Rápido y furioso: opacidad y costo político
En el contexto de las investigaciones realizadas por un comité de la
Cámara de Representantes de Estados Unidos sobre el operativo Rápido y
Furioso –por medio del cual el gobierno de Washington permitió el ingreso
ilegal de miles de armas a México–, el presidente de ese país, Barack Obama,
invocó ayer su
privilegio ejecutivopara impedir la entrega de información confidencial en poder del Departamento de Justicia, que es considerada clave para esclarecer quién ordenó o estuvo al tanto de la fallida operación secreta, y deslindar responsabilidades dentro de la actual administración.
En días previos, el citado comité legislativo, que encabeza el republicano
Darrell Issa, había amagado con procesar por desacato al titular del
Departamento de Justicia, Eric Holder, en caso de que éste no le entregara la
totalidad de los referidos documentos confidenciales. Ayer, en respuesta a la
determinación de la Casa Blanca, esa instancia legislativa avaló, por mayoría,
una moción de censura contra el procurador estadunidense, que habrá de ser
discutida y votada la semana entrante y que constituye un abierto desafío al
titular del Ejecutivo de ese país a menos de seis meses de las elecciones
presidenciales.
Sin soslayar el inocultable trasfondo político-electoral que reviste la
medida impulsada por los legisladores de la oposición –medida que fue calificada
como parte de una
cacería de brujaspor la minoría demócrata en la cámara baja del Capitolio–, es claro que deriva del comportamiento poco transparente de la administración Obama frente a la presumible responsabilidad política y legal en que pudieron haber incurrido algunos de sus funcionarios durante la realización de Rápido y Furioso, operación que, cabe recordar, exhibió al gobierno de Washington como proveedor de armas para los cárteles de la droga que operan en nuestro país.
Desde el inicio de las pesquisas legislativas encabezadas por Issa pudo
conocerse que los más altos mandos de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de
Fuego recibían informes semanales del desarrollo del referido operativo
y que en éste participaron, también, funcionarios de la FBI y de la DEA. A la
luz de tales precedentes, resulta poco verosímil que otros encumbrados
integrantes de la administración federal estadunidense, empezando por el propio
Eric Holder, no hayan estado al tanto de la participación de tres dependencias
policiales y de seguridad tan importantes de Washington en el fallido plan de
trasiego y rastreo de armas, como ha insistido sistemáticamente el mandatario
estadunidense.
Ahora, la afirmación del propio Eric Holder de que
cualquier acusación de que el Departamento de Justicia no ha respondido a las peticiones de información es falsacontrasta con la pretensión de su jefe de mantener en secreto esa misma información. Semejante actitud no sólo gravita en contra de la credibilidad de la actual administración estadunidense ante sus ciudadanos y ante la opinión pública mundial, sino que la coloca, además, en el umbral de una confrontación institucional y política que podría tener un alto costo para el actual mandatario y minar sus pretensiones de relegirse.
Por lo demás, es significativo y preocupante que mientras las pesquisas
referidas generan un gran revuelo político y mediático en Washington y abren la
perspectiva de un juicio por desacato en contra de uno de los más altos
funcionarios de ese gobierno, en México el asunto no haya generado hasta ahora
mayor ruido, a pesar de los indicios de que funcionarios mexicanos también
tuvieron conocimiento de Rápido y Furioso desde tiempo antes de su
salida a la luz pública.
La circunstancia descrita constituye, en suma, una razón adicional para que
el próximo gobierno del país emplee todos los recursos a su alcance para llegar
al fondo del asunto, y analice seriamente la pertinencia de continuar con una
estrategia de seguridad promovida por Estados Unidos que no sólo ha sido
ineficaz en su objetivo y ha generado efectos contraproducentes para el
país; también ha implicado claudicaciones inaceptables a la soberanía nacional y
ha puesto de manifiesto el doble discurso de Washington en su supuesto
compromiso por combatir al narco y erradicar la violencia.
Surge otro movimiento-Helguera
#YoSoy132: lecciones del debate
Adolfo Sánchez Rebolledo
El debate organizado por el movimiento #YoSoy132 deja una lección
inmediata: la democracia exige naturalidad en las formas. Hablar, discutir,
responder a las inquietudes públicas debería ser la actividad principal de los
candidatos en tiempos de campaña. Pero no es así: hay una clara desconexión
entre los temas de la agenda promovida por los partidos o los equipos de campaña
y las cuestiones que de un modo u otro conmueven a la ciudadanía. Los candidatos
sólo hablan de los asuntos que tienen masticados, pero vuelan por encima de los
detalles, dejando esa sensación de superficialidad que parece insuperable.
Peroran, no dialogan. Han perdido la capacidad de emocionar al auditorio: no
comunican ideas y apenas tocan sentimientos poderosos. Salvo el miedo, recurso
final del soliloquio antidemocrático que deambula como un fantasma ubicuo e
inasible, predomina el valemadrismo sustentado en la desconfianza. La política
sigue al dinero filtrado a través de redes clientelares o campañas mediáticas
bien orquestadas para crear la imagen del elegido o deformar la del adversario.
Así, el discurso electoral se ha burocratizado en homenaje último a la
mercadotecnia, al espot, esto es, a la repetición machacona de ciertas frases
que no invitan a reflexionar. La encuesta deviene propaganda, argumento
sustituto del verdadero debate. Todos los protagonistas, comenzando por los
partidos y las instituciones, han renunciado a la pedagogía democrática
siguiendo la avidez mediática. La competencia, con mayúsculas, se ubica como
razón y verdad de la democracia… y de la vida. En su nombre todo se vale, todo
se justifica, aunque se erosionen los fundamentos de la convivencia y nadie
trabaje para el día después, cuando extenuada, la sociedad deba volver a la
normalidad.
Por eso, lo nuevo no está en las palabras de los candidatos, las cuales casi
podríamos repetir de memoria, sino en la actitud de los convocantes al debate
realizado en la sede de la Comisión de Derechos Humanos del DF, los estudiantes
del #YoSoy132. Fuera del desastre técnico que fue la transmisión, el hecho es
que lograron crear un ambiente muy diferente al que prevaleció en los dos
encuentros oficiales. Lejos de la rigidez acostumbrada, a los candidatos se les
presentó una batería de preguntas elaboradas por ciudadanos comunes y
corrientes, tamizadas, claro, por un grupo académico ad hoc. Y ellos
mismos las presentaron en tono respetuoso, sin falsos formalismos. Tutearon a
los candidatos en gesto de llaneza igualitaria, pero no se abstuvieron de
sujetarlos a las condiciones pactadas cuando se requirió. Hubo más libertad,
aunque los aspirantes no se salieron del guión un milímetro. Fue notoria la
intención de eludir el debate-espectáculo por el que apostaron afamados
comentaristas mediáticos, no sin intencionalidad de favorecer por esa vía a
alguno de los contendientes. Y eso hay que agradecérselo a los organizadores.
Resultó muy saludable que uno de los moderadores dijera que ellos aspiraban a un
debate de ideas en lugar de los ataques ad hominem de los que gustan
ciertos estrategas. Incluso les advirtió que estaba autorizado a interrumpir a
quien incurriera en esas prácticas vergonzosas.
Esa manera de entender lo que está en juego es la que le da al #YoSoy132 un
lugar especial en esta campaña. A pesar de la ofensiva para desnaturalizar su
actuación, hechos como el debate prueban que bajo la frescura reconocible de los
jóvenes hay una postura firme, sustentada en contenidos democráticos,
articulados por un discurso coherente cuya importancia nadie debería desechar.
Ni siquiera Peña Nieto, que anteayer dejó la silla vacía.
En cuanto al debate como tal, se puso de manifiesto la diferencia que marca
estas elecciones y, en general, la vida pública mexicana. López Obrador sostuvo
que el uno por ciento que quiere imponer al próximo presidente
es el mismo que aplica las prácticas monopólicas, no sólo en medios, sino en bancos e incluso hasta en los alimentos, siempre protegidos por el gobierno federal. No plantea una revolución; ni siquiera una reforma integral de la distribución del ingreso. Quiere limpiar a las instituciones de la corrupción, evitar el despilfarro de los recursos, poner a la gente a producir bienes para el consumo nacional, en fin, utilizar los instrumentos que la Constitución contiene para que el Estado sea promotor del desarrollo y la equidad. Los otros candidatos, en cambio, defienden la privatización de la economía siguiendo la línea adoptada hasta hoy. No hay grandes contradicciones entre ellos, por más que Peña Nieto sueñe con una presidencia intocable. El PRI y el PAN están obsesionados por romper los monopolios del Estado, o sea, Pemex, para dar juego a la iniciativa privada en el gran negocio de los energéticos. López Obrador se opone con toda su fuerza y declara:
El petróleo no es del gobierno, es de la nación. Esa es la verdadera manzana de la discordia, el punto de partida de las alternativas que se presentan a la elección ciudadana. La presencia de una nueva generación en la vida pública aportará, sin duda, nuevos elementos de juicio, pero sobre todo traerá algo muy importante: seriedad, que no se confunde con la solemnidad. Los estudiantes reivindicaron la generosidad y el desprendimiento para entender que lo que está en juego es más importante que el éxito personal de los políticos. La movilización iniciada en la Ibero puede ser el mejor legado de estas lecciones. Es una apuesta por el futuro.
