Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 25 de abril de 2012

Televisa o Morena: ¿por quién doblan las encuestas?- Migración: hechos y equívocos improcedentes- La pasarela de presidenciables ante el favor de Dios-

Migración: hechos y equívocos improcedentes
       En un mensaje emitido ayer ante representantes de la Cámara de Comercio México-Estados Unidos, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, dijo que el flujo migratorio de connacionales hacia el país vecino del norte es cero en términos netos, y atribuyó ese supuesto fenómeno a que estamos creando oportunidades de empleo en México, oportunidades de formación y educación desde México, servicios de salud y el cuidado de salud para toda la nación.
La víspera, el Pew Hispanic Center –un centro dedicado a documentar el impacto de la población latina en la sociedad estadunidense– dio a conocer un informe en el que se afirma que entre 2005 y 2010, mientras 1.4 millones de mexicanos emigraron a Estados Unidos, otro tanto retornó de ese país al nuestro, por lo que la diferencia en el intercambio demográfico parece haber alcanzado un punto muerto, y es razonable suponer que Calderón retomó ese dato para acomodarlo en su discurso.
Aun si se da por buena la conclusión a la que llega la investigación citada –la cual, como todo trabajo académico, debe ser cotejado con otros análisis demográficos que pueden corroborarlo o desmentirlo–, ese posible estancamiento migratorio es un fenómeno muy distinto a lo que podría ser la interpretación desde la óptica calderonista: la migración de México a Estados Unidos no ha disminuido hasta ubicarse en cero en términos netos y los resultados de estudio del Pew Center dejan ver que el flujo migratorio se mantiene vigente.
Si bien el documento señala que hay un número cada vez mayor de connacionales que regresan de aquel país, las causas del fenómeno son identificadas por los propios autores a la alicaída economía estadunidense y al incremento de los riesgos relacionados con el tránsito irregular de personas hacia ese territorio, empezando por mayor vigilancia en la frontera binacional y la intensificación de la persecución y las deportaciones de migrantes indocumentados.
Con estos hechos en mente, la pretensión de que la disminución en el intercambio neto de población entre ambos países se debe a que estamos creando oportunidades de empleo en México, colisiona con una realidad en que persisten y se intensifican la desocupación, la informalidad, la pobreza, la marginación y demás factores que han alimentado históricamente la migración económica de México a Estados Unidos.
Baste citar, como botones de muestra, el documento recientemente presentado por el Centro de Análisis Multidisciplinario de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el que se indica que el número real de desempleados en el país es de 8.7 millones de personas –es decir, 6 millones adicionales a los que reconocen las cifras oficiales–; los datos aportados por la casa de estudios sobre la pérdida del poder adquisitivo del salario real, que asciende a 42 por ciento en lo que va de la presente administración, y la estimación formulada por el Tecnológico de Monterrey de que, al concluir el sexenio actual, habrá 60 millones de personas en condición de pobreza, como resultado de la precarización del mercado laboral mexicano y el bajo crecimiento económico.
Tanto más improcedente es la mención de las supuestas mejoras en la cobertura de salud y educación en el país como factores que explican la baja en la tasa neta de migración entre México y Estados Unidos: la mayor parte de los connacionales que cruzan la frontera lo hacen con la meta de conseguir oportunidades de subsistencia que no tienen en sus lugares de origen, no para ingresar a las instituciones educativas y a los servicios de sanidad estadunidenses en calidad de estudiantes o de pacientes.
Sería deseable, sin duda, que los cientos de miles de mexicanos que cada año emigran a Estados Unidos pudieran encontrar en nuestro país las condiciones necesarias para el pleno cumplimiento de los derechos que confiere la Constitución en materia de trabajo, alimentación, vivienda y salud. Pero es claro, a la luz de los deplorables indicadores de empleo, salario y pobreza que arroja la administración calderonista, que la aparente estabilización en el intercambio de corrientes migratorias entre ambos países no se debe a un mejoramiento en las condiciones de vida en el nuestro, sino, en todo caso, a un recrudecimiento de la precaria y peligrosa situación que enfrentan los connacionales en la nación vecina. No es procedente, pues, que el gobierno federal adopte el posible saldo cero migratorio como motivo de orgullo, y menos que se desinforme a la sociedad en esta materia.
Por ésta-Fisgón



