Seguridad en Pemex: el fracaso del militar consentido de Peña *
Labores de rescate. Foto; Xinhua.
En su estreno como gerente de Seguridad de Pemex, uno de los militares consentidos del presidente Enrique Peña Nieto, el general brigadier Eduardo León Trauwitz quedó muy mal con su protector, con la empresa paraestatal más importante del país y con sus empleados y visitantes, con la sociedad mexicana, con el Estado, con el Ejército…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La explosión en el edificio B-2 del complejo administrativo de Petróleos Mexicanos (Pemex) en la Ciudad de México acabó con los días de gracia del gobierno de Enrique Peña Nieto. Empeñado en desaparecer de la opinión pública el tema de la narcoviolencia, a pesar de los casi 2 mil muertos registrados en su naciente administración, quedó atrapado en su propio silencio.
La explosión del 31 de enero no sólo tomó por sorpresa al gabinete y a los servicios de seguridad mexicanos. También puso al descubierto las divisiones y deficiencias en la seguridad corporativa de la principal empresa del país. Uno de sus protagonistas es hombre cercano a Peña Nieto, el general brigadier Eduardo León Trauwitz, actual gerente de Servicios de Seguridad Física de Pemex.
Se trata de quien fue escolta y jefe de seguridad del político priista cuando era gobernador del Estado de México y que apenas el 20 de noviembre pasado fue ascendido de coronel a su actual grado. Su nombramiento en Pemex rompió con la tradición de que sean militares, en activo o en retiro pero con experiencia operativa, los que estén a cargo de la seguridad de la paraestatal.
Fuentes militares y de seguridad comentaron a Proceso la falta de control en la materia en instalaciones de esa empresa estratégica, la debilidad de los servicios de seguridad e inteligencia civiles y militares, y la carencia de instancias de gobierno capaces de afrontar actos terroristas en México, incluso si sus autores son miembros de la delincuencia organizada.
Más de 24 horas después de la tragedia, el gobierno de Peña Nieto se limitaba a actualizar la cifra de fallecidos –33 hasta la noche del viernes 1– y a pedir que no se especulara, pero sin ofrecer siquiera datos para apuntalar su interés de que se trató de un accidente.
Intentó llenar el vacío de información con versiones oficiosas acerca de “una implosión”, y no una explosión, como resultado de una alta concentración de gas halón, el que se utiliza para controlar incendios.
Responsable de la seguridad de todas las instalaciones y personal de Pemex, el general brigadier León Trauwitz fue puesto en ese cargo al inicio del actual gobierno en compensación por no haber ocupado el cargo de jefe del Estado Mayor Presidencial, al que aspiró por su cercanía con Peña Nieto.
El directorio del corporativo de la paraestatal se encuentra en “actualización”, pero este semanario pudo corroborar el nuevo cargo del general brigadier a través de personal de Pemex. El edificio siniestrado está apenas a 50 metros de las oficinas de la gerencia donde despacha el exjefe de seguridad de Peña Nieto.
Ahora en el centro del escrutinio, el militar no se le despegó a Peña Nieto en los dos últimos años de su gobierno en el Estado de México y durante su campaña presidencial. Era su sombra. Estuvo adscrito a la coordinación de la ayudantía de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de esa entidad desde marzo de 2010, y cuando Peña Nieto fue candidato a la Presidencia siguió siendo el responsable de su seguridad; su sueldo era cubierto por el gobierno mexiquense.
Según la información oficial consultada por Proceso, en septiembre de 2012, ya con Peña como presidente electo, entró a la nómina de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en el área del Estado Mayor Presidencial, al que aspiraba llegar el 1 de diciembre pasado.
El nombre de León Trauwitz saltó a la luz pública en noviembre pasado por su rápido ascenso, que fue visto con molestia al interior del Ejército Mexicano por su falta de experiencia operativa; aunque no fue el único caso. Entonces tenía el grado de coronel y, sin estar en la lista preliminar de ascensos propuestos por la Sedena, la presidencia de Felipe Calderón lo incluyó en la lista de ascensos que solicitó al Senado.
El 20 de noviembre de 2012 se convirtió en general brigadier pese a no haber estado adscrito a la Defensa Nacional durante tres años y no haber cumplido el periodo mínimo de servicio de cuatro años en el grado de coronel. El súbito ascenso ocurrió a petición del presidente electo por la gran cercanía y confianza en su escolta, pero ello le acarreó animadversiones en el Estado Mayor Presidencial; en vez de él se quedó como jefe de ese poderoso cuerpo el general de brigada Roberto Miranda.
El cargo de gerente de Servicios de Seguridad Física (GSSF) de Pemex ha sido ocupado por experimentados militares en situación de retiro. La mayoría eran generales de división. Al puesto se le considera una de las posiciones que el secretario de la Defensa en turno decide para sus allegados. El general brigadier León Trauwitz fue la excepción y su llegada se vio en el Ejército como una imposición directa desde Los Pinos.
