacional. Después de meses de investigación se informa a la Casa Blanca sobre el asunto el día de las elecciones. El general sabe que hasta aquí llegó su carrera y acepta renunciar como director de la CIA tres días después.
 
¡Pero ahí no acaba la cosa! La FBI también descubre que Kelley, por la investigación que ella misma detonó, ha sostenido un coqueteo sexual vía correo electrónico (más de 20 mil páginas de intercambio epistolar) con el general Allen, quien recientemente había sido postulado para ser el próximo comandante militar de Estados Unidos en Europa. En tanto, el reconocido agente de la FBI que inició la investigación para su amiga se vuelve objeto de otra investigación al descubrirse que él había enviado imágenes inapropiadas a Kelley en las que aparecía él sin camisa.
 
Por otro lado, los medios descubren que el matrimonio Kelley enfrenta demandas legales por deudas multimillonarias, o sea, que tal vez no son lo que aparentaban. Pero ellos siguen pensando que son importantes: hace un par de días Kelley llamó a la policía para pedir protección ante la invasión de reporteros, invocando su inmunidad diplomática, ya que hace tres meses fue designada cónsul honoraria por la embajada de Corea del Sur en Washington, lo cual no otorga ningún privilegio diplomático.
 
Y en la investigación la FBI descubre que la ahora ex amante de Petraeus tenía información oficial confidencial en su computadora, todo lo cual entregó a la agencia, pero eso podría provocar una investigación criminal en su contra.
 
A todo esto, el secretario de Defensa Leon Panetta anuncio una amplia revisión de las normas de conducta por altos oficiales militares.
 
Y en su primera conferencia de prensa después de su relección, las primeras preguntas para el comandante en jefe Barack Obama no son sobre sus propuestas políticas ni los grandes temas que están en la agenda, sino sobre las aventuras sexuales de sus generales.
 
El cómico satírico Stephen Colbert acaba de escribir un nuevo libro que se titula America otra vez: reconvirtiéndonos en la grandeza que nunca no fuimos. Eso más o menos resume todo esto, por ahora. Mientras tanto, siguen muriendo jóvenes estadunidenses y civiles en las guerras guiadas por generales enamorados de sus biografías.
 
 
La caída del muro de Berlín y el fin del estalinismo
Víctor Flores Olea
En la lectura del libro, coordinado por Elvira Concheiro, Massimo Modonesi y Horacio Crespo, El comunismo: otras miradas desde América Latina, publicado por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, se encuentra un rico material de reflexión que plantean los distinguidos investigadores autores de alrededor de 30 ensayos del libro.
 
Como es evidente, la mayoría de los ensayos se refiere a la situación del comunismo en América Latina, pero también hay una amplia sección inicial que trata de ciertos problemas teóricos que deja pendientes la experiencia comunista del siglo XX, abriendo un buen número de interrogantes que, por cierto, siguen abiertas a la reflexión.

Tal vez una de las más interesantes preguntas que surgen se refiere a la caída del muro de Berlín (1989), que muchos han interpretado como el fin de la historia, que tantas críticas justificadas ha recibido, o al menos como el fin del comunismo, que ha recibido también objeciones incontestables. Tenemos, por ejemplo, el hecho de que alrededor de “una quinta parte del género humano vive en Asia bajo regímenes que se proclaman comunistas, y que no admiten –en el papel– otra forma de ideología y de organización política; a 70 millas de la costa de Estados Unidos, la Cuba castrista sobrevive…, pese a un bloqueo económico sofocante y a las profecías de su inminente derrumbe”. Además de que en la propia Europa hay fuertes tendencias políticas y sociales que se definen como comunistas y que no reniegan de ese tronco… (las citas e ideas anteriores en el ensayo Un balance de los comunismos, del investigador italiano Aldo Agosti, que encabeza los escritos del volumen).

En un artículo por necesidad breve me es imposible discutir el conjunto de razonamientos que aquí aparecen. Sin embargo, me parece oportuno hacer énfasis en una idea fundamental que no veo resaltada en el grado que merece y que probablemente centra la cuestión de un debate ya viejo de dos décadas: La caída del muro de Berlín significa para el socialismo, en una comprensión amplia, desde luego no la muerte o el fracaso del comunismo, como han querido hacerlo aparecer diversos comentaristas, sobre todo occidentales, claramente militantes de la derecha, sino más bien la muerte o fracaso del estalinismo, esto sí, con muchas opiniones convergentes. En otras palabras: de una amalgama que se desea hacer entre socialismo o comunismo y estalinismo debería hacerse un esfuerzo serio por distinguir entre ambos términos, llegándose a la conclusión de que el estalinismo sólo fue la manera que asumió el socialismo en su primera versión o ensayo histórico real (es verdad, en un inmenso país como la Unión Soviética), pero que de ninguna manera el estalinismo abarca o comprende necesariamente al socialismo o al comunismo, en sus distintas posibilidades a partir de la obra de Marx y de los otros fundadores de la teoría socialista (Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky o Gramsci). Y, por supuesto, que de ninguna manera pueden amalgamarse o confundirse tales términos.
 
