Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 28 de abril de 2012

Lo que Obama conoce- Interpretaciones de la Intervención- Bolivia: novena marcha

Interpretaciones de la Intervención
Ilán Semo
En el principio fue la caída de Troya, el prototipo de la derrota en la cultura de Occidente, escribe Wolfgang Schivelbusch en su libro más célebre y acaso más paradigmático (en la versión en inglés, The culture of defeat, Pecador, NY, 2003), y que explora un tema que había escapado a la historia militar: la cultura de la derrota. Schivelbusch se pregunta, entre otras cosas, por dos casos en los que el trauma y el duelo producidos por la debacle militar desembocaron en una asombrosa recuperación de fuerzas y sinergias que llevaron a Francia (en el período que siguió a 1872) y a Alemania (después de la Primera Guerra Mundial) a rehacer sus sociedades hasta llegar de nuevo a la conflagración que los había fracturado. Su respuesta es compleja, y parte no tanto de la historia social, institucional y política (la cual no desprecia), sino de la interrogante por los órdenes que constituyen a una voluntad nacional: las fuerzas simbólicas del imaginario, los planos culturales y los subterfugios de las mentalidades. En suma: el mundo de la subjetividad.
Aunque los paralajes con la situación de México en la segunda mitad del siglo XIX son prácticamente inexistentes, cabría preguntarse, en una forma parecida, por los enigmas que llevan a la trama política del país de 1848 a 1866. La historia que sigue a la derrota frente a Estados Unidos es bien conocida. O’Gorman la definió como trauma nacional: ni liberales ni conservadores logran erigir un gobierno estable; las finanzas públicas se desploman; las fracturas entre el centro y los estados parecen irreversibles, y la oposición eclesiástica a la Constitución de 1857 acaba por desembocar en una guerra civil de tres años. En 1861, el país se encontraba en una situación tan precaria que varias potencias europeas (Francia e Inglaterra entre ellas) llegaron a la conclusión de que una intervención militar no sólo era posible sino viable. Napoleón III se encargaría de probar fortuna hasta el final ¿Cómo explicar entonces que en tan sólo cuatro años, bajo la exigua condición de un gobierno que fue casi siempre itinerante, Juárez y los liberales lograron derrotar a uno de los ejércitos más poderosos (y exitosos) de la época en una guerra de resistencia fincada en guerrillas, coaliciones populares y comunidades locales armadas?
Las interpretaciones más recientes desdibujan cuatro ámbitos a los que acaso habría que prestar atención.
En primer lugar, el incalculable cálculo de las consecuencias de la moratoria de pagos decretada por Juárez. Vista desde la perspectiva económica y política del momento, la moratoria no era, como se acostumbra afirmar hoy, una invitación a la intervención, aunque abría sin duda una perspectiva de confrontaciones abiertas y radicales. En cambio, otorgaba a Juárez un estatuto sin precedentes como responsable de una deuda (efectivamente) nacional. Moratoria significaba, al igual que en la actualidad, disponibilidad de pagar bajo negociaciones. Lo incalculable fue la radicalidad que adquirió la Guerra de Secesión en Estados Unidos. La diplomacia de Napoleón III apostó a la opción de que se podía entrar a México mientras que Washington se enfrascaba en un conflicto que absorbería toda su atención. Una confrontación entre liberales mexicanos vis a vis el Imperio, con un país aislado, no resultaba en absoluto descabellada.
En segundo lugar, los órdenes de la relación entre el Estado y la nación. Una buena parte de la historiografía mexicana ha visto, desde el siglo XIX, a la emergencia de la nación como una creación del Estado. Esa ecuación no parece funcionar del todo en los años que van de 1859 a 1866. Todavía no hemos logrado responder a la pregunta de ¿qué significaba ser mexicano en 1861? Sin embargo, no hay duda de que la respuesta sólo puede partir de la premisa de que una nación se finca, como algún día lo definió Renan, en un plebiscito cotidiano de pertenencia, y no un cúmulo de lazos y órdenes simbólicos datables sólo en su forma institucional. En principio, se puede afirmar que el Estado se colapsó y la nación se fortaleció. Lo cual habla de un plano de inmanencia nacional (o un subimaginario) más poderoso que cualquiera de sus estructuras formales.
En tercer lugar, el error liberal de Napoleón III. Es bastante evidente que la política de París hacia México estaba fundada en el principio de mantener la separación entre el Estado y la Iglesia. Esa fue una de las razones por las que encontró en el liberal Maximiliano un aliado inmejorable. Con ello, la estrategia de la intervención desechaba toda alianza perdurable con los conservadores mexicanos. Pero su apuesta era mucho menos inviable de lo que se podría pensar. Dotar a los pueblos de tierras y reconocer la identidad política y autónoma de las comunidades indígenas suponía que la identidad étnica y local era más poderosa que cualquier forma de subordinación civil. El mestizaje ha sido, desde el siglo XIX, un discurso confeccionado desde el Estado y por las elites criollas de la cultura. Lo que asombra en la guerra contra las tropas francesas es que esos pueblos, que constituían la mayor parte del país, optaron por definirse como mexicanos antes que ser fieles a la identidad que les había permitido sobrevivir.
Por último, el problema del soberano. En una guerra de guerrillas contra una intervención, el gran problema es cómo se produce la lealtad a un orden nacional que prácticamente se ha derrumbado. La itinerancia de Juárez hizo posible que no cayera en la misma trampa en la que se secuestró el gobierno que en 1847 se rindió frente a Estados Unidos. Con ello, el ejército napoleónico nunca logró obtener una rendición, por más que ganara la mayoría de los enfrentamientos militares. En rigor, los liberales perdieron casi todas las batallas y acabaron ganando la guerra.