Cuando asumió la GSSF, exigió las renuncias inmediatas de todos los funcionarios de mayor nivel. Su antecesor fue el general Salvador Leonardo Bejarano Gómez, quien, molesto por estas formas, no concluyó su cargo en buenos términos, al punto de que el proceso de entrega-recepción no se completó, dijeron fuentes militares a Proceso. León Trauwitz habría amenazado a su antecesor con iniciarle un procedimiento administrativo.
El manual de organización interna de la paraestatal establece que la GSSF depende directamente de la Dirección Corporativa de Administración y es la responsable de “dirigir y controlar la ejecución de acciones que permitan detectar riesgos y prevenir la realización de actos de terrorismo, sabotaje, atentados, agresiones o intriga, que pongan en peligro el orden laboral, la integridad del personal, bienes muebles e inmuebles y valores de Petróleos Mexicanos y organismos subsidiarios”.
El exescolta de Peña Nieto es el principal responsable de la seguridad física de Pemex, tanto del personal como de las instalaciones, bienes y valores de la paraestatal, sus organismos subsidiarios y sus empresas filiales.
El manual especifica que debe “coordinar las acciones necesarias para la seguridad física de directivos y trabajadores de la industria petrolera y en su caso externos”, además de coordinar sus tareas de resguardo con otras instituciones.
De acuerdo con los registros de la Secretaría de la Función Pública, León Trauwitz es egresado de la Escuela Superior de Guerra y de la carrera de relaciones internacionales de la UNAM. De 1997 a 1999 fue jefe de departamento del Estado Mayor de la Sedena, en donde su tarea consistía en realizar análisis de prensa y producir publicaciones.
En 1999 fue coordinador de operaciones de la VIII Región Militar con sede en Oaxaca. Sólo duró en el puesto siete meses. Un año fue profesor en la Escuela Superior de Guerra hasta que, en enero de 2001, se inició en el cargo de subjefe de la Sección V del EMP con funciones de “cuerpo de seguridad”. Permaneció en el Estado Mayor Presidencial hasta el 1 de marzo de 2010, cuando renunció para irse a trabajar con Peña Nieto.
El presente reportaje es un extracto del que se publica bajo el título Vulnerabilidad a los accidentes… y a los atentados en la edición 1892 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
Labores de rescate. Foto; Xinhua.
En su estreno como gerente de Seguridad de Pemex, uno de los militares consentidos del presidente Enrique Peña Nieto, el general brigadier Eduardo León Trauwitz quedó muy mal con su protector, con la empresa paraestatal más importante del país y con sus empleados y visitantes, con la sociedad mexicana, con el Estado, con el Ejército…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La explosión en el edificio B-2 del complejo administrativo de Petróleos Mexicanos (Pemex) en la Ciudad de México acabó con los días de gracia del gobierno de Enrique Peña Nieto. Empeñado en desaparecer de la opinión pública el tema de la narcoviolencia, a pesar de los casi 2 mil muertos registrados en su naciente administración, quedó atrapado en su propio silencio.
La explosión del 31 de enero no sólo tomó por sorpresa al gabinete y a los servicios de seguridad mexicanos. También puso al descubierto las divisiones y deficiencias en la seguridad corporativa de la principal empresa del país. Uno de sus protagonistas es hombre cercano a Peña Nieto, el general brigadier Eduardo León Trauwitz, actual gerente de Servicios de Seguridad Física de Pemex.
Se trata de quien fue escolta y jefe de seguridad del político priista cuando era gobernador del Estado de México y que apenas el 20 de noviembre pasado fue ascendido de coronel a su actual grado. Su nombramiento en Pemex rompió con la tradición de que sean militares, en activo o en retiro pero con experiencia operativa, los que estén a cargo de la seguridad de la paraestatal.
Fuentes militares y de seguridad comentaron a Proceso la falta de control en la materia en instalaciones de esa empresa estratégica, la debilidad de los servicios de seguridad e inteligencia civiles y militares, y la carencia de instancias de gobierno capaces de afrontar actos terroristas en México, incluso si sus autores son miembros de la delincuencia organizada.
Más de 24 horas después de la tragedia, el gobierno de Peña Nieto se limitaba a actualizar la cifra de fallecidos –33 hasta la noche del viernes 1– y a pedir que no se especulara, pero sin ofrecer siquiera datos para apuntalar su interés de que se trató de un accidente.
Intentó llenar el vacío de información con versiones oficiosas acerca de “una implosión”, y no una explosión, como resultado de una alta concentración de gas halón, el que se utiliza para controlar incendios.
Responsable de la seguridad de todas las instalaciones y personal de Pemex, el general brigadier León Trauwitz fue puesto en ese cargo al inicio del actual gobierno en compensación por no haber ocupado el cargo de jefe del Estado Mayor Presidencial, al que aspiró por su cercanía con Peña Nieto.
El directorio del corporativo de la paraestatal se encuentra en “actualización”, pero este semanario pudo corroborar el nuevo cargo del general brigadier a través de personal de Pemex. El edificio siniestrado está apenas a 50 metros de las oficinas de la gerencia donde despacha el exjefe de seguridad de Peña Nieto.
Ahora en el centro del escrutinio, el militar no se le despegó a Peña Nieto en los dos últimos años de su gobierno en el Estado de México y durante su campaña presidencial. Era su sombra. Estuvo adscrito a la coordinación de la ayudantía de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de esa entidad desde marzo de 2010, y cuando Peña Nieto fue candidato a la Presidencia siguió siendo el responsable de su seguridad; su sueldo era cubierto por el gobierno mexiquense.
Según la información oficial consultada por Proceso, en septiembre de 2012, ya con Peña como presidente electo, entró a la nómina de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en el área del Estado Mayor Presidencial, al que aspiraba llegar el 1 de diciembre pasado.
El nombre de León Trauwitz saltó a la luz pública en noviembre pasado por su rápido ascenso, que fue visto con molestia al interior del Ejército Mexicano por su falta de experiencia operativa; aunque no fue el único caso. Entonces tenía el grado de coronel y, sin estar en la lista preliminar de ascensos propuestos por la Sedena, la presidencia de Felipe Calderón lo incluyó en la lista de ascensos que solicitó al Senado.
El 20 de noviembre de 2012 se convirtió en general brigadier pese a no haber estado adscrito a la Defensa Nacional durante tres años y no haber cumplido el periodo mínimo de servicio de cuatro años en el grado de coronel. El súbito ascenso ocurrió a petición del presidente electo por la gran cercanía y confianza en su escolta, pero ello le acarreó animadversiones en el Estado Mayor Presidencial; en vez de él se quedó como jefe de ese poderoso cuerpo el general de brigada Roberto Miranda.
El cargo de gerente de Servicios de Seguridad Física (GSSF) de Pemex ha sido ocupado por experimentados militares en situación de retiro. La mayoría eran generales de división. Al puesto se le considera una de las posiciones que el secretario de la Defensa en turno decide para sus allegados. El general brigadier León Trauwitz fue la excepción y su llegada se vio en el Ejército como una imposición directa desde Los Pinos.
Cuando asumió la GSSF, exigió las renuncias inmediatas de todos los funcionarios de mayor nivel. Su antecesor fue el general Salvador Leonardo Bejarano Gómez, quien, molesto por estas formas, no concluyó su cargo en buenos términos, al punto de que el proceso de entrega-recepción no se completó, dijeron fuentes militares a Proceso. León Trauwitz habría amenazado a su antecesor con iniciarle un procedimiento administrativo.
El manual de organización interna de la paraestatal establece que la GSSF depende directamente de la Dirección Corporativa de Administración y es la responsable de “dirigir y controlar la ejecución de acciones que permitan detectar riesgos y prevenir la realización de actos de terrorismo, sabotaje, atentados, agresiones o intriga, que pongan en peligro el orden laboral, la integridad del personal, bienes muebles e inmuebles y valores de Petróleos Mexicanos y organismos subsidiarios”.
El exescolta de Peña Nieto es el principal responsable de la seguridad física de Pemex, tanto del personal como de las instalaciones, bienes y valores de la paraestatal, sus organismos subsidiarios y sus empresas filiales.
El manual especifica que debe “coordinar las acciones necesarias para la seguridad física de directivos y trabajadores de la industria petrolera y en su caso externos”, además de coordinar sus tareas de resguardo con otras instituciones.
De acuerdo con los registros de la Secretaría de la Función Pública, León Trauwitz es egresado de la Escuela Superior de Guerra y de la carrera de relaciones internacionales de la UNAM. De 1997 a 1999 fue jefe de departamento del Estado Mayor de la Sedena, en donde su tarea consistía en realizar análisis de prensa y producir publicaciones.
En 1999 fue coordinador de operaciones de la VIII Región Militar con sede en Oaxaca. Sólo duró en el puesto siete meses. Un año fue profesor en la Escuela Superior de Guerra hasta que, en enero de 2001, se inició en el cargo de subjefe de la Sección V del EMP con funciones de “cuerpo de seguridad”. Permaneció en el Estado Mayor Presidencial hasta el 1 de marzo de 2010, cuando renunció para irse a trabajar con Peña Nieto.
El presente reportaje es un extracto del que se publica bajo el título Vulnerabilidad a los accidentes… y a los atentados en la edición 1892 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La explosión en el edificio B-2 del complejo administrativo de Petróleos Mexicanos (Pemex) en la Ciudad de México acabó con los días de gracia del gobierno de Enrique Peña Nieto. Empeñado en desaparecer de la opinión pública el tema de la narcoviolencia, a pesar de los casi 2 mil muertos registrados en su naciente administración, quedó atrapado en su propio silencio.
La explosión del 31 de enero no sólo tomó por sorpresa al gabinete y a los servicios de seguridad mexicanos. También puso al descubierto las divisiones y deficiencias en la seguridad corporativa de la principal empresa del país. Uno de sus protagonistas es hombre cercano a Peña Nieto, el general brigadier Eduardo León Trauwitz, actual gerente de Servicios de Seguridad Física de Pemex.
Se trata de quien fue escolta y jefe de seguridad del político priista cuando era gobernador del Estado de México y que apenas el 20 de noviembre pasado fue ascendido de coronel a su actual grado. Su nombramiento en Pemex rompió con la tradición de que sean militares, en activo o en retiro pero con experiencia operativa, los que estén a cargo de la seguridad de la paraestatal.
Fuentes militares y de seguridad comentaron a Proceso la falta de control en la materia en instalaciones de esa empresa estratégica, la debilidad de los servicios de seguridad e inteligencia civiles y militares, y la carencia de instancias de gobierno capaces de afrontar actos terroristas en México, incluso si sus autores son miembros de la delincuencia organizada.
Más de 24 horas después de la tragedia, el gobierno de Peña Nieto se limitaba a actualizar la cifra de fallecidos –33 hasta la noche del viernes 1– y a pedir que no se especulara, pero sin ofrecer siquiera datos para apuntalar su interés de que se trató de un accidente.
Intentó llenar el vacío de información con versiones oficiosas acerca de “una implosión”, y no una explosión, como resultado de una alta concentración de gas halón, el que se utiliza para controlar incendios.
Responsable de la seguridad de todas las instalaciones y personal de Pemex, el general brigadier León Trauwitz fue puesto en ese cargo al inicio del actual gobierno en compensación por no haber ocupado el cargo de jefe del Estado Mayor Presidencial, al que aspiró por su cercanía con Peña Nieto.
El directorio del corporativo de la paraestatal se encuentra en “actualización”, pero este semanario pudo corroborar el nuevo cargo del general brigadier a través de personal de Pemex. El edificio siniestrado está apenas a 50 metros de las oficinas de la gerencia donde despacha el exjefe de seguridad de Peña Nieto.
Ahora en el centro del escrutinio, el militar no se le despegó a Peña Nieto en los dos últimos años de su gobierno en el Estado de México y durante su campaña presidencial. Era su sombra. Estuvo adscrito a la coordinación de la ayudantía de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de esa entidad desde marzo de 2010, y cuando Peña Nieto fue candidato a la Presidencia siguió siendo el responsable de su seguridad; su sueldo era cubierto por el gobierno mexiquense.
Según la información oficial consultada por Proceso, en septiembre de 2012, ya con Peña como presidente electo, entró a la nómina de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en el área del Estado Mayor Presidencial, al que aspiraba llegar el 1 de diciembre pasado.
El nombre de León Trauwitz saltó a la luz pública en noviembre pasado por su rápido ascenso, que fue visto con molestia al interior del Ejército Mexicano por su falta de experiencia operativa; aunque no fue el único caso. Entonces tenía el grado de coronel y, sin estar en la lista preliminar de ascensos propuestos por la Sedena, la presidencia de Felipe Calderón lo incluyó en la lista de ascensos que solicitó al Senado.
El 20 de noviembre de 2012 se convirtió en general brigadier pese a no haber estado adscrito a la Defensa Nacional durante tres años y no haber cumplido el periodo mínimo de servicio de cuatro años en el grado de coronel. El súbito ascenso ocurrió a petición del presidente electo por la gran cercanía y confianza en su escolta, pero ello le acarreó animadversiones en el Estado Mayor Presidencial; en vez de él se quedó como jefe de ese poderoso cuerpo el general de brigada Roberto Miranda.
El cargo de gerente de Servicios de Seguridad Física (GSSF) de Pemex ha sido ocupado por experimentados militares en situación de retiro. La mayoría eran generales de división. Al puesto se le considera una de las posiciones que el secretario de la Defensa en turno decide para sus allegados. El general brigadier León Trauwitz fue la excepción y su llegada se vio en el Ejército como una imposición directa desde Los Pinos.
Cuando asumió la GSSF, exigió las renuncias inmediatas de todos los funcionarios de mayor nivel. Su antecesor fue el general Salvador Leonardo Bejarano Gómez, quien, molesto por estas formas, no concluyó su cargo en buenos términos, al punto de que el proceso de entrega-recepción no se completó, dijeron fuentes militares a Proceso. León Trauwitz habría amenazado a su antecesor con iniciarle un procedimiento administrativo.
El manual de organización interna de la paraestatal establece que la GSSF depende directamente de la Dirección Corporativa de Administración y es la responsable de “dirigir y controlar la ejecución de acciones que permitan detectar riesgos y prevenir la realización de actos de terrorismo, sabotaje, atentados, agresiones o intriga, que pongan en peligro el orden laboral, la integridad del personal, bienes muebles e inmuebles y valores de Petróleos Mexicanos y organismos subsidiarios”.
El exescolta de Peña Nieto es el principal responsable de la seguridad física de Pemex, tanto del personal como de las instalaciones, bienes y valores de la paraestatal, sus organismos subsidiarios y sus empresas filiales.
El manual especifica que debe “coordinar las acciones necesarias para la seguridad física de directivos y trabajadores de la industria petrolera y en su caso externos”, además de coordinar sus tareas de resguardo con otras instituciones.
De acuerdo con los registros de la Secretaría de la Función Pública, León Trauwitz es egresado de la Escuela Superior de Guerra y de la carrera de relaciones internacionales de la UNAM. De 1997 a 1999 fue jefe de departamento del Estado Mayor de la Sedena, en donde su tarea consistía en realizar análisis de prensa y producir publicaciones.
En 1999 fue coordinador de operaciones de la VIII Región Militar con sede en Oaxaca. Sólo duró en el puesto siete meses. Un año fue profesor en la Escuela Superior de Guerra hasta que, en enero de 2001, se inició en el cargo de subjefe de la Sección V del EMP con funciones de “cuerpo de seguridad”. Permaneció en el Estado Mayor Presidencial hasta el 1 de marzo de 2010, cuando renunció para irse a trabajar con Peña Nieto.
El presente reportaje es un extracto del que se publica bajo el título Vulnerabilidad a los accidentes… y a los atentados en la edición 1892 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
Tragedia en Pemex: En busca del desaparecido… o del cadáver
La espera de los cuerpos de las víctimas del siniestro en la Torre de Pemex.
Foto: Germán Canseco
Foto: Germán Canseco
La tragedia de la Torre de Pemex se volvió un martirio para las personas que buscan a sus familiares desaparecidos: Hombres y mujeres que indagan por el paradero de sus padres, hijos o hermanos y a quienes nadie les informa cabalmente nada, peregrinan de hospital en hospital y no tienen ni siquiera la suerte de que los dejen entrar a ver a los heridos graves… o a los muertos.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Recargada en un taxi afuera del Hospital de Pemex en el Ajusco, a media noche, la veinteañera Yoselin Lisette Ortiz lloraba de impotencia porque no encontraba a su mamá. La fotografía que le habían enseñado en la sala de urgencias –de una señora con máscara de aire y el cráneo tapado con un gorro, quien fue sacada de entre los escombros del edificio B-2 de Pemex e ingresada como no identificada– no era de su madre.
Sus reservas de esperanza escaseaban. Ya había recorrido el camino de todos los familiares de las personas que quedaron atrapadas en la colapsada Torre Pemex, en busca de aquellos que no llegaron a los hospitales, los que no aparecen en las listas de muertos o de heridos, de quienes nadie sabe dar razón y que las cifras oficiales ni siquiera en cálculos mencionan.
Eran muchos, por lo visto. Cada tanto sus familiares aparecían con los ojos hinchados, la voz rota, aferrándose a las rejas del hospital preguntando a algún guardia si tendrían adentro algún joven no identificado, si habían visto a la hija que no llega a casa, si no llegarían más ambulancias, si sabe en qué otros lugares podría haber más heridos.
Yoselin por su parte, su hermana y su papá por el suyo, habían hecho la misma ruta. Recorrieron los hospitales de Tezozómoc, Azcapotzalco, Picacho, Polanco y el Español, pero en ninguno encontraban a la madre: María Guadalupe Miguel, una secretaria de 50 años, 27 de ellos empleada en Pemex, quien trabajaba en una oficina en el siniestrado piso 2.
En la paraestatal se conocieron sus padres. Él era vigilante. Empezaba su turno todos los días a las cuatro de la tarde, a la hora en que María Guadalupe checaba su salida. Este jueves 20 minutos antes de su cruce de todos los días ocurrió la explosión.
Esa tarde él a duras penas pudo abrirse paso para llegar a su trabajo. Encontró el edificio chimuelo, sin piel, sin vidrios; el cascarón de metal de pie; los escombros en su panza. En donde antes había piso estaba un hoyo con cascajos a montón. No sólo eran muebles, papeles, vigas, también humanos.
Esa tarde el vigilante pudo ver por última vez a su esposa, la secretaria. Fue unos segundos, en un video.
“Como ha trabajado muchos años en Pemex, le permitieron ver el video que grabó la cámara. Él vio, entre toda la gente, que mi mamá iba bajando las escaleras. Era la hora de salida y de entrada de los otros, había mucha gente. Ahí trabajan miles, ella estaba a punto de llegar a los torniquetes y de pronto en el video se vio todo gris, como cuando se va la señal de la tele, y no se vuelve a ver nada”, dijo la joven entristeciéndose con su propio relato.
Tampoco sabían nada de las seis amigas de las que siempre se acompañaba a la salida del turno para tomar el autobús a casa. Ninguna contestaba el celular. Sus familiares realizaban este mismo enloquecido peregrinaje entre hospitales, que reiniciaban cada vez que escuchaban el rumor de que habían llegado nuevas ambulancias.
“Son siete amigas que siempre estaban juntas, salían juntas a comer, a la calle, pero ni ella ni sus amigas contestan aunque los celulares sí suenan, mandan al buzón o sale una grabación de que la red está caída”, dijo la joven debajo de un toldo verde de venta de comida afuera del hospital, donde se resguardaba del frío que se le colaba en el alma. A su alrededor varias personas con la misma angustia observaban las noticias y si acaso tomaban atole porque el estómago, de tan anudado, no les permitía ingerir ni un tamal.
Por televisión veían al secretario de Gobernación decir que los muertos no eran 12, ya eran 25 (y al cierre de la edición eran 33, la cifra en aumento). Miraban cómo se rehusaba a especular sobre las causas del accidente. Varios de los televidentes comentaban que era increíble la hipótesis de la explosión de las calderas que arrojó prematuramente un funcionario. “Estuvo raro”, decían incluso a los agentes del Ministerio Público federal designados para interrogar a los heridos.
Ante la televisión una mujer vuelta angustia explicaba a alguien por el celular: “Seguimos buscando a Rosi, no la hemos encontrado”. Sentada en un banquito, a otra señora se le escuchó decir: “Estábamos en Azcapotzalco y nos dijeron que sí estaba allá, pero luego salieron con que estaba acá, pero acá nos dicen que no está, no la encontramos”. A unos metros, cruzando la calle, un padre de familia pálido, la voz en nudo, comentaba: “Vi a la que no tienen identificada, pero no es… dicen que ya van a llegar otros, aunque el director dijo que sólo fueron llevados a estos hospitales; son pocos, tenía esperanza de que hubiera otros en el Hospital Militar”.
Otros recién llegados se acercaron a preguntar: “Perdone, ¿dónde dan informes?”. Continuaba la procesión de familias en búsqueda, que se prolongaría desde el jueves hasta el fin de semana.
Unos segundos en video
La puerta de entrada del Hospital Picacho-Ajusco era un embudo. Los guardias, fieles a las órdenes recibidas, no permitían el acceso. Lo prohibían a agentes del MP, al enlace del subsecretario Mondragón y Kalb, a los psicólogos que deberían atender a las víctimas. Ni siquiera dejaban entrar a los funcionarios que llevan chícharos de audio detrás de la oreja o a los tres hombres con finos trajes, llegados en lujosas motocicletas manejadas por choferes, quienes mostraban credenciales de la Presidencia de la República, se quejaban por celular por la falta de acceso y porque algunos “buitres” rondaban cerca (en referencia de los reporteros aledaños) y se restregaban contra las rejas, susurraban nerviosos a los cuidadores de la puerta que traían una misión secreta, que requerían hablar con el director del hospital, y terminaban regañando a los de la negativa por su falta de criterio.
No hay paso. Esa era la orden. Aunque de pronto se abrieron las puertas para los de Presidencia.
La avenida lucía sola. Momentos antes el director del hospital había permitido el ingreso de los familiares de los 11 hospitalizados para proporcionarles informes. Al menos otros seis fueron trasladados a otros lugares.
Cada tanto aparecían sombras que desde atrás de la reja preguntaban al vigilante en turno si, entre sus listas de internos, tenían a personas que no estaban en ningún sitio. Preguntaban por los desaparecidos de las listas oficiales que bien se podían llamar Rosi, María Guadalupe o Carlos.
Todo se veía más desolado desde las 11 de la noche, cuando se retiraron las camionetas destinadas a la transmisión en vivo, las cámaras de televisión, los reporteros y los fotógrafos; después del anuncio de que el presidente Peña Nieto no vendría a este hospital a visitar a los heridos. Que se presentaría el viernes, se dijo.
Algunos reporteros especularon si el mandatario no se atrevió a venir para evitar que en este lugar también le gritaran “asesino”, como ocurrió antes, al salir de la visita a Azcapotzalco. Otros rumoraban la posibilidad de que hubiera recibido una amenaza.
Pasada la medianoche, los familiares de las víctimas salieron del hospital. Algunos lucían tranquilos. “Pudimos platicar, está bien, sólo golpeado de una rodilla”, dijo un anciano que se abría paso en una silla de ruedas. Otros no podían ni balbucear palabras, sólo se abrazaban, lloraban juntos. El más completo explicó: “Tuvo un fuerte golpe, se golpeó con una viga, la están drenando. Está grave”.
Muchos de ellos eran sobrevivientes de la tragedia. Porque Pemex, para muchos, es una empresa familiar, pues el contrato permite a los empleados recomendar a sus parientes para ocupar las plazas vacantes. Por eso ahí estaba haciendo guardia el padre que tuvo suerte de salir rápido del mismo edificio donde se golpeó el hijo recién internado. Estaban los hombres que sintieron el sacudón, vieron cómo estallaban los vidrios, corrieron hasta la calle y al llegar se dieron cuenta de que en el edificio de enfrente, donde trabajaba la hermana, se originó el estallido. Estaba el padre de familia que no encontraba a su hija, y se sentía culpable porque él le consiguió el trabajo.
“Sólo en este hospital nos dejaron pasar. En los otros hospitales no nos saben dar razón, ponen muchos pretextos para ver a los no identificados; dicen que hasta que sean identificados y no quieren mostrar las carpetas con sus fotos porque hay un buen, hay muchos”, lamentó con semblante triste Yoselin Lisette.
Estaba a punto de recomenzar su recorrido. Dudaba sobre si iniciar ahora por Azcapotzalco o por la Cruz Roja de Polanco.
Hizo varias llamadas por celular. Preguntó en casa si tenían novedades. Luego volvió a llorar. La última, recargada sobre el taxi que la trasladaba. Entonces pidió a su amigo el conductor que regresara a Polanco, pues acababan de decirle que llegarían más ambulancias.
Antes de emprender su camino, el joven se acercó a unos agentes del MP que permanecían en la explanada del hospital y les preguntó: “¿Sabe dónde está el Semefo adonde los están llevando? Porque no la encontramos”.
El viernes 1 de febrero, 24 horas después de haber estado desaparecida, el nombre de María Guadalupe Miguel apareció en la lista oficial. Entre los muertos. Los muertos de Pemex.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Recargada en un taxi afuera del Hospital de Pemex en el Ajusco, a media noche, la veinteañera Yoselin Lisette Ortiz lloraba de impotencia porque no encontraba a su mamá. La fotografía que le habían enseñado en la sala de urgencias –de una señora con máscara de aire y el cráneo tapado con un gorro, quien fue sacada de entre los escombros del edificio B-2 de Pemex e ingresada como no identificada– no era de su madre.
Sus reservas de esperanza escaseaban. Ya había recorrido el camino de todos los familiares de las personas que quedaron atrapadas en la colapsada Torre Pemex, en busca de aquellos que no llegaron a los hospitales, los que no aparecen en las listas de muertos o de heridos, de quienes nadie sabe dar razón y que las cifras oficiales ni siquiera en cálculos mencionan.
Eran muchos, por lo visto. Cada tanto sus familiares aparecían con los ojos hinchados, la voz rota, aferrándose a las rejas del hospital preguntando a algún guardia si tendrían adentro algún joven no identificado, si habían visto a la hija que no llega a casa, si no llegarían más ambulancias, si sabe en qué otros lugares podría haber más heridos.
Yoselin por su parte, su hermana y su papá por el suyo, habían hecho la misma ruta. Recorrieron los hospitales de Tezozómoc, Azcapotzalco, Picacho, Polanco y el Español, pero en ninguno encontraban a la madre: María Guadalupe Miguel, una secretaria de 50 años, 27 de ellos empleada en Pemex, quien trabajaba en una oficina en el siniestrado piso 2.
En la paraestatal se conocieron sus padres. Él era vigilante. Empezaba su turno todos los días a las cuatro de la tarde, a la hora en que María Guadalupe checaba su salida. Este jueves 20 minutos antes de su cruce de todos los días ocurrió la explosión.
Esa tarde él a duras penas pudo abrirse paso para llegar a su trabajo. Encontró el edificio chimuelo, sin piel, sin vidrios; el cascarón de metal de pie; los escombros en su panza. En donde antes había piso estaba un hoyo con cascajos a montón. No sólo eran muebles, papeles, vigas, también humanos.
Esa tarde el vigilante pudo ver por última vez a su esposa, la secretaria. Fue unos segundos, en un video.
“Como ha trabajado muchos años en Pemex, le permitieron ver el video que grabó la cámara. Él vio, entre toda la gente, que mi mamá iba bajando las escaleras. Era la hora de salida y de entrada de los otros, había mucha gente. Ahí trabajan miles, ella estaba a punto de llegar a los torniquetes y de pronto en el video se vio todo gris, como cuando se va la señal de la tele, y no se vuelve a ver nada”, dijo la joven entristeciéndose con su propio relato.
Tampoco sabían nada de las seis amigas de las que siempre se acompañaba a la salida del turno para tomar el autobús a casa. Ninguna contestaba el celular. Sus familiares realizaban este mismo enloquecido peregrinaje entre hospitales, que reiniciaban cada vez que escuchaban el rumor de que habían llegado nuevas ambulancias.
“Son siete amigas que siempre estaban juntas, salían juntas a comer, a la calle, pero ni ella ni sus amigas contestan aunque los celulares sí suenan, mandan al buzón o sale una grabación de que la red está caída”, dijo la joven debajo de un toldo verde de venta de comida afuera del hospital, donde se resguardaba del frío que se le colaba en el alma. A su alrededor varias personas con la misma angustia observaban las noticias y si acaso tomaban atole porque el estómago, de tan anudado, no les permitía ingerir ni un tamal.
Por televisión veían al secretario de Gobernación decir que los muertos no eran 12, ya eran 25 (y al cierre de la edición eran 33, la cifra en aumento). Miraban cómo se rehusaba a especular sobre las causas del accidente. Varios de los televidentes comentaban que era increíble la hipótesis de la explosión de las calderas que arrojó prematuramente un funcionario. “Estuvo raro”, decían incluso a los agentes del Ministerio Público federal designados para interrogar a los heridos.