La pasarela de presidenciables ante el favor de Dios
Bernardo Barranco V.
      Me parece una exageración condenar la presencia de los candidatos a la Presidencia ante la asamblea de los obispos católicos. En una sociedad democrática no se viola el principio de laicidad por el hecho de que los candidatos expongan ante los ministros de culto sus programas y ofertas políticas, como lo tienen que hacer ante los empresarios, sindicatos, organizaciones sociales. En cambio, sería reprochable que los candidatos rechazaron invitaciones de otras iglesias y credos, porque vulnerarían el principio de equidad. Por otra parte, es cuestionable que la pasarela de presidenciables se haya realizado a puerta cerrada, sin la presencia de los medios. Probablemente para distender el diálogo se sacrifica el derecho de la ciudadanía a observar el desempeño y la actitud de los candidatos ante temas delicados y polémicos, como el aborto, las nuevas parejas gays, la libertad religiosa, el Estado laico, etcétera. El hecho es que los propios candidatos solicitaron, de común acuerdo con los obispos, un diálogo privado. La jerarquía católica, por su parte, con mucha experiencia política, ha aprendido, desde los tiempos del nuncio Girolamo Prigione, a insertar sus demandas y agenda en los momentos de coyuntura electoral, pues, como ya lo hemos señalado, es el momento de mayor debilidad de la clase política. En otras palabras, son los momentos de la Iglesia para incidir e inducir su visión en las políticas públicas. La jerarquía, pues, hace sentir su peso político, y la manera de ejercer su influencia es demostrar a la sociedad su presencia política y hacer valer su condición de factor de poder. Aunque su incidencia religiosa vaya a la baja, ya que se vive la menor tasa de católicos en la historia del país, en contraparte la relevancia política del clero va al alza.
El contacto entre candidatos y obispos católicos tampoco es nuevo. Estos encuentros se remontan, en la historia reciente de los procesos electorales, a la campaña de Carlos Salinas, que incluyó en sus giras el contacto con los obispos locales. El vocero del episcopado, entonces Genaro Alamilla, celebra la iniciativa e invita al candidato priísta a hacer política moderna y presentar sus propuestas a los obispos en 1988.
Vicente Fox rompió el tabú de los candidatos abiertamente confesionales al declararse católico y enarbolar el estandarte guadalupano como primer acto de campaña ante el estupor de algunos obispos mexicanos. Sin duda, una de las lecciones que sacó el PRI de la alternancia fue descuidar el papel político de la Iglesia; esta conclusión costosa de 2000 ha marcado un parteaguas en la actitud del tricolor frente a los obispos. Las pasarelas de candidatos presidenciales ante el pleno del episcopado mexicano se han venido haciendo actos usuales desde 2006. Surgen algunas interrogantes entre politólogos y especialistas en temas religiosos: ¿existe el voto católico?, ¿qué tan fuerte es la gravitación del clero católico en la intención del votante? ¿Por qué la clase política concede tanta notoriedad al clero?
En los últimos 10 años hay cierto desencanto clerical por los gobiernos panistas. Sin duda el clero apoyó y legitimó a Calderón en la crisis electoral de 2006, y se benefició políticamente. Por ello debemos comprender que la repolitización de lo religioso no es un fenómeno privativo de México. Desde los años noventa la jerarquía católica, a escala internacional, tiene una agenda moral que constantemente choca con la secularización. Hay debates en España, Francia, Estados Unidos, por mencionar algunos, en que se discute la interacción entre laicidad, libertad religiosa y secularización. Por ello la agenda moral católica se ha venido politizando y los obispos, para imponerla, han venido operando con mayor agudeza. Lo religioso se ha venido desprivatizando, es decir, se resiste a vivir la fe desde lo privado y en contraste aspira a emerger con energía en el espacio público. En México, la jerarquía católica se ha beneficiado de la federalización de algunas regiones. La llamada feudalización de muchos gobernadores ha contribuido a otorgar mayor peso político a algunos obispos locales. Por ejemplo Juan Sandoval Íñiguez, abiertamente panista, se convirtió en Jalisco en un poder real, sólo equiparable al del gobernador. Onésimo Cepeda, en Ecatepec, ha sido constante operador político tricolor; los obispos de Chihuahua que en los años ochenta fueron panistas defensores del voto ahora respaldan abiertamente al PRI. Y en el estado de México se puede hablar de obispos peñistas.
A la diversidad religiosa de la Iglesia se puede añadir la diversidad política, a condición de fortalecer una agenda moral que se impone como eje rector. Es evidente que los candidatos ven en la Iglesia una fuerza política real; así lo han percibido desde hace más de una década. En la comparecencia de candidatos ante cerca de 100 obispos, las biografías de Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto están ligadas a la Iglesia. En el árbol genealógico del candidato priísta existen varios obispos e influyentes clérigos mexiquenses, y el ex gobernador parece desempolvar las viejas tesis salinistas sobre el papel político de la Iglesia y asignarle una función de aliada estratégica. Los planteamientos de ambos, si bien cuidadosos, se movieron en territorios conocidos: defensa de la vida, la familia, la libertad religiosa y una laicidad atemperada. Andrés Manuel López Obrador, en cambio, cruzó una espada de doble filo, no confrontó la agenda de la Iglesia, pero tampoco la avaló, por la presión de los propios grupos de izquierda. Salió del terreno de los valores para colocarse en la crítica común del modelo económico y la búsqueda de la paz. Gabriel Quadri, con mayor libertad de todos los candidatos, reivindicó su catolicidad, pero admitió las uniones de personas del mismo sexo diferenciándolas del matrimonio católico. Podría decirse que su descaro le hizo ganar simpatías entre muchos prelados mexicanos.
Hay un nuevo mapa político religioso en México. Gran parte del clero mira con reticencia las posturas del PRD, pese a la nueva actitud moderada de su amoroso candidato. Este clero se ha dejado consentir regionalmente por los gobernadores priístas, aunque predomina en el Bajío y las tierras cristeras una prevalencia panista. La clase política, si bien ha perdido raíces ideológicas, tradiciones y ha ganado pragmatismo, no es estúpida; sabe del peso político y el ascendiente que tienen los obispos.
Modus operandi-Hernández

Televisa o Morena: ¿por quién doblan las encuestas?
Víctor M. Toledo
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        En mi entrega anterior (El enigma electoral, La Jornada, 10/4/12) comparé los resultados de siete encuestas levantadas por empresas con los de 11 sondeos de grupos sociales, instituciones, académicos y medios, casi todos por medio de Internet. En las primeras resultaba ganador Enrique Peña Nieto (EPN), con bastante ventaja sobre Josefina Vázquez Mota (JVM) y Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En los segundos siempre quedaba AMLO en primer sitio, a veces con ventajas desproporcionadas. ¿Cuál es la explicación a esta aparente contradicción? Para entender esto es necesario sumergirnos en dos procesos políticos y de comunicación que han ocurrido en los últimos seis o siete años. Uno realizado a distancia, de forma aérea, a través de las ondas televisivas y radiofónicas, y usando fundamentalmente sonido e imagen. El otro, desarrollado sobre el terreno, cara a cara, y teniendo como medio la información y el diálogo. Ambos tienen un rasgo común: sus prácticas se realizan por fuera de los partidos, no obstante que éstos inciden de alguna forma en cada proceso. Y ambos se ven hoy expresados en esos dos conjuntos de muestras electorales. Se trata, de un lado, de la fabricación de un candidato realizado a fuego lento por Televisa y seguidores y, por el otro, de la creación, crecimiento y multiplicación de un movimiento social y de comunicación: Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Este movimiento tiene como tarea principal convencer a millones de ciudadanos, vigilar las casillas y realizar actos, reuniones, festivales. Para ello cuenta con unos 4 millones de protagonistas organizados en 65 mil comités seccionales y un periódico mensual, Regeneración, con un tiraje de 10 millones.
Debemos al periodista Jenaro Villamil y a su libro Si yo fuera presidente, el reality show de Peña-Nieto (2009), la principal fuente sobre ese primer proceso, y a E. Toledo la reseña de ese libro incluyendo datos claves y sus significados (El despeñamiento). Lo que Villamil revela es el largo y cuidadoso lanzamiento de una estrella política, logrado mediante un plan de trabajo entre Televisa y EPN. En 2005 el candidato se gastó en comunicación y manejo de imagen 742 millones, de los cuales 691 millones fueron de publicidad con Televisa y sus empresas subsidiarias. Esa cifra creció a 800 millones en 2008 y a mil millones en 2009.
En seis años, el candidato ideal fue confeccionado y fabricado. La construcción incluyó una nueva esposa, conocida y famosa, un curso intensivo de manejo de imagen con la empresa Cepol, asesoría en comunicación política a cargo de Tv Promo, y un guardarropa comprado en The House of Bijan, en Beverly Hills, California, la tienda más cara del mundo (ver mi artículo “El PRI se va de shopping”, La Jornada, 30/6/11). Hoy, el muñeco de pastel convertido en candidato tiene que ser cuidado, resguardado, protegido de todo aquello que amenace su perfección ficticia, incluidos ademanes, modos, gestos, poses, vestuario, gel y maquillajes. La mayor parte de los mexicanos, la televisión está ya en algún lugar de 70 por ciento de los hogares, han sido bombardeados por miles de imágenes de un EPN apuesto, triunfador e imbatible, un anestésico reforzado por la abrumadora opinión de periódicos, revistas y noticiarios de radio.
Los resultados que muestran las firmas encuestadoras son la consecuencia de ese largo trabajo de promoción de la imagen de EPN, más datos probablemente cambiados o exagerados. En cambio, los sondeos basados en Internet capturan la percepción del sector más informado y crítico: las redes sociales, es decir, del sector inmune al efecto Televisa. El peso de estas dos percepciones, una basada en la imagen la otra en la información y la reflexión que provoca, decidirá la elección. Y aquí la labor de Morena, no la de los viciados partidos de izquierda, será decisiva. En efecto, sólo la acción cotidiana, visitando hogar por hogar, y el trabajo político en plazas públicas, mercados, malls, estadios y en el ciberespacio mismo, romperá una tendencia que parece indetenible.
Como mostró en escasos cinco minutos un video aparentemente censurado, tras ser visto por millones de personas, Pepe el Toro, el rey de los proles, pudo vencer a un frívolo Peña Nieto. Y esta figura popular de Pedro Infante rescatada de la época de oro del cine mexicano cobra sentido en el movimiento ciudadano impulsado por López-Obrador. La madre de todas las batallas será entonces, ya es, la de lograr que los mexicanos anestesiados despierten del efecto Televisa. Y esto se logrará sólo mediante el trabajo, cara a cara, el diálogo y la difusión de información veraz. En los dos meses que quedan por delante, el trabajo de los miembros de Morena, sobre el terreno y con los ciudadanos menos informados, será crucial.
Twitter: @victormtoledo

¿PRI o PAN?


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