Estallido
Orlando Delgado Selley
Orlando Delgado Selley
México D.F., 27 de mayo (apro).- España ha vuelto a
estar en las primeras páginas de la prensa mundial y de los noticieros de
televisión.
Lo ha estado no porque la izquierda que gobierna
fuera barrida en las elecciones por una derecha irresponsable y sin proyecto,
tampoco porque sus datos económicos sigan estando entre los peores de la Europa
Unida, ni siquiera porque la reestructuración de la deuda griega parezca
inminente lo que afectará el costo de la deuda española.
Está en el centro de la atención global porque ha
surgido una rebelión juvenil. Desde el 15 de mayo pasado, primero en Madrid y
luego en prácticamente todas las grandes ciudades españolas, los jóvenes
tomaron las principales plazas hasta que fueron desalojados, como sucedió en la
Plaza del Sol, en la capital.
Ya se ha escrito mucho sobre su significado, sobre
las emociones que despierta. Ellos mismos, los que se han rebelado, están
emocionados. Resalta en cada plaza su vitalidad, pero también resalta que se
proponen lograr cambios y que no este claro para ellos, mucho menos para el
resto del país, que los observa y está dispuesto a apoyarles como lo lograrán.
Por ejemplo en el blog de la acampada (equivalente
a lo que conocemos como plantón) de Santiago de Compostela
(acampadascq.blogspot.com) aparece un manifiesto de ocho puntos: eliminación de
los privilegios de los políticos, fin del desempleo, derecho a la vivienda,
mejora de los servicios públicos, control de bancos, fiscalidad, libertades
ciudadanas y democracia participativa y reducción del gasto militar.
Se trata de demandas de diverso nivel con las que,
como dicen los acampados, todo el mundo está, o debiera estar, de acuerdo,
salvo los grandes banqueros y empresarios. Pero de ese posible acuerdo, que
tiene valor, no está claro que pasos se proponen dar para lograrlos y, en
consecuencia, si podrán mantener el acuerdo con muchos españoles.
Dos miembros de la Comisión de Comunicación de los
acampados, los del 15-M de Santiago de Compostela, Tere y Manu, señalaron que
“quieren cambiar las reglas del juego, pero no pretenden cambiar el juego.”
El juego al que se refieren se llama capitalismo y
las reglas que pretenden cambiar son las que han utilizado los que gobiernan en
este tiempo y en España. Pero los gobiernos no gobiernan el capitalismo. Las
reglas remiten a la manera en la que se ha administrado la crisis.
Los ocho puntos no se plantean como declaraciones
generales. Incorporan exigencias específicas. El punto uno, eliminación de
privilegios de los políticos, exige que castigue el ausentismo de los de los
electos, sanciones por abandono de funciones –si esto lo aplicáramos nosotros
nadie en México podría ser candidato-, supresión de la prerrogativa para no
pagar impuestos y otros asociados a jubilaciones.
Una exigencia importante es que el salario de
diputados se ubique en el promedio salarial de los españoles –imaginemos que en
México esto querría decir que los diputados ganaran alrededor de 12 mil pesos.
Además que se elimine la inmunidad, esto es, el tan preciado fuero de nuestros
diputados y senadores. Es cierto, todos están de acuerdo en España con esto, y
lo estarían en México. El problema es cómo lograrlo.
La segunda demanda, contra el desempleo, propone
que se reparta el trabajo existente, fomentando las reducciones de jornada y la
conciliación laboral hasta acabar con el desempleo estructural (es decir, hasta
que el desempleo descienda por debajo del 5%). El acuerdo aquí ya no es tan
generalizado. Los problemas de implementación son fundamentales: ¿quién
repartiría el trabajo existente?¿cómo se lograría que los actualmente ocupados
acepten reducir su jornada de trabajo?¿cuál sería el impacto salarial?
Otro planteo es que se mantenga la jubilación en 65
años, durante el tiempo necesario para que los jóvenes desempleados consigan un
puesto de trabajo. Demandan que se prohíban los despidos colectivos en las
grandes empresas que mantengan utilidades.
