Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 24 de abril de 2012

La peligrosa progresión de la extrema derecha en Francia- Honduras: ciudades como modelos para armar- Cocina y política francesas

La peligrosa progresión de la extrema derecha en Francia
Pierre Charasse
 
        Todos los sondeos prelectorales anunciaron la victoria de François Hollande, candidato del Partido Socialista en la primera vuelta de la elección presidencial en Francia, y el segundo lugar para Nicolas Sarkozy, presidente saliente. No hubo sorpresa: los electores franceses expresaron el domingo 22 de abril un claro rechazo al quinquenio de Sarkozy y dieron ligera ventaja a Hollande. Con los votos de Jean-Luc Melenchon (Frente de Izquierda) y de Eva Joly (Ecologista), François Hollande tiene buenas probabilidades de ser el próximo presidente el 6 de mayo. Su resultado es mejor que el de Mitterrand en 1981.
La gran sorpresa de esta primera vuelta vino de la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. Los sondeos no daban estimaciones muy confiables; se pronosticaba que podía bajar al cuarto lugar, después de Melenchon. Muchos de sus electores no revelaron su preferencia hasta la hora de votar (el voto escondido), pero terminó con un resultado históricamente alto, con 6.4 millones de votos (18 por ciento), casi el doble de su padre, Jean-Marie Le Pen en 2007.
La extrema derecha dio un salto cuantitativo y cualitativo que la coloca como actor determinante de la vida política francesa en los próximos años. Es realmente motivo de preocupación, porque este resultado confirma que en Francia, como en el resto de Europa, la crisis económica-financiera provoca los mismos efectos políticos. De hecho, la progresión espectacular del Frente Nacional viene sobre todo de sectores populares duramente afectados por la crisis, que ya no creen en los partidos tradicionales de derecha o de izquierda.
Se estima que 30 por ciento de los obreros votaron por ella. El único candidato que percibió esta situación fue Jean-Luc Melenchon, y se cansó de alertar a las fuerzas progresistas o republicanas sobre la progresión de la extrema derecha. Por esto él fue el único en dedicar su campaña a desmontar los argumentos demagógicos de Marine Le Pen, sus mentiras, sus contradicciones y todas la propuestas antisociales que ella hacía en nombre de la recuperación de los valores nacionales y de la defensa de las clases populares.
Desgraciadamente, los otros candidatos subestimaron la fuerza de atracción de Marine y Sarkozy retomó como suyos algunos de los temas predilectos del Frente Nacional, como la inseguridad, la amenaza islámica y la inmigración, pensando seducir a esta franja del electorado agobiada por las consecuencias de la crisis económica y el desempleo. Pero su plan fracasó. Ahora, durante los 15 días de campaña entre las dos vueltas, el presidente va a insistir en seducir a los electores de Le Pen retomando las posturas más xenófobas de la extrema derecha y un discurso muy ambiguo sobre la política europea y las recetas de austeridad que él mismo está promoviendo con la canciller alemana Angela Merkel.
El panorama político francés es ahora muy preocupante. Marine Le Pen consiguió imponer al Frente Nacional como un actor normal de la vida política y muy probablemente va a proponer un cambio de nombre de su partido para borrar la mala imagen que tenía cuando lo dirigía su padre. Ella es muy buena oradora, sabe utilizar un lenguaje que la gente entiende, habla de los problemas que viven todos los días y se coloca del lado del pueblo frente a las élites. La prensa la encuentra llena de “charme”, simpática. Su campaña supo explotar al máximo los miedos del inconsciente colectivo de una sociedad duramente golpeada por la crisis. Anuncia que quiere ahora reventar al sistema y recomponer una nueva derecha en lugar de la desgastada UMP del presidente Sarkozy.
El Partido Socialista tiene ahora una responsabilidad histórica: no solamente la de derrocar a la derecha tradicional representada por Sarkozy, sino también reconquistar las clases populares que se alejaron de la izquierda y que están dispuestas a probar las recetas irrealistas de la extrema derecha, como salir del euro o cerrar las fronteras.
De ser electo presidente el 6 de mayo, François Hollande será sometido inmediatamente a fuerte presión popular para realizar los cambios prometidos y al mismo tiempo tendrá que cumplir con las exigencias de Bruselas y de los mercados financieros por más medidas de austeridad o, al contrario, pedir la renegociación de los tratados europeos.
Para llevar a cabo su política, el nuevo presidente nombrará un primer ministro que disponga de una mayoría parlamentaria. Los próximos 3 y 17 de junio los franceses elegirán a los integrantes de la nueva Asamblea Nacional. Lógicamente, el Partido Socialista, con el apoyo del Frente de Izquierda y de los ecologistas, podría tener mayoría. Pero Le Pen espera confirmar su posición de principal fuerza de oposición, desplazando a la UMP, lo que conducirá a una radicalización peligrosa de la vida política francesa.

