En el terror, una brasa de esperanza
Marcela Turati
Marcela Turati
La Caravana Nacional
Ciudadana por la Paz con Justicia y Dignidad partirá el 4 de junio desde
Cuernavaca –donde se gestó el movimiento encabezado por Javier Sicilia– y
durante seis días cruzará varias ciudades desgarradas por las balas y la
injusticia, hasta llegar a Ciudad Juárez. Ahí, ante las evidencias del fracaso
gubernamental y con la participación de férreos luchadores contra la violencia,
se firmará un pacto nacional para recuperar la paz, la justicia y la dignidad.
Los impulsores del movimiento y las organizaciones anfitrionas están seguros de
que si en Juárez se concentra el dolor, también puede engendrar la esperanza
para la reconstrucción.
CIUDAD JUÁREZ, CHIH.- Esta
ciudad, considerada “el rostro más visible de la destrucción nacional” será
sede de la firma del pacto nacional desde el cual se buscará refundar el país.
El 4 de junio, una caravana ciudadana saldrá de Cuernavaca y durante seis días
recorrerá la Ruta del Terror (Cuernavaca-DF-Toluca-Morelia-Guadalajara-León-San
Luis Potosí-Zacatecas-Durango-Torreón-Saltillo-Monterrey-Torreón-Camargo-Chihuahua)
hasta llegar a Juárez, donde removerá las cenizas de la destrucción para
reavivar las brasas de la esperanza.
Los anfitriones del pacto
ciudadano, quienes se han vuelto expertos en resistencia ciudadana y férreos
opositores a los tratos con el gobierno, serán los sobrevivientes de esta
frontera azotada por tres años de guerra y convertida en la capital mundial de
los asesinatos, así como en laboratorio del fracasado experimento de la
militarización.
“Con la autoridad no
tenemos que pactar sino exigirle que dé resultados, porque Juárez es el ejemplo
de su fracaso en cuestión de seguridad. Aquí ya probaron todas sus estrategias,
hasta la militar; ya abrieron mesas de diálogo, ya hicieron el (programa) Todos
Somos Juárez para la supuesta recuperación del tejido social, y no funcionaron.
No hay manera de que nos sentemos de nuevo con el gobierno, porque no va a
funcionar. Tenemos que exigirle que cumpla y que escuche nuestra exigencia”,
explica la doctora Leticia Chavarría, del Comité Médico Ciudadano.
Ella forma parte del
conjunto de líderes que surgieron de la tragedia, que se han reconocido en
otros y se han esforzado por articular sus coincidencias para contener la
hemorragia social. En esta ciudad fronteriza no es raro ver en una misma mesa,
esbozando planes de reconstrucción, a jóvenes radicales de ultraizquierda al
lado de empresarios conservadores, igual que a médicos, campesinos, defensores
de los derechos humanos, monjas, feministas, universitarios, cirqueros,
colectivos de artistas y familiares de víctimas.
Ellos, que trabajan a
contracorriente para evitar la destrucción social, fijaron las condiciones del
pacto, establecieron un consenso de rechazo absoluto al diálogo con el gobierno
y coincidieron en la exigencia de poner fin a la militarización y de renovar el
sistema de procuración de justicia para esclarecer los crímenes hasta ahora
cometidos.
La postura juarense del
nada-nunca con el gobierno provocó tensión en el equipo organizador de la
marcha ciudadana que el 8 de mayo llegó al Zócalo capitalino y que ahora
prepara la ruta de la caravana y la firma del pacto. Se llegó a considerar que,
si los juarenses no admitían a funcionarios, el pacto podría suscribirse en
otra ciudad. Al final prevaleció la visión norteña.
“La propuesta de Juárez es
vigilar a las autoridades para que hagan su trabajo, pero no pactar con ellas,
porque no sirve. Pedimos también la desmilitarización, no queremos decir que se
vayan inmediatamente de todo el país, pero vemos que hay un proyecto implícito
de militarizar paulatinamente con la Ley de Seguridad Nacional, como ya ocurrió
en Juárez y que no dio resultados”, expuso a Proceso el sacerdote Óscar
Enríquez, director del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte.