Debate universitario sin
acarreados-Rocha
En la recta final
Octavio Rodríguez Araujo
Podría decirse que estamos ya en la recta final. El panorama es
incierto y las expectativas son muchas para los simpatizantes de los candidatos,
especialmente para los punteros. Además del hallazgo de boletas con folios
duplicados y de sobrantes y faltantes según el distrito, se teme el famoso
carrusel de votos (que Julio Hernández López ha llamado
ruleta). Contra éste es muy poco lo que puede hacerse, pues el dinero que se use para pagar votos precruzados no es fácil de cuantificar ni de auditar. Para que el carrusel (o ruleta) sea efectivo e influya en los resultados electorales requerirá mucho dinero, pero hay quienes lo pueden poner y no habrá modo de detectarlos irrefutablemente ni mucho menos sancionarlos, pues aunque el Cofipe se refiere a la prohibición expresa de ejercer presión y coacción sobre los electores (artículo 4), no es simple su comprobación.
Para quienes no saben o recuerdan qué es un carrusel electoral lo explico de
manera sencilla: en una casa se congrega a cierto número de votantes; el primero
va a la casilla electoral y en lugar de depositar los votos se regresa con las
boletas que le dieron. En dicha casa se cruzan por determinado partido y se
entregan cruzadas al segundo votante. Éste las deposita y regresa con las
papeletas que le dieron en la casilla, y así sucesivamente. Todo esto
supervisado por
coordinadoresespeciales. Por cada conjunto de boletas se le paga a cada quien cierta cantidad de dinero. Cuando las autoridades de la casilla cuenten los votos notarán que se presentaron X electores menos dos, el primero y el último del carrusel. Se sospechará que éste se llevó a cabo, pero nada podrá hacerse salvo consignarlo en las observaciones de la votación. Es obvio que el partido más tramposo y con más dinero otorgado por gente interesada en su triunfo será el que más carruseles pueda organizar. Comprar conciencias no es muy difícil entre gente de veras necesitada o entre personas manipuladas corporativamente, digamos en un sindicato autoritario y represor (no es necesario poner ejemplos).
Los observadores electorales y los representantes de los partidos poco o nada
podrán hacer con las sospechas que puedan tener de este tipo de fraude, pues las
boletas no tienen dispositivos electrónicos que puedan ser detectados a la
entrada o la salida de la zona de votaciones, como en productos de algunas
tiendas o en los aeropuertos. Un millón de votos así logrados puede hacer la
diferencia entre dos candidatos con posibilidades de ganar. En 2006, aun
aceptando como buenos los resultados presentados por el IFE en la elección
presidencial (que no los acepto), la diferencia entre el PAN y la coalición de
izquierda fue de casi 244 mil votos, menos de 0.6 por ciento
en favorde Calderón.
La única manera de contrarrestar dicha tentación de fraude (la del carrusel)
y otras que han dado buenos resultados en el pasado es que haya una enorme
participación ciudadana el próximo primero de julio. La abstención y los votos
nulos, como he comprobado en otros escritos, dan ventaja al partido con más
recursos, y todavía más si cuenta con los apoyos del gobierno federal y de
gobiernos locales. Como no tengo duda de que el candidato de Calderón y de los
gobernadores priístas es Peña Nieto, además de ser el candidato de Televisa y
otros grandes empresarios, no es improbable que se haga todo lo posible para que
triunfe sobre su único contrincante con posibilidades de derrotarlo. La
guerra sucia que ya estamos viendo no es sino uno más de los
ingredientes para lograr este propósito. Pero la bolsa de trucos es grande e
incluso puede contar con artificios cibernéticos, aunque algunos especialistas
digan que son imposibles (otros dicen que sí son posibles y, a mi juicio, lo han
demostrado, como lo expuse oportunamente en un libro sobre las elecciones de ese
año).
A diferencia de la elección de 2006, que entre la supuesta izquierda contó
con el subcomandante Marcos y su otra campaña en contra de
López Obrador, en la presente elección los de la otra campaña se han
mantenido al margen (si acaso todavía existen) y en su lugar surgieron, con
orientación muy distinta, los estudiantes, sobre todo universitarios, y su
movimiento #YoSoy132, que está por elecciones libres y transparentes al mismo
tiempo que se ha manifestado en contra de la manipulación mediática y de Peña
Nieto. Sin embargo, como era obvio, ya surgieron sus detractores y quienes
quieren desacreditarlos desde sus columnas políticas, escritas o verbales. Aun
así, el movimiento dista mucho de haberse desinflado, tanto en número como en
entusiasmo. Los jóvenes han descubierto que pueden ser protagonistas de la
historia, sí, de la historia, pues lo que está por decidirse en esta elección no
es sólo que gane o pierda un candidato, sino un proyecto de nación distinto al
que nos han impuesto los gobiernos neoliberales. Si lo logramos, será sin duda
un momento histórico del que nos sentiremos orgullosos, pues el país, así como
lo han puesto, no aguanta más.
PD: Conscientes de la coyuntura que vivimos y de la importancia que tienen
las elecciones próximas, la Editorial Jorale/Orfila y un servidor acordamos
obsequiar, en apoyo a la campaña de López Obrador y por vía de Para Leer en
Libertad AC, una buena cantidad de ejemplares de mi libro México en vilo;
partidos, candidatos, campañas y elecciones, referido al antes y al después
de los comicios de 2006. Confío en que sea de interés para mis lectores.
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