En este momento Telefónica, la gran empresa
española de telefonía, ha decidido despedir a 8 mil 500 trabajadores, pese a
que es una empresa muy rentable. El planteo es inobjetable: evidencia que en la
contradicción entre reducir utilidades o puestos de trabajo, siempre debe escogerse
al trabajo. La pregunta obvia es ¿cómo lograrán que el Parlamento español
apruebe esto? La demanda final en este punto es fundamental: que se restablezca
el subsidio de 426 euros para los desempleados de larga duración.
El Movimiento 15 de mayo (M-15), aunque nadie lo
esperaba, tiene una razón que lo hacía necesario. La crisis mundial, en España
ha tenido su propia dimensión. Casi todos los países sufrieron una recesión
intensa durante 2008 y el primer semestre de 2009, que afectó duramente a los
trabajadores: muchos perdieron el trabajo, otros que lograron mantenerlo vieron
reducirse sus ingresos, otros más se vieron forzados a aceptar condiciones de
trabajo precarias. En España la recesión no ha terminado y los niveles de
desempleo han alcanzado cifras record. El 21.3% de los trabajadores se
encuentra en paro, lo que no ocurre en ningún otro país del mundo. Entre los
jóvenes el desempleo llega al 43%.
La crisis española ha estado golpeando directamente
los niveles de vida de la población. Pero les golpeó en otro sitio fundamental:
en la manera como se ubican en el mundo. Hasta 2007 entendían que tras su
integración a la democracia, habían logrado integrarse por derecho propio en el
primer mundo. Se concebían como un país desarrollado, con una economía sólida y
una democracia eficiente. Grandes empresas españolas ganaron lugar entre las
firmas globales: bancos, petroleras, telefónicas, empresas productoras de ropa,
entre otras, se convirtieron en referentes importantes.
La crisis los regresó al tercer mundo, les ubicó
como un país periférico en la Europa desarrollada. Les quitó de golpe la noción
de que eran capaces de enfrentar los problemas sin afectar su estructura social
y su capacidad de representación política. Al PSOE, que gobernaba con un proyecto
socialmente incluyente, la crisis le tomó desprevenido. Se dio cuenta tarde de
que la crisis global era también española y que era profunda. Respondió
haciendo lo que los grandes inversionistas le pidieron. Creyó que era la única
respuesta posible.
La población fue castigada por algo de lo que no
era responsable. Millones perdieron el empleo. Afortunadamente se habían creado
instituciones económicas que obligaban al estado a proteger a esos
desempleados. Millones más que estaban desempleados no pudieron conseguir
empleo, pero a ellos no les protegían esas instituciones. Los servicios médicos
y educativos que se habían expandido fueron frenados y empezaron a padecer
recortes. Un gobierno de izquierdas les castigaba igual o incluso peor que uno
de derechas. Para mucha gente se perdieron las diferencias entre los partidos
políticos. PSOE y PP resultaba lo mismo.
Por eso los jóvenes están en las principales plazas
de España. Surgieron unos cuantos días antes de las elecciones. Parecía que no
durarían. Siguen vivos. Muchos les apoyan. ¿Cuánto tiempo más lograrán
sostenerse? Lo cierto es que se han puesto de pie. Están poniendo un ejemplo
que puede ser seguido en muchos lugares de Europa: en Atenas, Lisboa, Dublín,
pero también en París; Londres e incluso en Berlín, Hamburgo, Colonia o
Frankfurt.
Las razones son comunes; quizá con cambios de
grado. Lo que persiguen es regresar a un funcionamiento económico que respete
los derechos de individuos y que haya formas sociales que impidan que un
sistema intrínsecamente explotador, que genera desigualdad, funcione a su libre
arbitrio. ¿Será ahora posible recuperar lo perdido y avanzar hacia un sistema
socialmente responsable? Los jóvenes españoles lo creen.
odselley@gmail.com.mx
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