Lo que Obama conoce
Fidel Castro Ruz
 
       El artículo más demoledor que he visto en este momento sobre América Latina, fue escrito por Renán Vega Cantor, profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá y publicado hace 3 días en el sitio web Rebelión, bajo el título Ecos de la Cumbre de las Américas.
Es breve y no debo hacer versiones, los estudiosos del tema pueden buscarlo en el sitio indicado.
En más de una ocasión he mencionado el infame acuerdo que EEUU impuso a los países de América Latina y el Caribe al crear la OEA, en aquella reunión de cancilleres, que tuvo lugar en la ciudad de Bogotá, en el mes de Abril de 1948; en esa fecha, por puro azar, me encontraba allí promoviendo un congreso latinoamericano de estudiantes, cuyos objetivos fundamentales eran la lucha contra las colonias europeas y las sangrientas tiranías impuestas por Estados Unidos en este hemisferio.
Uno de los más brillantes líderes políticos de Colombia, Jorge Eliécer Gaitán, que con creciente fuerza había unido los sectores más progresistas de Colombia que se oponían al engendro yanki y cuya próxima victoria electoral nadie dudaba, ofreció su apoyo al congreso estudiantil. Fue asesinado alevosamente. Su muerte provocó la rebelión que ha proseguido a lo largo de más de medio siglo.
Las luchas sociales se han prolongado a lo largo de milenios, cuando los seres humanos, mediante la guerra dispusieron de un excedente de producción para satisfacer las necesidades esenciales de la vida.
Como se conoce los años de esclavitud física, la forma más brutal de explotación, se extendieron en algunos países hasta hace algo más de un siglo, como ocurrió en nuestra propia Patria en la etapa final del poder colonial español.
En los propios Estados Unidos la esclavitud de los descendientes de africanos se prolongó hasta la presidencia de Abraham Lincoln. La abolición de esa forma brutal de explotación se produjo apenas 30 años antes que en Cuba.
Martin Luther King soñaba con la igualdad de los negros en Estados Unidos hasta hace apenas 44 años, cuando fue vilmente asesinado, en abril de 1968.
Nuestra época se caracteriza por el avance acelerado de la ciencia y la tecnología. Estemos o no conscientes de ello, es lo que determina el futuro de la humanidad, se trata de una etapa enteramente nueva. La lucha real de nuestra especie por su propia supervivencia es lo que prevalece en todos los rincones del mundo globalizado.
En lo inmediato, todos los latinoamericanos y de modo especial nuestro país, serán afectados por el proceso que tiene lugar en Venezuela, cuna del Libertador de América.
Apenas necesito repetir lo que ustedes conocen: los vínculos estrechos de nuestro pueblo con el pueblo venezolano, con Hugo Chávez, promotor de la Revolución Bolivariana, y con el Partido Socialista Unido creado por él.
Una de las primeras actividades promovidas por la Revolución Bolivariana fue la Cooperación Médica de Cuba, un campo en el que nuestro país alcanzó especial prestigio, reconocido hoy por la opinión pública internacional. Miles de centros dotados con equipos de alta tecnología que suministra la industria mundial especializada, fueron creados por el Gobierno bolivariano para atender a su pueblo. Chávez por su parte no seleccionó costosas clínicas privadas para atender su propia salud; puso esta en manos de los servicios médicos que ofrecía a su pueblo.