Esta crítica es respaldada
por integrantes del Comité Médico Ciudadano, el movimiento Pacto por la
Cultura, la Red Mesa de Mujeres, los centros de derechos humanos Cosyddhac, del
Migrante y Paso del Norte, Pastoral Obrera, el Frente Plural Ciudadano, el
Frente Democrático Campesino y El Barzón, entre otros.
La Caravana Nacional
Ciudadana por la Paz con Justicia y Dignidad, como se le nombró, saldrá el 4 de
junio de Cuernavaca –donde nació el movimiento encabezado por Javier Sicilia– y
durante seis días recorrerá la geografía nacional de la destrucción hasta
llegar a Juárez.
En un segundo momento, en
Morelos, políticos de todos los niveles de gobierno y de los distintos poderes
serán convocados para plantearles las exigencias ciudadanas y las fechas
fijadas para dar resultados. De lo contrario, los gobernantes se atendrán a las
acciones pacíficas de resistencia civil, una fórmula bien conocida en esta
frontera, donde en 1986 los ciudadanos protestaron contra el fraude electoral.
Como lo expresó el abogado
y activista Jaime García Chávez en una columna en el portal Ahoramismo: “Que se
firme en Ciudad Juárez, a la hora del centenario de la histórica batalla que
anunció el derrumbe de la dictadura porfirista, tiene una pertinencia
emblemática indudable”. Otros, como Willibaldo Delgadillo y Zulma Méndez, de
Pacto por la Cultura, consideran que es un reconocimiento a la resistencia
juarense, por mantenerse de pie a pesar de ser la más azotada por la
narcoguerra.
Laboratorio del fracaso
Ciudad Juárez ha sido el
laboratorio de la estrategia de seguridad durante el sexenio calderonista. Los
datos oficiales señalan que, a tres años de que la militarización se
convirtiera en el principal instrumento contra el crimen organizado, 250 mil
personas huyeron de aquí, unas 7 mil personas fueron asesinadas y 10 mil niños
quedaron huérfanos. Tan sólo el año pasado, 3 mil 111 personas tuvieron una
muerte violenta: más asesinados que en Afganistán en ese lapso. El número de
desaparecidos se desconoce.
En 2009, 10 mil militares y
policías federales patrullaban las calles, pero no pudieron contener la
violencia y sólo consiguieron que se dispararan las denuncias por violaciones a
los derechos humanos. Aunque la Policía Municipal fue depurada y los nuevos
elementos recibieron instrucción militar, las muertes siguen aumentando y las
matanzas son cotidianas.
El paisaje actual de esta
ciudad-emblema del fracaso, donde se planea firmar el pacto, es de 100 mil
casas abandonadas, una epidemia de calles cortadas porque los vecinos
instalaron rejas de acceso, tiendas de barrio vacías o resguardadas con rejas,
puestos vacantes de maestros y médicos que no pueden ser suplidos por la
inseguridad, retenes militarizados en cualquier avenida, además del desempleo.
La inseguridad va a la alza en sus modalidades de asesinato, secuestro,
extorsión y los fenómenos llamados carjacking o housejacking (despojo violento
de auto o de casa).
En febrero del año pasado,
a raíz de la masacre de 15 estudiantes del fraccionamiento Villas de Salvárcar,
el gobierno federal anunció su plan Todos Somos Juárez para la reconstrucción
social de la ciudad, pero tampoco frenó la violencia. Dos meses después los
militares fueron sustituidos por policías federales y desde 2011 el militar
Julián Leyzaola fue designado jefe de la policía. Nada parece dar resultados.
El escritor Javier Sicilia,
quien encabezó un movimiento nacional a raíz del asesinato en marzo pasado de
su hijo Juan Francisco, dijo a El Diario que eligió a Juárez como lugar para la
firma del pacto nacional porque considera a esta ciudad “el emblema del
desgarramiento nacional, donde se encuentra la mayoría de los muertos: Ciudad
Juárez es un lugar donde el tejido social está absolutamente raído y dominado
por el crimen; es un gran símbolo. También es la imagen de lo que se puede
volver todo el país”.