¿O acaso el comunismo –se pregunta pertinentemente Aldo Agosti– “fue solamente una ‘ilusión’ destrozada por el fracaso de la URSS…? ¿O fue sólo la galería de horrores dictatoriales y de miseria moral y material a la que hoy se tiende a reducirlo? La respuesta es claramente no”.
 
Es verdad que las diferencias entre los socialismos o comunismos del siglo XX se debieron esencialmente a la diversidad de situaciones históricas en que se desarrollaron y afianzaron, tanto en lo nacional como en lo internacional, pero también resulta indiscutible que el peso e influencia de la URSS dejaron una huella profunda en prácticamente todos los comunismos que ejercieron el poder a lo largo del siglo pasado. Para explicar en serio el fenómeno son indispensables, y tal es el reto, análisis históricos, sociales, económicos y políticos que expliquen el origen de los comunismos del siglo XX y que se aproximaron de tal manera al soviético, pero de ninguna manera interpretar tales características como si fueran la esencia misma del sistema socialista o, si se quiere, como si la práctica de los socialismos reales se desprendiera necesariamente de los principales atributos teóricos del socialismo. Aquí la amalgama se convierte en una confusión pervertida, en una ignorancia supina o en una mala fe manifiesta.
 
En realidad, podría explicarse con relativa facilidad hasta qué punto los perfiles más desdichados del estalinismo se contraponen claramente o contradicen los postulados y razones más claros del socialismo teórico. Como también pueden explicarse las características del estalinismo por las circunstancias históricas en que apareció. El hecho es que la caída del muro de Berlín ha sido aprovechada por un buen número para desacreditar la teoría socialista y sostener que necesariamente conduce a prácticas aberrantes. Decía, nada más falso que por fortuna hoy, a cierta distancia de los acontecimientos de los años 90 del siglo pasado, y a pesar del veneno que todavía se destila, se ha aclarado el panorama en buena medida.
 
Pero lo que me interesa subrayar aquí es el modo en que la caída del muro de Berlín pudo significar o representar, no la muerte del comunismo, sino la muerte del estalinismo, de los regímenes del socialismo real que se hayan levantado a imagen y semejanza del estalinismo, y que tal cosa sí resulta sin duda un avance histórico espectacular y promisorio para el futuro. Hoy sería prácticamente imposible que alguien se levantara en nombre del estalinismo para implantarlo; en cambio sigue plenamente vigente la idea de las posibilidades teóricas y prácticas de un socialismo o comunismo profundamente democrático. También ha servido para evitar que las revoluciones socialistas o comunistas del futuro repitan las aberraciones más oscuras del estalinismo. Y para que se reconozca a la teoría socialista el aspecto profundamente democrático que contiene por necesidad. Y que se insista en ello.
 
 
Israel, la peor amenaza contra sí mismo
Robert Fisk
Terror, terror, terror, terror, terror. Ahí vamos de nuevo. Israel va a erradicar el terror palestino –es lo que lleva 64 años diciendo que hace, sin éxito–, en tanto Hamas, la más reciente de las mórbidas milicias de Palestina, anuncia que Israel ha abierto las puertas del infierno al asesinar a su líder militar, Ahmed Jaabari.
 
Hezbolá anunció varias veces que Israel había abierto las puertas del infierno al atacar Líbano. Yasser Arafat, quien fue un superterrorista, luego un súper estadista –después de capitular en el jardín de la Casa Blanca– y después otra vez un superterrorista, al darse cuenta de que fue engañado en Campo David, también fanfarroneó sobre las puertas del infierno en 1982.

Y los periodistas escribimos como osos bailarines, repitiendo todos los lugares comunes usados en los 40 años pasados. El asesinato de Jaabari fue un ataque selectivo, una incursión aérea quirúrgica –como las incursiones aéreas quirúrgicas israelíes que mataron a casi 17 mil civiles en Líbano en 1982; los mil 200 libaneses, la mayoría civiles, de 2006, o los mil 300 palestinos, la mayoría civiles, en Gaza en 2008-9, o la mujer encinta y el bebé muertos por las incursiones aéreas quirúrgicas en Gaza la semana pasada– y los 11 civiles muertos en una casa de Gaza este domingo. Por lo menos Hamas, con sus cohetes Godzilla, no menciona nada quirúrgico al respecto. Su objetivo es matar israelíes… cualquier israelí, hombre, mujer o niño.

Como es también el verdadero objetivo de los ataques israelíes en Gaza. Pero no digamos eso o seremos nazis antisemitas, casi tan malignos, perversos, indecibles, diabólicos y criminales como el movimiento Hamas, con el cual –una vez más, por favor no mencionemos esto– Israel negoció alegremente en la década de 1980, cuando alentó a esa cáfila de mafiosos a tomar el poder en Gaza y así decapitar al exiliado superterrorista Arafat. El nuevo tipo de cambio en Gaza entre muertes palestinas e israelíes ha llegado a 16:1. Se elevará, por supuesto; en 2008-9 fue de 100:1.

Y también creamos mitos. La más reciente guerra israelí en Gaza tuvo un éxito tan asombroso –en erradicar el terror, claro– que sus unidades supuestamente de élite no lograron encontrar ni siquiera a su soldado capturado Gilad Shalit, quien finalmente fue sacado a la luz el año pasado por Jaabari en persona.

Jaabari era el casi secreto líder número uno de Hamas, según la agencia Ap. Pero, ¿cómo podía ser casi secreto si conocíamos la fecha de su nacimiento, detalles de su familia, los años que estuvo preso en Israel, durante los cuales cambió su lealtad de Fatah a Hamas? Por cierto, ya que estoy en eso, esos años de prisión en Israel no precisamente convirtieron a Jaabari al pacifismo, ¿verdad? Bueno, nada de lágrimas entonces; era un hombre que vivió por la espada y murió por la espada, destino, que, desde luego, no afligirá a los guerreros del aire de Israel que asesinan civiles en Gaza.

Washington apoya el derecho de Israel a defenderse y luego clama una espuria neutralidad, como si las bombas israelíes en Gaza no vinieran de Estados Unidos tan seguramente como que los cohetes Fajr-5 vienen de Irán.
 
Entre tanto, el lastimero William Hague afirma que Hamas es el principal responsable de la guerra. Pero no hay pruebas de ello. Según The Atlantic Monthly, el asesinato israelí de un discapacitado mental palestino que se extravió en la frontera pudo haber sido el principio de esa guerra. Otros sospechan que la provocación pudo haber sido el asesinato de un muchacho palestino; pero éste fue muerto por los israelíes cuando un grupo armado palestino intentaba cruzar la frontera y se topó con tanques israelíes, en cuyo caso los palestinos –no de Hamas, por cierto– pudieron haber desatado las hostilidades.
 
Pero ¿no hay nada que detenga esta estupidez, esta guerra insensata? Cientos de cohetes caen sobre Israel. Cierto. Miles de hectáreas son robadas a los árabes por Israel –sólo para judíos– en Cisjordania. Ya no queda siquiera tierra suficiente para un Estado palestino.
 
Pero nos alientan a olvidarnos de eso. Nos dicen que sólo hay chicos buenos y malos en este escandaloso conflicto, en el cual los israelíes afirman ser los buenos ante el aplauso de los países de Occidente (que luego se preguntan por qué muchos musulmanes no quieren mucho a los occidentales).
 
El problema, extrañamente, es que las acciones israelíes en Cisjordania y su sitio de Gaza acercan precisamente el suceso que Israel proclama temer día con día: la destrucción de su Estado.
 
En la batalla de cohetes –no menos los Fajr-5 de Irán y los drones de Hezbolá–, los dos bandos se adentran en una nueva ruta bélica. Ya no se trata de tanques israelíes cruzando la frontera libanesa o la de Gaza: ahora son cohetes, drones de alta tecnología y ataques por computadora –o ciberterrorismo, si son cometidos por musulmanes–, y la materia humana que queda destrozada por el camino será menos relevante que en los tres años pasados.
 
El despertar árabe toma ahora su propio curso; sus líderes comenzarán a seguir el ánimo de su público. Lo mismo hará, sospecho, el pobre anciano rey Abdalá de Jordania. Las payasadas estadunidenses por la paz del lado israelí ya no valen nada para los árabes. Y si Benjamin Netanyahu cree que el arribo de los primeros cohetes Fajr iraníes demanda un gran estallido israelí en Irán, y luego Irán devuelve el golpe –y quizá los estadunidenses también– y atrae a Hezbolá, y Obamá se ve arrastrado a otra guerra de Occidente contra musulmanes, ¿qué ocurrirá después?
 
Bueno, Israel pedirá un cese del fuego, como hace de rutina en las guerras contra Hezbolá. Volverá a rogar el apoyo indeclinable de Occidente en su lucha contra el mal, Irán incluido.
 
¿Y por qué no elogiar el asesinato de Jaabari? Por favor, olvídense de que los israelíes negociaron hace menos de 12 meses con el propio Jaabari, por mediación del servicio secreto alemán. No se puede negociar con terroristas, ¿o sí? Israel llama Operación Columna de Defensa a su más reciente baño de sangre. Columna de Hipocresía, más bien.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

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