Nuestros médicos además consagraron una parte de su tiempo a la formación de médicos venezolanos en aulas debidamente equipadas por el gobierno para esa tarea. El pueblo venezolano, con independencia de sus ingresos personales, comenzó a recibir los servicios especializados de nuestros médicos, ubicándolo entre los mejor atendidos del mundo y sus índices de salud comenzaron a mejorar visiblemente.
El Presidente Obama conoce esto perfectamente bien y lo ha comentado con alguno de sus visitantes. A uno de ellos le expresó con franqueza: ”el problema es que Estados Unidos envía soldados y Cuba, en cambio, envía médicos”.
Chávez, un líder, que en doce años no conoció un minuto de descanso y con una salud de hierro se vió, sin embargo, afectado por una inesperada enfermedad, descubierta y tratada por el propio personal especializado que lo atendía, no fue fácil persuadirlo de la necesidad de prestar atención máxima a su propia salud. Desde entonces, con ejemplar conducta, ha cumplido estrictamente con las medidas pertinentes sin dejar de atender sus deberes como Jefe de Estado y líder del país.
Me atrevo a calificar su actitud como heroica y disciplinada. De su mente no se apartan, ni un solo minuto, sus obligaciones, en ocasiones hasta el agotamiento. Puedo dar fe de ello porque no he dejado de tener contacto e intercambiar con él. Su fecunda inteligencia no ha cesado de consagrarse al estudio y análisis de los problemas del país. Le divierten la bajeza y las calumnias de los voceros de la oligarquía y el imperio. Jamás le escuché insultos ni bajezas al hablar de sus enemigos. No es su lenguaje.
El enemigo conoce aristas de su carácter y multiplica sus esfuerzos destinados a calumniar y golpear al Presidente Chávez. Por mi parte no vacilo en afirmar mi modesta opinión ?emanada de más de medio siglo de lucha? de que la oligarquía jamás podría gobernar de nuevo ese país. Es por ello preocupante que el Gobierno de Estados Unidos haya decidido en tales circunstancias promover el derrocamiento del Gobierno bolivariano.
Por otro lado, insistir en la calumniosa campaña de que en la alta dirección del Gobierno bolivariano existe una desesperada lucha por la toma del mando del gobierno revolucionario si el Presidente no logra superar su enfermedad, es una grosera mentira.
Por el contrario, he podido observar la más estrecha unidad de la dirección de la Revolución Bolivariana.
Un error de Obama, en tales circunstancias, puede ocasionar un río de sangre en Venezuela. La sangre venezolana, es sangre ecuatoriana, brasileña, argentina, boliviana, chilena, uruguaya, centroamericana, dominicana y cubana.
Hay que partir de esta realidad, al analizar la situación política de Venezuela.
¿Se comprende por qué el himno de los trabajadores exhorta a cambiar el mundo hundiendo el imperio burgués?
Abril 27 de 2012
7 y 59 p.m.

Bolivia: novena marcha
Alejandro Dausá
Foto
Indígenas amazónicos se integran a la marcha desde Trinidad a La PazFoto Reuters
 
        La IX Marcha Indígena ha comenzado. ¿Funcionará como catalizador del descontento social que se viene expresando de múltiples modos? Según la Fundación Unir, en 2011 se contabilizaron alrededor de mil 300 conflictos en el país.
A riesgo de simplificar, se puede afirmar que prácticamente todos fueron y son sectoriales y parciales. Sectoriales porque se trata de reivindicaciones de tipo salarial, tarifario, limítrofe o relacionadas con actividades económicas informales, pago de bonos a sectores vulnerables, etcétera. Parciales, porque son escasísimas las que proponen cambios estructurales.
Según la politóloga cruceña Helena Argirakis, el conflicto interhegemónico (sectores subalternos versus grupos tradicionales de poder) que caracterizó el panorama hasta 2009, se trasladó al interior del campo popular (lucha intrahegemónica). Es lo que el vicepresidente ha calificado con cierto candor como tensiones creativas.
Una administración responsable, prudente pero conservadora en lo macroeconómico, excelentes precios de productos primarios como soya, minerales e hidrocarburos, reservas inéditas en la historia del país (más de 12 millones de dólares) atizan en el imaginario de algunos sectores la idea de que es hora de reclamar la parte que consideran suya. Ciertas señales públicas del gobierno han operado como aceleradores de demandas. Aunque se trata de un ejemplo extremo, la reciente legalización de 120 mil vehículos introducidos vía contrabando funcionó como guiño cómplice para casi cualquier reclamo.
El ex ministro Alfredo Rada, que suele hacer reflexiones agudas dentro de la apuesta por profundizar el proceso de cambio, indica que una de las fallas del gobierno es el cortoplacismo en la resolución de conflictos, abandonando el análisis estratégico y las grandes pautas planteadas en la Constitución y el Plan Nacional de Desarrollo de 2006. Una muestra de lo anterior es la variedad de posiciones y estrategias gubernamentales contradictorias y erráticas en torno al conflicto por el Tramo II de la carretera por el Tipnis.
A diferencia de la VIII Marcha Indígena, la que se inicia ahora encabezada por la Cidob no cuenta con el respaldo de algunas de sus propias afiliadas. Esa merma se puede explicar, entre otros fenómenos, por su propia situación de crisis interna, y paralelamente por el despliegue de una estrategia más avispada del gobierno, que ha venido estableciendo convenios bilaterales con sectores indígenas de tierras bajas, condicionando su participación activa en la novena marcha. Otro elemento es el desprestigio de los dirigentes de la Cidob, que han firmado acuerdos con sectores de la derecha del departamento de Santa Cruz. Incluso una connotada lideresa, ex ejecutiva de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas, aceptó un cargo de subalcaldesa del burgomaestre de la ciudad de Santa Cruz, personaje conocido por su gestión favorecedora de los grupos de poder, y una administración muy poco transparente.
Paradójicamente, la IX Marcha Indígena amenaza incendiar el ámbito urbano, donde se agudiza la movilización de diferentes sectores, con enorme apoyo del empresariado mediático. No parece casual que una de las corporaciones más activas sea la de la salud. Luego de un decreto que obliga al personal sanitario a trabajar ocho horas en establecimientos públicos, se desató la furia de este poderoso gremio; una verdadera mafia cuya premisa es la mercantilización de la salud y la producción de billetes, que entre otros mecanismos recurre a la derivación de pacientes de hospitales públicos a clínicas o consultas privadas, donde sí se trabaja ocho horas y más sin inconveniente ni queja alguna. En su protesta han logrado arrastrar a grupos de estudiantes de medicina como tropas de choque, cuyas exhibiciones de fuerza incluyeron la quema de una bandera cubana en la UPEA de El Alto, porque sin dudas simboliza otro tipo de política y ética médica, aborrecida y sistemáticamente vilipendiada por la aristocracia de los galenos.
Fracasados los variados intentos para derrocar al gobierno en años anteriores, todo indica que la derecha apuesta ahora al desgaste desde varios frentes. Recurrir a la memoria histórica es arribar necesariamente a los tiempos del gobierno popular de la UPD (1982-1985) cuando las constantes presiones y demandas acabaron echando por la borda más de 25 años de acumulación política, abriendo paso al neoliberalismo.
El tiempo que el Movimiento al Socialismo ha perdido descuidando el fortalecimiento del instrumento político, obviando planes para la formación de la conciencia crítica informada y confundiendo participación con masividad, pudiera comenzar a pasarle factura.
* Publicado originalmente en Alainet

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