Al escuchar el grito de
“estamos hasta la madre” y la propuesta de movilización lanzados por Sicilia a
raíz del asesinato de su hijo Juan y otras seis personas más, los activistas
sociales chihuahuenses –que por la emergencia se volcaron a la defensa de los
derechos humanos y familias de víctimas de feminicidio, matanzas o asesinatos
emblemáticos, como los de LeBaron y los Reyes Salazar– se sumaron a la marcha
que el 7 de mayo llegó al Zócalo de la Ciudad de México.
Bajo las cenizas
Desde 2009, las matanzas
cotidianas impulsaron a muchos juarenses a organizarse, y la mayoría de los
grupos ya existentes tuvieron que cambiar su rumbo para atender a los
sobrevivientes de la guerra.
“En Juárez hay mucho dolor,
pero también mucho aprendizaje. Nos hemos reconstruido, hemos aprendido a
sobrevivir, a construir redes, a tejer esperanza. Y aunque es muchísimo el
trabajo y aunque la capacidad del centro está rebasada, seguimos luchando para
que las cosas mejoren”, dice una religiosa del equipo del padre Enríquez en
Paso del Norte.
El fraccionamiento Villas
de Salvárcar se asocia con la palabra masacre desde el asesinato de 15
estudiantes el 31 de enero de 2009. Actualmente, la colonia luce canchas
deportivas construidas por el gobierno federal, además de un parque que
pretendía honrar a los jóvenes asesinados, pero no lo logra porque ya
desaparecieron la mayoría de las placas con sus nombres, realizadas en plástico
corriente y sobrepuestas al cemento con pegamento.
“El parque se hizo mal adrede
para desmoralizar a los papás. A lo que construyeron le pusieron cerco de
alambre, el pasto es sintético y puesto al aventón, la pasta de cemento está
mal enjarrada, pusieron placas de plástico que, según se dice, los mismos papás
las arrancaron, encabronados, y se las llevaron a casa”, explica el vecino y
promotor comunitario Julián Contreras.
A una cuadra del parque
vandalizado está una casa decorada con dibujos: era una construcción abandonada
que los vecinos recuperaron para fundar una biblioteca donde los niños, en vez
de estar encerrados en sus casas por la violencia, puedan hacer tareas,
aprendan a usar el internet y a leer. Pero este espacio ha tenido otros usos:
se convirtió en punto de reunión y articulador de vecinos.
“El gobierno prometió muchas
cosas, y como el gobierno no cumplió todo, la gente se enojó y dijo ‘vamos a
hacerlo todo nosotros’. Querían hacer una cancha de voli, luego unos se
emocionaron y hablaron de que harían un comedor popular, pero luego tomaron la
casa que estaba abandonada para la biblioteca. Los estantes los donó una señora
que tenía una librería que fracasó por la inseguridad, la pintura la dio el
dueño de una ferretería que cerró y otros vecinos pidieron que les permitieran
sacar madera de las maquiladoras en las que trabajan, y la gente llevó libros”,
explica Contreras, miembro del Frente Plural Ciudadano.
En dos ocasiones él viajó
con una veintena de vecinos a Cuernavaca para sumarse al encuentro de jóvenes y
a la marcha, donde relataron a sus pares de todo el país su experiencia de tres
años de guerra, militarización y organización comunitaria.
Ruta de esperanza
La violencia hizo surgir
movimientos gremiales. Los médicos crearon un comité para exigir el cese de los
secuestros y los asesinatos de sus colegas. Los estudiantes organizan caminatas
para protestar por la matanza de jóvenes y maestros. Los fines de semana,
colectivos de artistas recorren colonias impactadas por la sangre, donde leen
poemas, bailan breakdance, presentan obras de teatro, pintan esténciles pacifistas
en las paredes en un intento de animar a la gente a salir de sus casas para
recuperar los espacios públicos.
Decenas de amas de casa han
estudiado tanatología e imparten talleres de duelo en iglesias, o se capacitan
como psicoterapeutas y recorren las colonias donde la violencia se ha ensañado.