Ante la televisión una mujer vuelta angustia explicaba a alguien por el celular: “Seguimos buscando a Rosi, no la hemos encontrado”. Sentada en un banquito, a otra señora se le escuchó decir: “Estábamos en Azcapotzalco y nos dijeron que sí estaba allá, pero luego salieron con que estaba acá, pero acá nos dicen que no está, no la encontramos”. A unos metros, cruzando la calle, un padre de familia pálido, la voz en nudo, comentaba: “Vi a la que no tienen identificada, pero no es… dicen que ya van a llegar otros, aunque el director dijo que sólo fueron llevados a estos hospitales; son pocos, tenía esperanza de que hubiera otros en el Hospital Militar”.
Otros recién llegados se acercaron a preguntar: “Perdone, ¿dónde dan informes?”. Continuaba la procesión de familias en búsqueda, que se prolongaría desde el jueves hasta el fin de semana.
Unos segundos en video
La puerta de entrada del Hospital Picacho-Ajusco era un embudo. Los guardias, fieles a las órdenes recibidas, no permitían el acceso. Lo prohibían a agentes del MP, al enlace del subsecretario Mondragón y Kalb, a los psicólogos que deberían atender a las víctimas. Ni siquiera dejaban entrar a los funcionarios que llevan chícharos de audio detrás de la oreja o a los tres hombres con finos trajes, llegados en lujosas motocicletas manejadas por choferes, quienes mostraban credenciales de la Presidencia de la República, se quejaban por celular por la falta de acceso y porque algunos “buitres” rondaban cerca (en referencia de los reporteros aledaños) y se restregaban contra las rejas, susurraban nerviosos a los cuidadores de la puerta que traían una misión secreta, que requerían hablar con el director del hospital, y terminaban regañando a los de la negativa por su falta de criterio.
No hay paso. Esa era la orden. Aunque de pronto se abrieron las puertas para los de Presidencia.
La avenida lucía sola. Momentos antes el director del hospital había permitido el ingreso de los familiares de los 11 hospitalizados para proporcionarles informes. Al menos otros seis fueron trasladados a otros lugares.
Cada tanto aparecían sombras que desde atrás de la reja preguntaban al vigilante en turno si, entre sus listas de internos, tenían a personas que no estaban en ningún sitio. Preguntaban por los desaparecidos de las listas oficiales que bien se podían llamar Rosi, María Guadalupe o Carlos.
Todo se veía más desolado desde las 11 de la noche, cuando se retiraron las camionetas destinadas a la transmisión en vivo, las cámaras de televisión, los reporteros y los fotógrafos; después del anuncio de que el presidente Peña Nieto no vendría a este hospital a visitar a los heridos. Que se presentaría el viernes, se dijo.
Algunos reporteros especularon si el mandatario no se atrevió a venir para evitar que en este lugar también le gritaran “asesino”, como ocurrió antes, al salir de la visita a Azcapotzalco. Otros rumoraban la posibilidad de que hubiera recibido una amenaza.
Pasada la medianoche, los familiares de las víctimas salieron del hospital. Algunos lucían tranquilos. “Pudimos platicar, está bien, sólo golpeado de una rodilla”, dijo un anciano que se abría paso en una silla de ruedas. Otros no podían ni balbucear palabras, sólo se abrazaban, lloraban juntos. El más completo explicó: “Tuvo un fuerte golpe, se golpeó con una viga, la están drenando. Está grave”.
Muchos de ellos eran sobrevivientes de la tragedia. Porque Pemex, para muchos, es una empresa familiar, pues el contrato permite a los empleados recomendar a sus parientes para ocupar las plazas vacantes. Por eso ahí estaba haciendo guardia el padre que tuvo suerte de salir rápido del mismo edificio donde se golpeó el hijo recién internado. Estaban los hombres que sintieron el sacudón, vieron cómo estallaban los vidrios, corrieron hasta la calle y al llegar se dieron cuenta de que en el edificio de enfrente, donde trabajaba la hermana, se originó el estallido. Estaba el padre de familia que no encontraba a su hija, y se sentía culpable porque él le consiguió el trabajo.
“Sólo en este hospital nos dejaron pasar. En los otros hospitales no nos saben dar razón, ponen muchos pretextos para ver a los no identificados; dicen que hasta que sean identificados y no quieren mostrar las carpetas con sus fotos porque hay un buen, hay muchos”, lamentó con semblante triste Yoselin Lisette.
Estaba a punto de recomenzar su recorrido. Dudaba sobre si iniciar ahora por Azcapotzalco o por la Cruz Roja de Polanco.
Hizo varias llamadas por celular. Preguntó en casa si tenían novedades. Luego volvió a llorar. La última, recargada sobre el taxi que la trasladaba. Entonces pidió a su amigo el conductor que regresara a Polanco, pues acababan de decirle que llegarían más ambulancias.
Antes de emprender su camino, el joven se acercó a unos agentes del MP que permanecían en la explanada del hospital y les preguntó: “¿Sabe dónde está el Semefo adonde los están llevando? Porque no la encontramos”.
El viernes 1 de febrero, 24 horas después de haber estado desaparecida, el nombre de María Guadalupe Miguel apareció en la lista oficial. Entre los muertos. Los muertos de Pemex.
No hay comentarios:
Publicar un comentario