Honduras: ciudades como modelos para armar
Maciek Wisniewski*
 
       Parece increíble. Justo cuando la crisis apunta a la bancarrota de los modelos y las recetas económicas desde arriba, cuando las supuestas bondades del libre comercio y del crecimiento sinfín quedan al desnudo, y mientras resulta que lo que falta es más democracia, hay donde se pretende construir realidades sociales con base en aquellos elementos ideológicos.
Es el caso de las llamadas ciudades modelo (charter cities), enclaves privados de industria, comercio y finanzas con sus propias leyes, sistema fiscal, policía, etcétera, que el gobierno hondureño quiere poner bajo la supervisión de su promotor, el economista estadunidense Paul Romer.
Al final es él quien acuñó aquel dicho que cobró vida entre los políticos y economistas neoliberales: una crisis es algo que es terrible desperdiciar.
Teórico del modelo endógeno del crecimiento económico y de la nueva teoría del crecimiento que enfatiza la importancia de las ideas para el desarrollo, Romer dice a los países pobres que su problema son las malas reglas y la falta de libertades para crear riqueza. Y da su receta, un modelo para armar: una ciudad al estilo de Hong Kong o Singapur, construida desde los cimientos y basada en buenas reglas que garantizan inversiones (o sea democracia restringida, flexibles normas laborales, sueldos mínimos, acceso ilimitado a los recursos naturales).
Casi lo logró en Madagascar, pero lo frenó el golpe de Estado a principios de 2009 (ocasionado, entre otros, por los planes gubernamentales de vender la tierra cultivable a las compañías extranjeras). Pero el otro golpe en Honduras en junio de 2009 le dio otra oportunidad: los golpistas que desde la deposición de Manuel Zelaya emprendieron una política de despojo, a fin de entregar el país al capital privado, se enamoraron de sus ideas.
En enero de 2011 el Congreso cambió sin ninguna consulta la Constitución para crear las Regiones Especiales de Desarrollo (RED), donde se construirán las ciudades. Cada una ocupará unos mil kilómetros cuadrados y albergará unos 10 millones de habitantes (toda Honduras tiene ocho...).
Habrá al menos dos. La primera en Trujillo, en el norteño departamento de Colón (nombrado tras el famoso navegante que allá tocó la tierra). El problema es que es un territorio del pueblo garífuna, que tras su expulsión de San Vicente, en 1797, pobló las costas del Caribe mesoamericano conservando el idioma y tradiciones de los arawak, caribes y de los esclavos africanos.
Hay muy poca información, pero por lo que ya sabemos, no nos gusta nada la idea. Aquí no habrá trabajo. Las empresas traerán a su propia gente, me dice Evaristo Pérez, maestro de la secundaria, coordinador de la Organización Fraternal Negra Hondureña (Ofraneh) y director de una radio comunitaria en Trujillo.
Tampoco se nos ha consultado, tal como lo estipula el Convenio 169 de la OIT, al respeto de los pueblos indígenas, añade, ya que las autoridades ven a los garífunas como afrodescendientes (además de la RED sus tierras están amenazadas por un megaproyecto turístico Banana Coast).
Para Ofraneh las ciudades modelo son una vuelta al colonialismo: una resurrección de William Walker (filibustero que establecía republiquetas privadas en la región y terminó fusilado en Trujillo en 1860) y una nueva modalidad de la república bananera (término acuñado por O. Henry en Cabbages and kings, 1904, de hecho luego de vivir en Trujillo), un Estado servil y dependiente.
Y por si fueran pocas las coincidencias, la aprobación de las RED ocurrió un siglo después de la invasión en la bahía de Trujillo perpetrada por el magnate bananero Sam Zemurray y el ex presidente Manuel Bonilla (fundador del Partido Nacional, actualmente gobernante), que entregó el país a las compañías estadunidenses.
Las ciudades modelo no sólo significarán la creciente desmantelación del Estado (la distopía corporativa pretenderá modelar el resto del territorio a su semejanza), sino que su creación es posible gracias a que Honduras después de 2009 se volvió un Estado disfuncional, sumergido en la violencia política y criminal.
En este sentido, ¿no será que las malas reglas que impiden su desarrollo, tienen que ver más que con el déficit del clima pro negocios, con la falta de las libertades democráticas y la dominación de la oligarquía que inspiró el golpe?
Como subrayan varios analistas, el capitalismo que parecía casado con la democracia hoy prescinde de ella para garantizar mejor la acumulación del capital. Es el caso de la crisis y sus soluciones y sobre todo de Singapur, que forjó el modelo del capitalismo autoritario, admirado por Romer y por los políticos hondureños que quieren emularlo (lo hizo, por ejemplo, China).
Según Peter Sloterdijk, si a alguien en el futuro se construirán los monumentos es al ex primer ministro singapurense Lee Kuan Yew, su artífice.
No extraña que también libertarianos, fans de Ayn Rand, que creen que el capitalismo es incompatible con la democracia (y optan por el primero), están haciendo cola para echar una mano en la construcción de las ciudades modelo, un monumento tanto a las nefastas tendencias actuales del capitalismo como a su oscuro pasado colonial.
*Periodista polaco. Desde Trujillo.

Cocina y política francesas
Vilma Fuentes
 
       La política en Francia es como su gastronomía. La carne de res, frita o al horno, debe quedar casi cruda para que arroje su sangre, parte esencial de la salsa, con mantequillas, cremas, pimienta y otros ingredientes.
Otras carnes se marinan en vino durante horas. Los pescados merecen también sus salsas, cuyo preparativo exige su tiempo. Y, ante todo, el arte de los chefs. ¿Cabe recordar que en los restaurantes con estrellas hay un chef salsero? Atención, no confundir con un músico de salsa. Pero si se exige del pescado la frescura, la carne, sobre todo la de caza, debe ser manida.
No se hable de los quesos que se aprecian cuando huelen fuerte. La variedad de quesos es tal que Charles de Gaulle preguntaba: ¿Cómo gobernar un país que tiene doscientos y pico de quesos diferentes? El individualismo de los franceses es uno de los rasgos atávicos de su carácter.
¡Y los vinos! Su calidad añeja es esencial. Como la de sus gobernantes. François Mitterrand y Jacques Chirac no fueron elegidos sino la tercera vez que se presentaron a la candidatura presidencial. Cierto: Valéry Giscard d’Estaing y Nicolas Sarkozy alcanzaron al primer intento la presidencia. Esto no dio suerte a Giscard, quien no pudo relegirse. Y a Sarkozy no parece sonreírle entre las dos vueltas.
Es la primera vez que un presidente saliente no obtiene la mayoría en el primer turno. Acaso este rechazo de los electores se debe a que Giscard y Sarkozy no son precisamente gastrónomos, calidad que los franceses juzgan esencial para confiar en sus dirigentes.
Giscard sólo apreciaba los huevos tibios. Sarkozy no bebe vino y no se le conoce inclinación por la cocina francesa. Dícese que Mitterrand, muy enfermo, no pudiendo ingerir las deliciosas salsas de los platos franceses, sabía escamotear los alimentos bajo el mantel cuando se hallaba frente a las cámaras.
Cierto, el candidato de izquierda, François Hollande, decidió adelgazar para presentarse a la candidatura. Misma decisión que mostró sus calidades de gourmet que aprecia el arte culinario como bon vivant en quien se puede confiar.
No hablemos de las combinaciones políticas que se dan entre los dos turnos: los dos triunfadores del primero deben recuperar los votos de los perdedores, sobre todo de los que ganaron el más alto porcentaje después de ellos. Aquí, como en las salsas, los ingredientes deben agregarse bien dosificados. Ni más, ni menos.
Sarkozy sueña obtener los votos del centro y de la extrema derecha. Hollande parece seguro de ver votar por él al Frente de Izquierda y a los ecologistas. ¿Cómo podrá seducir Sarkozy, una persona que apenas come y no bebe, a los centristas de Bayrou, quien saborea la comida regional: vinos, foie-gras, patos en su grasa y otras delicias culinarias? ¿Y ganarse al mismo tiempo a la extrema derecha de Marine Le Pen, cuyos resultados en el primer turno cayeron como botes de pimienta, mostaza y otros condimentos en el platillo electoral? En cuanto a Hollande, deberá ingerir las salchichas y las papas fritas en litros de aceite de la izquierda de Melanchon y satisfacerse con los platos vegetarianos de los ecologistas de Eva Joly.
Frente a la inclinación por la cocina tradicional de Hollande, Sarkozy parece un aficionado de la nouvelle cuisine y a sus platos tan amplios como vacíos, pues, para hacer olvidar su balance (frente a privilegios a grandes fortunas, aumento de desempleo, inseguridad, costos e impuestos que no permiten sino comer la fast food de plástico a la mayoría) se presenta como el nouveau Sarkozy, olvidando incluso sus acuerdos con Merkel y la finanza.
La cuestión parece frívola, quizás no lo es. El respeto por las tradiciones de un pueblo y el conocimiento de su lengua son indispensables a quien pretende la presidencia. Los electores pueden sentirse perdidos ante los programas económicos. No se equivocan nunca sobre estos detalles que parecen superficiales: la manera de expresarse, de comer. En Francia, la elocuencia y la cocina juegan un papel mayor en la política.

No hay comentarios:

Publicar un comentario