Un grupo de mujeres profesionistas, apodadas Las Guerreras, sale los domingos
en motocicleta a donar alimentos y medicinas.
La muerte indiscriminada
modificó la agenda de todas las organizaciones y las unió. Tal es el caso del
trabajo colectivo que realizan los centros de derechos humanos Cosyddhac,
Cedhem, Paso del Norte y Justicia para Nuestras Hijas, que se reparten la dura
carga de documentar las desapariciones forzadas, torturas y asesinatos
perpetrados por policías o militares y acompañar a las familias en el proceso
legal, ya que han visto que a las víctimas solas no las atienden.
Otra muestra de unión es el
Centro de Atención de Crecimiento Humano y Educación para la Paz, donde
confluyen varias organizaciones y profesionistas que brindan atención de
emergencia a víctimas de la violencia y atiende a los terapeutas que también
necesitan contención por estar expuestos a tantas situaciones traumáticas.
En un recorrido por los
salones de clases habilitados como pequeños consultorios de ese centro se
encuentra a promotoras de salud atendiendo a personas que llegan colapsadas;
les aplican terapias florales de emergencia para que puedan volver a comer o a
dormir, o bien les aplican reiki. En otros cubículos los psicólogos escuchan a
gente con ataques de ansiedad o sin ganas de vivir. En los salones más grandes
se imparten talleres de duelo para niños o adultos, así como clases de
meditación y de autocuidado para cuidadores.
Otras organizaciones, como
Compañeros, atienden a las víctimas más vulnerables de la guerra: los usuarios
de droga, atrapados entre la guerra de los cárteles y la estrategia
antinarcóticos del gobierno federal.
Por las calles del
decadente y peligroso centro de la ciudad, donde se tienen registradas
desapariciones de mujeres y las pandillas ejercen control territorial para el
negocio de la droga, se ve a los promotores de la salud de la organización,
quienes reparten condones afuera de los hoteles a las sexoservidoras, o
jeringas, cloro y condones a las personas que utilizan los picaderos de drogas.
“Los federales siguen golpeándolos y quitándoles su dinero cuando los ven”,
explica el promotor Julián Rojas.
Algunas de sus compañeras
entran a construcciones oscuras, sin techo, convertidas en picaderos. En una de
ellas, con olor a orines, colchones podridos en el piso, restos de fogatas y un
mosquerío, las espera una decena de jóvenes heroinómanas. Unas piden jeringas
nuevas, pero otras solicitan que las anoten para tomar clases. Aunque no controlan
sus adicciones, saben que usar jeringas ajenas puede causarles la muerte. Son
conscientes de las medidas de reducción de daños, porque los promotores de
Compañeros se dedican a educarlas y a proveerlas de medios seguros.
Varias organizaciones ven
la situación como una oportunidad para avanzar en otros aspectos. La
organización Pacto por Juárez señala que es momento de derrumbar la opacidad
del uso de recursos públicos del municipio y de transitar a un modelo de
presupuesto participativo.
La Casa Promoción Juvenil,
que trabaja con niños, adolescentes y mujeres de la zona poniente, está a punto
de estrenar una prepa para los “chavos problema” –los expulsados de otras
escuelas, los pandilleros y tatuados que todos rechazan–, donde se les enseñará
oficios para que no sean esclavos de las maquiladoras y se les formará como
ciudadanos solidarios. “Lo planteamos desde una estructura diferente para que
los estudios tengan un sentido relacionado con su vida”, explica el psicólogo
del centro, Isaac González Martínez. Incluso podría servir de modelo para
reintegrar al sistema educativo a los rezagados del país.
“Sabemos que la firma del
pacto aquí es un compromiso para la ciudad. Ya nos estamos estructurando y
organizando para recibir a la gente que vendrá –explica la doctora Chavarría–;
nosotros llevamos tres años en esta espiral de violencia que se ha replicado en
todo el país y desde aquí se hará el ejercicio de unirnos como mexicanos,
encontrando coincidencias, sumando ciudadanos, para ir todos a exigir la justicia
y devolvernos nuestra dignidad como mexicanos.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario